Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Maroun al Ras es un bello pueblo libanés asentado en una ladera en la frontera con Palestina. Hoy hace 63 años que sus aldeanos encendieron sus luces para dar la bienvenida a los palestinos que llegaban en búsqueda de refugio temporal en Líbano tras la limpieza étnica sufrida, formando parte de los aproximadamente 129.000 refugiados de los 531 pueblos saqueados y destruidos por los sionistas. Un número parecido de expulsados palestinos entraron en Siria, a unos cuantos kilómetros hacia el oeste, mientras otro medio millón de seres se veía obligado a dirigirse hacia Jordania y Gaza.
El domingo de la Nakba («Catástrofe») del 15 de mayo de 2011, Maroun al Ras dio la bienvenida aproximadamente al 27% de todos los refugiados palestinos en el Líbano, aunque en esta ocasión venían en sentido contrario y se dirigían en dirección a sus antiguos hogares en Palestina. Los palestinos en el Líbano alcanzan en estos momentos la cifra de 248.000, de los que aproximadamente la mitad viven en doce campamentos miserables y en numerosas «concentraciones», aunque la UNRWA tiene aún registrados 423.000.
La discrepancia de cifras se explica por el hecho de que los refugiados palestinos en el Líbano, que no disfrutan de ninguno de los más elementales derechos civiles (a diferencia de las condiciones que se viven en otros 45 campamentos de Oriente Medio, en grave violación del derecho internacional, así como de la constitución libanesa y de diversos acuerdos multilaterales y bilaterales), tienden a irse del Líbano en búsqueda de trabajo, una vivienda digna y una vida mejor en cuanto pueden conseguir un visado hacia Europa o cualquier otro lugar.
Para la mayoría de los más de 72.000 (algunas estimaciones de esta mañana superaban la cifra de 100.000 porque muchos refugiados y simpatizantes viajaron hacia el sur de forma independiente, no se registraron ni utilizaron el transporte que les proporcionaron) que llegaron en más de 1.200 autobuses y furgonetas, y muchos a pie, de todos los campamentos y rincones del Líbano, era la primera vez que alcanzaban a ver su país. Las leyes libanesas impedían desde hacía mucho tiempo que los palestinos se aproximaran a la Línea Azul desde cualquier lugar, ni siquiera para mirar hacia sus hogares y tierras robados, ni tampoco cruzar el río Litani, al norte de Tiro. Este año, durante tan sólo un día, las autoridades libaneses decidieron a regañadientes no interferir en ese empeño y en ese derecho humano.
Los adolescentes del atestado autobús al que me incorporé desde el Campo de Shatila, iban comentando las historias de sus padres y abuelos y las descripciones que sobre Palestina habían leído en Internet.
Según nos aproximábamos a Maroun al Ras, algunos se mostraban ansiosos, otros permanecían en silencio reflexivo mientras un tercer grupo, como muchos de los adolescentes de mi generación cuando íbamos a escuchar a los Beatles o Elvis, mostraban gran excitación y chillaron cuando el autobús dobló una curva en la carretera al sur de Aytayoun y miramos hacia las cercanas colinas. «¿Está por allí mi país, Palestina?», preguntó Ahmad, un licenciado en Ingeniería que nació en el campo de Shatila. «Nam, habibi» («Sí, querido») se oía como respuesta desde el micrófono de la «madre de nuestro autobús» mientras cogía su portafolios y comprobaba los nombres para hacer el seguimiento de su rebaño. Nuestro autobús parecía inflarse hasta el delirio mientras todos sonreíamos y gritábamos. Algunos de los pasajeros habían preparado carteles en los que se leía: «El pueblo quiere volver a Palestina», inspirados quizá por el eslogan que se hizo famoso en Egipto y Túnez: «El pueblo quiere la caída del régimen».
El espíritu latente recordaba el viaje por la libertad en Mississippi que James Farmer de CORE solía contarnos y pensé en la bravata de Ben Gurion en 1948 cuando dijo que los viejos morirían y los jóvenes olvidarían Palestina. El dirigente sionista no podía estar más equivocado. Los viejos, muchos de ellos aún llenos de vitalidad, y quienes ya abandonaron esta vida, continuaron y continúan enseñando e inspirando a los jóvenes sus bien recordadas historias, garantizando que el sueño de todos y cada uno de los palestinos no muera nunca.
En los campamentos, los organizadores hicieron un trabajo tremendo, pero nadie podía prever la enorme cantidad de personas que iban a participar en este evento verdaderamente histórico que probablemente cambie la región.
Todas las organizaciones y facciones palestinas se unieron en este proyecto
Hizbollah mantuvo un perfil bajo para centrar su enfoque en la Nakba. Sin embargo, cuando la semana pasada los organizadores se dieron cuenta de que les faltaban autobuses, Hizbollah les consiguió más, llevándolos incluso desde Siria, que a su vez utilizó ayer más de 800 autobuses para trasladar a los palestinos desde los diez campos de refugiados palestinos allí instalados, incluido Yarmuk, en la frontera del Golán sirio con la ocupada Palestina.
El convoy iría haciendo descansos en determinados puntos a lo largo de las estrechas y serpenteantes carreteras del sur del Líbano, y los miembros de Hizbollah aparecerían y distribuirían botellas de agua, croasanes frescos y galletas rellenas de chocolate. También controlaron el tráfico y desarrollaron funciones de defensa civil y los servicios médicos que se necesitaron. Uno se imagina que fueron sus chicos quienes levantaron ingeniosas y nuevas señales de carretera por todo el sur del país en las que se indicaba la distancia hasta Palestina con una flecha que señalaba hacia Jerusalén. Cuando los autobuses pasaban por delante de una de las señales, que se podían leer en árabe e inglés, por ejemplo, «Palestina: 23 kilómetros», nuestro autobús prorrumpía en vítores.
La organización de beneficencia Mabarat, fundada por el difunto erudito Mohammad Hussein Fadallah, que era del pueblo de Bint Jbeil, cerca de Maroun al Ras, que dispone de varias estaciones de gas, cuyos rendimientos dedica a los huérfanos, redujo los precios del gas el Día de la Nakba a los cientos de autobuses y furgonetas que se detenían ante ellas.
Es difícil reflejar la camaradería, emoción y la magnitud del poder del acontecimiento. Llegaban para renovar su compromiso y enviar un mensaje al mundo de que están resueltos a regresar a su tierra sin que les importen los sacrificios que sea necesario hacer. Los que llegaban para contemplar Palestina, incluidos algunos de los que se habían visto forzados a abandonar sus hogares y tierras hace 63 años, parecían estar cumpliendo un acto casi sagrado y religioso.
Un hombre, que debía tener unos ochenta años y que estaba cerca de mí, miraba fijamente hacia su tierra robada cerca de Akka, atisbable en la distancia. De repente, se derrumbó en el suelo. Dos de nosotros corrimos a incorporarle y tratamos de acomodarle sobre el terreno rocoso hasta que llegaron los primeros auxilios.
Mi mejor amiga en el campo de Shatila, Zeinab Hajj, cuyo padre llegó caminando cuando era un niño desde su pueblo de Amuka, cerca de Safad, miraba fijamente hacia Safad, también visible en la distancia. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras contemplaba su pueblo. Era una imagen común entre jóvenes y viejos. Incluso los niños muy pequeños, cuyos padres querían que presenciaran y formaran parte de este día histórico, parecían captar su solemnidad e importancia.
Para el numeroso contingente de invitados estadounidenses y de otras nacionalidades, fue una experiencia majestuosa e irrepetible vivir el Día de la Nakba en Maroun al Ras.
Sin embargo, como el mundo supo pronto, los francotiradores israelíes asesinaron a diez palestinos e hirieron a más de 120, algunos de gravedad. Ninguno de los manifestantes llevaba armas. Los asesinados eran todos civiles de los campamentos y les dispararon a sangre fría cuando colocaban pacíficamente banderas palestinas en la valla y hacían el signo de la paz y la victoria. Después de que las tropas israelíes les dispararan, algunos empezaron a lanzarles piedras.
Por suerte pudieron salvarse algunas vidas en un hospital de campo afiliado el grupo, el Hospital del Mártir Salah Ghandour, en la cercana Bint Jbeil.
Mientras tanto, Líbano denunció a Israel ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas pidiendo que se ejercieran presiones para que pusiera fin a sus políticas hostiles y provocativas contra el Líbano y se le responsabilizara por la matanza de civiles.
El secretario general de Hizbollah Hasan Nasrallah felicitó esta mañana a los palestinos del Líbano mientras explicaba su interpretación del Día de la Nakba 2011: «No aceptáis otra patria que no sea Palestina y por eso nadie debe temer vuestra naturalización en Líbano porque vuestra firme decisión es regresar. Vuestro rotundo y claro mensaje al enemigo es que estáis decididos a liberar la tierra sin que importen los sacrificios; y el destino de esa entidad (enemiga) es desaparecer y no habrá iniciativas, tratados o fronteras que la protejan. Vuestro regreso a Palestina es un derecho inalienable y su cumplimiento está mucho más cercano que en cualquier otro momento».
Las palabras de Hasan Nasrallah exigen que el próximo parlamento del Líbano, con el apoyo total, activo, directo e inequívoco de Hizbollah, revoque de inmediato la racista y discriminatoria ley de 2011 que prohíbe que los palestinos puedan tener la propiedad de una casa en el Líbano y que se les garantice de inmediato a los palestinos del Líbano el derecho a trabajar, derecho que tienen reconocido todos los refugiados por todo el planeta y todos los extranjeros en el Líbano.
No debe haber más resistencias a que a los palestinos se les garantice el elemental derecho a trabajar y a poseer una casa. Ayer, en Maroun al Ras, los palestinos del Líbano se ganaron una vez más el derecho a vivir con dignidad y poder cuidar de sus familias hasta el Retorno. Mientras los palestinos prosiguen su lucha por sus derechos civiles elementales aquí, en los inhumanos campos del Líbano, ellos y sus defensores, nos sentimos emocionados ante las palabras de Hasan Nasrallah hace unas horas: «Estamos con vosotros, a vuestro lado. Nos sentimos felices con vuestra felicidad y desgraciados por vuestra tristeza, alentamos con vosotros las mismas esperanzas y dolores y nos movemos juntos por el sendero de la resistencia para proseguir con nuestras victorias y liberar toda nuestra tierra y lugares sagrados».
Esperamos de todo corazón que a los refugiados palestinos en el Líbano, después de 63 años, se les garanticen los derechos civiles internacionalmente reconocidos.
Franklin Lamb es autor de «The Price We Pay: A Quarter Century of Israel’s use of American Weapon’s against Lebanon» (1978-2006), disponible en Amazon.com.uk, y de «Hizbollah: A Brief Guide for Beginners». Ha participado en las investigaciones de la Comisión Kahan sobre la masacre de Sabra y Shatila. En la actualidad, se encuentra en el Líbano investigando. Puede contactarse con él en: [email protected]