Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Carlos Fernández de Cossío, director general para EE.UU. del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, acusó recientemente al gobierno de Estados Unidos de “terrible decadencia moral”. Su comentario respondía a las amenazas estadounidenses contra las naciones que habían solicitado la asistencia de Cuba para confrontar la pandemia de Covid-19. Dicho funcionario criticó asimismo la escasa preparación para la epidemia en Estados Unidos.
Su crítica se alejó de las habituales denuncias por abusos imperialistas y plutocráticos. Al sugerir que los líderes estadounidenses ignoran los valores humanos más básicos, el diplomático se aventuró en aguas profundas.
Lo cierto es que las decisiones que EE.UU. ha tomado sobre la pandemia de Covid-19 y sobre algunas de sus intervenciones en el exterior demuestran la fácil aceptación de las muertes humanas en el primer caso y la planificación de las mismas en el segundo. Las implicaciones no son triviales: “el precepto `no matarás´ es probablemente el principio moral y legal básico de cualquier sociedad”, en palabras de un académico que estudia las diversas racionalizaciones del asesinato.
El 24 de marzo, el presidente Donald Trump declaró que las medidas para ralentizar la propagación del Covid-19 se relajarían el 12 de abril, que el público estadounidense podría volver a trabajar y que la economía se recuperaría en esa fecha aunque, probablemente, la epidemia continuaría y seguiría muriendo gente. Ese mismo día, Bloomberg News informó de que “los grandes empresarios de EE.UU. se están impacientando con el parón de la economía nacional” y respaldan al presidente Trump.
Su amigo del alma y vicegobernador de Texas, Dan Patrick, afirmó el 23 de marzo que el “se arriesgaría” con tal de preservar Estados Unidos “para sus hijos y nietos” y que estaría dispuesto a morir junto a otras personas mayores por el bien común, según él lo ve.
Trump se retractó posteriormente, afirmando que sus palabras habían sido “una aspiración”. Pero el jefe de Estado y primer defensor del capitalismo había demostrado que, para él, la supervivencia humana va por detrás de los imperativos del capital.
El gobierno de Estados Unidos está acostumbrado a dejar morir a la gente. En Afganistán, las bombas norteamericanas caían del aire y los transeúntes morían. En la década de los 90, los estrategas del Pentágono aceptaron que el pueblo iraquí moriría a causa de las sanciones económicas que estaban imponiendo. La muerte de 500.000 niños en aquel país “valía la pena”, en palabras de la Secretaria de Estado Madeleine Albright.
Los sucesivos gobiernos han tratado de la misma manera a Cuba, Irán o Venezuela. En 1960, los dirigentes cubanos sabían lo que se le venía encima a su gente. Una circular del Departamento de Estado de aquel año propugnaba “una línea de acción que […] haga todo lo posible para impedir el envió de dinero y suministros a Cuba, reducir el valor de los salarios reales y llegar al hambre y a la desesperación que provoque el derrocamiento del gobierno”. Pero afortunadamente apenas han muerto cubanos a causa del bloqueo económico. El gobierno de la isla no ha dejado piedra sin remover para proteger todas las vidas.
Nota al margen: Puede que la escasez por sí sola no sea suficiente para provocar la desesperación que exige una rebelión. Quizá sea necesario que la gente tema por sus vidas. La clave puede estar en que muera gente a su alrededor.
En Irán, actualmente, hay un empeoramiento de las condiciones. El 26 de marzo, el gobierno de EE.UU. incrementó la severidad de las sanciones, principalmente en lo relativo a los transportes por barco, la construcción y la industria química. El miedo que crea la pandemia de Covid-19 presta buen servicio a los propósitos estadounidenses. Irán tiene en su haber en estos momentos el 11,2 por ciento de las muertes por Covid-19 en el mundo. El Secretario de Estado Mike Pompeo declaró en febrero que “las cosas han empeorado mucho para los iraníes, y estamos convencidos de que eso hará que el pueblo se levante y cambie el comportamiento del régimen”.
Para Venezuela, la combinación de pandemia y sanciones resulta terrible. A mitad de febrero el gobierno de EE.UU. sancionó a la petrolera estatal rusa Rosnef por haber supuestamente transportado 55 millones de barriles de petróleo para la compañía petrolera venezolana PDVSA.
Como consecuencia de las sanciones, la producción diaria de petróleo venezolana, ya reducida, cayó un 50 por ciento entre 2017 y 2019. Las ventas de petróleo proporcionan al gobierno de Venezuela el 90 por ciento de sus ingresos y la exportación de crudo paga el respaldo social. Ya se ha documentado la muerte de decenas de miles de venezolanos a causa de las sanciones. En estos momentos, parece que “Venezuela está a punto de sufrir un brote masivo [de Covid-19]”. La combinación de sanciones y epidemia que en estos momentos está actuando en Irán, Venezuela y otros lugares “podría matar a decenas de miles [de personas] o a muchas más”.
Hace tiempo que Internet se hace eco de multitud de acusaciones en el sentido de que las sanciones estadounidenses violan el derecho internacional. Esta es una de ellas, elegida al azar, y que apareció en un artículo de una revista médica en 2019: “Las sanciones se ajustan a la definición de castigo colectivo a la población civil, tal y como se describe en el artículo 33 de las convenciones de Ginebra y de La Haya, de las que Estados Unidos es signatario”.
Lo que aquí está sobre el tapete es el déficit de valores morales del gobierno de Estados Unidos. Un editorial del New York Times del 26 de marzo afirmaba que “aumentar las sanciones sobre un Irán que se desangra es moralmente incorrecto y resulta terrible”. En su celo por proteger el capitalismo en crisis, los dirigentes políticos estadounidenses no se detienen ante nada. Que circule la economía aunque mueran las personas. Castigan a las naciones subalternas arrogantes y la gente muere.
La realidad actual de un Estado que acepta sin problemas la muerte de civiles nos retrotrae a los crímenes de los movimientos políticos de extrema derecha en la Europa de comienzos del siglo XX. Los capitalistas preocupados que se agazapan en las estructuras de poder de Estados Unidos están aparentemente a punto de actuar como hicieron anteriormente sus homólogos europeos. Se aferran a la brutalidad y se rinden ante los “simplificadores terribles”, término utilizado en 1889 por el historiador suizo Jacob Burckhardt.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/04/06/donald-trump-capitalism-and-letting-them-die/
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