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Entrevista al periodista Rafael Cid, sobre el periodista y militante de la CNT Eduardo de Guzmán

“Eduardo tenía un compromiso cívico a tiempo completo; estaba siempre con los vencidos”

Fuentes: Rebelión [Foto: Rafael Cid (Radio Klara)]

Formó parte de los derrotados en la guerra española de 1936. El escritor y militante anarcosindicalista Eduardo de Guzmán (Villada, Palencia 1908-Madrid 1991) pasó por los campos de concentración fascistas de Los Almendros y Albatera (Alicante); un consejo de guerra le condenó a muerte en 1940 –la pena le fue conmutada al año siguiente- e ingresó en prisión. Represaliado en el oficio de periodista hasta la Transición, su experiencia de reportero durante la guerra puede leerse en la llamada “trilogía” –La muerte de la esperanza; El año de la victoria y Nosotros, los asesinos-, publicada por primera vez en los años 70. En 2021 se cumple el 30 aniversario de su fallecimiento.

El periodista Rafael Cid conoció en la cercanía a Eduardo de Guzmán. Actualmente colabora como analista en Radio Klara y el periódico Rojo y Negro, del sindicato CGT. Al final de los años 70 editó la revista Historia Libertaria. En la década de los 80 Rafael Cid publicó reportajes de investigación en la revista Cambio 16, por ejemplo sobre la “guerra sucia” contra ETA, el denominado “síndrome tóxico” por el aceite de colza o la corrupción policial respecto al caso Nani. Es prologuista de La muerte de la esperanza en la edición de El Garaje, de 2006. La siguiente entrevista se realiza por correo electrónico.

-¿Qué espacios de militancia y periodismo compartiste con Eduardo de Guzmán?

La diferencia de edad, Eduardo era un veterano con muchas horas de vuelo y yo un joven con demasiadas pretensiones, nunca supuso extrañamiento generacional ni serios desencuentros. Al contrario, era mucho más lo que nos unía que lo que nos separaba. Los de su quinta contemplaban el bullicio anarquista de los jóvenes con enorme ilusión y nosotros buscábamos en “los viejos” las vivencias silenciadas por la dictadura. Lo expresaba a la perfección aquel  “Ánimo, abuelos, que ya volvemos” con que saludábamos desde la portada del primer número de periódico CNT en la transición.

Ambos, cada uno a su manera, estuvimos comprometidos con el relanzamiento del movimiento libertario. Empeño que se materializó en la reconstrucción de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en los inicios de los años setenta. En ese sentido, representábamos una simbiosis entre la militancia confederal y el trabajo periodístico. Todo ello con el afán puesto en la conquista de los valores democráticos, la plena recuperación de las libertades y la primacía de la solidaridad. En consecuencia, los dos participamos en la fundación del sindicato de Artes Gráficas de la CNT y en otras actividades orgánicas. Eduardo, que había sido el último director de Castilla Libre, órgano de la Regional Centro de la CNT, simbólicamente me “pasó el testigo” cuando asumí la misión de organizar el Castilla Libre de la nueva etapa.

-¿Le pediste ayuda?

En el plano ya más directamente profesional, Eduardo fue mi Wikipedia particular (el Espasa, decíamos entonces), solucionando cualquier duda o laguna que se me presentara en el trabajo  periodístico. Su gran cultura y amplitud de conocimientos encandilaba a propios y extraños. Sobre todo tenía una memoria implacable para todo lo relacionado con los hechos y sucesos de la II República, la guerra civil y los oscuros años que la siguieron. El inmediato y trágico pasado represivo que el franquismo había condenado al ostracismo. A menudo recurría a él para pedirle aclaración sobre algún tema más o menos solapado. Su respuesta era siempre inmediata, entregada y certera.

-¿Qué cualidades humanas y periodísticas destacarías en el escritor anarquista?

La generosidad, la sencillez y la jovialidad eran sus señas de identidad. Y junto a ello, la integridad moral y la coherencia como norma de conducta. El factor humano fue siempre lo descollante de su trayectoria, por encima y delante de su talento como escritor y periodista, condición de la que nunca presumió. Su trilogía sobre la guerra y la postguerra (“El año de la victoria”; “La muerte de la esperanza”; y “Nosotros los asesinos”) se ha equiparado con la obra de Primo Levi sobre su experiencia en los Lager nazis (“Si esto es un hombre”; “La Tregua”; y “Los hundidos y los salvados”), aunque personalmente creo que está más cerca de la descripción de las penalidades en el Galug que hace Varlam Shalámov en su colosal “Relatos de Kolimá” (en el universo concentracionario soviético nunca hubo el genocida exterminio étnico).

Pero en el caso de Eduardo al lúcido memorialista se unía el compromiso cívico a tiempo completo. Siempre estuvo con los vencidos sin doblez ni miramientos, porque él era orgullosamente uno de esos vencidos. Después de serle conmutada la pena de muerte, en un juicio donde tuvo por compañeros de banquillo al poeta Miguel Hernández y al dramaturgo Buero Vallejo, continuó beligerante en sus convicciones. Formó parte del V Comité Nacional de la CNT en la clandestinidad en los años cuarenta, cuando exponerse a dar ese paso podía pagarse muy caro.

-¿Conociste en la Transición a otros veteranos periodistas de la tradición republicana o libertaria? ¿Qué aprendiste de ellos?

El término “periodista” se me antoja bastante elitista aplicado a este periodo de la postguerra y en concreto al grupo de librepensadores republicanos, muchos de ellos autodidactas de muchos quilates. Al propio Eduardo de Guzmán le impidieron durante años figurar con su nombre en las publicaciones donde colaboraba. Sin el carnet de prensa oficial, considerado el requisito para entrar en un medio informativo, oficial o privado, se vio obligado a ejercer desde la clandestinidad intelectual y el exilio interior. No era el único caso. Otros destacados periodistas anarcosindicalistas, como Gregorio Gallego (el gran narrador de la defensa de Madrid), José Peirats (autor de  “La CNT en la revolución española”, obra de referencia en su género) o José García Pradas (antiguo director de “CNT” y “Frente Libertario”), tuvieron que reinventarse profesionalmente para ganarse el sustento. En todos ellos siempre la conciencia ética era la ley suprema.

Foto: Eduardo Guzmán (La Comuna)

-¿Consideras vigente a Eduardo de Guzmán en una época de vértigo informativo, primacía de lo audiovisual e impacto de las nuevas tecnologías y las redes sociales?

Los medios tecnológicos son herramientas. Medios que configuran fines. Aunque lo importante es que el medio no fagocite al objetivo hasta suplantarlo. Porque el propósito siempre es el mismo: ofrecer a la sociedad civil la información y los posicionamientos necesarios para poder interpretar el mundo cabalmente. Y así zafarse de la ignorancia programada desde las instancias de poder para hacernos más dóciles y vulnerables. Sócrates, el padre de la filosofía jamás escribió una línea. Su legado fue estrictamente oral, diálogos: el logos en acción y socializado. Desde ese aliento inicial la humanidad se puso de pie.

-Una parte de los periodistas actuales se hiperespecializan y tratan de valorizarse. ¿Fue, por el contrario, el autor de La muerte de la esperanza un periodista de vasta cultura y todoterreno, capaz de escribir sobre múltiples contenidos?

A las pruebas me remito. No solo escribió esa trilogía que está considerada como una de las crónicas más veraces de la contienda y la barbarie que siguió, desde el punto de vista de los derrotados. Sino que dejó un cestón de libros y reportajes acerca de muchos de los acontecimientos de impacto social. Citaré solo “Mi hija Hildegart”, ahora espléndidamente reeditada por La Linterna Sorda; “1930 Historia de un año decisivo”; “España entre las dictaduras y la democracia”; o “La Segunda República fue así”, libro al que la editorial Planeta debió quitar la franja con la bandera republicana con que se iba a publicar para salvar la hostilidad de la censura.

Entre otros textos, como una historia política de España a través de la fiesta de los toros o el medio millar largo de novelas del oeste y del FBI de quiosco que escribió bajo seudónimo cuando tenía vetado el acceso  a las redacciones. Folletines de a duro (cinco pesetas de entonces) con un toque ácrata, donde los servidores de la ley y el orden aparecen como individuos poco fiables y zotes, mientras “los malos” destacan por rasgos de integridad, humanidad y apoyo mutuo. Paradójicamente Eduardo fue un  proscrito en España al que los medios más influyentes de Europa dieron el Premio Internacional de Prensa en 1975 por “La muerte de la esperanza”, valorado como el libro político más importante del año en el continente.

-La Fundación Anselmo Lorenzo ha organizado una exposición y coloquio sobre de Guzmán en el 30 aniversario de su fallecimiento. ¿Constituye éste homenaje una excepción? ¿Ha habido un silenciamiento en torno al periodista y sus textos en los medios convencionales?

No es una excepción, pero tampoco la regla. Tradicionalmente, la izquierda autoritaria ha sido bastante sectaria en el plano cultural, instando un monopolio propio, rancio e intolerante, frente al discrepante. Sin aceptar más crítica que la políticamente correcta, o sea la que pueda integrar en su acervo ideológico. Con lo que el apagón cognitivo se termina imponiendo, despojando a la verdadera izquierda de uno de sus principales atributos. Es como asfixiar al jilguero que avisa del peligro de una explosión de grisú en la mina. Hoy mismo, seguramente no hay ningún partido ni sindicato que tenga abiertos más ateneos y publicaciones que las huestes del nomadismo libertario. Y sin embargo apenas aparecen en los medios convencionales. Quizá porque muestran la capacidad creativa de una sociedad civil que se precie, autónoma e independiente, sin más ayudas y recursos que los que nacen del propio esfuerzo personal y la afinidad cooperativa.

Una emisora como Radio Klara, con más de 35 años emitiendo todo el día y durante toda la semana, es ignorada olímpicamente. El propio Eduardo fue víctima de esta obsolescencia ideológica a raíz de la concesión del Premio Internacional de Prensa. La secretaria del jurado, una persona estrechamente vinculada al Partido Comunista Francés (PCF), se inventó que el gobierno le impedía salir al extranjero para evitar que fuera a París a recoger la distinción. Seguramente no convenía que los franceses vieran que en la oposición a Franco había también muchos anarquistas y no solo comunistas. Máxime cuando los tres libros citados habían sido publicados libremente en España entre 1973 y 1975 por el editor Gregorio del Toro. La mecha del mayo del 68 estaba aún viva en el imaginario colectivo.  Convertir al adversario político en enemigo a batir ha sido siempre la divisa de los totalitarismos y el pensamiento único.

-Por último, ¿qué parte de la biografía y obra de Eduardo de Guzmán recomendarías a un joven periodista que busque referentes?

Cualquier libro de Eduardo, situado en su contexto histórico, es un ejercicio de periodismo-verité. Sin adornos, postureos o prebendas: ver, oír y contarlo sin realidades paralelas. Para que pueda formarse una verdadera opinión pública autónoma y solvente. No como ahora ocurre con tanta frecuencia. Que a pesar de estar enredados en la sociedad de la información, lo que pasa es que no sabemos lo que en realidad pasa. La que llamamos opinión pública suele ser una franquicia de una opinión publicada mercenaria. Somos ventrílocuos de unos medios que, en buena medida, dependen de poderes fácticos e institucionales: partidistas, gubernamentales, ideológicos o empresariales. Dominar hoy es hacer que pensemos por cuenta ajena “por nuestro propio bien”.