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Educación para la ciudadanía

Fuentes: Rebelión

  Al igual que otras tantas campañas a la contra que ha realizado la derecha desde el inicio de la transición (divorcio, interrupción voluntaria del embarazo, matrimonios entre homosexuales, etc.), la que se está llevando a cabo sobre la asignatura Educación para la ciudadanía pronto caerá en el olvido. Cuando hayan transcurrido unos pocos años, […]

 

Al igual que otras tantas campañas a la contra que ha realizado la derecha desde el inicio de la transición (divorcio, interrupción voluntaria del embarazo, matrimonios entre homosexuales, etc.), la que se está llevando a cabo sobre la asignatura Educación para la ciudadanía pronto caerá en el olvido. Cuando hayan transcurrido unos pocos años, quizás meses, veremos que ni la familia ni la escuela se han descompuesto por la introducción de esta materia.

Educación para la ciudadanía pretende, tal y como se explicita en los decretos correspondientes de enseñanzas mínimas, formar a los niños y adolescentes en el conocimiento de nuestro ordenamiento constitucional y nuestro marco de convivencia democrática, conocer los derechos humanos, desarrollar la autoestima, etc. Para ello propone, y es una lástima que no se plantee lo mismo para el resto de las asignaturas, que esta materia se imparta de modo que se promueva la deliberación en clase entre el estudiantado. Por otro lado, se trata de una asignatura existente en prácticamente todos los países de la Unión Europea, incluyendo a la recalcitrante Polonia. No es, por tanto, un invento del actual gobierno.

¿Dónde está el quid de la cuestión? Lo que más preocupa a la jerarquía eclesiástica es que en los libros -pese a que en los decretos más arriba mencionados nada se dice específicamente al respecto- se hable de que hay distintos tipos de familia, una de las cuales es la constituida por personas del mismo sexo. Que esto se diga no es más que respetar la legalidad vigente, le guste o no le guste a algunos.

Aducir que la educación solo debe tener lugar en la familia, que es la familia el único sitio donde los niños y adolescentes deben oír sobre estos temas es una aberración. En primer lugar, la escuela tiene como función no solo instruir -la mera adquisición de conocimientos supuestamente neutros- sino también la de educar. Ello es así porque es la única institución en que es posible conocer al otro, al que no es como tú -tarea que a la fuerza o de grado cumple mejor la enseñanza pública que la privada-, es decir, asentar las bases de la convivencia. De no ser así no tendríamos una sociedad, tendríamos tribus o clanes -lo que, por ejemplo, no deseamos para los gitanos tradicionalistas-. Ya Kant planteaba que la escuela debía ser capaz de ir más allá de los particularismos de las familias -por muy buenos que estos pudieran ser-.

En segundo lugar, la enseñanza debe promover -en todas sus asignaturas- la libre circulación de ideas. ¿Es que los niños y los adolescentes deben quedar recluidos en el silencio? Con independencia de que existiera Educación para la ciudadanía, ¿no se va a hablar en los centros escolares de las familias homosexuales, de las células madre o de lo que fuere?, ¿o es que los profesores se limitan a seguir fielmente los contenidos de los libros de texto y no se apartan ni un milímetro de su guión? Y, ¿qué ocurrirá en aquellos heroicos centros que simplemente no utilizan libros de texto? Dirán los padres católicos a los profesores de sus hijos sobre qué cosas se puede hablar y sobre cuáles no.

Un apunte marginal, pero importante. Hasta ahora hemos leído sobre los contenidos de los libros de texto. Sin embargo, a los profesores -tan proclives a inundar la sección de cartas al director de la prensa escrita para otros temas- apenas se les oye. ¿Van a ser unos adoctrinadores como algunos temen? O, por el contrario, ¿es la nuestra una enseñanza democrática en la que los estudiantes pueden aportar sus puntos de vista en cualquiera de las asignaturas, sean las Matemáticas o la Historia? Varios de los libros de texto de Educación para la ciudadanía son todo un ejemplo de sectarismo, habitualmente desde posiciones ultraconservadoras, pero también los hay de extrema izquierda.

Tengo en mis manos el libro de texto de la editorial Pearson para la educación secundaria. Con solo una ojeada me resulta difícil pensar quién, en una sociedad democrática, puede oponerse a los aspectos que allí se abordan: los derechos humanos, las sociedades democráticas del siglo XXI, la participación ciudadana, la pobreza, etc.

La lástima es que esta asignatura no haya existido desde mucho tiempo atrás y que se circunscriba a tan solo dos cursos -uno en primaria y otro en secundaria-. 

* Rafael Feito Alonso. Profesor titular de Sociología en la UCM.
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