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Educar en la resiliencia

Fuentes: Rebelión

Uno de los imprescindibles objetivos de una escuela pública debe ser, además de la adquisición por el alumnado de conocimientos necesarios para futuro, desarrollar valores sociales (respeto, responsabilidad, igualdad. empatía, colaboración, solidaridad y resiliencia) que le formen como ciudadano democrático, crítico y comprometido con los problemas de su tiempo. Lógicamente, no sólo en la escuela, […]

Uno de los imprescindibles objetivos de una escuela pública debe ser, además de la adquisición por el alumnado de conocimientos necesarios para futuro, desarrollar valores sociales (respeto, responsabilidad, igualdad. empatía, colaboración, solidaridad y resiliencia) que le formen como ciudadano democrático, crítico y comprometido con los problemas de su tiempo.

Lógicamente, no sólo en la escuela, sino también (y quizás mucho más) en el ámbito familiar y social se deben potenciar estos valores ciudadanos que contribuyan a conseguir una sociedad más democrática, libre, fraternal e igualitaria.

La resiliencia es la capacidad que tiene una persona o un grupo para sobreponerse a traumas vitales (sean personales o sociales), recuperarse frente a la adversidad para proyectarse fortalecido al futuro. Según los especialistas, la resiliencia está muy unida a la autoestima, de tal manera que un niño o niña con una alta autoestima desarrollará una buena capacidad de resiliencia y, por tanto, estará mejor preparado para superar los obstáculos que encuentre en su vida.

Adquirir esta capacidad, la resiliencia, supone por una parte conocer la realidad, las circunstancias difíciles o los traumas que nos afectan, analizarla y tomar partido para sobreponerse y luchar para superar estas situaciones. Esta superación, como una resistencia vencedora de los problemas, en muchas ocasiones, permite desarrollar recursos latentes que la persona no siquiera sabía que los tenía.

Este valor social, la resiliencia, ha tenido una importancia fundamental a lo largo de la historia. Han sido muchas las personas, los pueblos y naciones oprimidos que se han levantado, tomando conciencia de su situación, en contra del opresor o invasor. Algunos han triunfado y logrado liberarse, otros han sido abatidos.

En cuanto a España, no podemos olvidar lo ocurrido en América Latina (la «Conquista»), dónde millones de personas (casi sin posibilidades de respuesta) fueron aniquiladas (pueblos enteros desaparecidos) y que con la excusa de la «cristianización», acabaron con culturas milenarias con el único objetivo de expoliarlos de sus riquezas.

Después de la Guerra Civil, según recoge el escritor y periodista Carlos Hernández de Miguel (» Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas» -Penguin Randon House -) había que sembrar el «miedo» con una feroz represión para evitar cualquier tipo de respuesta. Las posibilidades de los vencidos dentro de nuestro país para oponer una resistencia, resiliencia, quedó anulada (sólo lo hicieron los huidos, los maquis). Los fusilamientos estaban a la orden del día y aquellos republicanos significados por cargos institucionales (políticos o sindicales) eran fusilados en un consejo de guerra sumarísimo. Para los demás se instalaron en nuestro País 296 campos de concentración, repartidos por toda la .geografía. Por ellos pasaron entre 700000 y 1000000 de españolas y españoles, auténticos esclavos, cuyo delito fue defender la legalidad republicana, pertenecer a un partido o sindicato o simplemente «ser familia o amigo de…». Las condiciones de vida eran inhumanas; poca y mala comida, sin posibilidad de curación de enfermedades que las inclemencias del tiempo (el frío, el calor) y las malas condiciones higiénicas desarrollaban. La barbarie, la crueldad y el terror era la forma salvaje de condenarlos, humillarlos y convertirlos en objetos sin ningún tipo de derechos. Muchas y muchos se quedaron en el camino.

La posibilidad de redimirse y hacerse afecto al régimen, por «lavado de cerebro» o para sobrevivir, contribuyó a la salvación -negación de su identidad- de bastantes personas (esto me recuerda lo ocurrido con miles de moriscos y judíos que se quedaron en su país, España, después de las sucesivas expulsiones en los siglos XVI y XVII y se convirtieron al cristianismo para salvar su vida y hacienda).

Estamos atravesando una etapa política, social y económica muy difícil. La última década ha supuesto un enorme retroceso en derechos sociales y laborales. Millones de personas se encuentran en situación de exclusión social (8,6 millones moderada y 4 millones severa), con 15 % de paro (con cerca del 40 % en los jóvenes), con la tasa de empleo temporal más alta de UE (26,9 % y 71 % en los jóvenes), una falta de inversión necesaria en servicios públicos en sanidad (deterioro de la pública, falta de personal sanitario, cierre de camas, demora de intervenciones y especialidades….), en educación (falta de profesorado, cierre de centros públicos, ampliación de los concertados,…), congelación de pensiones, falta de viviendas públicas,…Estas últimas elecciones han supuesto un fuerte retroceso en representación política de los partidos de izquierdas que son los que realmente quieren transformar esta sociedad.

¿Cómo es posible que con esta realidad tan difícil, tan dura para la inmensa mayoría de la población siga el poder político en manos de los que defienden y apoyan este sistema? ¿Cómo se entiende que haya sacado en las últimas elecciones generales la derecha extrema (trifachito) el 43 % de los votos y el PSOE, que no cuestiona esta sociedad casi el 29 %?

Nuestro pueblo tiene poder en potencia para cambiar este complejo escenario. Pero ¿Qué sucede para que esto no ocurra? ¿Resignación, incultura, miedo? El marxista italiano, Antonio Gramsci, dio algunas claves para entender este tipo de situaciones. Decía «hay que hacer más y más política, luchar por la hegemonía en el complejo mundo de la sociedad civil». Para él la hegemonía «es un mecanismo invisible por el cual las posiciones de influencia en la sociedad están siempre controladas por miembros de la clase dominante». Y sigue, «la hegemonía se da sobre todo en el campo de la ideología, como la percepción que cada individuo tiene de la realidad ( valores, ideas, creencias y concepciones sobre lo que los seres humanos y la sociedad son) a propósito del lugar que ocupa cada individuo en esa sociedad». Continúa que «los principales impulsores de la ideología dominante en nuestra sociedad son: la TV (controlada por el poder político y económico), el sistema religioso y la cultura. Éstos mecanismos son la forma fundamental de imponer una ideología hegemónica (cultura oficial) que somete a las clases subalternas (pueblo) que, sin poder de respuesta, quedan excluidos del sistema hegemónico».

Sigue Gramsci afirmando «que para conseguir la dominación cultural (hegemónica) se valen no sólo de los medios aludidos, sino también de la coerción (miedo), con la utilización de los poderes del estado (fuerzas del orden, judicatura, poder económico,…) que controlan. Así una clase (los privilegiados) imponen al resto de la sociedad un sistema de significados propios, acerca de cómo se es y cómo se debe estar en el mundo, imponiendo la clase dominante una hegemonía, visión del mundo que les beneficia. Se trata de educar a los dominados para que acepten el sometimiento como algo natural. Esto lleva a una neutralización de la capacidad de respuesta de las clases populares, convencidas que las propuestas hegemónicas de los poderosos son las adecuadas para mejorar sus condiciones de vida».

Gramsci afirma que para beneficiar a la inmensa mayoría de la población hay que producir un cambio en el modelo de dominación hegemónica. Y dice que «la política está para intentar cambiar la situación existente y tratar de encontrar los elementos que puedan modificar, en una dirección más favorable, la realidad».

Si estamos de acuerdo con Gramsci hay que ponerse en marcha. Debemos partir de un contexto insoslayable y es que hay que movilizar a una base social colectiva, a la inmensa mayoría de la población que está sufriendo los estragos de este sistema y que acepta como natural la hegemonía existente. Será muy difícil pues formar y educar a la ciudadanía, al no contar con medios masivos de difusión, pero se deben utilizar los medios alternativos y con la implicación y el trabajo de muchísimas personas que se encarguen de explicar, si hace falta pueblo por pueblo, barrio por barrio, las propuestas de cambio a la población, se puede lograr. Se deben comprometer los partidos políticos y sindicatos con sus bases movilizadas, también los intelectuales, personas a título individual y las asociaciones y colectivos sociales para emprender, desde hoy, mediante un programa elaborado por una amplia mayoría social, una gran movilización cultural que eduque en la resiliencia y que llegue a todos los rincones.

Indudablemente se debe partir de un análisis riguroso de la realidad existente (la pobreza y la exclusión social, causas estructurales y legales del desempleo, la inversión y los servicios públicos, los derechos laborales, la desigualdad y la violencia de género, la vivienda, la fiscalidad,…) y plantear alternativas serias, creíbles y necesarias, capaces de despertar ilusión, fomentar la autoestima y devolver la esperanza a amplias capas de la inmensa mayoría de la población para que entiendan que son capaces de sobreponerse a los traumas vitales que sufren y recuperarse frente a la adversidad para proyectarse fortalecidas, como una resistencia vencedora de los problemas, a un futuro en el que puedan ser los protagonistas (un nuevo poder hegemónico)..

Para terminar voy a centrarme en esta acepción de la palabra esclavitud «Sujeción excesiva por la cual se ve sometida una persona a otra o a un trabajo u obligación», para denunciar la situación de muchos jóvenes, nuevos esclavos, en nuestro país. El exilio por un empleo en el extranjero de casi dos millones de personas (la mayoría jóvenes), ha maquillado las cuentas, aunque seguimos siendo el segundo país de la UE con el mayor porcentaje de paro. Si analizamos uno de los elementos más sangrantes de la situación del mundo laboral español podemos comprobar que, como he recogido, el drama del empleo temporal marginal y mal pagado afecta a 3 de cada 4 jóvenes. Las reformas laborales y los sucesivos gobiernos han permitido que muchos empleos caigan en una nueva forma de esclavitud. Los empleados jóvenes se ven sometidos a empresarios sin escrúpulos con contratos de horas, días, semanas o meses,…en los que no les pagan vacaciones, ni despidos, ni horas extras y con sueldos de miseria, pero que no pueden rechazar porque no tienen ninguna opción (tienen que comer), ni defensa ante tanto abuso.

Como ya ocurre con otros colectivos jóvenes que denuncian el cambio climático o se han manifestado por una República, creemos necesaria la concienciación y movilización (resiliencia) de estos millones de trabajadores en precario para que sean capaces de luchar por un trabajo digno y unas mejores condiciones de vida.

¡La izquierda debe ponerse en marcha, tenemos tiempo!

Juan García Ballesteros es presidente del Colectivo Prometeo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.