Revisar la página web de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana (USINT-por sus siglas en inglés) depara a veces grandes sorpresas. Entre las más significativas hay que contar, sin duda, el discurso pronunciado por su jefe, James Cason, por el 4 de Julio, Día Nacional de Estados Unidos. El diplomático tuvo […]
Revisar la página web de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana (USINT-por sus siglas en inglés) depara a veces grandes sorpresas.
Entre las más significativas hay que contar, sin duda, el discurso pronunciado por su jefe, James Cason, por el 4 de Julio, Día Nacional de Estados Unidos. El diplomático tuvo un singular arranque de sinceridad al abordar la situación de su país a 228 años de que los Padres Fundadores lo libraran del colonialismo inglés. «El Granma (principal diario cubano) describe a los Estados Unidos como un país azotado por el racismo, la violencia, el desempleo y un pobre sistema educacional y de salud pública», señaló. Cuando parece que va a rechazar de plano tal descripción, Cason sorprende: «Bueno, el Granma no tiene razón en muchas cosas, pero en otras sí».
¿Un desliz verbal? ¿Tal vez el efecto de la canícula de la noche habanera carente desde hace mucho de una lluvia refrescante? Hasta el momento no se sabe. «Los Estados Unidos -reconoció- están muy lejos de ser perfectos». «Millones de norteamericanos no disponen de un seguro de salud. Demasiados niños norteamericanos no reciben una educación adecuada, demasiados viven en barrios donde existe la violencia, demasiados tienen pocas esperanzas de salir de la pobreza», admitió.
El jefe de la USINT aceptó que en EEUU hay trabajadores que pierden su empleo (de hecho más de tres millones en esta administración), pero trató de atribuirlo a «la competencia foránea». Este «modelo» de autocrítica se enreda más adelante en explicaciones que sólo dejan la impresión de que trata de justificar cosas poco justificables como que el traspaso de poder en Iraq es para «ayudar a los iraquíes a construir el país que ellos escojan».
Su lógica llamó la atención a más de un analista, porque la propia prensa estadounidense señala que el flamante equipo instalado en Bagdad carece de todo poder real ante la presencia de decenas de miles de soldados estadounidenses de ocupación. Además, es sabido que el primer ministro designado por Washington (ya que no ha habido mecanismos para que los iraquíes decidan sobre el particular) es un agente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Cason, como es de suponer, se quejó de que el gobierno de EEUU es criticado por inmiscuirse en los asuntos internos de otros países cuando sólo quiere defender los derechos humanos y luchar contra la corrupción en todo el planeta. Al margen de que la amplitud de ese propósito le queda grande, el escepticismo acogió a esa declaración tan reconfortante. El pasado de Washington está lleno de apoyo a dictaduras militares y corruptos. ¿Quién sostiene al régimen de Israel mientras extermina día a día al pueblo palestino? ¿Quién fue el sostén del régimen de apartheid en Sudáfrica? «Jamás renunciaremos -dijo- a nuestra convicción de que todos los hombres han sido creados como iguales».
Muy bien, pero el diplomático representa a un país donde apenas unos años atrás prevalecía una intensa discriminación racial. Todavía hoy, reconocen muchos, no se ha hecho realidad el sueño de un país hermanado que defendía el reverendo Martin Luther King Jr y los afronorteamericanos siguen de ciudadanos de segunda. Y no son los únicos porque la creciente población hispana sólo es recordada por los políticos locales y de Washington en los años electorales para captar sus votos. De tal discriminación no se salvan ni los cubanos que durante algunas décadas recibieron algunos privilegios por razones políticas.
Un reciente paquete de medidas de la administración de George W. Bush confirma que los cubanos también son ciudadanos de segunda. Ahora son la única etnia que sólo puede viajar a su país de origen cada tres años y enviar una cantidad impuesta de dinero (1,200 dólares anuales) a sus parientes, por añadidura, definidos por Washington.
Cason señaló que «las democracias no apoyan a los terroristas ni amenazan al mundo mediante armas de exterminio masivo». De esas palabras, alguien comentó que entonces Estados Unidos, pese a sus reclamos, no es una democracia. Estados Unidos -precisó- fue el único país que no sólo amenazó, sino utilizó armas de destrucción masiva (contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki). Además, el ahora proscrito Osama bin Laden fue creado por Washington cuando la presencia soviética en Afganistán.
En su discurso, Cason negó que Cuba sea una democracia, su propia definición del concepto lo contradijo. «Un gobierno democrático no puede actuar con la misma agilidad que una dictadura, pero cuando un gobierno democrático decide el curso de una acción, está nutrido por el apoyo popular». La Habana ha sido acusada por la propia prensa estadounidense de lentitud en algunos pasos debido a una burocracia (considerados por Cason una peculiaridad de la democracia).
A la vez, Cuba siempre ha decidido después de someter cualquier paso a una amplia consulta con la población. En cambio, en el lado estadounidense hay muchas fallas en ese sentido. Bush mismo no es el resultado de una voluntad ciudadana, sino de una designación del Tribunal Supremo, y mantiene sus medidas contra Cuba, pese a un amplio rechazo entre quienes supuestamente beneficia.
Tal actitud pudiera suscitar risa, según algunos cubanos consultados, si no fuera porque, para citar sólo la historia propia, Bush hace todo al revés, en Afganistán, Iraq y hasta el pequeño Haití. Y los cubanos tienen derecho a opinar porque el informe de 458 páginas de la Comisión para Asistir a una Cuba Libre busca, a todas luces, anexar la isla e imponerle el sistema estadounidense.