Cuando la mayoría de la Cámara de Representantes, 33 demócratas incluidos, votó el jueves por la noche una enmienda que prohíbe pedir observadores de la ONU o de cualquier grupo internacional que controlen las elecciones del 2 de noviembre, la única congresista -negra y de Florida- que se atrevió a levantar la voz fue censurada. […]
Cuando la mayoría de la Cámara de Representantes, 33 demócratas incluidos, votó el jueves por la noche una enmienda que prohíbe pedir observadores de la ONU o de cualquier grupo internacional que controlen las elecciones del 2 de noviembre, la única congresista -negra y de Florida- que se atrevió a levantar la voz fue censurada.
El representante republicano por Indiana, Steve Buyer, quien propuso la votación contra la solicitud de 13 congresistas a la ONU para evitar el fraude y el caos de 2000, acababa de definir su curioso concepto de control: «Le damos la bienvenida a América para que observe la integridad de nuestro proceso electoral, pero no pedimos que Naciones Unidas venga con sus observadores a nuestros colegios electorales».
«Vengo de Florida, donde usted y otros participaron en lo que yo llamo el golpe de Estado de EEUU», replicó entonces Corrine Brown, representante demócrata por Jacksonville, «necesitamos asegurarnos de que esto no pase otra vez. Una y otra vez después de las elecciones, cuando robásteis las elecciones, habéis vuelto aquí y dicho: ‘superadlo’. No, no vamos a superarlo. Y queremos una verificación del mundo».
En 2000, un afroamericano en Jacksonville, la mayor ciudad de Florida, tenía un 20% menos de posibilidades que un blanco de Miami de que su voto fuera contado. La mayoría de los 185.000 votos nunca considerados provenían de comunidades con un 70% de población afroamericana.
En todo el país, George W. Bush recibió sólo un 9% del voto negro, un récord a la baja incluso para un candidato republicano. Según un estudio del Miami Herald, precinto por precinto, si se hubieran contado todos los votos, Gore habría ganado Florida y, por lo tanto, las elecciones por un margen de 23.000 papeletas. El Congreso admitió meses después que los votantes negros habían sido «privados de su derechos».
La respuesta de la Cámara de Representantes, que aprobó por 243 a 161 la enmienda para que ningún representante oficial pueda solicitar la intervención de Naciones Unidas (que ya ha contestado que, para controlar las elecciones, necesitaría la petición del Gobierno, no de congresistas), fue censurar a Brown.
Sus palabras fueran borradas de la trascripción de la sesión y no se le permitió volver a hablar en todo el día frente a la Cámara. 219 congresistas, también demócratas, votaron a favor de esta disposición para acallar a Brown.
La sesión del jueves recordó a aquella de enero de 2001, cuando los miembros de la Cámara de Representantes afroamericanos denunciaron en el estrado, uno tras otro, que sus comunidades habían sido privadas de su derecho al voto. Al Gore, que presidía el Congreso como vicepresidente saliente, los mandó sentar y ningún senador apoyó su denuncia, bajo las instrucciones de los líderes demócratas.