Recomiendo:
0

El arma más poderosa

Fuentes: Rebelión

Las cinco o seis mujeres que todos los meses mueren a manos de sus parejas en el Estado español, no son sino la expresión más brutal de una implacable y generalizada guerra de géneros (o mejor dicho, de la implacable y generalizada opresión de un género por el otro); en una sociedad tan machista como […]

Las cinco o seis mujeres que todos los meses mueren a manos de sus parejas en el Estado español, no son sino la expresión más brutal de una implacable y generalizada guerra de géneros (o mejor dicho, de la implacable y generalizada opresión de un género por el otro); en una sociedad tan machista como la nuestra, es inevitable que los malos tratos infligidos a mujeres constituyan una práctica sistemática y casi siempre impune, y cuando las agresiones se cuentan por miles o millones, es una mera cuestión probabilística que algunas resulten mortales.

Análogamente, el asesinato de un joven antifascista por un soldado profesional no es, en última instancia, sino la expresión más brutal de una implacable y generalizada lucha de clases, como lo son tantos episodios difundidos por los grandes medios en los últimos tiempos y tantos otros que los grandes medios nunca difundirán. Todos hemos visto o vislumbrado en nuestros televisores a un antidisturbios abriéndole la cabeza a una joven estudiante que estaba hablando por teléfono, o a un heroico defensor de nuestras fronteras pateando a un africano caído en el suelo tras intentar saltar la valla de la vergüenza, o a varios mossos d’esquadra apaleando a un detenido esposado, o a un grupo de guardias civiles matando a golpes a un ciudadano que había ido a poner una denuncia… Los que protestan, los inmigrantes, los pequeños delincuentes, los okupas, los marginados, los nacionalistas de izquierdas, los «antisistema»: estos son los nuevos enemigos de los burgueses de siempre, y hay que combatirlos por todos los medios.

Los medios «normales» para combatir a quienes se supone que alteran o amenazan el orden establecido son, por definición, las fuerzas de seguridad del Estado¸ pero para algunos no son suficientes. Un fascista es un burgués asustado, y en esta esquina de la vieja Europa que es a la vez la puerta física de África y la puerta cultural de Latinoamérica, hay muchos burgueses asustados, para quienes el lucrativo negocio de explotar a los inmigrantes y a los jóvenes no compensa la supuesta amenaza que ciertos inmigrantes y ciertos jóvenes representan. Y así, en sus excesos, la extrema derecha va a menudo en contra del mismo «orden» que pretende defender, y eventualmente es reprimida por los poderes establecidos; pero no nos engañemos: los neonazis, los ultraderechistas, no son un tumor del sistema sino una hipertrofia, su prolongación natural e inevitable, del mismo modo que la violencia de género es la prolongación natural e inevitable del machismo.

No nos dejemos engañar tampoco por la consabida «teoría de los dos demonios»: una extrema derecha y una extrema izquierda equidistantes del equilibrio social, igualmente violentas, que acaban tocándose en su irracional alejamiento del supuesto Estado de derecho. Los ultraderechistas, los neonazis, son asesinos, y a menudo son amparados o tolerados por algunos sectores del poder y de las fuerzas de seguridad. Los «antisistema» luchan por un mundo más justo, nunca son amparados y rara vez son tolerados por los poderes establecidos, y no son criminales: a lo sumo rompen cajeros automáticos, una respuesta que no parece excesiva ante el asesinato de uno de los suyos, y que alude directamente a la íntima relación entre el poder económico y la violencia fascista.

En esta «España democrática» (las comillas indican el uso irónico de ambos términos) heredera de Franco y de los Reyes Católicos, que llama «fiesta nacional» a la tortura pública de animales y que cada año celebra con una grotesca exhibición de armamento el genocidio de los pueblos de América; en esta España que acepta a un rey impuesto por un dictador y que llama democracia a un pacto entre oligarcas, podemos tener la certeza estadística de que seguirán muriendo mujeres a manos de sus parejas, detenidos a manos de sus torturadores, jóvenes antitotalitarios a manos de fascistas.

Pero podemos hacer algo para evitarlo, algo más eficaz que romper los cajeros automáticos y los escaparates de la sociedad de consumo. Podemos unirnos, como se unieron, en un Frente Popular, las fuerzas «antisistema» de hace tres cuartos de siglo; como se unieron poco después los escritores y artistas de izquierdas en una Alianza de Intelectuales Antifascistas. Tenemos la Red y tenemos la calle, y somos muchos y muchas, cada vez más, y mucho mejores que nuestros enemigos, los enemigos de los pueblos del mundo. Ellos tienen la segunda arma más poderosa, que es el dinero; pero nosotros tenemos la primera, que es la razón.