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Cronopiando

El cambio climático

Fuentes: Rebelión

Al margen de esa vieja costumbre de culpabilizar de la gripe a las aves, de imputar la locura a las vacas y de reprochar al clima su cambio, el mal llamado «cambio climático» va a afectar la vida del planeta, tal y como la conocemos, en todos sus órdenes. Y de las consecuencias, de las […]

Al margen de esa vieja costumbre de culpabilizar de la gripe a las aves, de imputar la locura a las vacas y de reprochar al clima su cambio, el mal llamado «cambio climático» va a afectar la vida del planeta, tal y como la conocemos, en todos sus órdenes.

Y de las consecuencias, de las que apenas si comenzamos a padecer las primeras y tímidas muestras, nadie va a resultar inmune. Cálculos optimistas sitúan en el 2060 la desaparición de las capas polares. Paralelamente otros fenómenos, muchos de los cuales ni siquiera prevemos, irán no sólo «desnaturalizando» nuestro «estilo de vida» sino haciendo inviable cualquier otra posible alternativa, en la medida en que no se enfrente la causa.

Y es en ese «estilo de vida», absurdo y depredador, que permite que el 5% de la población mundial dilapide los recursos del resto, en donde hay que buscar al responsable de los cambios que están en marcha.

Curiosamente, los mismos intereses y personajes que han propiciado el caos, que han comprado el silencio de parte de la comunidad científica y de los medios de comunicación para evitar que el mundo tome conciencia y que, en modo alguno, están interesados en cambiar las recetas desarrollistas que nos venden como progreso, pretenden erigirse ahora en la salvaguarda del planeta.

Otra buena razón, sin duda, para entender que la humanidad no va a llegar a tiempo de evitar que el tumor haga metástasis.

El ritmo del deterioro multiplicará sus propios efectos y las consecuencias terminarán siendo inevitables. Algunos de nosotros y nuestros hijos serán testigos del desastre.

Antes, en estos días, entre los muchos cambios que se avecinan y cuya gravedad no acabamos de entender, hay uno, el más intrascendente de todos, que a mí me fascina: la relatividad que va a cobrar el tiempo.

Y no es que las horas vayan a disponer de más o menos minutos, que los días sufran la pérdida de alguna hora, o reduzcamos a 2 los meses del año… es que, el mentado «futuro» nos va a quedar tan cerca, tan encima, tan en medio, que invocarlo o suponerlo va a ser un absoluto desperdicio.

Hemos vivido siempre en la certeza de que el tiempo era nuestro, al igual que el planeta, y en uno y otra hemos cifrado proyectos, calendarios, festividades, sentencias, historias, hijos… Pronto nada de ello tendrá ya sentido.

Y serán los bancos los primeros en quebrar cuando a nadie asusten ya con sus medidas legales y abogados, con sus desahucios, hipotecas y otras represalias. Nadie, aunque lo amenacen con enturbiar aún más su historial financiero, va a privarse de responder a una necesidad inmediata por cumplir con la codicia de una entidad bancaria y no exponerse aún más a sus futuros intereses.

Los que tengan sus ahorros en manos de bancos y financieras, a falta de futuro que asegurar, dejarán vacías las cajas fuertes para mejor aprovechar los días que les resten o invertir en una huída imposible.

Si con algún concepto está identificado un banco (además de todos los que subraya el código penal) ese es «futuro». Ahorramos para el futuro, guardamos nuestro dinero en un banco para preservar y multiplicar el patrimonio en algunos años. Si desaparece el futuro como destino, también desaparece el ahorro como medida. A partir de que los bancos no dispongan de depósitos tampoco podrán hacer préstamos u otras operaciones e, inevitablemente, irán todos a la quiebra. Ni siquiera un mundo como el actual, sin futuro al que encomendarse, va a necesitar bancos.

Por parecidas razones desaparecerán las empresas aseguradoras y todas aquellas que emplacen al futuro como negocio. Y de la mano de la banca cerrará la Bolsa a falta de futuro e inversionistas.

Y porque la vida no se percibe de la misma manera desde la confianza en un futuro seguro que desde su desolada ausencia, también se extinguirán todas aquellas empresas cuya razón de ser no sea vital, aquellas que nada aportan al desarrollo humano que no sean los beneficios que dejan a sus dueños.

La industria de la guerra, sus armas y ejércitos, además de sin sentido también se quedará sin pretextos. Nadie va a librar una batalla, así se le garantice la victoria, la víspera de perder la guerra.

Las instituciones de justicia, sigan o no administrándola, tendrán que esmerarse en sus sentencias e hilar bien fino para no cometer el exabrupto de condenar a nadie a penas que no sean superiores a las que el «cambio climático» nos remita al resto. Cualquier condena a más de cien años de cárcel, incluso la perpetua, al margen de la longevidad del preso, va a resultar una humorada. Y no es verdad que una sociedad presa de un cambio climático de funestas consecuencias va a seguir entretenida en la custodia de nadie.

Los partidos políticos del sistema, que siempre han tenido en el futuro su mejor coartada y negocio, perdida la referencia, se quedarán también sin cargos, sin nombramientos, sin comisiones, sin beneficios, sin nuevas elecciones y, lo que es peor, sin clientes, porque ningún partido va a poder ofrecer una respuesta creíble al naufragio universal.

Las iglesias serán las únicas empresas a las que acudirán en masa las almas en busca de consuelo y explicaciones. Se llenarán los templos de arrepentidos, de beatos, también de descreídos, pero no encontrarán a nadie porque los fariseos que las administran, que nunca han creído en el futuro, huirán a tiempo en un nuevo Arca de Noé, dispuestos a sembrar la palabra de Dios en otro espacio.

Y Dios, harto de que los humanos decidamos por él, como castigo, dispondrá el fin del mundo y enviará a sus ángeles y arcángeles para que toquen las trompetas del Apocalipsis anunciando el juicio final… pero llegará tarde.

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