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El cambio climático

Fuentes:

El actual no es el primer periodo de calentamiento del planeta, pero sí es el primero en que una de las causas relaciona directamente la actividad humana. Hace 66 millones de años, en el Cenozoico, y luego de una larga etapa de glaciaciones de 530 millones de años en el Precámbrico, el clima empezó a […]

El actual no es el primer periodo de calentamiento del planeta, pero sí es el primero en que una de las causas relaciona directamente la actividad humana. Hace 66 millones de años, en el Cenozoico, y luego de una larga etapa de glaciaciones de 530 millones de años en el Precámbrico, el clima empezó a calentarse. Muchas de las regiones que hoy son áridas o semiáridas eran húmedas. Los cambios climáticos se daban de forma natural y algunos de ellos favorecieron la creación de la vida.

Sin embargo, en el Cenozoico y entre los siglos siete a quince de la era moderna cuando las temperaturas aumentaron, el efecto invernadero respondía a un ciclo natural, en el cual los gases presentes en la atmósfera eran capaces de almacenar radiación de onda larga, es decir, calor. Pero el fenómeno actual está mediado por una intensa actividad productiva y tecnológica del hombre, lo que podría acelerar el proceso de calentamiento a niveles desconocidos.

Expertos del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático [3] predicen que la temperatura de la tierra podría aumentar en 5,8°C durante el presente siglo, mientras que ese comportamiento en el siglo XIX fue de 0,5°C. Por su lado, John Houghton [4] afirma que el alza de temperatura se ha convertido en una especie de arma de destrucción masiva, y explica que «no es una amenaza futura» sino una realidad presente. En efecto, los primeros seis años del siglo XXI fueron los más calientes de los últimos 100 años. Toda esta situación radica en las altas concentraciones de dióxido de carbono, metano, óxido nitroso y clorofluorocarbonos.

Las consecuencias de un aumento tan alto de temperatura serían el descongelamiento de los casquetes polares del Ártico y la Antártida, aumento del agua en los mares en 50 centímetros y desaparición de amplias zonas costeras del mundo que afectarían la economía de 40 países y desplazarían a 200 millones de personas [5] .

Adicional a ello, el efecto invernadero al que asiste la humanidad variaría sustancialmente la distribución actual de los recursos hídricos, incrementaría el régimen de lluvias en algunas zonas secas, alteraría la agricultura y llevaría a la desertización a algunas regiones que hoy son ricas en bosques.

La situación es tan crítica, que el interés de la comunidad internacional es lograr que la injerencia antropogénica disminuya ostensiblemente, controlando la emisión de gases de efecto invernadero, especialmente el CO2, que aporta el 55% al calentamiento del planeta debido a la deforestación, la producción de energía eléctrica y el uso de los automotores movidos con combustibles fósiles.

Para lograr que se cumplan los objetivos de controlar las emisiones de efecto invernadero, se firmó el Protocolo de Kioto en 1997, pero los avances logrados desde entonces son escasos y frustrantes. Sólo hasta febrero de 2005 se logró poner en marcha, de manera oficial y con cláusulas vinculantes, este compromiso internacional. Uno de los pocos escenarios en los que se han tomado decisiones es en la prohibición de los gases clorofluorocarbonados (CFC) en Europa y Estados Unidos, la que empezó a operar luego de firmarse el protocolo de Montreal de 1987 y ratificado en Kioto diez años después. En las naciones en desarrollo este gas sigue comercializándose, debido a que las grandes fábricas están vendiendo su stock de refrigeradores que funcionan con base en él, así como aerosoles que lo tienen como propelente. Los CFC contribuyen con el 10% del calentamiento global, según estadísticas de la Atomic Energy Agency del Reino Unido, o sea, algo así como 700.000 toneladas anuales arrojadas a la atmósfera.

El control del aumento de la temperatura en el planeta no depende sólo de la reducción de los gases con efecto invernadero, sino de la interacción entre el aire, el océano y los hielos polares, que mantienen un intercambio de calor y constantes flujos de energía. Cuando la temperatura del aire aumenta, los océanos liberan más CO2 y los ecosistemas húmedos más CH4. Lo que retroalimenta el fenómeno, que se potencia con el incremento de la humedad del aire, y su capacidad de retención de la radiación infrarroja difusa procedente de la superficie. Además, el océano absorbe la energía del Sol y el mecanismo de distribución se hace a través de las corrientes marinas. Es evidente que un aumento en el nivel de las aguas de los océanos hará que el calentamiento global sea más drástico.

Cuando se aborda el tema de los gases de efecto invernadero, hay una predisposición a generalizarlos como dañinos, cuando ellos son los que han permitido que haya vida en el planeta. Si no existieran, la tierra tendría una temperatura promedio inferior a cero grados centígrados, donde muy posiblemente la vida nunca hubiera podido desarrollarse. El calentamiento benéfico de la tierra lo genera la absorción selectiva de la energía solar por el dióxido de carbono, metano, óxido nitroso, ozono troposférico, clorofluorocarbonos y vapor de agua. Ellos son transparentes a la radiación solar de onda corta. Estos gases en pequeñas concentraciones son vitales para nuestra supervivencia.

La crítica que se plantea, es que hay una contribución antropogénica con gases sintéticos altamente dañinos y otros, que a pesar de ser benéficos, se sobreutilizan calentando más de lo necesario el planeta con los gravísimos efectos que se han descrito.

 


[1] Este documento hace parte del libro «Medio Ambiente: educación, comunicación y participación ciudadana» escrito por el autor de la columna y publicado la última semana por la Corporación Autónoma Regional del Risaralda – CARDER.

[2] Economista y Comunicador Social, con estudios de especialización en Medio Ambiente, Ciencias Políticas y Finanzas Privadas

[3] Grupo Intergubernamental para el Cambio Climático de la Organización Meteorológica Mundial y el Programa Ambiental de las Naciones Unidas, donde participan 2.000 científicos de 130 países.

[4]Climatólogo británico, autor del libro «Calentamiento Global: un informe completo»,

[5] Informe presentado por el Centro Hadley para el Cambio Climático de Gran Bretaña, 1998.

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