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¿Soldados descalzos en alta mar?

El culto israelí al victimismo

Fuentes: Counterpunch

Traducido para Rebelión por LB

¿Por qué los israelíes están tan indignados por el escándalo internacional que ha generado el mortífero ataque que su país llevó a cabo la semana pasada contra una flotilla de buques civiles de ayuda a Gaza?

Los israelíes no han respondido de ninguna de las maneras que podíamos esperar. Ha habido muy poco trabajo de introspección acerca de la moralidad -ni que decir tiene de la legalidad- del hecho de que los soldados israelíes invadieran buques en aguas internacionales y mataran a civiles. En general, los israelíes no han tenido ningún interés en formular preguntas comprometidas a sus dirigentes políticos y militares sobre las razones por las que manejaron el asunto de forma tan desastrosa. Y apenas unos pocos comentaristas parecen preocupados por las nefasta consecuencias diplomáticas del incidente.

En lugar de eso, los israelíes están enfrascados en un debate kafkiano en el que el ataque militar contra los barcos civiles se describe como «acto de legítima defensa», como lo llamó el Primer Ministro Benjamin Netanyahu, mientras que el asesinato de nueve activistas humanitarios se transforma en un intento de «linchamiento de nuestros soldados» por parte de terroristas.

Benny Begin, un ministro del gobierno cuyo famoso padre, Menachem, llegó a ocupar el cargo de Primer Ministro israelí después de haber sido lo que hoy llamaríamos «un terrorista», como líder que fue de la milicia Irgun, dijo a BBC World TV que los comandos israelíes habían sido brutalmente atacados después de que llegaran [a los barcos] «prácticamente descalzos». Por su parte Ynet, el más popular sitio web israelí de noticias, informó de que los comandos habían sufrido «una emboscada».

Este extraño discurso sólo se puede descifrar si comprendemos los dos temas, aparentemente contradictorios, que han acabado dominando el paisaje emocional de Israel. El primero es la creencia visceral de que Israel existe para realizar el poder judío; y el segundo es el sentimiento igualmente fuerte de que Israel encarna la experiencia colectiva del pueblo judío como víctima eterna de la historia.

A los propios israelíes no les pasa completamente desapercibido este paradójico estado mental, y a veces se refieren a él como «el síndrome de dispara y llora».

Esa es la razón, por ejemplo, por la que la mayoría de los israelíes piensa que su ejército es «el más moral del mundo». La figura del «soldado como víctima» ha recibido una formulación dramática en el caso de Gilad Shalit, el «inocente» soldado retenido por Hamás desde hace cuatro años que, en el momento en que fue capturado, estaba implementando la ilegal ocupación israelí de Gaza.

Un comentario del periódico israelí Haaretz resumió los sentimientos de los israelíes tras el episodio de la flotilla como «la impotencia de una pobre víctima solitaria enfrentada a la furia de una horda resuelta a lincharla y que siente que está viviendo sus últimos momentos». Esta «psicosis», como la denominó el articulista, no tiene nada de sorprendente: es simplemente consecuencia del sacrosanto lugar que ocupa el Holocausto en el sistema educativo israelí.

Para la mayoría de los israelíes la lección del Holocausto no es una lección de carácter universal susceptible de servirles de inspiración para oponerse al racismo, a dictadores fanáticos, a la rufianesca mentalidad de rebaño que puede apoderarse con excesiva rapidez de cualquier país, o ni siquiera al genocidio patrocinado por el Estado.

En lugar de eso, a los israelíes se les ha enseñado a extraer del Holocausto un mensaje diferente: que el mundo está plagado de un odio antijudío único e inerradicable, y que la única salvación para el pueblo judío reside en la creación de un Estado superpotencia judío que no rinda cuentas a nadie. Para decirlo sin ambages, el lema de Israel es este: sólo el poder judío puede impedir que existan víctimas judías.

Por eso Israel se hizo con armamento nuclear lo más rápido que pudo, y por eso ahora hace todo lo posible para impedir que ningún Estado de la región ponga fin a su monopolio nuclear. Ésa es también la razón por la que la única persona que ha alertado al mundo sobre el programa nuclear israelí, Mordechai Vanunu, siga siendo un paria 24 años después de haber cometido su «delito». Seis años después de haber sido excarcelado para a continuación dejarlo sujeto a una especie de régimen de arresto domiciliario, el acoso al que Vanunu es sometido por las autoridades israelíes -lo volvieron a encarcelar el mes pasado por haber hablado con extranjeros- no ha despertado absolutamente ningún interés ni simpatía en Israel.

Si el abuso constante al que se somete a Vanunu pone de relieve el opresivo anhelo israelí por el poder judío, el sentido de superioridad moral de los israelíes en el caso del ataque de su marina contra la flotilla de Gaza revela la otra cara de su psicosis.

Las coléricas manifestaciones que han barrido Israel contra las denuncias internacionales, los llamamientos hechos para revocar la ciudadanía -o, peor aún, para ejecutar- por traición a la parlamentaria árabe israelí que iba a bordo de la flotilla, y el incesante reciclaje que los medios de comunicación israelíes están haciendo de los testimonios de los soldados explicando cómo fueron «acosados» por los activistas, son prueba de la desesperada necesidad de los israelíes de justificar cualquier injusticia o atrocidad mientras se aferran a la ilusión de ser las víctimas.

Las lecciones extraídas de este episodio -igual que las lecciones que los israelíes extrajeron del informe Goldstone del año pasado sobre los crímenes de guerra cometidos durante el ataque de Israel a Gaza, o de las críticas internacionales por la masiva potencia de fuego desatada anteriormente contra el Líbano- son siempre las mismas: el mundo nos odia y estamos solos.

Si el enfrentamiento con los activistas de la flotilla ha demostrado a los israelíes que los pasajeros sin armas eran realmente terroristas, el rechazo del mundo a permanecer callado ha confirmado lo que los israelíes ya sabían: que todos los no judíos son en el fondo antisemitas.

Por contra, la lección que debemos extraer el resto de nosotros de la mortífera incursión del comando israelí es que el mundo ya no puede permitirse el lujo de consentir tales delirios.

Fuente: http://www.counterpunch.org/cook06092010.html 

rCR