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Trágico aniversario

El desastre de las torres gemelas

Fuentes: Rebelión

Hace unas horas se conmemoró el sexto aniversario de la catástrofe de las Torres Gemelas de Nueva York. Entrevistas, resúmenes, editoriales, reportajes inundaron las páginas de los periódicos y programas de televisión. . Los noticieros internacionales nos ofrecieron imágenes del pánico colectivo, de la histeria, el desorden, la angustia causados en la población por los […]

Hace unas horas se conmemoró el sexto aniversario de la catástrofe de las Torres Gemelas de Nueva York. Entrevistas, resúmenes, editoriales, reportajes inundaron las páginas de los periódicos y programas de televisión. . Los noticieros internacionales nos ofrecieron imágenes del pánico colectivo, de la histeria, el desorden, la angustia causados en la población por los estremecedores atentados. Los símbolos más sagrados del imperio, de su poderío económico y militar fueron vulnerados. Es de lamentar que víctimas inocentes hayan pagado con sus vidas aquél lamentable episodio.

En esa fecha significativa el general Petraeus, jefe de las fuerzas ocupantes de Irak acudió ante el Congreso para informar del desastre de manera optimista. Reclamó la presencia de las 160 mil tropas por un año más y entonces, solamente entonces, se procederá a un retiro de treinta mil soldados, con lo cual aún quedarían allí 130 mil. Un engañabobos. Una manera de tratar de satisfacer a una población iracunda por el costo sanguinario de esa aventura petrolera de Bush. Algunos ya han apodado a Petraeus como el general Betray us, o sea, el general «traición». Los legisladores demócratas dijeron que la demanda era «inaceptable».

Todos los gobernantes saben, desde Maquiavelo, que es sumamente útil contar con un enemigo, real o imaginario, para consolidar la unidad interna. Según Reagan la Unión Soviética era «el imperio del mal». Siguiendo esa praxis los líderes norteamericanos no cesan de hablar de los enemigos «del mundo libre y la democracia occidental», como autores de los atentados; ya no es posible culpar al comunismo, desaparecido tras la Guerra Fría. Las autoridades estadounidenses se refirieron al intento de destrucción de las conquistas del mundo civilizado, que para ellos es Estados Unidos y Europa. O sea, que los negros africanos y los musulmanes, los asiáticos y los indios no forman parte del patrimonio de la cultura planetaria.

Lo peor es que el pueblo estadounidense se cree esa monserga, se traga esas sandeces, y por esa vía jamás llegarán a entender el mundo en el cual viven. Nadie les habla de las desigualdades que fomenta el sistema que ello proclaman como «el mejor del mundo», ninguno les platica de las hambrunas que causan los desequilibrios del mercado, ni de los analfabetos que jamás han tenido acceso a un programa de educación, ni se les razona sobre los millones de niños que mueren por no disponer de una vacuna. No, todos esos son «los enemigos del mundo libre y la democracia occidental». Por eso el pueblo estadounidense es uno de los más abrumados con la ofensiva informática y, a la vez, uno de los más ignorantes de las verdaderas realidades del tiempo en que vivimos.

Ninguna causa, ningún agravio puede justificar la masacre salvaje desatada contra el pueblo norteamericano, quien en definitiva está pagando con una cuota de sangre los errores de sus gobiernos. Nada podría fundamentar el crimen enorme que se ha cometido. Pero debemos recordar que el terrorismo contemporáneo ha sido alentado y adiestrado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Los secuestros de aviones fueron inventados por la contrarrevolución cubana, incitados por la CIA desde Estados Unidos. Los intentos de liberación nacional en América Central recibieron la respuesta de los «contras» que en Nicaragua y El Salvador asesinaron, dinamitaron y destruyeron la estabilidad política en nombre de la lucha anticomunista. Osama Bin Laden fue entrenado y armado por la CIA para que se opusiera a la invasión soviética en Afganistán. Los talibanes fanáticos son hijos del gobierno estadounidense, fueron empollados y azuzados por los servicios de inteligencia occidentales.

Una vez más el terrorismo se desacreditó como arma política. Nada pudo justificar esa barbarie en la cual fueron sacrificados seres humanos totalmente desvinculados de los problemas del Oriente Medio y de las ambiciones del imperio. Pero también fue una llamada de alerta para que Estados Unidos escuchen a los pobres y discriminados del mundo, a los hambrientos y analfabetos, a los negros, los indios, los musulmanes, a las grandes mayorías reprimidas y sufrientes que no disfrutan de los bienes de la naturaleza. No es un conflicto entre el llamado «mundo libre y democrático» y los impulsores de la guerra irregular sino entre el universo pudiente, satisfecho y próspero y los preteridos, míseros y humildes de este planeta.
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