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Día Internacional del Migrante

El día del cinismo español

Fuentes: laRepublica.es

No podía ser de otra manera que el Día del Migrante (18 de diciembre) tuviera lugar en estas fechas navideñas, en las que se nos enternece el rostro y se nos suaviza hasta la manera de mirar el mundo. Parece menos incisivo hasta el miedo a la inmigración que en otras épocas del año acecha […]

No podía ser de otra manera que el Día del Migrante (18 de diciembre) tuviera lugar en estas fechas navideñas, en las que se nos enternece el rostro y se nos suaviza hasta la manera de mirar el mundo. Parece menos incisivo hasta el miedo a la inmigración que en otras épocas del año acecha sin rubor, y buen ejemplo de ello es la Comunidad de Madrid, que está emitiendo estos días un anuncio en el que agradece a los inmigrantes su cuota, su pequeña contribución a esta Navidad adorable que hacemos entre todos.

Es de temer que una vez se apague la cálida luz de estas fiestas aparezca de nuevo el asunto sin resolver, el tema recurrente en los periódicos en forma de inmigrantes que aprovechan las fronteras terrestres para colarse en el paraíso europeo, o que caen del cielo a mansalva sin orden ni organización, o que bien recurren a los cayucos -antes pateras- para saltarse sin ninguna consideración las fronteras, que por algo existen.

Para entonces tendremos ya a nuestro Gobierno, que habrá despertado del encanto navideño y hará un descanso en su noble proyecto de la Alianza de Civilizaciones para volver a subir las vallas otro par de metros, pues es de sentido común detener así a los que tienen que elegir entre morir en su país de hambre o morir en un viaje incierto con un destino aún más dudoso.

Los hay quienes aun así y todo consiguen alcanzar España, aunque para estos casos son muy recurridas las repatriaciones, que hasta septiembre y según nuestro ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, llegaban a 53.000 en lo que iba de año. Ante semejante avalancha el Gobierno ha lanzado en varias ocasiones súplicas de ayuda que ya han sido escuchadas por la Comisión Europea, y que propuso a principios de mes un sistema de vigilancia en las costas del sur cuyo objetivo a partir de la primavera de 2007 será «disuadir» a los alocados que quieran lanzarse al mar.

Pero según datos de la Oficina Económica de la Presidencia del Gobierno, la presencia de extranjeros en nuestro país dista de ser perjudicial. Los cuatro millones que viven en España han contribuido con más de la mitad del crecimiento del PIB en los últimos cinco años. La última regularización le ha venido de perlas a las arcas del Estado, que le permitirá consagrar el saldo positivo que deja la inmigración: en 2005 los extranjeros aportaron 23.402 millones de euros (un 6,6% de la recaudación total) y recibieron 18.618 millones (5,4%), así que en total contribuyeron al Estado con 4.784 millones de más, es decir, con el 1,1% del PIB, casi la mitad del excedente del presupuesto español.

La Oficina Económica reconoció además que nuestros visitantes foráneos han favorecido la tasa de actividad nativa y han flexibilizado el mercado de trabajo. A pesar de todo, suelen ganar de un 30 a un 50% menos que los españoles y son más susceptibles de recibir un contrato temporal -el 61% de ellos frente al 34% de la media. ¿Hasta qué punto, entonces, son necesarios? Pues hasta el punto de que para sostener la economía, que sin ellos sufriría un receso, necesitamos la llegada de más inmigrantes en los próximos años.

Porque de 30 cotizantes extranjeros, sólo uno es pensionista, algo que no ocurre en ninguna otra parte del mundo; porque sin las cotizaciones de los 1,8 millones de inmigrantes que conseguimos ahora, ni tendríamos un excedente en la Seguridad Social, ni se crearía empleo en un sociedad nativa que tiende a envejecer y en la que los mayores de 65 son más numerosos que los que cumplen 18 años.

Como nuestras ración de inmigrantes ya nos encargamos de obtenerla con las regularizaciones que emprendemos solidariamente de vez en cuando, hace ya tiempo que descubrimos que la manera de amortiguar las riadas continuas de foráneos puede serlo la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), bien institucionalizada para que se tome más en serio. Y de hecho, el año pasado creció un 22,3% alcanzando los 2.484 millones de euros. Pero resulta que exigimos que estos créditos se dediquen en más de un 83% al proceso de producción con condiciones favorables para España, y el resto se deja para los servicios sociales básicos. En este conteo no se incluyen los FAD, los Fondos de Ayuda al Desarrollo, tras cuyas siglas se esconde un sistema de endeudamiento creciente que obliga a devolver los créditos prestados comprando servicios y bienes al donante, es decir, a nosotros.

Por si fuera poco, el Plan África es otra delicia que hemos emprendido en mayo y que no es más que un encubrimiento de nuestros intereses geoestratégicos y económicos en el continente, como bien demuestra el hecho de que España sea el primer exportador de armas en el África Subsahariana. Y en nuestra línea consecuente, nos causa sofoco que hablen de reducciones en los subsidios agrícolas, aunque Intermon Oxfam se harte de insistir en que «si los países de África subsahariana aumentaran un 1% sus exportaciones, los beneficios superarían las ayudas que reciben».

Con mucho más motivo, América Latina nos es también causa de desvelo y preocupación, pues nuestras raíces culturales e históricas nos impiden dejarlo a su suerte. Allí están de avanzadilla Telefónica, el BBVA, el Santander Central Hispano o Repsol, con beneficios sin precedentes en este último año y desde aquí, mientras tanto, las remesas que envían nuestros inmigrantes nos dejan un beneficio que ya constituye el 0,5% de nuestro PIB y que crece a un ritmo del 30% cada año.

Tanto esfuerzo desinteresado y tanto altruismo reconfortante pedía a gritos un día dedicado a la migración, con el que nosotros nos sentimos más orgullosos, aún si cabe, y ellos más integrados en esta sociedad generosa que parece no limitar el espíritu risueño de la Navidad a esta época del año. Deberían estar agradecidos, qué duda cabe.