Traducido por Caty R.
En Luisiana, en el sur de Estados Unidos, permanecen los tufos del racismo y símbolos que recuerdan la época de los linchamientos.
Jena es un lugar igual a otros miles que existen en Estados Unidos. En lo más recóndito de Luisiana, una ciudad descabalada, con su iglesia -o más bien sus iglesias-, sus tiendas a lo largo de una gran calle… Un pueblucho poco atractivo donde el simple hecho de ser extranjero ya es un punto desfavorable. Este pueblo de 3.000 habitantes, cuya existencia ignoraba todo el mundo, a pesar de todo, fue la estrella de los telediarios en el otoño de 2006 debido a un asunto que puso de manifiesto que la segregación y el racismo rastreros siguen vivos. Allí como en el resto de Estados Unidos.
El 15% de la población de Jena, los negros, está relegada lejos del centro, al otro lado de la autopista. «Cada uno en su sitio y el mundo funcionará mejor», parece ser el lema de los caciques blancos. Sin embargo los jóvenes negros de Jena no están dispuestos a seguir aceptando esa forma de ver las cosas.
A principios de 2006, tres estudiantes de secundaria pidieron permiso al director de su escuela para sentarse bajo uno de los árboles del patio de recreo. El director les dijo que podían sentarse donde quisieran. Al día siguiente, sorpresa, aparecieron algunas cuerdas a modo de horcas colgadas en las ramas. Un mensaje nítido, préstamo del Ku Klux Klan (KKK), que recordaba la época siniestra del linchamiento de negros. Pero a pesar de las solicitudes del director, que reclamaba una sanción ejemplar y la expulsión definitiva de los responsables, éstos sólo fueron suspendidos durante algunos días. La situación empezó a degenerar rápidamente, los incidentes raciales se multiplicaron. En una gasolinera de la ciudad, un blanco amenazó a los negros con un fusil, éstos lo desarmaron y después ¡fueron acusados de haber robado el arma! Una tarde otro negro fue apaleado sin que este acto tuviera ninguna consecuencia para el autor de los golpes. Finalmente, el 20 de septiembre de 2006, seis jóvenes estudiantes de secundaria apalearon a uno de los blancos que colgaron las horcas. Fueron detenidos y acusados de intento de asesinato. Al director del colegio lo trasladaron.
La comunidad afroestadounidense se movilizó rápidamente por los estudiantes, a quienes apodaron «los seis de Jena», en referencia a «los nueve de Scottsboro«, un asunto político-racista que saltó a los titulares en los años treinta. Se organizó una manifestación en Jena, en la que participaron más de 30.000 personas llegadas de los cuatro puntos cardinales de Estados Unidos. Especialmente los líderes los derechos civiles Jesse Jackson, el reverendo Al Shepard e incluso los hijos de Martin Luther King. Para Shepard «la lucha de ‘los seis de Jena’ es la batalla de los derechos civiles del siglo XXI».
A Jena no le gusta toda esta publicidad. La comunidad blanca se apiñó en un arrebato de mala fe, paternalismo y racismo. El director del diario local, Jena Times, que fue especialmente desagradable con sus colegas llegados del otro lado del Atlántico, sencillamente se niega a responder a las preguntas que se le plantean. Cuando se lee la cronología de los sucesos explicados por dicho diario, entendemos su actitud. Según informó, la petición de los estudiantes negros no era más que una broma, igual que el hecho de colgar las horcas. Por lo tanto, no vale la pena crear historias. ¿También estará bromeando el barbero del pueblo cuando declara tranquilamente que no corta el pelo a los negros?
Se impone una visita al reverendo Di Carlo. El clérigo nos recibe en su oficina decorada en honor de la US Air Force, el ejército del aire de EEUU: hay revistas, carteles, un casco de piloto… Se declara «sorprendido por lo que pasó» porque sus hijos nunca le hablaron de problemas en la escuela. Inmediatamente añade que hay «dos puntos de vista en nuestra cultura, el de los afroestadounidenses y el de los caucasianos (designación antropológica de los blancos). La horca no tiene el mismo significado para los blancos que para los negros. Forma parte de la historia de EEUU. Se utilizaba la horca. Cuando alguien hacía algo mal, se le colgaba». Que los negros vivan a un lado y los blancos a otro no le avergüenza en absoluto. En la misma línea, la acusación de intento de asesinato contra «los seis de Jena« no le parece sorprendente. Incluso añade: «Lo molieron a patadas. Los zapatos pueden considerarse como armas, porque se puede matar a alguien con ellos». ¡Efectivamente, eso es lo que dijo la justicia!
«No existe la igualdad. Los negros reciben las condenas más duras previstas por la ley, mientras que los blancos se van con un tirón de orejas», nos dice Tina Jones, madre de uno de los «seis de Jena». Dice, a su manera, lo que expresa un estudio elaborado en 2003 que demuestra que los jóvenes negros de Luisiana corren un riesgo cuatro veces mayor de ser enviados a prisión por delitos menores que los blancos que cometen el mismo tipo de crimen. La misma Tina Jones denuncia a «los que dicen que colgar horcas es una broma. ¡Es racismo!». John Jankins, uno de los padres, explica por su parte: «Había grandes tensiones, nuestros hijos reaccionaron ante la segregación, la nueva generación decidió pelear». Para Tina Jones, «nosotros también conocimos la segregación, pero las cosas empeoraron». Para B. L. Moran, presidente de la sección local del NAACP (Asociación de los estadounidenses de color, con mucha influencia en el país), «todo el mundo está separado, siempre ha sido así. Es la segregación. Pero desde hace diez años cada vez es peor. Antes se ocultaba el racismo, ahora se muestra descaradamente. Realmente es un asunto serio».
El NAACP ha comprobado la proliferación de horcas y actos racistas. Y no sólo en los Estados del sur. En Jena detuvieron a un joven blanco por colgar una horca en su camioneta. En septiembre de 2007, en la Universidad de Washington para sordomudos, los estudiantes tatuaron los símbolos del KKK en el cuerpo de un negro. En Virginia seis blancos (entre ellos tres mujeres) torturaron a una mujer negra obligándole a comer excrementos de animales antes de violarla. Incluso se encontró una horca en una comisaría de Nueva York. «Cuando veo eso pienso en mis antepasados», explica Alvino, activista de una asociación por los derechos de los negros, «la horca significa matar a una persona colgándola. ¿Cómo puede alguien, en el año 2007, tener la osadía de poner eso en una comisaría?».
El problema es que en Nueva York pintar una cruz gamada o quemar una cruz (lo que hace el KKK) se considera como un «crimen de odio» (especificado en un artículo especial del código penal estadounidense), pero no las horcas. «Por eso cada vez se ven más», lamenta B. L. Moran, del NAACP de Jena. «Y cada vez será peor porque, de hecho, las leyes refuerzan el racismo. Sin hablar de la brutalidad policial; y a los policías no se les molesta nunca». Según Al Sharpton, el gobierno federal combatió el racismo «pero ese gobierno no hace nada por ‘los seis de Jena’ o para impedir la escalada de odio que incluye una proliferación de horcas y cruces gamadas». Según Barack Obama, «El hecho de que se cuelguen horcas en las escuelas en el siglo XXI es una tragedia. Demuestra cuánto tenemos que trabajar todavía para curar las tensiones raciales. No es un asunto de Jena, es un problema de Estados Unidos».
En la prensa bienpensante no se habla de los «Blacks» (negros), sino de la comunidad afroestadounidense. Del mismo modo, no se escribe nunca la palabra «negro», incluso en las citas se prefiere el «N-Word» (la letra N). Es lo políticamente correcto. Pero los grupos nacionalistas, supremacistas y de extrema derecha no se detienen en consideraciones. Algunos, como en Missouri o Illinois, distribuyen panfletos invitando a la gente (blanca) a sentirse «orgullosa de su raza». Otros más sutiles esgrimen la cuestión de la inmigración. «Piense racialmente y actúe localmente», dicen. El Consejo de ciudadanos conservadores (SIC), que libró una batalla para usar la bandera sudista en Carolina del sur y Mississippi, explica que los inmigrantes roban el trabajo a los estadounidenses y empujan a la nación hacia un «estado tercermundista». Esta misma organización elogiaba los méritos de Le Pen en su web ¡Y después los de Sarkozy!
Aunque el árbol de Jena fue talado, el racismo y la segregación siguen vivos en el país del Tío Sam. El huracán Katrina y la devastación de los barrios negros (mientras que en los protegidos barrios blancos no pasó nada) están presentes en todas las memorias, así como el recuerdo de la controvertida elección presidencial de 2000 en Florida (que dio la victoria in extremis a Bush), donde las obstrucciones jurídicas y políticas afectaron principalmente a los negros. Lorenzo Morris, profesor de Ciencias Políticas en la universidad Howard de Washington CD (creada después de la Guerra de Secesión, para los antiguos esclavos y los soldados negros), considera que «las divergencias raciales cada vez son más grandes en la vida social y política. El número de negros que cae en la pobreza no deja de aumentar. Los jóvenes son víctimas de injusticias, no hay progresos en la escolaridad y la falta de empleo es obvia. Es necesario volver a las directrices de la política affirmative action (antidiscriminatoria), con el fin de conseguir un resultado igualitario». Al mismo tiempo, «las oportunidades de movilidad social tienden a desaparecer para los blancos, lo que causa un malestar en el que el racismo encuentra un terreno abonado».
http://www.humanite.fr/2008-01-15_International_L-esprit-Ku-Klux-Klan-est-toujours-la
Pierre Barbancey es periodista del diario francés L’Humanité.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.