Traducido por J.M.
Sólo unas pocas semanas después de la formación del nuevo gobierno de Benjamin Netanyahu es patente el intenso esfuerzo por tratar de cuadrar el fanatismo de sus miembros con la necesidad que tiene Israel de mejorar su posición internacional.
Este interrogante se planteó claramente con Tzipi Hotovely, una joven aliada política de Netanyahu nombrada recientemente para supervisar en su nombre el ministerio de Asuntos Exteriores.
Tzipi Hotovely convocó la semana pasada a los principales diplomáticos del país para citarles las justificaciones rabínicas de que se tome la tierra palestina. Su mensaje más amplio era que las embajadas israelíes en el extranjero tenían que dejar de preocuparse por parecer «inteligentes» para concentrarse en ser «correctas». Instigó a los enviados de distintos país a entrar de cabeza en una confrontación con la comunidad mundial. La funcionaria les dijo que la «verdad básica» era: «Toda la tierra es nuestra».
Netanyahu es un político demasiado experimentado como para seguir el consejo de Hotovely y tomarla en serio. Tras meditarlo brevemente para convencerse de que había ganado las recientes elecciones generales, ahora ha retrocedido y ha emitido una declaración muy criticada por la Casa Blanca afirmando que nunca permitirá un Estado palestino.
La evaluación de los daños también fue la razón de que cancelara rápidamente el plan del ministro de Defensa Moshe Yaalon de crear autobuses segregados para colonos judíos y trabajadores palestinos a la ahora en que ambos vuelven a los territorios ocupados tras un día de trabajo en Israel.
A diferencia de la mayor parte de su gobierno, Netanyahu entiende que aunque sus militares nieguen el pretexto de la seguridad, los antecedentes históricos de la segregación de autobuses eran demasiado incómodos, especialmente para el patrón de Israel, Estados Unidos.
El peligro más grave para Netanyahu es que, al estar pegado a un gobierno de ideas afines (ultranacionalistas, colonos y extremistas religiosos), solo le cubre una solitaria hoja de parra para suavizar su imagen en la comunidad internacional.
En sus dos gobiernos anteriores se confió en dos personajes que pasaron a ser las figuras favorables del gobierno israelí que anhelaban Washington y Europa: Ehud Barak, su ministro de Defensa, seguido de Tzipi Livni como su ministra de Justicia. Ambos hablaron grandiosamente sobre un Estado palestino, aunque no hicieran nada para lograrlo.
Sin un veterano del proceso de paz a mano, Occidente se enfrenta ahora a un ministerio de Asuntos Exteriores israelí dirigido conjuntamente por Hotovely y Dore Gold, nombrado esta semana director general de la cancillería israelí. Gold, durante mucho tiempo fue asesor de línea dura del primer ministro, se opone acérrimamente a un Estado palestino y hace dos años incluso acariciaba la idea de anexionar Cisjordania.
El ministro encargado de las negociaciones con los palestinos – hipotéticas aunque ahora mismo existe esa función – es Silvan Shalom, otro íntimo de Netanyahu que rechaza públicamente la idea de dos Estados y apoya la construcción agresiva de asentamientos.
De manera similar, otros extremistas abiertamente declarados cubren otros ministerios clave que afectan a la vida palestina.
Poco antes de anunciar su plan de segregación en los autobuses Yaalon sugirió que en lo que se refiere a las negociaciones con Irán, en última instancia Israel podría seguir el ejemplo de Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial cuando lanzó bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki.
El suplente de Yaalon, Eli Ben Dahan, un rabino líder de los colonos, se refiere a los palestinos como «subhumanos».
Ayelet Shaked, que el verano pasado habló en términos genocidas contra los palestinos de Gaza, a los que califica de «serpientes», supervisa ahora el sistema judicial de Israel, la única – y ya débil – forma de reparación que tienen los palestinos que luchan contra los peores excesos de la ocupación.
Los otros ministros no son menos dogmáticos en su oposición fanática tanto a que Israel firme un acuerdo con los palestinos como a que Estados Unidos firme uno con Irán. El evidente absurdo de la diplomacia en estas circunstancias puede que sea una de las razones de que Tony Blair, el profundamente ineficaz Enviado de Paz para Oriente Medio, tirara la toalla esta semana.
Del mismo modo, Barack Obama está seguro de que el nuevo gobierno israelí le va a suponer un quebradero de cabeza aún más mayor que en los dos anteriores de Netanyahu.
Mientras que Estados Unidos trata de llegar a un acuerdo sobre el programa nuclear de Irán y revivir las conversaciones de paz entre los palestinos e Israel, por muy inútil que pueda ser el proceso, los ministros israelíes rivalizarán para ver quién puede hacer más daño.
Netanyahu, que ya es una figura no apreciada en la Casa Blanca, no tendrá nadie en el gobierno israelí que le ayude a aplicar los frenos.
Lo irónico es que del mismo modo que la Casa Blanca se prepara para otros dieciocho meses de humillación y sabotaje por parte de Netanyahu y su gobierno, Obama inunda a Israel con regalos como parte de su tradicional doctrina de la «seguridad».
Según se ha informado, la semana pasada Estados Unidos acordó proporcionar a Israel armas por valor de 2.000 millones de dólares, incluidas bombas antirrefugios y miles de misiles, para reponer las reservas agotadas por el intenso ataque de Israel a Gaza el verano pasado que mató a más de 2.000 palestinos.
La noticia estalló justo cuando funcionarios de las Naciones Unidas informaban de que las municiones sin explotar todavía se cobraban vidas en Gaza, casi un año más tarde.
Según los medios israelíes, Estados Unidos se prepara también para «compensar» a Israel con otros objetos valiosos, entre los que posiblemente se incluyan más aviones de combate, si Netanyahu accede a limitar sus críticas a un acuerdo con Irán, que se espera alcanzar en junio.
Y la semana pasada Washington evitó una amenaza al gran arsenal nuclear no declarado de Israel cuando bloqueó el intento de los Estados árabes de convocar una conferencia para liberara a Medio Oriente Medio de armas nucleares para el año próximo.
La lección que saque Netanyahu de ello es bien clara: Obama puede expresar verbalmente su inquietud por el actual gobierno israelí, pero no va a exigir ningún precio real a Israel, aunque éste se desplace cada vez más hacia la derecha fanática.
Jonathan Cook ganó el Premio Especial Martha Gellhorn de Periodismo. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair » (Zed Books) . Su sitio web es www.jkcook.net
Una versión de este artículo apareció por primera vez en The National, Abu Dhabi.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2015/05/29/israels-government-of-zealots/