Las advertencias sobre atentados terroristas ya son parte de la vida cotidiana en los Estados Unidos. Desde el año 2001 y, especialmente, desde la creación del Departamento para la Seguridad de la Patria -nombre que invoca recuerdos tenebrosos de no hace muchos años- las alertas de seguridad y la variación del código de colores tienen […]
Las advertencias sobre atentados terroristas ya son parte de la vida cotidiana en los Estados Unidos. Desde el año 2001 y, especialmente, desde la creación del Departamento para la Seguridad de la Patria -nombre que invoca recuerdos tenebrosos de no hace muchos años- las alertas de seguridad y la variación del código de colores tienen en vilo a la sociedad americana. El 1° de agosto se anunció de forma contundente, sobre la base de informaciones «ciertas» y «verificadas», que Osama Bin Laden prepara otro mega atentado, al parecer contra el sistema financiero, la bolsa de valores, el Fondo Monetario o el Banco Mundial. La paranoia, sin duda, incide en la elección de noviembre y muchos suponen que es generada adrede para determinar a los electores por el miedo. Pero el efecto político inmediato tiene una peculiaridad: transformó a Osama Bin Laden y a Al Qaeda en el gran elector norteamericano.
Ya sucedió en España. El 11 de marzo el atentado contra la Estación de Atocha volcó el resultado electoral. El triunfo de Rodríguez Zapatero fue seguido por el inmediato retiro de las tropas de Irak y un vuelco en la política exterior española, ubicando a Madrid en la línea seguida por Francia y Alemania. Sin duda la jugada del terrorismo fue, políticamente, perfecta.
Respecto de Estados Unidos la situación es distinta, pero la estrategia tiene ciertas similitudes. Las amenazas «creíbles» inciden en un escenario inestable, donde el «empate técnico» entre Kerry y Bush hace que la situación política norteamericana esté marcada por la incertidumbre. En ese panorama las «amenazas terroristas» juegan un papel decisivo.
Desconozco cuan veraces son los anuncios de nuevos ataques, pero creo que los efectos de la noticia y de las advertencias hechas por el gobierno marcarán el ritmo político hasta el 2 de noviembre. Así, la elección puede definirse de una u otra manera si hay un nuevo ataque, si no lo hay o, también, de acuerdo al tipo de «amenazas creíbles» que se hagan públicas. Todos deben estar midiendo sus posibilidades y pensando muy bien sus próximas jugadas, teniendo en cuenta el telón de fondo de la «seguridad». Bush ha hecho de ella su lema -el «presidente de guerra»- Kerry se entrampó en la convención de su partido poniendo el acento en lo mismo, presentándose con un claro perfil militarista y, según las encuestas, sin mucho efecto en la gente. Osama Bin Laden, debe estar, también, calibrando muy bien sus próximos pasos, pero a sabiendas de que su papel en la interna americana se ha vuelto determinante, como el de un «gran elector», al estilo del viejo Sacro Imperio Romano Germánico.
Efectivamente, la situación electoral americana está en manos de Al Qaeda, no sólo porque lo buscó políticamente, sino porque el ambiente de paranoia promovido desde Washington lo permitió. Un nuevo ataque puede volcar la balanza, quizá, a favor de los sectores más conservadores, pero lo contrario no necesariamente implica un triunfo demócrata, teniendo en cuenta que las frecuentes amenazas y las consiguientes advertencias del Ministerio de Seguridad de la Patria, «demuestran» que el peligro existe y que la administración Bush es eficaz en repelerlo o descubrirlo. ¿O tal vez el atentado o su posibilidad permita, debido a la circunstancia puntual, que la confianza se vuelque hacia Kerry ante la incapacidad de los republicanos para frenarlo? Es imposible hoy saber qué va a suceder, pero sí queda claro que la capacidad de desequilibrar la paridad electoral está en manos del terrorista más buscado del planeta.
Osama Bin Laden vive en un lugar extraño. Habita en Internet y en los medios masivos de comunicación, que lo presentan -¿y usan?- incidiendo en la vida cotidiana norteamericana y en su proceso político. De su decisión de atentar o no contra los Estados Unidos dependerán las elecciones, haciendo de esta manera algo que nadie pudo lograr: superar en poder a los lobbies, las corporaciones, los medios y, peor aún, al pueblo, en la creación del presidente norteamericano.
Hoy, de una u otra forma, es Bin Laden quien elige, quizá manteniendo su histórica alianza con la familia Bush.
Fernando López D’Alesandro es docente de Historia en Regional Norte (UDELAR) y en el CERP del Litoral. Salto. Uruguay