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Elecciones parlamentarias y de gobernadores en los Estados Unidos

El gran test para el Partido Demócrata

Fuentes: Argenpress

Más que un test para la futura sustentación política de la administración Bush, en esta elección, el Partido Demócrata debería demostrar que tiene las herramientas para empezar a demoler ese núcleo duro de apoyo a la presidencia, que oscila entre un 30 y 50 %, y que puede explicar el éxito político sostenido en las […]

Más que un test para la futura sustentación política de la administración Bush, en esta elección, el Partido Demócrata debería demostrar que tiene las herramientas para empezar a demoler ese núcleo duro de apoyo a la presidencia, que oscila entre un 30 y 50 %, y que puede explicar el éxito político sostenido en las últimas tres elecciones.

Como era de esperar, esta elección se ha transformado en un referéndum en la gestión de un Presidente. Es la frase que más se escucha en la facción opuesta, y en la no tan opuesta expresada en medios que, conspicuamente, comienzan a aparecer tocando el bandoneón anticipando la derrota de George W. Bush.

Esto que no es ninguna novedad, porque siempre una elección intermedia pretende funcionar así para cualquier país, en el caso de los EEUU por la situación que atraviesa, la idea de un referéndum cobra una importancia más trascendental de lo que debiera ser.

No se ha puesto el acento a que esta elección puede resultar en algo más abierto. Por ejemplo: un juicio al sistema político que tiene los EEUU, o a la relevancia y eficiencia de su Congreso y sus autoridades representativas como los Gobernadores. O, una advertencia a la excesiva latitud del poder ejecutivo. Sin embargo, el foco al final se mueve siempre hacia cuanto apoyo electoral puede perder un presidente bajo la presión de una guerra, y cuantas son sus posibilidades para ser reelegido (en 2008).

Una buena parte de los pronósticos en estas elecciones reivindican una victoria del Partido Demócrata. A veces viene envasado con espectacularidad mediática como una posible y aplastante derrota del Partido Republicano.

Existe también otro pronóstico. ¿Que sucedería si el Partido Republicano revierte la tendencia de las encuestas? Hay que destacar que en los últimos 400 días de gobierno la aceptación de la gestión de la Administración Bush, nunca ha bajado del 30 %, y que la desaprobación nunca ha superado el 65%. Es decir tenemos un bloque, de base dura de población que apoya la gestión. Y como ya es vox populi, «los republicanos no ganan las elecciones, son los demócratas los que las pierden». En este sentido, los demócratas pueden tener la agenda a su favor, pero no tienen la maquinaria electoral, ni ese extensivo poder del ejecutivo.

Una gestión sometida a constante evaluación

La gestión del Presidente George W. Bush, debe ser en la actualidad, una de las evaluadas con más frecuencia, y quizás en la historia de los Estados Unidos. Desde el 7 de septiembre de 2005, hasta el 27 de octubre de 2006, en 415 días de gobierno, se han efectuado 207 encuestas, al menos las hechas públicas y que han recibido atención mediática. Por estos números, se ha levantado una encuesta día por medio. Es el ejercicio de monitoreo y evaluación independiente, sistemático y hecho público, más intenso del que se tenga memoria.

En este proceso que debe ser una mezcla de sadomasoquismo (hacia la población) rentable (para las empresas), con devaneos profesionales para producir y colocar noticias a toda costa, han participado algo así como 30 instituciones. Entre medios de comunicación y empresas especializadas en encuestas, se repiten las más insignes como PEW, Gallup, CBS, The New York Times, NBC, Opinión Dynamics, RT Strategies, entre otras, en una lista que es larga.

Esta intensidad por evaluar, se hace a partir de la base misma del poder financiero de los grandes consorcios de medios establecidos por décadas y convertidos en instituciones señeras. Es decir, algo está pasando: el establishment está preocupado por la Presidencia. No es Irak en sí mismo, o la marcha del país, sino la desconexión que pueda haber entre el general en jefe de la guerra y la ciudadanía. Es la preocupación por una tesis y su funcionamiento.

Pero al parecer, las encuestas están demostrando poco de significativo como para alarmarse. George W. Bush bajo el manto de Irak, no es más impopular que Lyndon B.Johnson con el peso de Vietnam, y Richard Nixon con el escándalo de Watergate y otras impudicias del poder.

Las encuestas en 415 días de gobierno, han demostrado que George W. Bush, nunca ha bajado del 30% de aceptación por su gestión en general, o manejo del conflicto en Irak. Al mismo tiempo, en ese mismo período, su gestión nunca ha superado el 65% de desaprobación.

Estos números gruesos y todo, con instrumentos de medición imperfectos, están demostrando que a pesar de Irak, a pesar de esa presión internacional – que no es muy poderosa de todas formas- para que se anuncie el retiro de las tropas, el mensaje presidencial de Bush de que el país está en guerra y bajo amenaza permanente ha calado hondo en la población. Esta es una realidad que, la legión numerosa de anti Bush, donde también se encuentran destacados personajes profesando ser pro estadounidenses, se resiste a admitir.

La guerra de las tesis

Es precisamente sobre estas bases estrechas y reducidas, donde se fundamenta la estrategia republicana para enfrentar esta elección. Mientras más se centra la crítica adversa en la gestión de Bush, y sobre cómo está ilustrada en los resultados en Irak, más solidez tiene la idea básica de que a un líder dirigiendo una guerra se le debe apoyar.

El tema Irak se ha compactado tanto en los medios, que en definitiva esa reducción le favorece a Bush y al Partido Republicano, porque hay que entenderlo y decirlo una vez más. Irak es un tema de seguridad y de defensa nacional. Es un ideario patriótico y mientras más la agenda política esté compactada en este tema, menos posibilidades existen que al partido republicano se le abran los otros flancos, como economía, seguridad social, o energía por nombrar los más sensibles. Ni los escándalos de los congresistas Mark Foley, Dennis Hastert , ni las acusaciones de corrupción sobre el lobista Jack Abramoff y el ex líder de la mayoría republicana en el Congreso TomDelay parecen acribillar una coraza política que tiene como centro la seguridad del país.

De los 100 puestos en el Senado, 33 se eligen en esta elección. En cuanto a la cámara de representantes o diputados, es la totalidad de los 435 escaños, los que están en disputa. Respecto a los gobernadores se eligen 36, o sea es una elección mayor donde se podrá ver alterada la mayoría tanto en el senado como en la cámara de representantes. La tendencia en las tres últimas elecciones (2000; 2002; 2004), es la pérdida de escaños demócratas, y la mayor presencia republicana.

Ha habido una clara regresión demócrata en el senado. Han perdido 6 asientos desde la elección de 2000 cuando salió elegido George W. Bush por primera vez. Su número de representantes también ha disminuido en 10, una pérdida proporcionalmente menor. El partido republicano ha mantenido un constante ascenso en ambas cámaras desde 2000 hasta 2004, logrando cinco senadores y once representantes más. Perdieron sí a un independiente Jim Jeffords, que se retira, un crítico severo de la actual administración.

La tesis vencedora hasta el momento, es lo que Adam Gopnik del The New Yorker, llama, (parafraseando a Albert Camus), es la del «miedo como método», donde hay abstracción y nihilismo, que se nutren bajo un clima de terror y de guerra. Allí están los puntos de ventaja en la compactación de la agenda alrededor de la seguridad, la defensa y continuar en Irak hasta que la misión esté cumplida.

En oposición a ello, está la otra tesis, que patrocina el Partido Demócrata, con la agenda más concreta donde están los problemas cotidianos de la economía y los satisfactores sociales. Estos también incumben el fin a la situación de terror y guerra, que está afectando esa cotidianeidad y esos satisfactores.

Planteadas así las cosas, una vez más el tema de las elecciones en los EEUU es el «todo o nada», y ese todo o nada, atraviesa por una gestión política que está asociada a una determinación bélica por expresar el poderío estadounidense a través de la ocupación en Irak. «No nos iremos hasta que hayamos vencido», insiste Bush.

Todo se encapsula en una melodía que desde el año 2000 se ha hecho monótona para analizar. Al menos que, el 7 de noviembre, los demócratas demuestren que sus problemas de agenda no existen, y sus tesis diferentes a la guerra y el terror, «prendieron» en la población.