Nada como el paso del tiempo y la desclasificación de documentos secretos del gobierno de los Estados Unidos para constatar la profundidad y extensión del cáncer que corroe a lo que fue una nación que alguna vez se soñó a si misma como un dechado de virtudes democráticas y de libertades que derramar sobre el […]
Nada como el paso del tiempo y la desclasificación de documentos secretos del gobierno de los Estados Unidos para constatar la profundidad y extensión del cáncer que corroe a lo que fue una nación que alguna vez se soñó a si misma como un dechado de virtudes democráticas y de libertades que derramar sobre el resto del planeta.
Varias generaciones de norteamericanos han crecido añorando la época, al final de la Segunda Guerra Mundial, en que su país era reverenciado en el mundo como uno de las naciones libertadoras de Europa, y sus tropas recibidas con vítores, ramos de flores, y lágrimas de gratitud en las calles de donde antes desalojaron a los nazis en medio de rudos combates. Hoy la triste realidad de las calles de Bagdad o Kabul, los atentados que no cesan y el repudio mundial a estas ocupaciones, donde prima la masacre y la rapiña, hacen que se idealice el pasado de un imperio que ha sido siempre uno y el mismo, pero que tuvo, es cierto, momentos donde pudo cuidar las formas y obtener a cambio una buena prensa, con una pequeña ayuda de Hollywood, claro está.
Pero la terca realidad no da respiros a los nostálgicos ni a los idealistas. Cuanto más nos adentramos en el pasado del imperio, con mayor fuerza comienzan a brotar datos estremecedores, revelaciones horrendas, planes maquiavélicos, componendas inmorales y crímenes monstruosos, todo lo cual revela, sin lugar a dudas, que este gobierno, que un día se reputó como un modelo mundial y el mejor de los mundos posibles, siempre ha sido un imperio crápula, desde su debut internacional en 1898, incluso, desde mucho antes. Ni más, ni menos.
El 21 de julio del 2002, por ejemplo, un artículo de Stephen R. Weissman publicado en el Washington Post bajo el título de «Abriendo los files secretos sobre el asesinato de Lumumba», volvía a poner sobre el tapete uno de los crímenes del colonialismo belga y el imperialismo norteamericano que, desde 1961, logró burlar la voluntad popular de los congoleses expresadas en unas elecciones democráticas, derrocó al gobierno del líder nacionalista Patricio Lumumba, y dividió a la nación, culminando con su cruel asesinato. Desde entonces, una guerra interminable e indetenible ha asolado a uno de los países más ricos de Africa, propiciando de paso el saqueo de sus riquezas por las transnacionales, con absoluta impunidad.
Primero fue el libro del periodista belga Ludo de Witte, publicado en 1999 bajo el título de «El asesinato de Lumumba», el cual utilizó fuentes hasta entonces restringidas o desconocidas, como los archivos de la ONU, del Ministerio belga de Relaciones Exteriores, de la CIA y los testimonios de participantes directos en aquellos sucesos. Las conclusiones a las que arribó, basadas en pruebas irrefutables, muestran un siniestro entramado de coordinaciones secretas y complicidades entre el gobierno belga, la ONU y la CIA. El Congo era entonces el país más grande y rico de los 16 recién liberados del colonialismo europeo. Había obtenido su independencia el 30 de junio de 1960, coincidiendo con la elección de Lumumba como Primer Ministro. Seis meses después este «arribista negro», como lo llamaba despectivamente la prensa racista belga, era derrocado y alevosamente asesinado.
En su libro, De Witte reconstruye la manera en que se fabricó la secesión de la región de Katanga, más o menos parecido a la forma en que se trata de fabricar la secesión de Bolivia en nuestros días. El gobierno belga apoyó de inmediato una acción que, de haber ocurrido antes de la independencia, hubiese sido reprimida a sangre y fuego. Personajes de triste recordación en el Congo, como los futuros dictadores Moisé Tshombe y Joseph Desiré Mobutu emergieron a la luz pública como los líderes de la intentona, protegidos y mimados por Occidente, tal y como lo fueron en América Latina, en su momento, Augusto Pinochet o Anastasio Somoza. Para paralizar a las tropas leales al gobierno de Lumumba, el único legítimo y legalmente constituido, la ONU desplegó tropas de interposición que procedieron a desarmar solo a los leales. Tanto Wáshington como Bruselas desplegaron sendas operaciones encubiertas destinadas a derrocar a Lumumba, asesinarlo, con el objetivo de borrar su ejemplo, y destruir su movimiento nacionalista: la norteamericana recibió el nombre de «Operación Wizard»; la belga, «Operación Barracuda».
Aún derrocado y en manos de la ONU, Lumumba era un símbolo peligroso, que había que erradicar. «Lumumba continúa ostentando su cargo-se lamentaba Allen Dulles, entonces Director de la CIA, en carta a Lawrence Devlin, Jefe de la estación CIA en ese país-. El resultado inevitable, en el mejor de los casos, es el caos en el Congo; en el peor de los casos, la toma del poder por los comunistas, con desastrosas consecuencias para el prestigio de la ONU y los intereses del mundo libre, en general. En consecuencia, hemos concluido que su derrocamiento (definitivo) debe ser el objetivo urgente y prioritario de nuestra acción»
Las revelaciones del libro de De Witte provocaron la apertura de una investigación y de un debate en el Parlamento belga, los que concluyeron con la aprobación de una disculpa pública al pueblo del Congo, en febrero del 2002. Pero la caja de Pandora había sido destapada, por eso apenas cuatro meses después aparece el artículo de Weissman en la prensa norteamericana, país cuyo Gobierno y Congreso, como era de esperar, ni se dieron por aludidos, y mucho menos investigaron o se disculparon por los crímenes y delitos cometidos en 1961 en el Congo. En buena lid, tampoco lo han hecho con los cometidos en otras regiones del planeta.
Es curioso que todavía en 1975, durante las audiencias del llamado Comité Church que investigó los crímenes de la CIA contra líderes políticos extranjeros, como señala Weissman, se concluyó que «no existían evidencias acerca del involucramiento de la Agencia en el asesinato de Lumumba» Pero eso no satisfizo al tenaz Weissman, quien por cierto, no es un periodista cualquiera en busca de revelaciones sensacionales, sino el Jefe del equipo del Subcomité para Africa de la Cámara de Representantes, entre 1986 y 1991. «Yo obtuve los documentos clasificados del gobierno de los Estados Unidos-afirmaba en su artículo-, incluyendo una cronología de las acciones encubiertas aprobadas por el Consejo de Seguridad Nacional, los cuales revelan que los Estados Unidos estaban muy involucrados, y fueron significativamente responsables, por la muerte de Lumumba. El Presidente Eisenhower veía a Lumumba como un Fidel Castro africano, lo cual era una errónea apreciación… Cientos de miles de dólares y equipos militares fueron enviados a los enemigos del Primer Ministro, quienes informaron a la CIA, con tres días de antelación, que entregarían al prisionero en manos de sus perores enemigos. Nuevos detalles aparecidos: la CIA pagó al entonces Presidente del Congo, Joseph Kasavubu, cuatro días antes de que este relevara a Lumumba del cargo, y tres semanas después del asesinato, se ordenó un pago a quienes habían participado en el mismo.»
Lo más inquietante de estas revelaciones del Sr Weissman es que obran en su poder las pruebas que permiten afirmar que los planes y los pagos se aprobaron al más alto nivel de la administración de Eisenhower, en el Consejo de Seguridad Nacional o en el Grupo Especial, del que formaban parte el Consejero de Seguridad Nacional, el Director de la CIA, el Subsecretario de Estado para Asuntos Políticos y el Sustituto del Secretario de Defensa.
El 11 de febrero de 1961, el Grupo Especial autorizó el pago de medio millón de dólares «para acciones políticas, pago de tropas y equipos militares» a quienes había participado directamente en el abyecto crimen.
«En el film «Minority Report»,-afirma Weissman en su artículo- el Director Steven Spielberg presenta las consecuencias nefastas de las políticas de «acciones preventivas» que se aplicarían por el gobierno de los Estados Unidos, en el año 2054. Pero no tenemos que buscar en el futuro lo que ya ocurrió en el pasado, cuando una deficiente política de inteligencia y la pérdida de nuestro rumbo moral hizo que el país cometiese errores trágicos, durante los años de la Guerra Fría , uno de los cuales fue la complicidad con el asesinato de Patricio Lumumba»
Con lo único que no coincido en estas conclusiones valientes y, en general, acertadas del Sr Weissman es con la afirmación, ingenua en si misma, de que tales «errores trágicos», a los que en rigor se debe llamar crímenes, tuvieron lugar solo durante los años de la Guerra Fría. Antes de que ella comenzase; antes de que George Kennan mandase su célebre «Telegrama largo» al Secretario de Estado norteamericano desde Moscú, donde se encontraba destacado como diplomático, y antes de que Winston Churchill pronunciase en Fulton su no menos célebre discurso sobre la «Cortina de Hierro», ya los Estados Unidos habían cometido el «trágico error» de lanzar dos bombas atómicas sobre ciudades abiertas japonesas. Muchos años después de la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos continúa cometiendo el «trágico error» de seguir matando impunemente civiles iraquíes, los cuales rebasan ya la cifra escalofriante de un millón de víctimas.
Perdóneme, Sr Weissman, por esta corrección: no son «errores trágicos», ni pertenecen solo a la época de la Guerra Fría. Es la única manera posible y recurrente con que el imperio defiende sus intereses. Es el rostro verdadero, llagado por sus vicios y matanzas, de un imperio crápula, el mismo que se nos muestra con oropeles y glamour envidiable en cada film de Hollywood donde sus héroes derrotan a terroristas violentos.