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Capítulo 12 del libro "La otra historia de los Estados Unidos"

El imperio y el pueblo

Fuentes: Rebelión

Es el año de 1897; Theodore Roosvelt, escribe a un amigo: «en estricta reserva. yo debería acoger cualquier tipo de guerra, pues, según pienso, este país necesita una.» El año de la masacre de Wounded Knee, 1890, la Oficina del Censo declaró oficialmente que la frontera interna había sido cerrada. También el sistema de ganancias, […]

Es el año de 1897; Theodore Roosvelt, escribe a un amigo: «en estricta reserva. yo debería acoger cualquier tipo de guerra, pues, según pienso, este país necesita una.»

El año de la masacre de Wounded Knee, 1890, la Oficina del Censo declaró oficialmente que la frontera interna había sido cerrada. También el sistema de ganancias, con su tendencia natural a la expansión, había comenzado a mirar más allá de las fronteras. Efectivamente, la grave depresión que había comenzado en 1893 fortalecía una idea que empezaba a desarrollarse en el seno de la élite política y financiera del país; la colocación de productos americanos en el extranjero podría aliviar el problema del bajo consumo interno y evitar una crisis económica capaz de atraer luchas de clases como en los que se habían dado en los años noventa.

¿Podría acaso una aventura en el extranjero desviar parte de la rebeldía de las huelgas y movimientos de protesta hacia un enemigo externo? ¿Serviría ésto acaso para unir a la gente con el gobierno y las fuerzas armadas en vez de ponerlos en contra? No se puede asegurar que éste fuera el plan de toda una élite; pero, sí, la consecuencia natural de la simbiosis entre capitalismo y nacionalismo.

La expansión allende los mares no era una idea nueva. En efecto, aún antes de que la guerra contra México empujara a los Estados Unidos hacia el Pacífico, la Doctrina Monroe dirigía su mirada hacia el sur, hacia el Caribe y más allá de éste. Aprobada en 1823, cuando América Latina comenzaba a liberarse del control de España, la Doctrina Monroe dejaría claro a Europa que los Estados Unidos consideraban a América Latina su esfera de influencia. Poco tiempo después algunos norteamericanos comenzaban a pensar en el Pacífico; en Hawai, Japón y los grandes mercados de China.

Pero pensar no lo fue todo, pues las Fuerzas Armadas norteamericanas ya habían cometido saqueos en el exterior, como se observa en una lista del Departamento de Estado encabezada: «Instancias de Uso de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos en el extranjero, de 1798 a 1945», la cual fue presentada por el Secretario de Estado Dean Rusk a un comité del Senado en 1962, como argumento para el uso de la fuerza armada contra Cuba. El documento presenta 103 intervenciones en los asuntos de otros países entre 1798 y 1895. He aquí algunos ejemplos:

1852 – 53 – Argentina. Los marines llegaron a tierra y se mantuvieron en Buenos Aires para proteger los intereses de los Estados Unidos durante la revolución.
1853 – Nicaragua. Para proteger la vida y los intereses de los norteamericanos mientras duren los disturbios políticos
1853 – 54 – Japón. La «Apertura de Japón» y la «Expedición Perry». (Anque el Departamento de Estado no proporciona otros detalles, se sabe que esta operación comprendía el uso de embarcaciones de guerra para obligar a Japón a abrir sus puertos a los Estados Unidos).
1853 – 54 – Ryukyu y las islas Bonin – Tres veces, antes de ir a Japón y mientras esperaba una respuesta de este país, el Comodoro Perry realizó maniobras navales, desembarcando marines en dos oportunidades y asegurando una concesión de carbón otorgada por el Gobernador de Naha en Okinawa. También realizó maniobras en las Islas Bonin, con el pretexto de asegurar las instalaciones para el comercio.
1854 – Nicaragua – San Juan del Norte (la localidad de Greytown fue destruida para vengar un insulto hecho al Cónsul Norteamericano en Nicaragua).
1855 – Uruguay – Fuerzas navales norteamericanas y europeas desembarcaron en Montevideo para proteger los intereses de los Estados Unidos durante una revolución.
1859 – China – Para proteger los intereses de los Estados Unidos en Shangai.
1860 – Angola – Para proteger la vida de los norteamericanos y sus propiedades en Kissembo porque los nativos se habían vuelto belicosos.
1893 – Hawai – Supuestamente para proteger la vida de los norteamericanos y sus propiedades; en realidad, para promover un gobierno provisional dirigido por Sandfor B. Dole. Esta acción no fue aprobada por los Estados Unidos.
1894 – Nicaragua – Para proteger los intereses norteamericanos en Bluefield después de la revolución.

Así, pues, alrededor de 1890 ya los Estados Unidos tenía bastante experiencia en tanteos e intervenciones militares. La ideología de la expansión se había diseminado por las cúpulas militares, políticas y de negocios e, incluso, entre algunos líderes de movimientos campesinos que pensaban que las ventas en el extranjero los beneficiarían.

Un popular propagandista de la expansión, el Capitán A. T. Mahan de la marina norteamericana que tuvo una gran influencia sobre Theodore Roosvelt y otros líderes de Norteamérica, decía que los países que ostentasen las fuerzas navales más grandes heredarían la tierra. Por la misma época, el Senador Henry Cabot Lodge de Massachussets escribía el siguiente artículo:

En provecho de nuestro comercio.deberíamos construir el canal de Nicaragua y, para protegerlo y por el bien de nuestra supremacía comercial en el Pacífico, deberíamos controlar las islas hawaianas y mantener nuestra influencia en Samoa. y cuando el canal de Nicaragua sea construido, iremos por Cuba. porque las grandes naciones absorben los territorios desechados para su futura expansión y defensa. Este movimiento favorece la civilización y el avance de la raza, y los Estados Unidos, como una de las más grandes naciones del mundo, no debería abandonar esta marcha.
En un editorial del Washington Post, publicado la víspera de la Guerra entre España y Estados Unidos se puede leer lo siguiente:

«Una nueva conciencia parece haberse despertado entre nosotros; la conciencia de nuestro poder, y con ella, un nuevo apetito: la ansiedad por mostrar nuestra fuerza. Ambición, interés, hambre de tierras, orgullo, el placer de luchar, no importa, por lo que sea, estamos animados por una nueva sensación. Estamos, cara a cara, con un nuevo destino. El sabor del imperio está en la boca de la gente tal como, en la jungla, el sabor de la sangre.
Pero ¿era ese sabor el producto de algún instinto de agresión o parte de un interés individual urgente, o más bien, un sabor (si es que existía) creado, estimulado, promovido y exagerado por la prensa millonaria, los militares, el gobierno, y los académicos adulantes de la época? Según el científico John Burgess de la Universidad de Columbia, los teutones y los anglo sajones estaban particularmente «dotados con la capacidad para establecer naciones estado. se les ha encomendado. la misión de dirigir la civilización política del mundo moderno.»

Varios años antes de ser elegido como presidente, William McKinley decía: «Queremos un mercado extranjero para nuestros excedentes.» A principios de 1897, el senador Albert Beverigde de Indiana declaraba que «Las fábricas norteamericanas están produciendo más de lo que los norteamericanos podemos usar y nuestro suelo, más de lo que podemos consumir. El destino ya ha trazado nuestro curso; el comercio del mundo debe ser y será nuestro.» Luego, en 1898, el Departamento de Estado daba la siguiente explicación:

Tal parece que cada año debemos confrontar un incremento en los excedentes de manufactura de bienes para la venta en los mercados extranjeros en la medida en que las operadoras norteamericanas y los artesanos tienen que ser empleados todo el año. A consecuencia de esto, la ampliación del mercado externo de productos de nuestros molinos y fábricas se ha vuelto una materia de estado así como un problema de comercio.

Estos militares y políticos expansionistas estaban todos en contacto. Según uno de los biógrafos de Theodore Roosevelt, para 1890, Lodge, Roosevelt y Mahan ya habían comenzado a intercambiar impresiones,» pero éstos trataban de echar a Mahan a un lado para poder «dedicarse a tiempo completo a la propaganda por la expansión». Una vez, Roosevelt le envió una copia de un poema de Rudyard Kippling a Cabot Lodge, diciendo que era «poesía barata, tiene sentido desde un punto de vista expansionista».

Traducción libre: Andrés Algara

El libro «La otra historia de los Estados Unidos» está editado en España por la editorial Hiru
Howard ZINN, «La otra historia de los Estados Unidos»