Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Allá por los años sesenta, el Senador George Aiken de Vermont le ofreció a dos presidentes estadounidenses un plan para afrontar la Guerra de Vietnam: declarar la victoria y volver a casa. Rotundamente ignorado en aquel momento es, sin embargo, un plan que merece la pena volver a considerar cuando la guerra de Afganistán y Pakistán va ya por su décimo año.
Como sabe ya todo aquel que no esté ciego, sordo y mudo, Osama bin Laden ha sido eliminado. Tal cual. Por los Focas de la Armada. O como expresaba uno de los que integraban la multitud de juerguistas que apareció frente a la Casa Blanca en la noche del domingo con un cartel improvisado a partir de una melodía de El mago de Oz: «Ding, Dong, bin Laden ha muerto«.
¿Y no sería más fácil decir, si el muerto hubiera sido en efecto la Bruja Malvada de Occidente y todo lo que necesitáramos hacer fueran tres clic con aquellas zapatillas de color rubí: «Como en casa, en ningún sitio» y de vuelta a Kansas? ¿O como si se tratara del día de la Victoria sobre Japón (V-J) y el beso de un marinero lo expresara todo?
Lamentablemente, en todo aquello que es importante para los estadounidenses, pensar que Osama bin Laden está muerto es una mera ilusión. Seguirá combatiendo en todos los aspectos fundamentales, impidiendo un cambio importante en la política de la administración Obama en Afganistán; y somos precisamente nosotros quienes nos encargaremos de asegurar que permanezca sobre ese campo de batalla que la administración de George W Bush denominó una vez grandilocuentemente como la «Guerra Global contra el Terror».
La verdad es que el mundo árabe había dejado en gran medida a bin Laden tirado en el polvo incluso antes de que esa bala le alcanzara la cabeza. En ese mundo todo giraba alrededor de la Primavera Árabe, las masivas protestas mayoritariamente pacíficas, aún en curso, que han sacudido y sacuden la región y sus autócratas hasta las raíces. En esa parte del planeta su muerte es, como Tony Karon del Time Magazine ha escrito: «Poco más que una nota histórica a pie de página» y sus sueños no tienen ya prácticamente valor alguno.
Pueden considerarlo desde un insulto a una ironía, pero el mundo que bin Laden cambió realmente para siempre no estaba en el Gran Oriente Medio. Estaba aquí. Disfrutad con su muerte, enterradle en el mar, no publiquéis foto alguna, que él seguirá adelante como un fantasma mientras Washington continúe combatiendo sus letales y desastrosas guerras en su antigua barriada.
El Tao del terrorismo
Si las analogías con el Mago de Oz fueran adecuadas, a bin Laden podría mejor comparársele con el mago de esa película en vez de con la bruja malvada. Después de todo, fue, en cierto modo, un hombre pequeño tras un inmenso biombo por el que su frágil cuerpo asumió, en EEUU, las descomunales proporciones de un supervillano, cuando no de una superpotencia rival. En la actualidad, al-Qaida, su organización, era como mucho una chusma que incluso en su apogeo, incluso antes de asediarla y ponerla en fuga, tenía las más limitadas de las capacidades operativas. Sí, podían montar espectaculares acciones criminales, pero sólo una cada uno o dos años.
Bin Laden no fue nunca «Hitler», ni sus secuaces eran los nazis, ni tampoco puede incorporárseles a Stalin y sus adláteres, aunque en algunas ocasiones se les facturara como a tales. La cosa más parecida a un estado que tuvo al-Qaida fue la empobrecida y masacrada parte de Afganistán controlada por los talibanes donde una vez se alojaron algunos de sus «campamentos». Incluso el dinero del que disponía bin Laden, aunque significativo, no era como para tirar cohetes, no se trataba en modo alguno de un nivel de superpotencia. Se estimó que los ataques del 11/S costaron entre 400.000 y 500.000$, cantidad que, en términos de superpotencia, no representa más que pura calderilla.
A pesar de la apocalíptica estampa de destrucción causada en Nueva York y el Pentágono por los seguidores de bin Laden, él y su banda de asesinos encarnaban para EEUU un desafío relativamente modesto que no suponía, claramente, el fin del mundo. Y si la administración Bush hubiera dedicado las mismas energías en cazarle que puso en invadir y ocupar Afganistán y después Iraq, ¿alguien tiene alguna duda de que no habrían pasado casi diez años antes de matarle o de llevarle a juicio? Aunque esta última opción seguro que jamás se habría producido…
Fue nuestra desgracia, y la buena suerte de Osama bin Laden, que los sueños de Washington no fueran precisamente los de un policía global intentando someter a la justicia una operación criminal, sino un poder imperial cuyos dirigentes querían guardarse la llave del corazón petrolífero del planeta en las próximas décadas mediante una Pax Americana. Por eso, si Vd. está escribiendo justo ahora el obituario de bin Laden, descríbale como un mago que utilizó los ataques del 11/S para magnificar posteriormente sus escasos poderes en muchas ocasiones.
Después de todo, aunque sólo tuviera capacidad para lanzar operaciones importantes cada par de años, Washington -con sumas casi ilimitadas de dinero, armas y tropas bajo su mando- era capaz de lanzar operaciones cada día. En cierta forma, tras el 11/S, bin Laden gobernaba en Washington al adueñarse de sus temores y deseos más profundos, como un robot se apodera de un ordenador y lo utiliza para sus propios fines.
Fue él, gracias al 11/S, quien aseguró que se pusiera en marcha la invasión y ocupación de Afganistán. Fue él, gracias al 11/S, quien también aseguró de que se lanzara la invasión y ocupación de Iraq. Fue él, gracias al 11/S, quien llevó la guerra afgana de EEUU a Pakistán, y los aviones, bombas y misiles estadounidenses a Somalia y el Yemen para combatir esa Guerra Global contra el Terror. Y durante casi la última década, hizo todo esto en la forma que un maestro de Tai Chi combate: utilizando no su propia y mínima fortaleza, sino nuestro destructor poder masivo para crear el tipo de caos en el que indudablemente imaginó que una organización como la suya podría prosperar.
No les sorprenda, pues, que parezca que en estos últimos meses e incluso años bin Laden se quedó secuestrado y prácticamente sin hacer nada en medio de un recinto vallado en un área vacacional justo al norte de la capital pakistaní, Islamabad. Piensen en él como si estuviera practicando el tao del terrorismo. De hecho, lo poco que hizo y cuantas menos operaciones era capaz de lanzar, más lo hacía por él el ejército estadounidense al crear eso que las amenazadas dinastías chinas solían llamar el «caos bajo el cielo».
Muerto pero vivo
Como resulta ahora obvio, la magia suprema de bin Laden se realizó con nosotros, no con el mundo árabe, donde los movimientos que generó, desde Yemen al Norte de África, han resultado ser notablemente periféricos y de escasa importancia. Esa magia ayudó a que se abrieran todas las pesadillas que podían precipitarse sobre nosotros (y sobre otros), desde la tortura y la creación de un archipiélago de injusticia allende los mares hasta el confinamiento en nuestro propio mundo estadounidense, donde nos encogíamos de miedo a la vez que arremetíamos militarmente contra todo.
En muchos sentidos, no nos rompió el 11/S sino los meses y años posteriores. Y como no tengamos el buen sentido de seguir el consejo del Senador Aiken, las guerras que continuemos combatiendo con resultados desastrosos se erigirán en su monumento y en nuestra tumba imperial (como lo fue Afganistán en el pasado para más de un imperio).
En un momento en que los festejantes medios de comunicación y las multitudes se sienten repentinamente optimistas respecto a las operaciones estadounidenses, todavía tenemos casi 100.000 soldados estadounidenses, 50.000 tropas aliadas, cifras alarmantes de mercenarios armados y al menos 400 bases [*] militares en Afganistán diez años después. Todo esto además de una guerra inacabable contra un hombre y su organización que, según el director de la CIA, se supone que sólo tiene de 50 a 100 operativos en aquel país.
Ahora, oficialmente, está bajo las olas. En Oriente Medio, su idea de un futuro «califato» que todo lo iba a abarcar resultó ser la más efímera de las fantasías. Aunque, en cierto sentido, su dominio siempre estuvo ahí. Era nuestra excusa y nuestro demonio. Nos poseía.
Cuando las celebraciones y las fiestas por su muerte se desvanezcan, y lo harán tan rápidamente como las de la boda real británica, estaremos de nuevo, una vez más, en el destrozado mundo estadounidense que bin Laden nos ha legado, y será fácil ver cuán mezquina es esta «victoria», la de su muerte, casi diez años después.
En cuanto a toda esa letra impresa dedicada a la operación que acabó con él, a todos esos que tanto se han desgañitado, a todos los hosannas dedicados a las fuerzas de operaciones especiales estadounidenses, al presidente, sus planificadores y diversas agencias de inteligencia, este es apenas un momento glorioso para EEUU. En todo caso, deberíamos estar de luto por todo lo que hemos enterramos mucho antes que el cuerpo de bin Laden, por lo que le permitimos (a causa de nuestra propia avaricia imperial) incitarnos a hacernos a nosotros mismos y por lo que en el curso de toda esa locura le hicimos a los demás [**] con la excusa de combatirle.
Todo ese cantar el alirón de «¡EEUU! ¡EEUU!» al anuncio de su muerte no han sido sino débiles ecos de los que se produjeron en la Zona Cero el 14 de septiembre de 2001, cuando el presidente George W. Bush cogió un megáfono y prometió que «¡La gente que echó abajo estos edificios, sabrá muy pronto de nosotros!» Ese sería el principio de unos cuantos años de arrogancia vertiginosa y fantasías de dominación mucho más salvajes que las de cualquier terrorista fundamentalista islámico obsesionado con un califato que, muy pronto, nos iban a dejar compuestos y sin novia en nuestro mundo actual de lúgubres cifras de desempleo, podridas infraestructuras, precios del gas al alza, tesoro hundido y un pueblo al borde del precipicio.
A menos que nos olvidemos de los ataques de operaciones especiales y de las guerras con aviones teledirigidos y nos demos una oportunidad, como no estemos dispuestos a seguir el ejemplo de todos esos manifestantes no violentos de todo el Magnífico Oriente Medio y empezar una retirada veloz y auténtica del teatro de operaciones de Af/Pak, Osama bin Laden seguirá vivo.
El 17 de septiembre de 2001, al presidente Bush le preguntaron si quería a bin Laden muerto. Contestó: «Hay un viejo póster del Oeste en el que recuerdo que aparece escrito ‘Se busca, vivo o muerto'». Vivo o muerto. Ahora parece que existe una tercera opción: muerto pero vivo.
Hay una oportunidad para poner una estaca en el corazón de la herencia estadounidense de Osama bin Laden. Después de todo, el hombre que oficialmente empezó todo esto, teóricamente, ya no está. Podríamos declarar la victoria, Toto, y de cabeza a casa. Pero, ¿por qué será que pienso que, a este respecto, es probable que gane el brujo maligno?
N. de la T.:
[*] Véase la traducción al castellano del artículo referido en: http://www.rebelion.org/
[**] Ídem: http://www.rebelion.org/
Tom Engelhardt, es co-fundador del American Empire Project, dirige el Nation Institute’s TomDispatch.com. Es autor de «The End of Victory Culture», una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como una novela: «The Last Days of Publishing». Su último libro publicado es: «The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s» (Haymarket Books).
Fuente: http://www.tomdispatch.com/