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Una última oportunidad para la civilización

El momento definidor para el cambio climático

Fuentes: Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El cambio climático – en la forma de un modelo cambiante de las precipitaciones globales – ya parece estar afectando al planeta de maneras significativas. Un ejemplo es la masiva sequía – que ya dura casi una década – en la región vital productora de trigo de Australia, que ha sido un factor importante en el vertiginoso aumento de los precios de la harina en todo el globo, y con ellos del precio del pan, llevando a la desesperación y a disturbios por alimentos en todo el planeta.

Un informe del Buró de Meteorología en Australia deja en claro que, a pesar de recientes fuertes lluvias en la fértil región agrícola del este de Australia, se necesitarían años de lluvias por sobre lo normal para «eliminar los prolongados déficits [de agua]» en la región. El informe luego agrega esta nota inquietante: «La combinación de un calor récord y de una sequía generalizada durante los últimos entre 5 y 10 años en grandes partes del sur y del este de Australia no tiene precedentes históricos y es, por lo menos en parte, un resultado del cambio climático.»

Hay que pensar un poco en esa frase – «no tiene precedentes históricos.» Excepto cuando se trata de invenciones tecnológicas, no ha formado parte de nuestras vidas durante estos últimos siglos. No tiene precedentes históricos. Hay que prepararse, está a punto de llegar a ser un lugar común en nuestro vocabulario. El sudeste de EE.UU., por ejemplo, estuvo durante los últimos años, inmerso en una sequía – que por fin está disminuyendo – que «no tiene precedentes históricos.» En otras palabras, no había nada (repito: nada) en los registros históricos que sirviera de guía para lo que iba a ocurrir.

Ahora bien, es verdad que la revolución industrial, que condujo a la descarga de gases invernadero a la atmósfera en cantidades sin precedentes históricos, tampoco tiene, en cierto sentido, «precedentes históricos,» pero la mayoría de los eventos naturales – a diferencia, digamos, de la actual inmensa fusión de hielos en el Ártico – ha tenido precedentes. Ha formado parte del registro histórico. Esa era – la era de la historia – amenaza sin embargo, con ceder ahora el paso a un período capaz de exceder a la historia en sí, de excedernos a nosotros mismos.

El planeta, en su larga existencia, puede haber experimentado los extremos por venir, pero no nosotros. Puede que el planeta no esté en peligro porque cuenta con millones o decenas de millones de años para recuperarse, a diferencia de gran parte de la vida sobre su superficie, pero nosotros sí lo estamos.

Cuando se piensa realmente en eso, la historia es la humanidad. Es suficientemente común que se hable de algún personaje histórico o experimento fracasado que es tirado al «basurero de la historia,» pero ¿y si también se van la historia y ese basurero,…bueno, a dónde vamos? ¿Qué somos, realmente, sin nuestros antecedentes? Una vez que hemos ido más lejos, más allá de toda la experiencia que hemos reunido, escrito, y archivado desde que esas primeras rayas fueran hechas en tablillas de arcilla en las tierras del Tigris y del Eufrates, – que ahora están siendo despojadas de su patrimonio cultural – aparecen por lo menos dos preguntas sin respuesta: Una vez que la historia muerde el polvo, ¿dónde quedamos nosotros? – y ¿quiénes somos?

Dejo la palabra al incansable ecologista Bill McKibben, con su deseo ardiente de detenernos justo antes del precipicio de la era post-histórica. Tom

El mundo a 350

Una última oportunidad para la civilización

Bill McKibben

Para los estadounidenses, convencidos por su constitución de que siempre habrá un segundo acto, y un tercero, y otra vuelta para volver a intentarlo y, si es necesario, un pequeño arrepentimiento y un perdón públicos y un Comienzo Totalmente Nuevo – incluso para nosotros, el mundo parece ahora mismo como si estuviera en las últimas.

No hablamos solo de economía. No son nuestros primeros soponcios. Es que la gasolina a 4 dólares el galón significa que se nos acaba, por lo menos la materia barata sobre la que se construyó nuestra caótica sociedad. Sucede cuando tratamos de convertir granos en gasolina, se disparan los precios de una barra de pan y provocan disturbios por alimentos en tres continentes. Es que todo está tan inextricablemente vinculado. Es que de repente parece que esos sombríos tipos del Club de Roma quienes, ya en los años setenta, hablaban una y otra vez de los «límites del crecimiento,» pueden haber tenido razón.

De repente no es amanecer en EE.UU., es crepúsculo en el planeta Tierra.

Hay un número – un número nuevo – que subraya con fuerza el problema. Quizás sea el número más importante sobre la Tierra: 350. Como en partes por millón (ppm) de dióxido de carbono en la atmósfera.

Hace unas pocas semanas, el más destacado climatólogo de EE.UU., Jim Hansen de la NASA, sometió un documento a la revista Science junto con varios co-autores. El extracto que llevaba adosado argumenta que – y nunca he leído un lenguaje más fuerte en un documento científico – «si la humanidad desea preservar un planeta similar a aquel en el que se desarrolló la civilización y a aquel al cual se ha adaptado la vida sobre la tierra, la evidencia paleoclimática y el actual cambio del clima sugieren que habrá que reducir el CO2 de los actuales 385 ppm a un máximo de 350 ppm.» Hansen cita seis puntos críticos irreversibles – masivos aumentos del nivel del mar e inmensos cambios en los modelos pluviométricos, entre ellos – que sobrepasaremos si no volvemos pronto a 350; y podría ser que ya hayamos dejado atrás al primero de ellos, a juzgar por la insana fusión del hielo del Ártico del verano pasado.

Es una diagnosis dura. Es como si el doctor te dijera que tu colesterol es de lejos demasiado alto, que si no lo bajas de inmediato, te va a dar un ataque. Así que tomas una píldora, abandonas el queso y, si tienes suerte, vuelves a la zona de seguridad antes de sufrir una lesión coronaria. Es como si se viera que el tacómetro entra a la zona roja y se supiera que hay que sacar el pie del acelerador antes de que se oiga ese estruendo en el frente de tu coche.

En este caso, sin embargo, es aún peor porque no estamos tomando la píldora y estamos dándole al acelerador – y fuerte. En lugar de reducir la velocidad, estamos echándole leña, literalmente. Hace dos semanas llegaron las noticias de que el dióxido de carbono atmosférico había pegado un salto de 2,4 partes por millón el año pasado – hace dos décadas, iba subiendo apenas a la mitad de esa velocidad.

Y, repentinamente, llega la noticia de que la cantidad de metano, otro potente gas invernadero, que se acumula en la atmósfera, ha comenzado también a aumentar inesperadamente. Al parecer, nos las hemos arreglado para calentar el extremo norte lo suficiente como para comenzar a fundir inmensos trozos de permafrost y masivas cantidades de metano atrapado debajo comienzan a borbotar.

Y no hay que olvidar que China está construyendo más plantas energéticas; India está a la vanguardia con el coche a 2.500 dólares, y los estadounidenses están pasando a televisiones del tamaño de parabrisas que chupan combustible aún más rápido.

Y ahí estamos. Hansen no dijo sólo eso, que si no hacemos nada nos estamos metiendo en un buen lío; o que, por si todavía no sabemos lo que es mejor para nosotros, estaríamos ciertamente mejor bajo 350 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera. Su frase fue: «… si queremos preservar un planeta similar a aquel en el que se desarrolló la civilización.» Un planeta con miles de millones de personas que viven cerca de esas líneas costeras tan inundables. Un planeta con cada vez más bosques vulnerables. (Este año, un escarabajo, alentado por temperaturas más elevadas, ya se las arregló para matar 10 veces más árboles que en ninguna infestación previa en el extremo norte de Canadá.

Esto significa que hay mucho más carbono camino a la atmósfera y aparentemente condena a la ruina los esfuerzos de Canadá por cumplir con el Protocolo de Kyoto, lo que ya está en duda por su decisión de comenzar a producir petróleo para EE.UU. de las arenas bituminosas de Alberta.)

Somos los que iniciamos el calentamiento; ahora el planeta comienza a hacerse cargo de la tarea. Se funde todo el hielo del Ártico, por ejemplo, por ejemplo, y repentinamente el hermoso escudo blanco que refleja hacia el espacio un 80% de la radiación solar entrante, se convierte en agua azul que absorbe un 80% del calor solar. Retroacciones semejantes van más allá de la historia, aunque no en el sentido en el que pensaba Francis Fukuyama.

Y nos quedan, en el mejor de los casos, sólo unos pocos años para evitar algo – para invertir la dirección. El científico y economista indio Rajendra Pachauri, quien aceptó el año pasado el Premio Nobel en nombre del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC) (y quien, a propósito, obtuvo su puesto cuando el gobierno de Bush, por comando de Exxon Mobil, removió a su predecesor): «Si no hay acción antes de 2012, será demasiado tarde. Lo que hagamos en los próximos dos a tres años determinará nuestro futuro. Es el momento definidor.»

Se supone que en los próximos dos o tres años las naciones del mundo negociarán un tratado sucesor del Acuerdo de Kyoto. Cuando llegue diciembre de 2009, se supone que jefes de Estado convergerán en Copenhague para firmar un tratado – un tratado que entraría en efecto en el último momento plausible para respetar los límites más básicos y cruciales del CO2 atmosférico.

Si hiciéramos todo correctamente, dice Hansen, podríamos ver que las emisiones de carbono comienzan a caer de un modo bastante rápido y los océanos comienzan a extraer parte de ese CO2 de la atmósfera. Antes de fin de siglo incluso podríamos ir en camino hacia 350. Podríamos detenernos justo antes de algunos de esos límites críticos, como Correcaminos frenando justo antes de llegar al borde mismo del precipicio.

Más probable, sin embargo, es que seamos los Coyote – porque «hacer todo correctamente» significa que los sistemas políticos en todo el mundo tendrían que tomar pasos enormes y dolorosos ahora mismo. Significa que no haya más centrales eléctricas a carbón en ninguna parte, y que haya planes para cerrar rápidamente las que ya están en actividad. (Las centrales eléctricas a carbón que operan tal como se espera que lo hagan son, en términos de calentamiento global, tan peligrosas como las plantas nucleares que se funden.) Significa hacer que las fábricas de coches produzcan el próximo año híbridos eficientes, tal como hicimos que produjeran tanques en seis meses cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial. Significa que los trenes se conviertan en una prioridad absoluta y los aviones en un tabú.

Significa que se tome cada decisión prudentemente porque tenemos tan poco tiempo, tan poco dinero, por lo menos en relación con la tarea que se nos presenta. Y lo más duro de todo: significa que los países ricos del mundo compartan libremente recursos y tecnología con los más pobres, para que puedan desarrollar vidas dignas sin quemar su carbón barato.

Es posible – una vez lanzamos un Plan Marshall, y podríamos hacerlo de nuevo, esta vez en relación con el carbono. Pero parece poco probable en un mes en el que el presidente nos ha instado, una vez más, a hacer perforaciones en el Refugio Nacional de la Vida Silvestre del Ártico. Es difícil de imaginar en un mes en el que la atrayente frase «vacaciones del impuesto a la gasolina» llegó alegremente a nuestro vocabulario, (aunque fue alentador ver que el truco de Clinton no persuadió a muchos votantes). Y si es difícil imaginar sacrificios aquí, imaginemos a China, donde la gente genera per capita un cuarto del carbono que producimos nosotros.

A pesar de todo, mientras no sea imposible, tenemos el deber de intentarlo. De hecho, es algo como el deber más obvio que los seres humanos hayan enfrentado.

Acabamos de lanzar una nueva campaña: 350.org. Su único objetivo es difundir este número en todo el mundo en los próximos 18 meses, a través del arte y la música y jaleos de todo tipo, en la esperanza de que impulse esas negociaciones post-Kyoto hacia la realidad.

Después de todo, esas negociaciones son nuestra última posibilidad; no podemos lograrlo apagando una bombilla de alumbrar a la vez. Y si esta campaña 350.org es un pase desesperado, bueno, a veces esos pases llegan a destino.

Tenemos una cosa a nuestro favor: Este nuevo instrumento, la Red que, por lo menos, permite que nos imaginemos algo como un esfuerzo global desde la base. Si Internet fue hecho para algo, fue para compartir este número, para hacer que la gente comprenda que «350» representa un tipo de seguridad, un tipo de posibilidad, un tipo de futuro.

Las palabras de Hansen fueron bien escogidas: «un planeta similar a aquel en el que se desarrolló la civilización.» La gente indudablemente sobrevivirá en un planeta sin 350, pero es posible que la civilización no lo haga, porque todo el mundo estará tan preocupado enfrentando las interminables consecuencias no intencionadas de un planeta sobrecalentado.

La civilización es lo que crece en los márgenes del esparcimiento y la seguridad provistos por una relación factible con el mundo natural. Ese margen no existirá, por lo menos no durante mucho tiempo a más de 350. Es el límite que enfrentamos.

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Bill McKibben es un profesor visitante en Middlebury College y cofundador de 350.org. Su libro más reciente es «The Bill McKibben Reader.»

Copyright 2008 Bill McKibben

http://www.tomdispatch.com/post/174930/bill_mckibben_the_defining_moment_for_climate_change