En estos primeros años del siglo XXI la marcha del mundo ha estado condicionada, fundamentalmente, por las iniciativas adoptadas por los gobiernos republicanos y neoconservadores de G. Bush ( hijo ). Respondiendo bien a una provocación de la organización terrorista Al Qaeda, o a un plan de afirmación de la supremacía mundial norteamericana, en el […]
En estos primeros años del siglo XXI la marcha del mundo ha estado condicionada, fundamentalmente, por las iniciativas adoptadas por los gobiernos republicanos y neoconservadores de G. Bush ( hijo ). Respondiendo bien a una provocación de la organización terrorista Al Qaeda, o a un plan de afirmación de la supremacía mundial norteamericana, en el que el ataque terrorista del 11S era el pretexto perfecto para actuar, los gobiernos del Bush impulsaron una política exterior de carácter maniqueo, agresivo, belicista, cuyos frutos han sido la invasión de Afganistán e Irak y la tensión, casi permanente, con Irán y Corea del Norte. La fuerza y no el derecho han presidido, pues, estos años en las relaciones internacionales. Sin embargo, lo malo de estas iniciativas no ha sido sólo el baño de sangre, el dolor y el sufrimiento que han provocado en los escenarios bélicos y aún más allá de ellos, sino el olvido de otros problemas, de otras cuestiones que son de vital importancia para el conjunto de la humanidad. En una palabra, se han perdido unos años preciosos, porque en un mundo unipolar las únicas decisiones que han contado han sido las de la superpotencia que ganó la Guerra Fría. Ese estado de cosas, aunque tímidamente, está empezando a cambiar. El fracaso de Bush en Irak, por un lado, y la urgencia del problema ecológico, por el otro, han permitido a otras potencias, países y organismos internacionales, adoptar iniciativas al margen del coloso norteamericano. Los gobiernos europeos parecen haberse tomado en serio la gravedad del cambio climático; en América Latina, el patio trasero de los Estados Unidos, la menor atención prestada por la superpotencia del Norte, obsesionada por el control de Asia suroccidental y central, ha permitido significativos avances en el proceso de desneocolonización; Rusia y China han hecho gestos y han tomado decisiones que expresaban su propósito de actuar sin temor y al margen de la voluntad estadounidense y los movimientos sociales que se identifican con los principios del Foro Social Mundial han reemprendido, con menos claridad de ideas y vigor del deseable, el camino de la lucha por la construcción de otro mundo mejor posible.
¿Qué perspectivas se abren ahora cuando está concluyendo el segundo mandato presidencial de G. Bush y parece cerrarse con un fracaso el anacrónico proyecto de una imperial Pax americana?
Todavía lo que suceda en Estados Unidos, a su economía, en la política exterior que emprenda después de Bush, será trascendental, sino decisivo. Las elecciones presidenciales de noviembre de 2008 se acercan a pasos acelerados y la campaña para ganarlas de hecho ya ha empezado. Demasiado tocado por el fracaso, desprestigiado y en fase de disolución, el sólido bloque de republicanos neoconservadores de la derecha dura que gobernó con Bush no tiene ninguna posibilidad. Ni Cheney, ni Rice, ni ningún otro se ha postulado siquiera para suceder a Bush como precandidato. Los precandidatos republicanos, con Giuliani, ex alcalde de Nueva York en primer lugar, guardan las distancias con un impopular G. Bush, al tiempo que están obligados a defender la continuidad de una política exterior belicista que, según todas las encuestas, les enajena la voluntad del electorado y les aleja de la Casa Blanca. Las cosas se presentan favorablemente para los candidatos demócratas, con Hillary Clinton y Barack Obama a la cabeza, que en todos los casos tienen en su agenda la retirada de Irak. Si a esto sumamos el efecto que pueda provocar la recesión o el amago de recesión que está teniendo lugar con la administración Bush, las perspectivas de la victoria serán claras para los demócratas. Sobre todo si la candidata es H. Clinton que aventaja a B. Obama en intención de voto.
¿ Qué puede ocurrir en el mundo con una/un demócrata al frente de los destinos de Estados Unidos?
Mi esperanza es que se rebaje el nivel de violencia y tensión que ha imperado con los halcones neoconservadores, tan ligados al complejo militar-industrial, y que gane terreno el respeto por el derecho internacional e instituciones como las ONU, tan necesitada, por otra parte, de una profunda renovación. Desde luego que la retirada de Irak podría contribuir a ello y si vencen los demócratas estarán obligados a hacerlo. Otra cosa es el caso de Afganistán, donde la coincidencia de la cruzada antiterrorista une a republicanos y demócratas. El error de mantener la presencia en ese país prolongará la tensión con el mundo islámico más fundamentalista. Además, es razonable suponer que con una presidencia demócrata la amenaza de una guerra contra Irán o Corea del Norte disminuirá. En cualquier caso de la Era Bush, Estados Unidos sale debilitado y los gobiernos que le sucedan tendrán que contar más con el resto de las potencias, países e instituciones internacionales. Posiblemente la nueva presidenta o presidente tratará de sostener la posición hegemónica de Estados Unidos, la unipolaridad, sustituyendo la soberbia unilateralidad de los neoconservadores, por la amable multilateralidad clintoniana. Haga lo que haga el avance de otras potencias, China, Rusia, India, Brasil, ¿ Unión Europea? ¿ Japón?, es imparable y el mundo será cada vez más multipolar, lo que conllevará que las decisiones importantes que se tomen no correrán ya a cargo, exclusivamente, de los Estados Unidos. No obstante esa tendencia, si se impone, no bastará para encarrilar correctamente los problemas del globo. Es indispensable, si se quiere luchar eficazmente contra el cambio climático, un giro radical en las políticas energéticas, pasando lo más rápidamente posible del modelo de energías fósiles a las alternativas, sin falsos atajos como los agrocombustibles que puedan agravar la situación de pobreza y hambre en el Tercer Mundo. Hay que afrontar las relaciones Norte-Sur no sólo como una cuestión económica, en la que siempre o casi siempre sale ganando el Norte y perdiendo el Sur. Se trata de una cuestión de justicia, comercial, fiscal, ecológica, que tienen que asumir, también, las poblaciones más favorecidas de los países enriquecidos. Muy especialmente tiene que abordarse el problema de África, sobre todo, del África subsahariana. Si no se toman medidas solidarias, la pobreza, el hambre y las catástrofes ecológicas empujarán a los pobladores de ese continente y de otras regiones del mundo a migrar hacia los países donde los salarios, el acceso al consumo y el Estado del bienestar garantizan un futuro mejor. El movimiento altermundista, del que la mayoría de la humanidad sabe bien poco aún, debería madurar. Al ecopacifismo y al anticapitalismo, que de una u otra forma expresa, debe unir propuestas concretas consensuadas, universales que nos alejen de los riesgos ecológicos y bélicos que el capitalismo es incapaz de evitar.