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Greenspan, Rubin, y el Grupo de Davos

El neoliberalismo y la moralidad de la ganancia neta

Fuentes: Znet

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Desde la era Reagan me ha impresionado la regularidad con la que economistas liberales y los tendientes hacia la izquierda que conocía, que se iban a trabajar en la industria y en las finanzas, terminaban pronto por favorecer los negocios, oponerse a los sindicatos, y adoptar políticas derechistas. Pienso que lo que los afectaba no era sólo el impacto de su asociación con empresarios, sino el que la rentabilidad de las empresas llegó a ser una necesidad central para su propio rendimiento. Como economistas empresariales, aumentos de salarios debían parecer malos – ya que afectaban a esa rentabilidad y amenazaban con generar inflación y con ello el crecimiento de los negocios (y de los precios de las acciones). Duras reglas ecológicas también dificultarían la rentabilidad: su relajación mediante la ley o un control amistoso (o inexistente) de su cumplimiento, la mejoraría. Por ello era fácil deslizarse hacia lo que podríamos llamar «la moralidad de la ganancia neta,» con posiciones sobre temas clave dictadas por sus posibles efectos sobre la ganancia neta pero, claro está, racionalizadas por una ideología que hacía que todo esto pareciera benévolo – a largo plazo – y que hiciera que estos moralistas de la ganancia neta se convirtieran en buenos samaritanos mientras cobraban sus gordos salarios y bonificaciones y la vasta mayoría esperaba que gotearan hacia abajo. (Sobre la fraudulencia de esta ideología, vea David Harvey: «A Brief History of Neoliberalism,» y Ha-Joon Chang, «Bad Samaritans.»)

Con el continuo aumento del poder económico y político de los negocios durante los últimos 30 años y la decadencia paralela del sindicalismo organizado, la ideología neoliberal (el mercado puede lograrlo todo) se ha establecido aún más firmemente en el pensamiento y la práctica de los círculos gobernantes. La novelista

Ayn Rand, famosa sobre todo como autora de «Atlas Shrugged,» fue una propugnadora extrema de la ideología individualista, de libre empresa, y antigubernamental, y no es por coincidencia que uno de los admiradores de su culto y de sus asociados, Alan Greenspan, se haya convertido en un miembro destacado de la elite política en los años ochenta, hasta 2006.

El «sistema superlativamente moral» de Greenspan

Greenspan contribuyó tres capítulos al libro de Rand de 1966 «Capitalism: The Unknown Ideal,» todos los cuales reflejaban su ideología – de ella y de Greenspan – de ultra laissez-faire. En uno, Greenspan critica severamente la ley y el derecho antimonopolio como no sólo dañinos, sino también con «el propósito oculto» de dañar a «los miembros productivos y eficientes de nuestra sociedad.» En otro, afirma que toda regulación gubernamental representa «fuerza y fraude» como medios de protección del consumidor, mientras «la busca de beneficios es el protector insuperable del consumidor.» Argumenta que el propio sistema de mercado es un «sistema superlativamente moral que los estatistas de la asistencia social quieren mejorar mediante el derecho preventivo, burócratas fisgones, y el acoso crónico del miedo.»

Greenspan contribuyó al funcionamiento de este «sistema superlativamente moral» a micro-nivel en 1985, al escribir a las autoridades de ahorros y préstamos a favor de Charles Keating, jefe de Lincoln Savings and Loan. En esa carta instaba a las autoridades a eximir a Keating de restricciones sobre préstamos arriesgados, en vista de su carácter excepcional y del buen estado de su operación, sin «un riesgo previsible para la Federal Savings and Loan Insurance Corporation. [FSLIC]» Greenspan era consultor pagado de Lincoln, que quebró en 1989 con enormes costes para la FSLIC y el contribuyente estadounidense. Keating terminó en la cárcel. Es el mismo Charles Keating con quien John McCain tuvo una estrecha relación y por cuya cuenta McCain también hizo un cierto cabildeo. Ni Greenspan ni McCain sufrieron un daño significativo por esa relación y, a pesar de su ideología extremista, Greenspan se convirtió en una poderosa personalidad en la economía política de EE.UU., dirigiendo durante muchos años la Reserva Federal (1987-2006) pasando por dos grandes burbujas que no hizo nada por limitar.

Una importante manifestación de la visión del mundo de Greenspan puede ser vista en su testimonio ante el Congreso del 22 de julio de 1997, donde explicó que la inflación no aumentaba a pesar de la baja de la tasa de desempleo debido a «un sentido acentuado de la inseguridad en el puesto de trabajo,» que describió en otro sitio como un reflejo del «trabajador traumatizado,» útil para mantener bajos los salarios. No sugirió que la inseguridad en el puesto de trabajo y la traumatización de los trabajadores involucraba algún «acoso por temor» o que tenía alguna implicación negativa para el bienestar.

En realidad, el punto de vista de Greenspan a este respecto no era muy diferente del de numerosos economistas de la tendencia dominante, que tardaron en reconocer la mayor inseguridad en el puesto de trabajo como un factor crucial en la alteración de la relación entre desempleo e inflación, y que no se preocuparon cuando la reconocieron. La economista Janet Yellen, co-autora con Alan Blinder de un libro sobre los años noventa intitulado «The Fabulous Decade,» dijo al Comité de Mercado Abierto de la Reserva Federal en 1996 que «mientras el mercado laboral está limitado, la inseguridad del puesto de trabajo está viva y bien. Las aspiraciones reales de salarios parecen modestas, y el poder de negociación de los trabajadores es sorprendentemente bajo» (citado en «Contours of Descent» de Robert Pollin). Robert Pollin señala que Yellen y Blinder no dejaron que esto interfiriera con su conclusión de que los años noventa fueron «fabulosos.» Aparentemente esos economistas, como Clinton, no «sienten dolor» realmente mientras sólo sean los trabajadores los que sufren.

De hecho, todos representan una vuelta a los mercantilistas de las Siglos XVII y XVIII quienes, según el historiador Edgar S. Furniss, argumentaron que «altos salarios serían destructivos para el bienestar nacional porque reducirían el poder competitivo de Inglaterra al aumentar los costes de producción. La doctrina prevaleciente sostenía que los salarios debían ser mantenidos al nivel del coste de la subsistencia física. De ahí la aparente anomalía de la posición del peón: mientras su importancia social teórica era grande, su compensación económica real era miserablemente pequeña… [Bajo el mercantilismo] la clase dominante intentaba cargar el peso sobre los hombros de los grupos cuyo poder político era demasiado endeble como para poder defenderlos contra la explotación y hallaba la justificación para sus políticas en el pretexto de la necesidad nacional.» (Furniss, «Position of the Laborer in a System of Nationalism,» 1920). ¿Tiene esa visión antigua de cómo distribuir las cargas alguna posible aplicación a los rescates que están siendo instituidos actualmente para encarar la actual crisis financiera?

Volviendo a la moralidad de Greenspan, es obvio tanto en sus contribuciones a Ayn Rand como en sus escritos y pronunciamientos públicos de los últimos 20 años que ve al capitalismo libre de ataduras como «un sistema superlativamente moral» no gracias a la benevolencia de la gente de negocios sino porque las operaciones de mercado en función del interés propio de los negocios protegerá a los consumidores – las empresas no tomarán riesgos indebidos porque eventualmente dañarían su propio bienestar. La regulación es por lo tanto innecesaria y positivamente dañina por su arbitrariedad y la torpeza burocrática. Greenspan luchó larga y enérgicamente por la desregulación generalizada, y contra la regulación de derivados cuando crecían rápidamente en los años noventa argumentando, incluso en 2004, que innovaciones como los derivados habían contribuido a una nueva estabilidad en el sistema financiero. «No sólo los protagonistas financieros se han hecho menos vulnerables a los choques de factores de riesgo subyacentes, sino el sistema financiero en su conjunto también se ha hecho más fuerte.» Un malentendido semejante de la realidad por un hombre con gran experiencia y acceso a los recursos de investigación de la Reserva Federal sólo puede ser visto como resultado de la burbuja intelectual-ideológica en la que actuaba.

Ahora, cuando el sistema financiero ha colapsado y sus dirigentes piden y obtienen un inmenso rescate, ¿qué dice Greenspan? Aparte de admitir su desconcierto, ha declarado que los empresarios fueron demasiado codiciosos y se condujeron deshonestamente. Le «consterna la medida en la que nosotros [sic] hemos permitido que hayan disminuido las preocupaciones por la reputación en los últimos años.» Pero eso es basura. Lo que supuestamente iba a controlar el riesgo era el logro racional de beneficios, no la conducta honorable. Asimismo, si la conducta real era sistémica, y la codicia puede vencer a la conducta honorable, el modelo de Greenspan ha fracasado según sus propios parámetros. Pero más allá de eso era estúpido, ya que hace tiempo que se sabe que la fuerza de la competencia, la presión (y la obligación fiduciaria) por hacer beneficios, así como la miopía empresarial regular en mercados alcistas, han producido una y otra vez excesos insostenibles. El modelo moral de Greenspan refleja una ideología simple y una moralidad de ganancia neta. También forma parte de una perspectiva de guerra de clases en la que, como ya dije, el trabajo (y la mayoría) son vistos en la tradición mercantilista – como un coste que hay que contener, no como un grupo muy grande cuyo bienestar tratamos de maximizar. También contribuyó a que percibiera mal la realidad económica y que cometiera un gran y desastroso error de pronóstico económico.

Greenspan, Rubin, Summers, et al

Tanto el New York Times como el Washington Post publicaron enjundiosos artículos sobre la pesada responsabilidad de Greenspan por la actual crisis, en cierto modo si apalearan a un caballo muerto, después de que ambos periódicos lo trataron con gran deferencia como «el Oráculo» durante muchos años (Peter Goodman, «The Reckoning: Taking a Closer Look at a Greenspan Legacy,» NYT, 9 de octubre de 2008; Anthony Faiola, Ellen Nakashima, y Jill Drew, «What Went Wrong,» WP, 15 de octubre de 2008). Los artículos presentan la lucha por y contra la regulación de derivados en los años noventa, con

Brooksley E. Born, jefa de la Comisión del Comercio en Futuros sobre Mercancías de EE.UU. (CFTC) como protagonista y heroína pro-regulación, y Greenspan como principal villano.

Pero ambos artículos también llaman atención al apoyo dado a Greenspan en su lucha contra la regulación con Born por los destacados funcionarios financieros del gobierno de Clinton: Robert Rubin, Larry Summers, y Arthur Levitt, Jr., los dos primeros dirigiendo el Tesoro de EE.UU., y Levitt, la Comisión de Mercados e Inversores de EE.UU. (SEC). Rubin aparece particularmente insincero en estos artículos, afirmando que estuvo a favor de regular derivados en 1998, pero que creía que no era políticamente factible debido a la oposición de la industria y porque «no existía potencial para movilizar a la opinión pública.» El artículo del Times luego parafrasea a un antiguo funcionario de la CFTC diciendo que «el clima político habría sido diferente si el señor Rubin hubiera pedido regulación.»

Hay que reconocer que Rubin y Summers no se quedan cortos cuando se trata de apoyar el salvataje de potentados inversionistas. En su excelente libro «The Global Class War,» Jeff Faux presenta el hecho de que el establishment corporativo que domina a ambos partidos políticos de EE.UU. forma parte del «Grupo de Davos,» que se junta periódicamente en lujosas instalaciones en Davos, Suiza, para celebrar, codearse, y planificar en función de los intereses de la elite global de los negocios. El libro se concentra fuertemente en el carácter y la aprobación de NAFTA y la crisis y rescate mexicanos que vinieron inmediatamente después. NAFTA fue un proyecto corporativo, al que se opuso fuertemente una gran mayoría de votantes del Partido Demócrata y una mayoría de los legisladores demócratas. Pero, bajo presión de Robert Rubin, Clinton colocó la aprobación de esta legislación por delante de la reforma de la atención sanitaria, invirtió un inmenso esfuerzo político en su aprobación, y al hacerlo preparó la escena para el fracaso de la reforma de la salud y para la debacle política del Partido Demócrata en 1994. Por cierto, la comunidad empresarial apreció el servicio de Clinton y en este caso y en otros justificó su anterior aprobación de su candidatura, organizada por el propio Rubin.

Rubin tenía un serio conflicto de intereses al impulsar el NAFTA y el rescate subsiguiente de inversionistas en valores mexicanos. Había sido alto responsable de Goldman Sachs, que hizo sustanciales negocios en México, y tuvo – e incluso siguió manteniendo – una serie de clientes mexicanos. NAFTA sirvió sólo al Grupo de Davos en EE.UU. y a una ínfima elite de gente acaudalada en México que dominaba un sistema político famoso por lo corrupto. La mayoría se opuso en EE.UU., así como mexicanos conscientes y no corruptos; en México, la mayoría terminó por ser gravemente dañada por este instrumento de la guerra de clases global. Su característica central fue otorgar privilegios a inversionistas extranjeros en México, asegurando también la eliminación gradual de aranceles sobre productos agrícolas y con ello el desastre económico para varios millones de agricultores mexicanos y sus familias. (Una de las mentiras más notorias de Clinton fue su afirmación de que NAFTA serviría para disminuir la inmigración mexicana a EE.UU. al estimular la inversión y el desarrollo en México.)

La analogía con la actual crisis y rescate en EE.UU. es más dramática si consideramos la crisis mexicana de 1994-1995. Poco después de la promulgación de NAFTA en 1994, el gobierno mexicano, que por razones políticas había tratado de vincular el peso al dólar, sufrió una crisis de confianza de inversionistas y una sangría insostenible de sus reservas en divisas extranjeras. Como lo describiera el economista David Felix: en el otoño de 1994: «dueños de tesobonos mexicanos comenzaron a canjearlos y a cambiarlos por dólares [este bono era pagable en pesos pero con pesos vinculados al dólar], seguidos tardíamente por titulares extranjeros, quienes se quedaron con 29.000 millones de dólares en tesobonos cuando en diciembre de 1994, el Banco Central mexicano, con sus reservas de dólares casi agotadas, dejó que la tasa de cambio flotara y contempló impotentemente como se desplomaba. El Tesoro de EE.UU. y el FMI prepararon a toda prisa un fondo de rescate de 51.000 millones de dólares, y exigieron que el gobierno mexicano utilizara más de la mitad para pagar en dólares los 29.000 millones de tesobonos. Ya que la obligación contractual del gobierno frente a los titulares de tesobonos era simplemente pagarles más pesos cuando subiera el precio del dólar en pesos, la obligación del rescate equivalía a una reescritura a posteriori del contrato con titulares de tesobonos para impedir que sufrieran pérdidas.» («Why International Capital Mobility Should be Curbed, and How It Could Be Done,» ICTFU, diciembre de 2001).

En su capítulo «Alan, Larry, and Bob Save the Privileged,» Faux describe cómo en 1994 Greenspan, Summers, y Rubin contribuyeron a crear un clima de miedo, diciendo al Congreso que «todo el mundo está ahora en riesgo.» El gobernador George W. Bush de Texas fue elogiado por Rubin por «comprender instintivamente lo que estaba en juego» y al dar apoyo público al rescate. Rubin incluso «llamó a Gingrich, quien llamó a Greenspan, quien llamó a Rush Limbaugh para promover el rescate ante los radioescuchas derechistas de su programa radial.» En los hechos, las afirmaciones de venta para el rescate eran falsas y la contribución financiera del FMI para el rescate fue ilegal. México no sufría ninguna «crisis de la deuda» ya que sólo estaba obligado a suministrar pesos, no dólares – el pago en dólares fue impuesto al gobierno mexicano por responsables de EE.UU., quienes persuadieron a los medios de EE.UU. de que los pagos en dólares eran requeridos por los contratos de los tesobonos. Responsables de EE.UU. contaron esa mentira y exigieron el pago de México, no sólo para ayudar a inversionistas de EE.UU., sino también para disuadir a México de recurrir a controles de capital, lo que podría haber hecho de acuerdo con las reglas del FMI, pero que habrían sido un ejemplo de violación de principios neoliberales que eran impuestos al Tercer Mundo por EE.UU. y el FMI. El Artículo 6 de los Artículos de Acuerdo del FMI no sólo habría permitido controles mexicanos de capital, también prohíbe el financiamiento de emergencia del FMI para facilitar la huida de capitales – violado en este caso de acuerdo con demandas de EE.UU. y principios (o mejor dicho intereses) neoliberales más elevados.

Faux señala que el dinero del rescate «no fue utilizado para rejuvenecer la economía mexicana. No financió la creación de puestos de trabajo para los desocupados o para reducir las deudas de pequeños empresarios en bancarrota o ayudar a hospitales y escuelas que estaban repentinamente en quiebra, Fue utilizado para sanar a titulares de tesobonos en Wall Street, que habían comprado originalmente los arriesgados bonos mexicanos porque Salinas les aseguraba un buen rendimiento.» En lugar de controles de capital, Rubin y Summers insistieron en recortes presupuestarios y en la «reforma» del sistema financiero mexicano, que fue seguida por, y resultó en, «la caída económica más aguda desde la Gran Depresión.» La clase media mexicana «fue diezmada» por la contracción forzada y los contribuyentes terminaron por ser obligados a pagar las cuentas por el rescate. Rubin afirmó que todo esto se debía a que «México… había cometido un serio error político.» Pero Faux señala que «México» no lo hizo, sino más bien Salinas y su sucesor Zedillo, «ambos promovidos ante el Congreso de EE.UU.» por ‘Alan, Larry y Bob’ como reformadores honestos, competentes, a quienes había que apoyar con el NAFTA, incluso si significaba que miles de estadounidenses perdieran sus puestos de trabajo.»

Faux también señala que como parte del NAFTA, y después de la forzada contracción y crisis presupuestaria, la privatización de los activos públicos mexicanos fue acelerada, y oligarcas locales y bancos extranjeros (y clientes de Goldman Sachs) podían pasar a comprar activos a precios de remate. De modo que al todo salió bien para el Grupo de Davos y sus aliados compradores locales, mientras los mexicanos de a pie eran vapuleados. Como dice Faux: «El modelo financiero del NAFTA – la liberalización del comercio y las finanzas conducentes a una burbuja especulativa, un crac subsiguiente, y la protección de los inversionistas contra las consecuencias de sus propias acciones – fue repetido en diversas formas en los años noventa a través de los mercados globales en Tailandia, Brasil, Bolivia, Corea del Sur, Indonesia, Rusia y Argentina.»

Eso fue escrito en 2006. Ahora, cuando el modelo financiero del NAFTA ha llegado al propio EE.UU., podemos ver cómo el Grupo de Davos, con Goldman Sachs una vez más a la cabeza, hace todo lo posible por seguir socializando los riesgos para inversionistas y pasar los costes a los ciudadanos de a pie. Y con

Bob Rubin y Larry Summers a la espera, los demócratas tragando los últimos rescates, y Wall Street todavía financiando generosamente el Partido, podríamos tener más de lo mismo en el nuevo gobierno demócrata.

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Edward S. Herman es autor, economista, columnista político, y crítico de los medios.

http://www.zcommunications.org/zmag/viewArticle/19835