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La transición política en España y en EE.UU.

El papel de las movilizaciones populares

Fuentes: Rebelión

Existe una tendencia entre historiadores conservadores y liberales de presentar a grandes personajes (la mayoría varones) como los agentes responsables de la evolución de los hechos, reduciendo la historia a la narrativa de lo que han hecho grandes figuras históricas. Así la transición de la dictadura a la democracia en España se ha presentado como […]

Existe una tendencia entre historiadores conservadores y liberales de presentar a grandes personajes (la mayoría varones) como los agentes responsables de la evolución de los hechos, reduciendo la historia a la narrativa de lo que han hecho grandes figuras históricas. Así la transición de la dictadura a la democracia en España se ha presentado como resultado de la visión y protagonismo de grandes personajes liderados por el Rey y el Presidente Suárez, que dirigieron aquel proceso, presentándoles como los responsables de tal transición de un régimen político a otro. Esta versión histórica de nuestro pasado, centrándose en grandes personajes, despolitiza el hecho histórico, ignorando el contexto político y social que determinó que estos personajes y no otros fueran los que aparecieran en el escenario histórico y que las decisiones que tomaran fueran las que tomara y no otras. Así, tales versiones ignoran las grandes movilizaciones de las clases populares y muy en particular de la clase trabajadora española, que fueron las fuerzas mayores en la configuración de aquel proceso forzando constantemente la abertura de aquella dictadura y la adopción de decisiones por parte de los supuestos protagonistas (el Rey y el Presidente Suárez) que no habían incluido en sus programas iniciales. Los documentos disponibles (y accesibles) muestran, por ejemplo, que los planes iniciales que el Rey tenía para España no incluían precisamente el establecimiento de una democracia con plena pluralidad de sensibilidades políticas representadas en las Cortes Españolas. No se pensaba incluir, por ejemplo, al Partido Comunista, a partidos republicanos y a partidos independentistas. Los mismos documentos muestran que tampoco Suárez tenía tal intención. Y sin embargo ambos tuvieron que ir adaptando sus programas abriendo el abanico democrático en respuesta a las enormes movilizaciones que existieron en España (las más amplias que han existido en Europa en la segunda mitad del siglo XX). En 1976, por ejemplo, hubo 1.438 días de huelga por cada 1.000 trabajadores, (la media de la Comunidad Económica Europea fue de 390 días). Y en el sector industrial hubo 2.085 días (el promedio en la CEE fue de 595). De ahí que aunque el dictador murió en la cama, la dictadura murió en la calle. Esta realidad, ampliamente conocida fuera de España (el New York Times escribió que la agitación social hacía peligrar la Monarquía en España), ha estado ocultada en España, donde la historiografía conservadora y liberal dominante, ha hecho gran hincapié en el papel que grandes personajes tuvieron en la transición, ignorando la historia real que consiste en la protesta de la población hacia aquel régimen. El hecho de ignorar la historia real no ha sido un hecho inocente. Antes al contrario, ha sido parte de un proyecto político (al cual han colaborado algunos personajes de izquierda que han exagerado su propio protagonismo en aquella transición) que ha intentado hacer olvidar o relativizar aquellas movilizaciones populares, enfatizando en su lugar el papel del Monarca en el cambio y los personajes de la transición. Es bien sabido que el que escribe la historia tiene un enorme poder. Y ello se ha demostrado en España, en que ha habido un intento exitoso de hacer olvidar a la juventud que lo que consiguieron sus padres y abuelos (hacer caer aquella dictadura) a través de movilizaciones muestra que el poder viene también de la ciudadanía anónima cuando se moviliza.

Estamos ahora viendo una situación semejante en EE.UU. Naturalmente que el cambio político no es tan marcado como España. No es un cambio de régimen. Pero sí que es un cambio político importante. Lo que los medios están explicando en el cambio político de EE.UU. es lo grande y extraordinario que es Obama, que ha creado una gran movilización a favor del cambio que él lidera, ignorando que en EE.UU. ya existía un movimiento de protesta frente a la clase política, percibida ésta como cautiva del mundo financiero y empresarial, estableciéndose así un maridaje clase política-mundo empresarial y financiero (que es el que financia las elecciones de la clase política) que se conoce como Washington y que es enormemente impopular en aquel país. Obama se ha beneficiado de este sentir anti-Washington al no ser parte de aquel establishment y haber votado en contra de la guerra de Irak. La enorme impopularidad de Bush (visto como un mero instrumento del mundo empresarial) y la magnitud de la crisis financiera y económica han ayudado a la victoria de Obama, que hizo el punto central de su campaña el cambio, sin nunca especificar qué tipo de cambio. En realidad, lo poco que podía verse de su programa electoral eran sus propuestas escasamente reformistas.

¿Quiere esto decir que no habrá cambio? No necesariamente. Pero que haya cambio o no no dependerá primordialmente de Obama, sino de la movilización popular, si ésta continúa y se radicaliza. Hay un antecedente histórico en EE.UU.: la primera elección del Presidente Franklin D. Roosevelt en 1934 en medio de la Gran Depresión. La plataforma del Partido Democrático en 1932 no era progresista. Parecida a las plataformas del mismo partido en 1924 y 1928, sus propuestas eran muy moderadas y en absoluto estaban al nivel de lo que la situación social y económica del país requería. Pero en 1932 la clase trabajadora estaba en la calle con revueltas y agitaciones sociales que estaban amenazando el orden social. Las revueltas obreras en Chicago, por ejemplo, habían dejado a tres obreros muertos y siete policías heridos gravemente en conflictos entre la policía y vecinos de barrios obreros que se movilizaron para paralizar el desahucio de las familias que no pudiendo pagar la vivienda iban a ser expulsadas de sus casas por la policía. Los partidos comunista y socialista eran poderosos y atemorizaron el establishment estadounidense. Como había dicho el gobernador del Estado del Mississipi, Gobernador Teodoro Bilbo, «el pueblo está muy agitado y los comunistas están expandiéndose muy rápidamente. Aquí en mi estado hay gente desesperada a punto de salir a la calle». Nunca antes había habido tanta agitación contra el establishment político, financiero (algunos bancos fueron incendiados) y empresarial (algunas fábricas fueron tomadas por los obreros). Fueron estas movilizaciones populares que determinaron que también Roosevelt, sólo unas semanas después de salir elegido propusiera legislación al Congreso Estadounidense, que incluía un enorme incremento del gasto público en inversiones públicas, en gasto social, en subvenciones a las pequeñas empresas y a los agricultores y un programa de política industrial. Y en 1935 propuso y el Congreso aprobó, la Ley Nacional de Relaciones Laborales que reforzó a los sindicatos, en respuesta a la postura adoptada entonces por el Presidente de que «hasta ahora nos habían dicho que lo que es bueno para el empresario es bueno para el trabajador. Lo que nosotros queremos subrayar es que creemos que lo que es bueno para el trabajador es bueno para la economía y para el país». Esto era durante la Gran Depresión.

¿Ocurrirá algo semejante ahora en la Gran Depresión de nuestro tiempo? Las clases populares están claramente descontentas y frustradas pero las izquierdas son muy débiles en EE.UU. Y los sindicatos están divididos. La movilización (por Internet) ha sido cuantiosa, pero está muy limitada a sectores amplios de la juventud. Ahora bien, el grado de impopularidad del sistema político y económico, y el riesgo de un populismo de ultraderecha capitaneado por el Partido Republicano está ejerciendo presión para que la Administración Obama tome medidas más radicales que las que estaban en su programa. Y su última propuesta de gastar 700.000 millones de dólares en un plan de estímulo económico, con el objetivo de crear empleo en obras públicas y servicios públicos (incluyendo sanidad, educación, servicios sociales y transferencias sociales) puede ser un indicador de ello. Ninguna de estas propuestas estaba en su programa. Un ejemplo más que no son los grandes personajes los que hacen la historia, sino que es la ciudadanía la que al movilizarse la hace posible.

Vicenç Navarro es Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra