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El populismo de derecha de Trump sorprendió al establishment

Fuentes: Rebelión

 El triunfo de Donald Trump en las elecciones en EEUU sorprendió a los más incautos. Una sorpresa a medias para el establishment, los especuladores de Wall Street y del City de Londres  y, además, paradójicamente, para los movimientos de izquierda en el mundo y los ‘progresistas’ en EEUU. Trump promete cambios profundos en estilo, pero, […]

 
El triunfo de Donald Trump en las elecciones en EEUU sorprendió a los más incautos. Una sorpresa a medias para el establishment, los especuladores de Wall Street y del City de Londres  y, además, paradójicamente, para los movimientos de izquierda en el mundo y los ‘progresistas’ en EEUU. Trump promete cambios profundos en estilo, pero, a la vez, ‘más de lo mismo’ en la política global de despojo. Los resultados electorales fueron ambiguos. Trump ganó en el decisivo conteo del Colegio Electoral, pero perdió en el voto popular.
El presidente electo también ha generado mucho miedo en sectores amplios de la población. Mujeres, afroamericanos, migrantes latinoamericanos (‘latinos’) y jóvenes se sienten vulnerables. El discurso de Trump los excluye y discrimina.

El futuro mandatario modificó la correlación de fuerzas electorales en EEUU, arrebatándole a los demócratas segmentos claves de la población. Los analistas se preguntan si Trump ahora es el paladín de la clase obrera norteamericana.
Los gobiernos neoliberales – especialmente en Europa y América latina –  consideran que Trump representa lo peor para el futuro de sus políticas de apertura y globalización. Los gobiernos progresistas lo perciben como una amenaza a sus avances sociales.
Al final de este artículo veremos con más detalle el futuro de las relaciones de EEUU con América latina.
 
Resultados

Un análisis de los resultados de las elecciones del 8 de noviembre arroja un cambio significativo en las preferencias partidistas de los distintos segmentos que componen la población de EEUU. Una parte significativa de la clase obrera (sin importar que estrato) y muchos pequeños y medianos empresarios, que desde la gran depresión de la década de 1930, votaban para el Partido Demócrata, se pasaron al bando del nuevo Partido Republicano de Trump. La gran influencia política de la maquinaria sindical entre los trabajadores ha disminuido. Igualmente, las asociaciones se han disuelto en gran medida. Incluso, los pequeños y medianos agricultores relativamente conservadores se radicalizaron aún más inclinándose a favor de Trump.

Las encuestas que se publican en EEUU privilegian categorías no clasistas como etnia, sexo y edad. El voto étnico de los afroamericanos y de origen latinoamericano (‘latino’) no favoreció a Trump, pero su apoyo al Partido Demócrata decepcionó. El voto femenino favoreció a Hillary Clinton, candidata demócrata, pero su contribución no fue contundente. Los jóvenes también se mostraron contrarios a Trump, pero no salieron a votar a favor de Clinton en las cantidades que se esperaba.

Un total de 250 millones de norteamericanos estaban habilitados para votar. Sólo votaron 120 millones. Más de 55 por ciento del electorado se abstuvo. Importantes sectores de afroamericanos y ‘latinos’, mujeres y jóvenes no llegaron a las urnas y sellaron el triunfo de Trump.

Estos movimientos – clasistas y demográficas – fueron cruciales en el triunfo de Trump en los estados decisivos. Mientras que Obama ganó en Florida y Carolina del Sur en 2012, en estas elecciones ganó Trump. En los estados tradicionalmente industriales – Pensilvania, Ohio, Michigan y Wisconsin – donde se esperaba que ganaran los demócratas – también triunfó Trump. En todos los estados mencionados, Trump ganó por márgenes muy estrechos, acumulando todos los delegados del Colegio Electoral. Clinton ganó en estados populosos como California y Nueva York que le dio una mayoría del voto popular nacional.

La táctica equivocada

El triunfo de Donald Trump y la derrota de Hillary Clinton en las pasadas elecciones presidenciales norteamericanas respondieron a un cambio en la correlación de fuerzas al interior de la oligarquía de EEUU. La prolongada crisis del capitalismo y la ‘recesión secular’ que se inició en 2008 contribuyó al surgimiento de una clase trabajadora descontenta y frustrada que se alineó con la candidatura de Trump. La campaña del magnate de Manhattan fue directo al yugular de la poderosa clase capitalista financiera (establishment) identificada como la culpable de todos los males de los sectores sociales que se empobrecen cada vez mas.

La derrota de Clinton, sin embargo, no puede reducirse sólo a la nueva correlación de fuerzas. También se debe a errores cometidos por la ex secretaria de Estado en la campaña y en su subestimación de los cambios estructurales en estados claves de la unión norteamericana. Sus asesores estaban concientes de las debilidades de Clinton pero creían que los ‘arrebatos’ de Trump la daban una ventaja, aunque pequeña, suficiente para ganar los suficientes votos electorales.

Clinton sabía que su triunfo descansaba sobre el comportamiento del electorado en 6 estados claves. El más importante era Florida y también Carolina del Norte. Las encuestas aseguraban su éxito. Además, apostaba que ganaría en los estados del cinturón industrial en decadencia (el rust-belt) desde Pensilvania hasta Wisconsin, pasando por Ohio y Michigan. En total, los seis estados tienen 108 votos en el Colegio Electoral. En EEUU, el colegio electoral tiene un total de 538 miembros. Para ganar las elecciones se necesita una mayoría simple de 270 votos electorales.

Poco después de la medianoche del día de las elecciones, ya se conocían los resultados: Trump 306 votos electorales contra 232 de Clinton. La exsecretaria perdió los seis estados claves. En las elecciones de 2012, Barack Obama ganó cinco de esos estados. Con sólo haber ganado los estados de Michigan y Wisconsin (un total de 46 votos electorales) estaría preparando sus maletas para entrar a la Casa Blanca. Los perdió por márgenes muy estrechos. En Michigan perdió por un 0.4 por ciento (13 mil votos de un total de 4.7 millones). En Wisconsin perdió por 25 mil votos.

Si ganaba en Michigan y Wisconsin habría llegado a tener 286 electores y el pasaje seguro a su anhelada Casa Blanca. En el caso de Wisconsin estaba tan confiada que no visitó el estado durante toda la campaña presidencial. En Michigan – donde un republicano no ganaba desde Reagan en 1984 – sobre-estimó a la capacidad de sus capitanes sobre el terreno. Eran cuatro estados con una población obrera abrumadora que no se cuadró con Hillary.
¿Por qué? Su apoyo a las políticas neoliberales de flexibilización, externalización y de expansión imperial (guerras internacionales) no entusiasmó a los votantes que salieron en 2012 a apoyar a Obama. No fueron sólo los 48 mil votos en Michigan y Wisconsin que hundieron a Clinton. Fueron los centenares de miles de ciudadanos – desconfiados, frustrados y cabreados con el establishment –  que derrotaron a Hillary y que de rebote le dieron el triunfo a Trump.

Nacionalista y proteccionista

El área que más genera conflictos con el establishment y los aliados de EEUU, a escala global, es su política en torno al comercio exterior. Los trabajadores norteamericanos, en cambio, ven esta posición como la panacea y la solución a los problemas de desempleo. Clinton no leyó correctamente las cartas sobre la mesa. En cambio, Trump asumió el discurso populista: Nacionalista y proteccionista. Reconoce que EEUU ha perdido su poder de antaño, especialmente en el campo de la producción. Sin embargo, está seguro que el poder militar de EEUU puede compensar la declinación económica. Ya anunció que pondrá fin a los tratados comerciales que ha negociado EEUU en los últimos 20 años: desde NAFTA hasta el TTP. Someterá las relaciones con China a un nuevo terreno más favorable a los intereses de EEUU.

La gran masa de obreros ‘blancos’ golpeados por las políticas neoliberales y la ‘depresión secular’, se sienten seguros que las políticas de Trump los sacarán de su actual miseria. Por otro lado, los afro-americanos sienten que Trump es un aliado de los ultra racistas asociados al Ku-Klux-Klan. Los ‘latinos’ sienten que el nuevo presidente iniciará una cacería contra los llamados migrantes ‘ilegales’.

El elefante que se paseará por el ‘Oval Office’ es Wall Street y el establishment. Tienen el ‘sartén por el mango’. Sin embargo, Trump ya demostró que puede llevarse el sartén sin preocuparse del mango.

Trump llegará a la Casa Blanca con un Congreso a su favor y con la llave para nombrar a un magistrado a la Corte Suprema que responda a sus intereses. El magnate de Manhattan, sin embargo, tiene fuertes diferencias con los conservadores, evangelistas y otros sectores del Partido Republicano, tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes. Si quiere imponer su estilo de gobierno – regulación industrial, armamentismo (aventuras militares), incrementos salariales, tratados comerciales, migraciones y otras políticas – tendrá que negociar muy duro tanto con republicanos como con demócratas.  Durante la campaña hizo énfasis que la negociación era su fuerte. Donde no tendrá problemas en el Congreso es en los recortes de impuestos que le prometió a los millonarios.

El nombramiento de un magistrado en la Corte será otra batalla que levantará mucha controversia. Actualmente, hay cuatro magistrados ‘conservadores’ y otro número igual de ‘liberales’. Hay una silla vacante. El candidato que proponga Trump quizás no sea ni de una tendencia u otra. Más bien, podría ser un candidato que responda a la política del nuevo presidente. ‘Su’ magistrado sería la balanza del poder.

La gran masa de obreros ‘blancos’ golpeados por las políticas neoliberales y la ‘depresión secular’, se sienten seguros que las políticas de Trump los sacarán de su actual miseria. Lo mismo creen los pequeños empresarios y agricultores. ‘Su hombre’ está en la Casa Blanca y tiene que actuar en consecuencia a todas sus promesas. Por otro lado, los afro-americanos sienten que Trump es un aliado de los ultra racistas asociados al Ku-Klux-Klan. Los ‘latinos’ sienten que el nuevo presidente iniciará una cacería contra los llamados migrantes ‘ilegales’.
El elefante que se paseará por el ‘Oval Office’ es Wall Street y el establishment. Tienen el ‘sartén por el mango’. Sin embargo, Trump ya demostró que puede llevarse el sartén sin preocuparse del mango. Nuevamente, se desatarán negociaciones en que Trump manejará a los diferentes sectores en un nuevo tablero. Los otros segmentos tendrán que ver como construyen nuevas alianzas.

El terrorismo interno y la cuestión musulmana se convirtieron para Trump en una carta política que dividió a EEUU. El primero se asoció con la libertad de portar armas por parte de los individuos (incluso de guerra) y la segunda con la discriminación abierta a la creciente población de origen árabe que el presidente electo identifica como ‘terroristas islámicos’. Esta posición le ganó el título de xenófoba.
 
Cambios en la política exterior de EEUU

A lo largo de la campaña electoral, Trump delineó su política exterior haciendo énfasis en lo que él consideraba que eran los errores del presidente Obama. En primer lugar, enfatizaba lo que llamaba las debilidades de Washington con relación a China. Sus críticas se centraban en lo económico, militar e, incluso, diplomático. Segundo, parecía tener un Plan B para enfrentar a Rusia, país que no se ajustó a las políticas de EEUU después de la implosión soviética. Tercero, en relación con los aliados tradicionales de Washington (Europa occidental y Japón), amenazó con exigirles mayor reciprocidad en cuanto a sus compromisos económicos. Trump exigió en sus discursos que cada uno de los países de la OTAN (y de paso Japón) tenía que desembolsar más recursos para cubrir los costos de su defensa y proyección global.

Trump rechaza las tesis de ‘poder inteligente’ y ‘liderazgo desde la retaguardia’, nociones muy cercanas a Obama y Clinton. Durante sus giras por todo EEUU desde principios de 2015, su lema era que acabaría de una vez con el «Estado Islámico» mediante una movilización militar de gran envergadura. Aunque se declaró contrario a la invasión de Afganistán y de Iraq, no pretende retirar tropas de la región. Insinúa que podría negociar con Rusia el futuro de Siria y su actual gobierno. Al mismo tiempo, se declara menos entusiasta con el papel que juega Israel en el Medio Oriente.

El área que más genera conflictos con el establishment y los aliados de EEUU a escala global es su política en torno al comercio exterior. Los trabajadores norteamericanos, en cambio, ven esta posición como la panacea y la solución a los problemas de desempleo. Trump es acusado de nacionalista y proteccionista. Reconoce que EEUU ha perdido su poder de antaño, especialmente en el campo de la producción. Sin embargo, está seguro que el poder militar de EEUU puede compensar la declinación económica. Ya anunció que pondrá fin a los tratados comerciales que ha negociado EEUU en los últimos 20 años: desde NAFTA hasta el TTP. Someterá las relaciones con China a un nuevo terreno más favorable a los intereses de EEUU. Politicamente, promete a quienes votaron por él que EEUU será grande nuevamente.

Trump se ha alejado de las propuestas geopolíticas que dominan al establishment: Arrinconar a Rusia y mantener bajo control a China. Pareciera que quiere convertir a Rusia en un aliado menor (como Japón y Alemania), especialmente para rodear a Pekín y neutralizar sus planes de expansión euroasiáticos.
 
El futuro a corto plazo de las relaciones con América latina

La política exterior de EEUU hacia América latina tuvo su momento de mayor auge después de la Revolución cubana (1959), cuando Kennedy lanzó «La alianza para el progreso». El fracaso de esta iniciativa introdujo una serie de golpes y regímenes militares de fines de la década de 1960 hasta principios de la década de 1990. En aquella época el consejero Henry Kissinger se destacó por su labor represiva. Su sucesor, Zbigniew Brzezinski, en la década de 1980, declaró que EEUU no tenía política exterior hacia América latina porque era considerada como parte interior de la gran potencia.

En sus ocho años de gobierno, Barack Obama, tuvo muy pocas iniciativas que involucraran a la región. Excepciones importantes fueron la tímida apertura diplomática con Cuba, la intervención en Venezuela, la deportación de ‘ilegales’ y el programa ‘Prosperidad’ con los países del triangulo norte de Centro América. Al mismo tiempo, EEUU extendió su presencia militar en casi todos los países y sembró oficinas de la DEA en las diferentes capitales. Los golpes de palacio y parlamentarios sentaron la pauta de lo que Hillary Clinton bautizó como ‘poder inteligente’.
Según las propuestas hechas por Trump, la política exterior hacia América latina cambiará mucho en intensidad, pero poco en objetivos. Comenzará revisando el tratado de libre comercio con México (NAFTA), promete profundizar la persecución de migrantes mexicanos y centroamericanos (que constituyen la mano de obra barata de los miles de pequeños y medianos empresarios de EEUU) y acelerará las negociaciones con Cuba con la intención de lograr un ‘cambio de régimen’ en la isla.

Con la región en su conjunto tratará de imponer condiciones políticas favorables a Washington, torciendo brazos si es necesario. En el caso de los países del ALCA – Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua – iniciará una política de estrangulamiento económico acompañado por fuerza militar, si es necesaria. Colombia y Centro América pasarán a formar parte de la lista de ‘estados fallidos’ que pasarán a ser objeto de una mayor desestabilización. Trump delegará en un equipo curtido por su experiencia en los gobiernos de Bush (hijo) para manejar su política hacia América latina.

Rusia y China podrían intervenir, especialmente en el caso de Cuba, para mitigar la ofensiva de Trump.

Panamá y Donald Trump

Panamá y EEUU han tenido una difícil relación por más de siglo y medio. En forma creciente el istmo de Panamá se convirtió en una pieza fundamental en los planes de expansión de los capitalistas norteamericanos. La construcción del Ferrocarril Trans- ístmico (1850-1855) y el Canal de Panamá (1904-1914) fue estratégico en la consolidación del nuevo imperio que se extendía sobre un continente del océano Atlántico al Pacífico. Posteriormente, Panamá se convirtió en una enorme base militar para las guerras de EEUU contra Japón (1941-1945) y, después, contra Corea y Vietnam (1951-1975). Las bases en la antigua Zona del Canal también sirvieron para intervenir e invadir todos los países de América latina, convertido en el ‘patio trasero’ de EEUU.

En el transcurso de más de 175 años Panamá ha lidiado con decenas de gobiernos y sus ejecutivos. Los primos Teddy y Franklin Roosevelt, los Bush (padre e hijo), Jimmy Carter y Ronald Reagan son algunos de los mas recordados, para bien y para muy mal. Los presidente de EEUU han encabezado invasiones, golpes de Estado, han conspirado en magnicidios y se han burlado de los panameños.

El presidente electo, Donald Trump, aparece en el horizonte como un fenómeno político novedoso e impredecible. Para el mundo financiero (global) es una interrogante y su retórica contrario al mal llamado ‘libre comercio’ ha puesto a temblar las bolsas mercantiles en todos los continentes. El presidente Juan Carlos Varela, al contestar una pregunta sobre la elección de Trump, no logró hilvanar una respuesta coherente. El gobierno panameño todavía no tiene una política para enfrentar el nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Washington tiene una política muy clara para Panamá desde la invasión militar de 1989. ¿Cómo compagina esta posición de EEUU sobre Panamá con las ideas de Trump? Es una pregunta cuya respuesta la conoceremos, en la medida en que comienzan a cuadrar (si cuadran) los objetivos de la política exterior de la nueva administración.
La política exterior de EEUU tiene tres objetivos en Panamá desde la invasión militar de 1989: En primer lugar, asegurar que el tránsito por el Canal no se interrumpa. Segundo, servir como eslabón en su política militarista a escala regional. Al mismo tiempo, ser útil en su política de «guerra contra las drogas». Por último, desarrollar los lineamientos neoliberales del ‘consenso de Washington’, explícitos en el Tratado de Libre Comercio suscrito por ambos países. Políticamente, EEUU delegó en una pequeña elite panameña la responsabilidad de gobernar el país. La elite lo ha hecho bastante mal, especulando con los ingresos extraordinarios que genera la operación del Canal de Panamá, creando un déficit creciente y desestabilizando el régimen político con la creciente corrupción producto de la militarización. En 20 años arruinó el agro y la industria, destruyó los sistemas de salud y educación, y el sistema de representatividad política ha caído en manos de una mafia insaciable.

El presidente electo, Donald Trump, no tiene intereses personales en Panamá. (Sólo el nombre en uno de las torres hoteleras que adorna el sky-line de la capital). Hace 10 años Trump sí opinó sobre el Canal de Panamá y la manera en que culminaron las negociaciones (1977) que permitió su entrega al gobierno panameño.

En una visita de negocios a la ciudad de Panamá en 2011, Trump declaró que «a Panamá le va muy bien con el Canal, hay tantos trabajadores, hay tanto empleo. Pensar que estúpidamente EEUU le entregó el Canal a cambio de nada». Trump no hacía más que repetir lo que decía con insistencia el presidente Reagan después de que se firmaran los Tratados Torrijos-Carter (1977) hasta su muerte. Un ministro del gobierno panameño en 2011 predijo (con muchotino) que lo que pretendía Trump con sus afirmaciones era lanzar su candidatura a la Presidencia de su país. De paso, el Consejo Municipal de la ciudad lo declaró persona non grata.

Siguiendo su lógica de campaña, Trump podría pedirle a Panamá que contribuya con parte de sus ingresos, por concepto de peajes del Canal, a la ‘guerra contra las drogas’ (aumentar la compra de armas a EEUU, construir más bases aereo-navales con materiales norteamericanos y entrenar más efectivos represivos en las facilidades del Comando Sur en Florida). También podría exigirle a Panamá que suprima los pocos aranceles que quedan para inundar el mercado con sus productos agrícolas (poniendo punto final y definitivo a la agricultura panameña).

Las personas non gratas

Trump ha definido con claridad su línea política. Sin embargo, en cada uno de los planteamientos (fronteras, comercio exterior, salud y otros) depende de la forma en que decide abordar el problema para conocer el desenlace y el grado de conflicto que generará. Su posición contraria al programa de salud de Obama puede llevarlo a disminuir la inversión pública o a multiplicarla. En materia de comercio exterior, ¿beneficiará a los trabajadores golpeados por la ‘externalización’ o sólo beneficiará a las grandes corporaciones que hacen negocios en un mercado global? ¿Cerrará la frontera con México, expulsando a 10 millones de migrantes ilegales y perjudicando a los pequeños y medianos empresarios? Muchos de sus seguidores dicen que ‘la muralla’ es más simbólica que real.

Los nombramientos que haga Trump en el gabinete definirán la dirección que le dará a su política. ¿Se enfrentará al establishment neoliberal republicano o a los voceros de la extrema derecha? ¿Podrá equilibrar sus anhelos y, a la vez, tirar puentes hacia los demócratas? En todo caso, Trump representa un estilo nuevo – inédito – en Washington. Ha empoderado a los capitalistas proteccionistas y a los trabajadores desplazados de sus empleos que le exigirán que cumpla con sus promesas económicas y nacionalistas. Ha declarado personas non gratas a quienes no reúnen las características estereotipadas que ha creado Hollywood en torno a la familia norteamericana: blanca, disciplinada y obediente. Ya existe en EEUU una concepción hegemónica en torno a los ‘diferentes’: son minorías que en la Casa Blanca serán considerados como los ‘otros’. Trump probablemente declare oficialmente, en enero de 2017, la guerra de clases envuelta en una sábana de colores, género y edades.

El autor es profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.