Se equivocan quienes anteponen sus deseos a la realidad. Quienes desconocen los mecanismos del poder para imponerse a la razón. Quienes creen que los «intelectuales» tienen más valor mediático que los auténticos medios de información y opinión que consumen los ciudadanos. Un programa de las televisiones públicas posee más influencia que los escritos y opiniones […]
Se equivocan quienes anteponen sus deseos a la realidad. Quienes desconocen los mecanismos del poder para imponerse a la razón. Quienes creen que los «intelectuales» tienen más valor mediático que los auténticos medios de información y opinión que consumen los ciudadanos. Un programa de las televisiones públicas posee más influencia que los escritos y opiniones de mil Chomskys. Era lógico el triunfo de Bush. El triunfo de la mentira o la simulación frente a la verdad. No es la América profunda quien ha vencido: simplemente, se ha demostrado el poder del americano medio. El que no necesita tener conocimientos de geografía. Al que no le preocupan las humanidades. El que carece de pasado histórico. El que se siente satisfecho de su comida basura o de sus espectáculos basura. El que ha entregado su raciocinio al consumo y práctica de una religión heredada del viejo fanatismo bíblico. El que da a las armas un poder disuasorio que no tienen las palabras. El que antepone la fuerza a la razón. Cierto es que no representa sino a una parte de los Estados Unidos. Que tiene enfrente a la otra mitad. Pero afortunadamente no habrá más guerras de secesiones. La lógica de las urnas es la lógica de la organización del poder. Y quienes la atacan nada deben objetar a ella. El grave problema de Bush y la oligarquía económico-militar que en realidad gobierna en Estados Unidos, con conservadores o con demócratas, es que no se contentan con aplicar su ley, su concepto de la política y del orden a su casa: es que lo exportan, o mejor dicho lo imponen al mundo. Aquí es donde se demuestra nuestra impotencia. Aquí es donde se da el absurdo de la vida. Su fuerza es nuestra debilidad. Su mesianismo es nuestra amenaza, por eso, nada más y nada menos, nos sentimos frustrados por el resultado de las elecciones americanas. Por eso nos consume la desesperanza. Porque Estados Unidos traslada no ya a otras tierras, sino al mundo entero, sus conceptos agresivos, militaristas, explotadores, de destrucción de la naturaleza, que no es «su casa» sino la única casa que tiene el ser humano. Todo ello en beneficio de sus intereses y expansión económica. Por eso en estas elecciones podemos decir que han triunfado ellos, los más auténticos colonizadores de las tierras que un día pertenecieron a los indios o a los mexicanos, los que rinden como si fuera un altar sagrado culto a su bandera. Pero hemos perdido nosotros, los que anteponemos la razón, la tolerancia, la cultura, el diálogo, al desorden impuesto en el mundo por el Imperio. Nada podemos, debemos objetar al triunfo, el veredicto de la América de Bush. Son los propios americanos quienes deben salir de la postración, del miedo, de la crisis económica y los problemas que sufren en temas como derechos civiles, política sanitaria, pobreza educativa, miseria cultural si quieren volver a ser aquello que escribiera Thomas Jefferson «la mejor esperanza del mundo». Porque hoy, son sólo su pesadilla.