Cuarenta años después que el más célebre de sus predecesores en el cargo en el último medio siglo, Hillary Clinton lo emuló al realizar un casi subrepticio viaje a China en la segunda mitad de julio de 2011. El que esta visita haya pasado virtualmente inadvertida se debió, como es evidente, al grado de concentración […]
Cuarenta años después que el más célebre de sus predecesores en el cargo en el último medio siglo, Hillary Clinton lo emuló al realizar un casi subrepticio viaje a China en la segunda mitad de julio de 2011. El que esta visita haya pasado virtualmente inadvertida se debió, como es evidente, al grado de concentración de la atención y preocupación de la opinión pública mundial con el drama que por esas fechas se desarrollaba en Washington alrededor del tope de endeudamiento del gobierno estadunidense y el límite fatal del 2 de agosto. Ahora, unos días después, cuando algunos de los elementos de tensión, no carentes de sensacionalismo inducido, se han disipado, cabe preguntarse si, a la vuelta de 10 o 20 años, cuando se rememore este particular momento del verano boreal de 2011, se considerará más trascendente lo ocurrido en Washington, con todo ese espectáculo que transitó entre la comedia de equivocaciones y la ópera bufa, o lo acontecido en Shenzhen, a unos cuantos kilómetros de Hong Kong, donde la sucesora de Henry Kissinger fue recibida bajo el velo de la secrecía, o cuando menos de la reserva diplomática, por su contraparte chino, Dai Bingguo, quien sin duda se sentiría complacido de que se le identificase como sucesor de Zhou Enlai. Debo la información en que se basa este comentario a un ilustrativo artículo de David Pilling, publicado el 27 de julio en el Financial Times de Londres, bajo el sugerente título de «Hillary’s charm offensive in China’s backyard». El autor discute las razones que llevaron a la secretaria estadunidense de Estado a incursionar en el traspatio del segundo país más importante del mundo
, alrededor del litoral del Mar del Sur de China, ofreciendo el rostro amigable de los buenos oficios de su país para mediar en las disputas limítrofes del área, que meses atrás habían alcanzado momentos de tensión sin precedente, al menos en el presente siglo. Elijo entonces este acontecimiento, más que agregar comentarios tan previsibles como seguramente reiterativos al tema del momento, inclinándome a pensar que, en el futuro, la relación sino-estadunidense pesará más en los asuntos globales que el enfrentamiento con los fanáticos del equilibrio presupuestal que ganaron la batalla de Washington. Aludiré, entonces, no a la humillación de Obama -cuyas consecuencias serán muy costosas para Estados Unidos y para países que, como México, sufren de una dependencia umbilical respecto de lo que ahí ocurre- sino a Hillary Clinton y a su viaje secreto.
Así como el Mar de las Antillas fue el improbable escenario de la más dura confrontación directa entre las superpotencias de la guerra fría del siglo pasado, que terminó desarmándose, el Mar del Sur de China parece estar llamado a ser el escenario del choque -o del entendimiento- entre las dos mayores potencias de la primera mitad del siglo XXI. Rodeado por China, Vietnam, Malasia y Filipinas, el Mar del Sur de China es espacio esencial para el comercio y la navegación con el Lejano Oriente. Se traslapan en él las zonas económicas exclusivas de esos países y está pendiente una delicada tarea de delimitación y trazo de fronteras marítimas, de las que depende el acceso y el aprovechamiento de los recursos del agua y del subsuelo marino, que se supone abundantes y, en algunos casos, como el del petróleo, excepcionales. No es poco lo que está en juego.
La parte pública del viaje de la señora Clinton se desarrolló en Hong Kong, una región administrativa especial de China que maneja con relativa autonomía sus vínculos comerciales y económicos con el exterior. Fue precisamente de economía y comercio de lo que fue a hablar Hillary Clinton a ese primer escaparate de la modernidad y prosperidad capitalistas en territorio chino. Su discurso, siempre de acuerdo con el artículo de Pilling, se tituló Principios para la prosperidad en el Pacífico asiático
y tuvo un contenido que trató de sortear los temas políticos, aludiendo a las a veces menos controvertidas cuestiones del comercio y las inversiones.
De cualquier modo, se trataba de dejar en claro para todos -y en especial para China- que cuando Estados Unidos actúa en Asia lo hace siguiendo una tradición bien establecida, que presta legitimidad a su presencia, a sus aspiraciones y a sus intereses en el área. «Ayudamos -dijo la señora Clinton- a la reconstrucción de Japón y de Corea del Sur; patrullamos las rutas marítimas de Asia para preservar la libertad de navegación; promovimos el desarrollo del transporte marítimo y respaldamos la aspiración de China para ingresar a la Organización Mundial de Comercio». La conclusión que desprendió de estos antecedentes virtuosos fue inusualmente clara: Somos [Estados Unidos] una potencia residente en Asia; no sólo una potencia diplomática o militar, sino una potencia económica residente. Estamos aquí para permanecer aquí.
Sin embargo, como hace notar Pilling, la marea se mueve en sentido contrario a los objetivos proclamados por la potencia en declive respecto de los que corresponden a la potencia en ascenso. El articulista británico cita algunos ejemplos. China y la Asociación de Naciones del Sureste Asiático -los diez de la ANSEA- acaban de poner en marcha un acuerdo de libre comercio que garantiza a las empresas chinas acceso preferencial a un mercado de 600 millones de consumidores, dejando a Estados Unidos como espectador al margen
. Por su parte, el Legislativo en Washington ha sido incapaz de ratificar el acuerdo de libre comercio firmado con Corea desde 2007. El terreno que uno pierde otro lo gana.
El breve y subrepticio recorrido de Hong Kong a Shenzhen -donde se estableció la primera zona económica especial de China en los primeros años de la reforma y la apertura promovidas por Deng Xiaoping- pudo haber tenido por objeto transmitir a los líderes chinos la idea de que, en paralelo con el ascenso pacífico y armonioso de China en los escenarios mundiales, que ellos proclaman, China debe estar dispuesta a aceptar una presencia continuada, pacífica y constructiva de Estados Unidos en el Pacífico asiático. Finalmente, la reciprocidad es uno de los conceptos clave de la diplomacia, las relaciones internacionales y la coexistencia pacífica. Quizá se trató de desarmar, a tiempo, un conflicto anunciado.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/08/04/opinion/025a2pol