Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García
El capitalismo de casino al estilo Nevada
Introducción de Laura Gottesdiener
Una de las primeras señales de lo mal que iban las cosas era la pila de Ferraris y Porsches abandonados en el parking del aeropuerto de Dubai por los extranjeros que huían del país -y de las deudas- según la crisis económica mundial de 2008 caía con toda su fuerza. En esta pequeña nación del golfo Pérsico, los precios de la vivienda se vinieron abajo en cuestión de meses. De la noche a la mañana, los emprendedores inmobiliarios pararon la construcción de los edificios de lujo y los dejaron sin terminar. El gobierno incluso redactó un proyecto de ley para criminalizar cualquier información que dañara «la reputación o la economía» del país. Rápidamente, la autoproclamada «ciudad esmeralda» pasó a ser una ciudad fantasma.
Antes del desastre, Dubai había sido un lugar único: un paraíso de los capitalistas nacido en el desierto con todo lo que debía tener: sus veloces coches cubiertos de polvo, sus islas de propiedad privada y su población nítidamente dividida entre ricos expatriados y trabajadores en tránsito que vivían en un régimen cercano a la esclavitud. Era un país capaz de hacer realidad los sueños más fantásticos (incluso el proyecto de construir una réplica del mundo sobre unas 300 islas hechas por la mano del hombre, a un costo de 14.000 millones de dólares), que a menudo fallaba tanto como asombraba. En los años después de la crisis, según la naturaleza fugaz de tanta riqueza se hacía obvia, Dubai era algo cada día más extraño; según ciertos rumores, cuando abrías un grifo en uno de esos pisos de lujo podía ser que solo saliera una procesión de cucarachas.
Con todo, más allá de la unicidad de Dubai, si este rincón del mundo tiene algún antecedente sobre la Tierra, este es sin lugar a dudas, Las Vegas.
Tal como explica Rebecca Solnit, miembro regular de TomDispatch, en su inquietante nota, en los primeros años noventa, con sus brillantemente iluminados casinos, Las Vegas tuvo que ceder el orgulloso lugar que detentaba a un novedoso y mucho más pasmoso diseño del juego nacional. La apuesta sería por nuevos desarrollos residenciales de lujo, aunque -como nos cuenta Solnit- lo que distinguía a estos desarrollos en Las Vegas debería haberse llamado «la casa siempre gana».
Cuando esa peculiar casa de naipes se vino abajo, Las Vegas se convirtió en el comienzo de la propagación de la crisis económica; mientras tanto, los suburbios construidos en el desierto pasaron a ser la tumba de las parcelaciones llenas de lujosas casa a medio hacer y abandonadas. Hoy vívidamente mostradas en el excepcional libro de fotos aéreas de Michael Light, Lake Las Vegas/Black Mountain (que inclye el ensayo de Solnit y otro de la crítica de arte Lucy Lippard). En muchos casos, nadie llegó a vivir en esas excedidas casas que salpican las afueras de Las Vegas. Pero si sus paredes pudieran hablar, contarían el relato de un Sueño Americano mucho más perturbador del que sueñan quienes juegan bajos las luces de neón del Strip, uno construido sobre territorios robados y promesas incumplidas, donde lo único permanente, como dice Solnit, es la tierra.
* * *
Las Vegas y la timba mundial a la que llamamos Wall Street
[Lo que sigue es una ligera adaptación que hizo Rebecca Solnit del contenido del nuevo libro del fotógrafo Michael Light, Lake Las Vegas/Black Mountain. La reproducimos aquí por gentileza de la editorial Radius Books.]
«Oh, santo dios, estoy en el infierno», exclamé cuando el coche, que había rodado durante horas en medio de la oscuridad del desierto de Mojave, tuvo que detenerse ante un semáforo en el bulevar Las Vegas, justo al lado de las gigantescas y oscilantes flores de color fucsia de Tropicana. En los primeros ochenta, el Strip era una lasciva lengua de luces de neón en una ciudad de dimensiones modestas desplegada en medio del desierto. Detrás de los casinos que se alineaban junto al bulevar Las Vegas estaba el mismísimo desierto -de un color pálido, chato, de suelo pedregoso, con matorrales de creosota acá y allá, una vasta extensión de oscuridad, silencio y espacio que aprieta sin freno desde todas las direcciones.
Las Vegas era tan brillante que no se podían ver las estrellas en ningún sitio cerca de la ciudad; su resplandor puede ser visto en el horizonte desde muchos kilómetros (dicen que los astronautas lo han visto desde el espacio). Pero el viejo Las Vegas son los casinos; los primeros fueron el Apache (1932), el Cortez (1941), el Pioneer y el Last Frontier (1942), El Rancho (1947) el Desert Inn (1950), el Sahara (1952), el Stardust y el Dunes (1955). Técnicamente, la mayor parte de ellos estaban en Paradise, una zona segregada de los límites urbanos de Las Vegas.
La sensación que daban estos casinos era de vulgaridad y mal gusto; mostraban la confianza en sí mismos propia de la nueva arquitectura estadounidense, algo sin precedentes y pensado para ser visto desde los coches que recorrían el Strip, llamado a celebrar el mítico desierto y un Oeste idealizado (también el oriente árabe con sus casbahs y sus oasis), a pesar de que su arquitectura y fastuosa aplicación del neón eran futuristas al mejor estilo Jetsons. Tal vez, el pasado impregnara ese futuro; tal vez los carromatos llevaban al espacio exterior, la última frontera, como nos contó Star Trek, con posibilidades coloniales semejantes. La icnografía de los casinos era sobre el aquí y ahora, atraída por el pasado pero añorante de lo que varias décadas después sería vivido como el siglo Estadounidense.
El pasado europeo también estaba presente en la ecuación, polvo que se sacude fuera hacia una optimista visión del futuro.
Parcelas baldías y calle sin salida en Askaya, Henderson NV. Foto Michael Light
En algún momento de los ochenta, esa confianza en el país y en el futuro fueron dejados a un lado y los estadounidenses volvieron a inclinarse ante Europa, ante un manido e imaginado pasado que expresaba tradición, privilegio y un sentimiento de clase que tenía mucho de aspiraciones de clase alta. Es posible verlo en la metamorfosis sufrida por los casinos. Los vaqueros y las noches árabes en el desierto; la era del «en cualquier sitio menos en el desierto» llegó como un torrente de falso provenzal y seudo toscano.
En 1989, abrió el Mirage, del que se dice que fue el primer casino construido por Wall Street -con dinero proveniente de los bonos basura-, a pesar de que su decoración evocaba Polinesia, no Manhattan. Para atraer a los paseantes frente al casino había un volcán que entraba en erupción a intervalos regulares, con surtidores de agua, luces rojas y truenos. Junto al Mirage, en 1993, el magnate Steve Wynn construyó Treasure Island, con un pequeño océano frente a él, donde una y otra vez tenía lugar una batalla naval, es decir, un casino inspirado en una novela escrita por un escocés tuberculoso (como lo hizo también la taquillera película Piratas del Caribe). Hacia 1998, abrió el Bellagio -llamado así por el pueblo turístico a orillas del lago de Como, Italia-. Parecía una pequeña galería con trofeos artísticos de muchos millones de dólares -¡un Van Gogh!, ¡un Monet!- y frente a él se colocó un lago de casi tres hectáreas y media [el equivalente a algo más de dos campos de fútbol (N. del T.)] cuyas fuentes lanzaban chorros de agua en las horas medias durante la tarde y cada cuarto de hora por las noches.
La ostentosa exhibición de agua de los nuevos casinos como objeto de lujo es demostración de poder en una región desértica tan cálida y seca que el cercano lago Mead pierde cada año hasta 1.250 millones de metros cúbicos debido a la evaporación, más o menos tres veces el agua contenida por la presa de Hetch Hetchy en la Sierra Nevada (imaginad un lago entero lanzado al cielo para que desaparezca…). Estas atracciones pensadas para los peatones quizá señalen también el eterno embotellamiento de tráfico del Strip, que fue construido como un lugar para ser recorrido rápidamente en coche y se ha convertido en una especie de Champs-Élysées del Mojave en cuyas aceras decenas de miles de turistas vagan sin rumbo fijo incluso en los días de mayor bochorno, mientras que el resto del Condado de Clark continúa dependiendo del coche.
La nueva Las Vegas invita a desafiar o a negar totalmente el desierto celebrado por la antigua Las Vegas, y París, Nueva York y otras fantasías han surgido como setas en las ruinas de las viejas atracciones. Tal vez haya sido el giro dado desde un modernismo sensato, con su fe en el futuro, a un postmodernismo camaleónico; ciertamente, marca un viraje desde una áspera visión populista a las fantasías de la aristocracia y el elitismo.
El 27 de octubre de 1933, Wynn hizo volar por los aires el icónico Dunes. En 1995, el futurista Landmark fue demolido con explosivos; en 1996, fueron el Sands y el Hacienda; en 1998, el Aladdin. El antiguo Thunderbird/El Rancho, en 2000, y lo mismo le pasó al Desert Inn, aunque en etapas, con el mayor empleo de dinamita en 2001. El vistoso y cargado de neón Stardust fue volado en 2007. En tanto edificaciones, estos casinos estaban en su mejor momento, pero como concepto, estaban pasados de moda, por lo tanto eran desechables, y fueron liquidados.
Gracias a los vídeos de YouTube las demoliciones con explosivos son muy populares. Es posible ver esas demoliciones una y otra vez; la estructura flaquea y toda ella parece volverse líquida y derramarse un instante antes de caer en una nube de polvo. Estas demoliciones controladas dan la impresión de ser pequeños homenajes a las explosiones nucleares que eran visibles desde Las Vegas antes del tratado de prohibición parcial de ensayos nucleares de 1963, que obligó a que las explosiones radiactivas fueran subterráneas (algunas veces, la ciudad todavía tiembla).
La corporación Sands de Las Vegas es dueña de dos casinos: el Venetian y Palazzo. El Venetian está donde una vez estaba el Sands; el principal propietario de la corporación, Sheldon Adelson, el 14º hombre más rico del mundo y fuerte donante de dinero para el Partido Republicano, trató duramente de comprar el resultado de las elecciones presidenciales de 2012; apostó -y perdió- 150 millones de dólares. Es posible que lo que fracasó en Estados Unidos sea lo que estaba fracasando en Las Vegas: la idea de una sociedad democrática y de amplias miras en la que hubiera espacio para todos.
La guerra en Nevada
La expansión del condado de Clark alberga a casi tres cuartas partes de la población del estado de Nevada; esto quiere decir que las elecciones de ámbito estatal son decididas por unas personas que en su mayor parte acaban de llegar y muchas veces no tienen la menor idea de dónde están. Es por esto quizá que el consumo de agua por persona es mucho mayor que en Tucson, Arizona, cuyos habitantes parecen gustar del desierto y plantan cactus -y no césped- en el jardín de su casa. Alrededor del 70 por ciento del agua disponible en el condado de Clark se destina al riego de prados, parques y campos de golf, a un verdor plantado en un lugar cuyos colores son cálidos y polvorientos marrones y grises y herrumbrados rojos bajo un ardiente cielo azul.
Cerca de 40 millones de personas pasan cada año por Las Vegas y sus satélites, la mayor parte de ellas parando en las 140.000 habitaciones de hotel de la zona; a pesar de ello, la segunda residencia está en aumento. Lo efímero y fugaz define el lugar. Imaginad a los turistas, el tráfico, los aviones, los camiones de semirremolque pasando a toda velocidad; imaginad el lugar como una palpitante colmena en la que se viene y se va; después imaginad la enorme infraestructura que envía energía a este lugar desde la central eléctrica de Navajo, Arizona, o desde la central hidroeléctrica de la presa de Hoover; y finalmente imaginad el agua bombada desde el río Colorado. Las Vegas es un vórtice de consumo de material, un espejismo de habitabilidad creado gracias a una desmedida importación desde todas partes.
«Mónaco», en la comunidad cerrada Lake Las Vegas, sobre la avenida de uso exclusivo Grand Corniche, Henderson NV. Foto Michael Light
Poco de sustancia se produce aquí. Alimentos, agua, materiales de construcción, gente y energía, todo llega en camiones, trenes, aviones, oleoductos y redes de alta tensión. Quizá sea la fugacidad el indicador más destacado del lugar, junto con la evanescencia. Sin embargo, en el pasado se produjo aquí un material: el perclorato de amonio -un oxidante utilizado en los propulsores de cohetes y misiles-, que se fabricaba en la planta de PEPCON, en Henderson, una ciudad hecha a toda prisa que incluye las urbanizaciones cerradas de Lake Las Vegas y Askaya que Michael Light describe en las páginas de Lake Las Vegas/Black Mountain. Después de la explosión del Challenger, en 1986, el sobrante del material fue devuelto a la fábrica; por esta razón, la explosión ocurrida en 1988 tuvo un impacto similar al de una bomba atómica de un kilotón.
En aquellos días, a unos 100 kilómetros al norte de Los Vegas, todavía se hacían estallar periódicamente artefactos nucleares, pero incluso esas bombas eran diseñadas y hechas en otra parte. El Campo de Pruebas de Nevada fue recortado de la base Nellis, de la Fuerza Aérea, un espacio del tamaño de Connecticut reservado durante la Segunda Guerra Mundial y que sigue en uso desde entonces, Nevada es un sitio en el que las únicas guerras libradas fueron escaramuzas contra la gente nativa, los paiutes, shoshones, washoes y goshutes. También es el sitio donde se ensayan las guerras en el extranjero.
En estos días, es desde donde se operan las misiones de asesinato con drones en Afganistán y Pakistán. Los pilotos están sentados en amplias salas y deciden si matar o no a grupos de personas en base a filmaciones aéreas en vídeo; los drones portan cámaras y máquinas para matar. Se trata de un juego de azar en el que los operadores de drones, en base a información de baja calidad, matan a «militantes». Una y otra vez matan a personas que, incluso bajo sus discutibles pautas, son a menudo blancos inapropiados. Pero, para los operadores de drones, las pérdidas son tan bajas como malas las posibilidades. Es posible que la muerte, el placer, la seguridad y el riesgo sean los productos de esta región. El riesgo: un día hace como unos 10 años mientras bajaba por el Strip en mi coche me di cuenta de que cada hotel, cada fuente y cada aparato de iluminación estaba pagado con creces por las apuestas perdidas.
Como nunca lo había hecho antes, ese día entendí cuál es el verdadero significado del juego.
Desprenderse del dinero y de la mujer
Aquí nada ha durado. Un puesto de avanzada mormón se instaló en el oasis conocido entonces como Las Vegas, pero fracasó en los años cincuenta del siglo XVII. En las cercanías hubo varios intentos fracasados de minería, pero los yacimientos de oro estaban más al norte, en Golfield, en Tonopah y en algunas de las pequeñas aldeas cuyos fantasmas están ahora dentro de los límites del Campo de Pruebas. Hacia 1900, Nevada estaba tan despoblada -en ese entonces, la población total de Las Vegas era de 25 personas- que se enfrentaba con la posibilidad de perder su condición de estado.
El ferrocarril Union Pacific estableció un depósito de mantenimiento en Las Vegas, que llevó cierta prosperidad y el crecimiento de la población. Después, a principios de los años veinte del siglo pasado, cuando los trabajadores intentaron sindicalizarse, el ferrocarril «firmó la sentencia de muerte del pueblo», como escribió el historiador residente en Las Vegas Hal Rothman, al trasladar el taller ferroviario y sus 300 puestos de trabajo a Caliente, en el vecino Utah. El pueblo volvió a marchitarse.
La presa de Boulder (llamada ahora Hoover) fue la segunda cuestión que trajo gente a la región. Entre 1931 y 1935, hordas de trabajadores de los tiempos de la Depresión vivieron el tremendo calor y las condiciones laborales más inhumanas; muchos de ellos murieron en su puesto mientras construían la represa más grande del mundo. Aunque a muchos les agrada sugerir que existe una correlación entre la colosal presa -aún está entre las 20 más grandes del mundo- y las luces de neón del Strip, más o menos la mitad de la electricidad generada aquí va a California y otro 18 por ciento a Arizona.
Nevada legalizó el juego en 1931 y el divorcio sin complicaciones más o menos en la misma época: desprenderse del dinero y de la esposa era lo más fácil en el Estado de Plata que en cualquier otro sitio de Estados Unidos. La región de Las Vegas empezó a crecer y duplicó su población una y otra vez; desde casi nadie en 1900 a 270.000 en 1970, 741.459 en 1999, cerca de 1,4 millones en 2000 y dos millones hoy. El juego se convirtió en su principal actividad económica, que da lugar a su vez al turismo y la construcción. La región creció tan rápidamente que un cartógrafo publicaba cada mes un nuevo mapa para entregar a las personas que buscaban direcciones que acababan de nacer.
En poco más de 10 años, he visto cómo el Strip -una hilera de luces de neón tendida en el desierto- se convertía en el centro de una metrópolis que se extiende quizás unos 15 kilómetros a ambos lados de la avenida. Los variados proyectos inmobiliarios, desde los modestos edificios de pisos a las comunidades cerradas, cada una de ellos dando albergue a un conjunto de vidas y a la vez alimentando las ganancias de alguien en algún sitio. Parecía un acolchado de retales combinados aleatoriamente: aquí un centro comercial, ahí una industria ligera, aquí un condominio fortificado, ahí algunas viviendas de lujo en lo que había dejado de ser un límite urbano según surgían nuevos desarrollos todavía más afuera.
La era casino de Las Vegas siempre tuvo dos caras. Los visitantes llegaban para tentar la suerte y hacerse ricos o perder todo lo que llevaban en las máquinas tragaperras o las mesas de juego o los sitios de apuestas. Los residentes acabaron haciendo de Las Vegas la última gran ciudad sindicalizada del país, un lugar donde -a muchos les gusta decir- una camarera de hotel podía tener su casa y mandar a los hijos a la universidad. Podía ser demasiado caluroso y desbocado, y un lugar donde cunden las adicciones (tanto al juego como a la droga), pero era un sitio en el que el modesto sueño de arreglárselas o quizás incluso salir adelante con un trabajo decente funcionó durante cierto tiempo: un lugar de seguridad pero también de riesgo.
Solares vacíos en «Marseilles», en la comunidad cerrada y vigilada de Lake Las Vegas, Henderson NV. Foto Michael Light
Con el cambio de milenio, las cosas cambiaron. No mucho después, Rothman escribió: «Dado que solo unos pocos pueden permitirse vivir en sitios como Lake Las Vegas, este tipo de construcciones alteró el mercado inmobiliario. La construcción sofisticada empujó hacia arriba los precios de las viviendas. En 2000, el precio promedio de los inmuebles subió un notable 10,9 por ciento». Los precios inmobiliarios treparon aún más después de 2003. En cuestión de unos pocos años, lo que se consideraba «asequible» sufrió una mutación en la medida que las personas optaron por las hipotecas con periodo de carencia, los préstamos de dudosa cancelación y compraban casas que solo podrían conservar si el marcado continuaba su vertiginosa escalada. Estaban jugando, a pesar de que lo único que se puede aprender en Las Vegas es que la casa siempre gana.
Después del quebranto de 2008, la porción sur de Nevada se convirtió en la capital nacional de las ejecuciones y el desempleo. Las tres industrias de Las Vegas -el turismo, el juego y la construcción-, alineadas como las cerezas de una máquina tragaperras de la depresión, colapsaron. Durante un tiempo, el condado de Clark se vino abajo. La recuperación era insegura, pero en marzo de 2014 sigue siendo el mercado inmobiliario más inestable de Estados Unidos, y el 37 por ciento de las propiedades de Las Vegas están «bajo el agua», aunque parezca una ironía. Puede que la ciudad fuera la última frontera del concepto de «arreglárselas». Hoy ya no lo es.
Europa en el desierto
En 1893, el historiador Frederick Jackson Turner anunciaba el cierre de la frontera de Estados Unidos. En términos que todavía suenan cono si se hablara de Nevada, Turner elogiaba y al mismo tiempo denigraba los rasgos del habitante de la frontera: «Como se ha señalado, la frontera produce individualismo… Pero la democracia -nacida de la tierra libre, fuerte en egoísmo e individualismo, intolerante frente a la experiencia administrativa y la educación, y apremiante en el anhelo de llevar la libertad más allá de sus límites adecuados- tiene sus peligros y sus beneficios. El individualismo de los estadounidenses ha permitido cierta falta de rigor respecto de los asuntos gubernamentales, que hizo posibles el tráfico de influencias y todos los males manifiestos surgidos como consecuencia de la falta de una conciencia cívica altamente desarrollada. En esta conexión también es posible observar la influencia de las condiciones de frontera, que permiten un honor comercial laxo, un papel moneda inflado y una actividad bancaria de riesgo».
El casino-hotel Frontier, abierto en 1942, fue volado en 2007 (después de sobrevivir a una huelga de siete años en los noventa, una huelga de trabajadores sindicalizados que durante ese lapso no pararon de hacer piquete frente al establecimiento). Se suponía que algo se iba a construir en reemplazo del edificio volado, sin embargo un solar polvoriento y gris interrumpe hoy la sucesión de fantasías que son los casinos del Strip. Imaginad que vestís a un viejo y curtido monje con variados atuendos: mago, archiduque, faraón, condesa italiana, gangster; habéis imaginado los interminables disfraces arquitectónicos con que el desierto ha sido vestido. Se lo trata como si fuera una hoja en blanco; sin embargo, en el largo plazo, el desierto no es algo neutral ni dócil: es antes bien una fuerza cuya identidad se reafirma inexorablemente, ya sea por las tormentas de viento que derriban las señales, las riadas que inundan los pasos subterráneos o el calor seco tan abrasador que la humedad es extraída de los cuerpos con cada espiración; el sudor se evapora tan eficazmente que uno no se da cuenta de que está perdiendo agua.
Hubo un lago periodo en el que Las Vegas era un lugar de discordia en Estados Unidos, un sitio donde se quebraban las normas sobre la propiedad y la prudencia vigentes en otros lugares. Las Vegas no era como el resto de Estados Unidos, pero después Estados Unidos se transformó hasta ser como Las Vegas. Wall Street se convirtió en un gran casino sin regulación alguna en el que se compraban y vendían, entre otras cosas, fardos de hipotecas cuya solidez estaba poca clara para cualquiera. Y entonces todo pasó a ser un castillo de naipes y la economía mundial colapsó llevándose por delante innumerables vidas humanas. La casa siempre gana, Wall Street resurgió de sus propias ruinas, pero no fue así para mucha de la gente de a pie de Las Vegas, entre otros sitios.
Las pérdidas de esa gente no son la única razón del incierto futuro de este lugar. Algún día el árido Oeste tendrá que ponerse de acuerdo con sus límites, como han venido diciendo los disidentes desde el siglo XIX. Hasta cierto punto, algunos lugares ya lo han hecho, o no necesitarán ser contenidos con tanta dureza, pero Las Vegas se estrellará -se está estrellando- contra sus marchitas y resecas rodillas. El calor ya es brutal, con temperaturas en verano de entre 40 y 47 ºC, y serán todavía más altas. El agua es casi siempre el factor limitante en el árido Oeste; Las Vegas hace mucho tiempo que secó sus propias reservas, entonces puso una pajita en el río Colorado y empezó a sorber. Hoy, el 90 por ciento del agua consumida en la ciudad llega desde ese río, aunque también desde el lago Mead, el agua contenida por la presa Hoover, que se está quedando seco. El lago está en su nivel más bajo «en generaciones», informó Los Angeles Times en la primavera de 2014.
El agua proveniente del lago Mead está disminuyendo tanto que la ciudad está perforando un túnel de 1.000 millones de dólares en la roca, bien por debajo de la actual tubería, otra pajita para beber del embalse. Pero si continúa la sequía, la evaporación y la exagerada distribución del agua del río, este túnel también puede quedar por debajo del nivel del lago. En un futuro previsible, es probable que el embalse alcance el nivel de «agua muerta», es decir, el nivel en el que dejan de funcionar las turbinas generadoras de la presa (a pesar de que últimamente se está aireando una medida desesperada consistente en abandonar la generación hidroeléctrica en el lago Powell y en la presa de Glen Canyon -aguas arriba en el río Colorado- para salvar el complejo lago Mead-presa Hoover). Hace poco tiempo, el condado de Clark gastó 200 millones de dólares para conseguir que los residentes se olviden de sus prados; en algún momento del futuro cercano comenzará el racionamiento de agua.
Durante los últimos 20 años, Las Vegas ha estado a la caza de nuevas fuentes de agua. El esquema preferido es extraer agua de las hermosas tierras rurales y zonas silvestres del este de Nevada y llevarla a la ciudad mediante un acueducto de casi 500 kilómetros para que sus campos de golf se mantengan verdes y las duchas sigan funcionando. Los habitantes de la zona oriental de Nevada ven esto como una sentencia de muerte que pende sobre sus ranchos, sus pequeños pueblos y su vida rústica, y están luchando, una suerte de Davides locales contra un Goliath urbano. Acaban de ganar un asalto en los Tribunales, pero Goliath no se da por vencido. Aun así, un día Las Vegas tendrá que enfrentarse, otra vez, con el hecho de que está en medio del desierto. Mientras tanto, continúa construyendo monumentos a la fantasía de estar en ninguna parte y en todas partes.
Lake Las Vegas, el sujeto del trabajo aerofotográfico de Michael Light en su libro Lake Las Vegas/Black Mountain, es una fantasía europea tan explícita que una réplica del florentino Ponte Vecchio cruza sobre un tramo de su lago artificial, y sus casas están estucadas y techadas con tejas según el estilo llamado «mediterráneo». Volando a baja altura es posible ver los jardines y las casas, techos color terracota y piezas ensambladas como en un puzzle, apretadamente juntas unas con otras, a pesar de que todo a su alrededor es espacio. O se puede ver la textura de la tierra que ha sido trabajada y rallada y nivelada hasta conseguir algo sobre lo que se puede dejar caer una mansión. Desde un poco más alto se ve el trazado de las calles, como una huella dactilar dejada sobre el paisaje, las volutas y los cul-de-sac del curvilíneo diseño tan adorado por los promotores inmobiliarios.
Si el avión de Light continuara tomando altura, la huella digital desaparecería en la expansión y si subiera aún más se vería la vasta zona urbanizada del condado de Clark, ese complejo de entidades urbanas a las que se les llama colectivamente Las Vegas. Técnicamente, Lake Las Vegas está en Henderson, un poblado que modificó obligadamente sus límites para incorporar el nuevo desarrollo inmobiliario. Los rasgos de Lake Las Vegas son los mismos que identifican a la contemporánea Las Vegas: una comunidad cerrada, las segundas residencias, una cantidad de referencias arquitectónicas y terminológicas que conectan con cualquier sitio del mundo menos este mismo (ese puente florentino, esas parcelas llamadas Marsella o Barcelona), el agua bajo un cielo abrasador que todo lo evapora, los campos de golf, algunos increíbles verdes en ese paisaje reseco, algunos abandonos por quiebra y para buscar un oro más armonioso.
Se trata de un lugar en el que el tiempo da bandazos y se atasca. En 1987, el suelo fue destrozado para crear este desarrollo inmobiliario, y su represa empezó a construirse en 1990. El agua proveniente del canal de Las Vegas era enviada mediante dos conductos subterráneos de 2,40 metros de diámetro cada uno bajo el nivel del embalse. El embalse -el «lago» de Lake Las Vegas- que está detrás de la represa es una masa artificial de agua que permanece inmóvil encaramado por encima de la corriente de agua que la alimenta, enterrada y oculta. La línea del tiempo oficial de este lugar es una historia de hoteles de lujo, de torneos de golf y parcelamientos. Que los casinos y hoteles hayan quebrado, cerrado, cambiado de nombre y vuelto a abrir, renacidos una y otra vez, y otra, y otra; también muertos repetidamente, en medio de pleitos y juicios, no es tan evidente; la línea del tiempo se detiene en 2007.
El 17 de julio de 2008, en las primeros momentos de la crisis, la quiebra de «Lake at Las Vegas Joint Venture Limited Liability Corporation» fue archivada por Capítulo 11. Dos años más tarde volvió a aparecer libre de una deuda de entre 500 y 1.000 millones de dólares y con nuevos planes de desarrollo y financiación. También con un pleito de los acreedores contra los promotores y de los dueños de las propiedades contra los prestamistas, porque todo el asunto no era otra cosa que una apuesta -un chanchullo- para el uso de una zona árida de Nevada hecha por unos hombres de muy lejos interesados en hacer amaños con el dinero poniéndolo en varias bazas y en su propio bolsillo. Echáis un vistazo en esos números y veis la realidad del mercado inmobiliario, la solidez del lugar, algo tan concreto como el concreto**, no son más que asientos contables puestos en movimiento por personas distantes, apenas una apuesta más, como si esas casas fueran fichas de pocker sobre el tapete de la gran mesa de juego del desierto.
The Wall Street Journal informa de que los propietarios de las casas de Lake Las Vegas y otras tres promociones inmobiliarias «han demandado al Credit Suisse Group AG por un monto de 24.000 millones de dólares; acusan al banco suizo de haber utilizado un programa de préstamos concebido para saturar de deuda a esas promociones y luego poder ejecutar los préstamos quedándose con las propiedades ante la imposibilidad de que sean saldados (el nombre técnico de esta «estafa» legal es loan-to-own, es decir, literalmente, prestar para adueñarse de la cosa. [N. del T.]). Los demandantes alegan que Credit Suisse sabía que las promociones no podrían operar con las condiciones de los préstamos, lo que permitiría que el banco se apropiara de las promociones a precio vil.
Entonces, cuando se observa este lugar desde la perspectiva aérea de Michael Light se ve una vertiginosa compresión del lugar: la austera belleza de Nevada, los montes que han sido tallados en forma de terrazas sobre las que se construirán casas que recordarán diversas partes de Europa, una mezcolanza de lo mediterráneo con los campos de golf de Escocia, todo construido mayormente por trabajadores hispanos con materiales procedentes de China y otros sitios del mundo, con financiamiento y ganancias propios del casino planetario al que llamamos Wall Street.
Mirando desde el cielo se ve la agresividad de esas promociones inmobiliarias, lo forzado del verde de los prados, árboles, arbustos y viñas en el sequero, lo forzado de una iconografía importada de lugares lejanos impuesta en un lugar cuyos rasgos esenciales -además de la luz del sol- son irrelevantes tanto para el vendedor de casas como para el comprador. Cada arbusto plantado allí es un pequeño soldado marchando en el desierto, pero el desierto lo expulsa con una potencia mucho mayor de la que cualquier paisajista puede reunir: allí está el calor, el sol abrasador y su aliado, el tiempo.
Porque lo que también se ve en las fotos de Light es que todo eso es fugaz, breve, precario: terminará secándose y desmenuzándose, y marchándose su inquieta y desarraigada población. A pesar de que ese fugaz orgullo y desmedido ajetreo ha dado nueva forma a la tierra y dejado su impronta en ella, lo que perdurará una vez que todos hayan partido será la geología y las fuerzas primordiales del clima, el agua y el viento. La tierra permanece.
Notas:
* The Strip es la prolongación, en el condado de Clark, del bulevar de Las Vegas; tiene cerca de siete kilómetros y a su lado están los mayores casinos y hoteles de la ciudad. (N. del T.)
** Aquí la autora hace un juego de palabras –concrete as concrete– que resulta intraducible al castellano. En inglés, concrete, además de concreto como concepto, es el hormigón usado en la construcción. (N. del T.)
El libro más reciente de Rebecca Solnit es The Encyclopedia of Trouble and Spaciousness, la compilación de ensayos políticos sobre 29 lugares que van desde el Ártico al Japón después del tsunami, pasando por Silicon Valley y el Chiapas zapatista. Varios de estos ensayos aparecieron en TomDispatch.com, su editorial más frecuente desde hace 11 años. El ensayo publicado hoy es una adaptación del nuevo libro del fotógrafo Michael Light Lake Las Vegas/Black Mountain y está aquí gracias a la gentileza de la editorial Radius Books.