Recomiendo:
0

Entrevista a la escritora Isabel Alba

«En lo social la crisis se ha cronificado»

Fuentes: La Brújula

En el hotel Solymar, la familia Moscardó pasa unos días de vacaciones. Cada uno de sus miembros retrata la sociedad actual, las crisis personales, la crisis económica, la violencia laborar o la violencia entre los más pequeños, la precariedad de los más jóvenes y el paro de quien lleva años trabajando… En La danza del […]

En el hotel Solymar, la familia Moscardó pasa unos días de vacaciones. Cada uno de sus miembros retrata la sociedad actual, las crisis personales, la crisis económica, la violencia laborar o la violencia entre los más pequeños, la precariedad de los más jóvenes y el paro de quien lleva años trabajando… En La danza del sol (Ed. Acantilado), Isabel Alba retrata nuestro tiempo a través de la atenta mirada sobre una familia, cuyos miembros narran, cada uno desde su mirada y su propia experiencia, su día a día, sus frustraciones, sus esperanzas, sus desilusiones… La danza del sol es finalista al Premio Euskadi de literatura, que se fallará en octubre.

 

«Me imagino un inmueble parisiense cuya fachada ha desaparecido (…) de modo que, desde el entresuelo a las buhardillas, todas las habitaciones que se encuentran delante sean visibles instantánea y simultáneamente.», escribe Perec en Vida manual de instrucciones. ¿En La danza del sol, usted imaginó algo similar, un hotel sin fachada en el que todas las habitaciones y, por tanto, todas las vidas fueran visibles?

Podría decirse, sí. Visibles e interrelacionadas. Un hotel de la costa en verano es un microcosmos que no solo permite abarcar individualidades múltiples y diversas sino también sus relaciones: los lazos que se generan, y los que no, que tampoco hay que perderlos de vista, entre las personas que lo habitan, y su repercusión. Un hotel permite hablar de individualidades y de colectividad. Y de qué forma interactúan.

Los diferentes capítulos corresponden a cada uno de los personajes, cuya historia y cuyas reflexiones conocemos a través de una narración en tercera persona. Me gustaría preguntarle sobre esta tercera persona, por el no uso del «yo», por esta distancia corta-larga que se establece entre los personajes y la voz narradora.

En efecto, la tercera persona facilita acercarse y alejarse de los personajes a conveniencia, según focalicemos en uno u en otro. También mantener puntualmente una narración en apariencia neutral, omnisciente incluso. Jugar con los distintos puntos de vista da una enorme libertad narrativa, necesaria para trasladar una visión de la realidad global y crítica, en la que se evidencie esa interacción que he mencionado entre lo individual y lo colectivo, que es esencial en la novela. En una narración en primera persona, los personajes habrían sido «yos» aislados. De este modo, en cambio, se origina una corriente entre ellos, de silencio e incomunicación, sin duda, pero abierta, disponible, podría ser otra.

La danza del sol nos presenta a personajes que, como todo ser humano, tiene una vida exterior -una imagen de cara a los otros- y una vida interior que contradice la imagen que proyecta a los demás.

La contradicción es intrínseca al ser humano, pero no forzosamente entre su vida interior y su imagen exterior. Más bien en su actuar cotidiano, entendido como su posicionamiento frente a la realidad en cada momento, que puede ser muy variable, dependiendo de las circunstancias, y de cómo incidan en su vida interior: nuestros miedos, traumas, inseguridades, fracasos y resquemores. En situaciones límite podemos, incluso, encontrarnos con grandes sorpresas. El ser humano no es un bloque, un encadenamiento coherente de pensamiento y acción, sino una multiplicidad de «yos» superpuestos repleta de emociones y sentimientos encontrados. Quizá lo fundamental en las relaciones entre los personajes de La danza del sol esté en el silencio, en lo que callan, y en lo que no saben, y cómo media en sus relaciones.

A través de la familia Moscardó, usted refleja de qué manera la crisis económica altera no solo la vida económica, sino sentimental y amorosa de las personas. En este sentido, ¿lo económico determina cualquier forma de relación?

Sí, pero no es el único factor. También ser mujer, gay, migrante… Las relaciones lo son siempre de poder. E intervienen muchos factores, que no son excluyentes sino acumulativos.

¿Las relaciones personales se han capitalizado, no escapan de la lógica capitalista?

Sin duda. Y la lógica del capitalismo es la de la violencia. En todos los ámbitos. En lugar de tender a la igualdad, lo que conllevaría la protección de los más débiles, se sostiene sobre la opresión del débil por el fuerte. Vivimos en una sociedad bárbara, que saca lo peor del ser humano. Su lado de sombra.

El personaje de Manolo, un hombre que ha trabajado toda su vida y que ahora es despedido, es junto a los jóvenes que, tras estudiar, se ganan la vida con trabajos provisionales y mal pagados, ¿las dos caras principales de la crisis que hemos vivido?

Y que seguimos viviendo. Puede que en la macro economía los números digan otra cosa, pero en lo social la crisis se ha cronificado. Nuestras condiciones de vida no han mejorado en los últimos años, han empeorado incluso. Añadiría un matiz. Y es importante. La crisis y sus consecuencias se ha cebado especialmente con las mujeres, somos el eslabón más frágil por las condiciones de desigualdad en las que nos encontramos con respecto a los hombres. Y se ha cebado tanto con las de más edad, son mayoría frente a los hombres las mujeres que pasan de cincuenta años en paro o con empleos precarios, como con las jóvenes, que, contando con mejores expedientes académicos y estando a menudo más preparadas que los hombres de su generación, tienen muchas más dificultades para encontrar empleo de calidad.

Hace algunos años, se acuñó el concepto de «novela de la crisis». ¿Cómo se relaciona con dicha etiqueta? ¿Le resulta reductiva o, por el contrario, cree que describe una cierta narrativa que quiso narrar la crisis?

Huyo de las etiquetas. Siempre se escribe sobre la realidad, incluso cuando se la ignora o se la niega. Hasta cuando se escribe sobre el pasado se hace desde la perspectiva del presente. Escribir es comprometerte con tu tiempo. La crisis y sus consecuencias impregnan nuestra realidad, es su trasfondo. Un lugar y un tiempo dados generan un conjunto de novelas. Y ese conjunto forma parte de la memoria de un determinado momento histórico. Si no fuera por la literatura, la memoria guardaría un único relato: el dominante. En mi caso, considero la literatura como una herramienta más para incidir en la realidad. Una herramienta de transformación. La novela tiene la capacidad de reactualizar el presente, dar luz sobre él, rescatando lo que no vemos habitualmente. Es un primer paso, modesto sin duda, pero nunca inútil, hacia el cambio.

Uno de los temas de la novela es la incomunicación, algo que se refleja en la propia escritura narrativa. ¿Vivimos en un momento de particular incomunicación?

Somos una sociedad hipercomunicada, pero también hiperindividualizada, y atemorizada, además. La violencia permanente, soterrada, genera inseguridad y desconfianza. Aísla. Cada vez tenemos mayores dificultades para construir lazos y afrontar los problemas como colectivo. Estamos perdiendo la capacidad para compartir, lo bueno y lo malo, para sostenernos en comunidad.

A través de los niños, usted presenta una sociedad atravesada por la violencia, una violencia subterránea, que no siempre se ve, pero que está ahí.

Todas las violencias forman parte de una misma cadena: una violencia de todo género, que atraviesa por completo a la sociedad capitalista -desde la familia o el ámbito laboral, al terrorismo- y se ensaña principalmente con los más vulnerables, los niños, aún más las niñas, y las mujeres. Esa violencia, endémica y continuada sobre los más frágiles, se agudiza en los momentos de excepción, en los que se rompe la cotidianidad, la rutina y las certidumbres, como las guerras.

¿Se podría decir que sus personajes gravitan entre la desilusión, el sentimiento de fracaso y la amarga aceptación de que no hay salida?

Y la esperanza. Una esperanza mal entendida en la mayoría de los casos, en el sentido en que utilizaba la palabra Günther Anders, es decir, como espera. Pero también una esperanza activa, construida a base de pequeños actos. La esperanza de que los lazos que nos unen son indisolubles, y de que no hay nada, por ínfimo que sea, que a la larga no repercuta sobre la colectividad, como diría Hannah Arendt.

¿Hay espacio en nuestra sociedad para creer que algo puede cambiar, que hay alternativas?

Claro que las hay. Si no, no escribiría.

Fuente: http://www.librujula.com/entrevistas/2481-isabel-alba-en-lo-social-la-crisis-se-ha-cronificado