Recomiendo:
0

¿En qué consiste el «ateísmo» climático?

Fuentes: Rebelión

«…Y sin embargo, se mueve» (Galileo Galilei) «Los negacionistas del clima están haciendo todo lo posible para crear la pesadilla que más temen. Están garantizando el mismísimo futuro que proclaman querer evitar» (Naomi Oreskes) A lo largo de la Historia de la Humanidad, las clases dominantes han utilizado la ciencia (como a tantas otras cosas) […]

«…Y sin embargo, se mueve» (Galileo Galilei)

«Los negacionistas del clima están haciendo todo lo posible para crear la pesadilla que más temen. Están garantizando el mismísimo futuro que proclaman querer evitar» (Naomi Oreskes)

A lo largo de la Historia de la Humanidad, las clases dominantes han utilizado la ciencia (como a tantas otras cosas) como arma arrojadiza para defender sus privilegios. De esta forma, si los avances o descubrimientos científicos y técnicos de cada época les venían bien para sus intereses, la ciencia era apoyada y defendida, pero si ocurría lo contrario, es decir, que la ciencia ponía en cuestión postulados, digamos, «peligrosos» para los intereses de los más poderosos, la ciencia era atacada y cuestionada. Hoy día, y con respecto a las evidentes conclusiones que los trabajos científicos demuestran con respecto a los efectos del cambio climático, nos encontramos en una fase de ataque, de negacionismo, de «ateísmo» climático.

Se da sobre todo en Estados Unidos (donde actualmente el 72% de los senadores republicanos niegan el cambio climático), aunque es un fenómeno muy extendido en todos los países que se abrazan sin fisuras al capitalismo, pues hacer saltar las alarmas en torno a los posibles efectos del cambio climático implica poner en cuestión todos los resortes y puntales profundos del sistema capitalista globalizado, tal y como hoy se nos presenta. Pero la evidencia científica es ciertamente demoledora al respecto. Desde hace más de 100 años los científicos saben perfectamente, y así lo han constatado en innumerables proyectos, que los gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2) y el metano (CO4) capturan calor en la atmósfera de un planeta. Y si se aumenta considerablemente la concentración de dichos gases, el planeta se calienta, generando perversos efectos en cascada. Y estamos entrando ya, muy peligrosamente, en la fase de irreversibilidad de dichos efectos.

No tiene ningún sentido dejar de reconocer estas conclusiones, y por tanto, negarse a actuar en consecuencia. Los efectos perniciosos serán para todo el mundo, para todos los rincones del planeta, y por tanto, el ateísmo climático será el responsable de muerte y destrucción. Y aunque siguieran quemando en la hoguera como en el siglo XV a los «infieles» que osaran predecir el apocalipsis climático, las cosas no cambiarían. Se sabe que hay que actuar, y hay que actuar deprisa. Pero aún no se tiene la conciencia extendida y generalizada de ello, dándose la triste situación de que mientras las más famosas ONG se enfrentan al poder establecido para concienciar a Gobiernos, políticos y ciudadanía en general sobre estos riesgos, los poderes institucionales y el establisment continúan desprestigiando y haciendo caso omiso a sus recomendaciones. Y todo porque la presión del capitalismo globalizado, representado al más alto nivel por las grandes empresas transnacionales, dan más importancia a sus cuentas de resultados que a la destrucción de los ecosistemas naturales. Pero el cambio climático sigue su imparable camino, y ya está provocando el incremento de un sinnúmero de fenómenos climáticos extremos, como inundaciones, rigurosas sequías y olas de calor, así como la pérdida de ingentes cantidades de hielo en el Ártico, considerado el refrigerador del resto del planeta.

Incluso la última Encíclica del Papa Francisco ha tenido sus claros detractores en los candidatos republicanos a la Casa Blanca, y algunos de ellos ya se han apresurado a advertir que el Papa debiera dedicarse únicamente a sus asuntos religiosos, y que en ningún caso van a tenerlo en cuenta a la hora de diseñar su política económica. Incluso un analista de la cadena norteamericana Fox News, Greg Gutfeld, llamó a Francisco «la persona más peligrosa del mundo» por sugerir que el cambio climático es un problema real. Porque, como nos comenta Naomi Oreskes en su artículo «El engaño de negar el cambio climático»: «…el mundo científico ha afirmado y reafirmado la validez de las pruebas científicas. La Academia Nacional de Ciencias, la Sociedad Meteorológica de Estados Unidos, la Unión Geofísica de Estados Unidos, la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia y muchas otras organizaciones similares, así como las más importantes organizaciones científicas y académicas del mundo, concedieron su aprobación al trabajo de la ciencia climática. En 2006, once academias nacionales de la ciencia, entre ellas la más antigua del mundo, la italiana Accademia Nazionale dei Licei, publicaron una insólita declaración para destacar que «la amenaza del cambio climático es clara y está en aumento» y que «cualquier demora en la acción provocará costos mayores». Desde entonces han pasado casi 10 años. Hoy, los científicos nos aseguran que las pruebas de la realidad del cambio climático inducido por la actividad humana son «clarísimas» y el Banco Mundial nos dice que sus impactos y costos ya se hacen sentir«.

Si continuamos por la senda del negacionismo climático, si no conseguimos que la inmensa mayoría de la comunidad internacional acepte, asuma y reaccione ante los auténticos efectos devastadores a los que nos arriesgamos si continuamos por esta senda, llegará un momento en que ya será demasiado tarde para reaccionar. Pero a diferencia de los tiempos de Galileo, que murió en la hoguera por defender los demostrables principios de la ciencia de su tiempo, ahora no nos jugamos la validez de una simple teoría de la dinámica del universo, sino la continuidad o no de todas las especies que conocemos, incluida la propia especie humana, sobre la faz de la tierra, ya que está demostrado que los efectos en cascada del calentamiento global se llevarán por delante todo rastro de vida. Y ante ello, seguimos sin oír el grito de la Tierra.

En nuestro país, la fuerza por antonomasia que niega el cambio climático y sus efectos, o le resta credibilidad, sin duda alguna, es el Partido Popular. Sonados han sido los comentarios de Rajoy ridiculizando estas afirmaciones (argumentando que si los meteorólogos no podían predecir el tiempo que iba a hacer la semana próxima, ¿cómo es posible que se asegure el cambio climático a diez, quince o treinta años vista?). De ahí su negativa (en clara complicidad con las grandes empresas energéticas del país) a abandonar el uso de fuentes de energía fósiles, caras, peligrosas y contaminantes (petróleo, energía nuclear, etc.) para ir migrando a modelos energéticos basados en fuentes limpias, renovables y seguras (eólica, solar, fotovoltaica, etc.). Simplemente, no le conceden ninguna credibilidad al discurso científico que aboga por la peligrosa deriva climática y ambiental que sufrimos, a nivel de todo el planeta.

Incluso han llegado a argumentar, en su empeño por desprestigiar las innumerables conclusiones de científicos de renocido prestigio internacional, que éstos sólo buscaban despertar la alarma social para conseguir mayor financiación para sus investigaciones. Hoy día, la ciencia ambiental refuta claramente los manidos argumentos conservadores que sostienen que la protección medioambiental restringe el crecimiento, daña la economía, destruye puestos de trabajo, o que si bien es una ventaja para los osos polares, en nada beneficia a las personas. Continúan viviendo en la caverna, sin darse cuenta de la tremenda senda destructiva por la que caminamos. Pero aún así, los ciegos y obstinados planteamientos del capitalismo globalizado se dan de bruces con la realidad, y el ateísmo climático deberá ser paulatinamente corregido, o nos llevará sin remisión al colapso, al caos civilizatorio y a la destrucción del planeta. Pero en ese caso, no habrá ninguna duda: nosotros lo habremos destruido.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.