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España y la memoria

Fuentes: Rebelión

Durante 3 años viví en el Norte de Italia, en la región de Emilia-Romagna, donde realicé mi Tesis Doctoral en la Università degli Studi di Parma. En ese período realicé dos estancias de investigación para complementar la formación recibida y desarrollar colaboraciones científicas: una en la University of Nottingham (Reino Unido) y otra en el […]

Durante 3 años viví en el Norte de Italia, en la región de Emilia-Romagna, donde realicé mi Tesis Doctoral en la Università degli Studi di Parma. En ese período realicé dos estancias de investigación para complementar la formación recibida y desarrollar colaboraciones científicas: una en la University of Nottingham (Reino Unido) y otra en el European Centre for Soft Computing (Asturias, España). A continuación, tras acabar mi Tesis Doctoral, trabajé durante un año como investigador postdoctoral en la Université d’Auvergne Clermont-Ferrand I en un laboratorio perteneciente al CNRS (equivalente francés del CSIC español) y, actualmente, llevo casi dos años como investigador postdoctoral en INRIA Grenoble Rhône-Alpes, siendo INRIA una de las principales instituciones del mundo en ciencias de la computación y matemáticas.

Tras estos casi seis años viviendo en el extranjero hay, entre otros, un aspecto que me ha llamado la atención de todos estos países en comparación con España: un mayor respeto por la llamada memoria histórica. Esta sensación ha vuelto con fuerza recientemente a raíz de que el pasado 20 de noviembre se cumplieran 40 años de la muerte del dictador Francisco Franco.

Como dije, durante 3 años viví en Parma. Allí, en una de las principales plazas de la ciudad (Piazzale della Pace), es decir, no precisamente oculto en un suburbio, hay un monumento al Partigiano (un homenaje popular al resistente antifascista). Esta estatua representó para mí una grata sorpresa dado que en mi ciudad de origen (A Coruña), al menos cuando me fui de allí (año 2010), había una Avenida del General Sanjurjo (un militar golpista), una Avenida de los Caídos (dedicada, por lo tanto, a los caídos por la «cruzada en defensa de la civilización cristiana y occidental amenazada por la barbarie comunista«), una Calle de Juan Canalejo (jefe provincial de la Falange y organizador de las milicias armadas de la ciudad), una plaza dedicada al General Mola (golpista al mando del Ejército del Norte durante la guerra civil y corresponsable del bombardeo de Guernica), una Avenida Primo de Rivera (Miguel Primo de Rivera fue dictador entre 1923 y 1930, mientras que su hijo José Antonio Primo de Rivera fue el fundador de Falange Española), y una calle División Azul (división de infantería enviada por Franco a combatir en el frente ruso junto a los nazis), entre otras. Afortunadamente, Marea Atlántica está tratando de resolver estos entuertos desde que alcanzó la alcaldía. Por supuesto, y por desgracia, esta injusticia histórica no está presente sólo en A Coruña: por poner un ejemplo, antes de que el Ayuntamiento de Madrid (con la alcaldesa Manuela Carmena al frente) comenzase a eliminar el callejero franquista, había más de 150 vías, monumentos y plazas con nombres que homenajeaban el franquismo en la capital de España.

En Francia, durante un año viví en Clermont-Ferrand y desde hace algo menos de dos años vivo en Grenoble. En esta última ciudad, hay un museo gratuito sobre la resistencia antifascista, en donde se explica quiénes fueron los resistentes, qué representó la resistencia y qué ocurrió durante la segunda guerra mundial. Por no mencionar los numerosos monumentos y museos esparcidos por toda Francia e Italia dedicados a los caídos por la acción fascista durante la guerra mundial, a la resistencia, y a la lucha por la libertad. Esta cuestión de la resistencia antifascista, en España generalmente ignorada, no es un tema menor. En mayo de 2005, Víctor Erice y José Luis Guerín debatían en el Auditorio CCCB de Barcelona sobre las relaciones entre cine de ficción y documental. En la parte final de dicho debate, Erice aportaba el interesante comentario: «Cuando hace «La lista de Schindler», él [Steven Spielberg] piensa que corre un gran riesgo comercial, que apuesta por mostrar una realidad, una época, una historia, difícil y cruel. Lo que es llamativo, y que a mí se me antoja un auténtico paradigma, es que, para hablar de los campos de exterminio, escoja como héroe o anti-héroe, en todo caso como protagonista, a un estafador que, gracias a su acción, logra salvar vidas. ¿Qué pone en juego para salvar estas vidas? El dinero. Merced al dinero las vidas pueden ser salvadas, las vidas pueden ser rescatadas. No creo que Spielberg actuara con cinismo pero, en esta acción de centrarse en un personaje que no cree en nada fundamentalmente, que es un traficante que utiliza el dinero, no descartando que la película tenga valores de denuncia interesantes, o que puedan ser estimables para un ciudadano escasamente informado, en esta operación se deja, y no por casualidad, la acción dónde, de la resistencia antifascista en los mismos campos de concentración, que no se movilizó a través del dinero sino a través de un pensamiento y de una conciencia, […] se tejió la idea de una comunidad en Europa hoy perdida que fue la de la resistencia ante el fascismo.»

El jefe del Estado español inauguró recientemente un parque en pleno centro de París dedicado a La Nueve. Este parque es un homenaje a los integrantes del batallón que el 24 de agosto de 1944 lideró la liberación de la capital francesa de las fuerzas nazis. En dicho batallón, formado por 160 soldados, la inmensa mayoría eran republicanos españoles (fundamentalmente comunistas y anarquistas) que se habían visto obligados a dejar su propio país tras la victoria de Franco en la guerra civil. Resulta curioso que mientras se inauguran monumentos a favor de los luchadores antifascistas españoles que liberaron París, dentro de nuestras fronteras exista la Fundación Francisco Franco, subvencionada por el Estado y cuyo » objetivo prioritario [es] la difusión de la memoria y obra de Francisco Franco » (mientras que, por poner un ejemplo, la Constitución Italiana prohíbe el Partido Fascista); se permitan misas en honor de Francisco Franco (en donde se alaba a Franco y a José Antonio Primo de Rivera asegurando que «debemos aprender la lección que nos dan estas grandes figuras de la Historia» ); o exista en su forma actual el Valle de los Caídos («el único caso en Europa en el que los restos de un golpista criminal descansan, junto a los de sus víctimas, en un monumento de titularidad pública» ). Incluso, cuando se eliminan antiguos privilegios y simbología franquistas, como la retirada de la medalla de oro de la ciudad de Aranjuez a Franco, en muchas ocasiones se realiza con la abstención del PP y Ciudadanos.

Recientemente, participé en una conferencia en Alemania. La conferencia fue en Munich (Baviera), de modo que aproveché y fui a visitar el campo de Dachau. Una vez allí, entre muchas otras cuestiones, la guía nos explicó que estas visitas son obligatorias para los estudiantes de instituto de cara a que conozcan esa parte de la Historia alemana. En mi opinión, sería muy positivo que en España se realizasen actividades similares, habida cuenta del gran número de represaliados, torturados y asesinados que hubo durante la guerra civil y la posguerra, así como de la existencia de numerosos centros en los que se recluyó a cientos de miles de represaliados por el franquismo (según el Anuario estadístico de España, que sólo contemplaba «la población penitenciaria», entre finales de 1939 y comienzos de 1940 llegó a haber 270.719 reclusos y 92.000 personas internadas en diferentes campos de concentración). En relación con este punto, mientras el primer ministro francés (junto con otros tres ministros) inaugura un memorial recordando a los 60.000 seres humanos, incluyendo 20.000 españoles, que malvivieron en el Campo de Concentración de Rivesaltes, el mayor campo de concentración de Europa occidental, el gobierno de España (del PP) no envía representantes a dicho evento

Como muestra de la esquizofrenia histórica existente en España pongamos un par de ejemplos más de personas populares y con cierta trascendencia social. Esperanza Aguirre, presidenta del PP de Madrid, cuestionaba recientemente que el franquismo fuera impuesto por la fuerza a todos los españoles y tachaba de «Inquisición» a la comisión que revisaría los nombres de calles franquistas en Madrid. Aunque esto tampoco debería sorprender mucho habida cuenta la relativa frecuencia con que miembros del PP se niegan a condenar el franquismo o directamente se burlan de sus víctimas. El propio Manuel Fraga Iribarne en una entrevista concedida en 2007 comentaba lo siguiente: «pero los muertos amontonados son de una guerra civil en la que toda la responsabilidad, toda, fue de los políticos de la II República. ¡Toda!» . También, muy recientemente, el popular cantante y presentador de televisión Bertín Osborne afirmaba: «Es que yo de verdad creo que en este país nos hemos pasado un poco tres pueblos todos. […] ¡Vamos a relajarnos un poco, que hace 45 años que murió este tío, o 43, o los que sean! […] ¡Pues ya está, vamos a olvidarnos de esto, coño! ¡Que ya han pasao muchos años! […] ¡Yo me he olvidado también, y a mí me mataron seis en Paracuellos ¿Entiendes? Yo sí me he olvidado, y si me olvido yo, se pueden olvidar los demás. Siete tíos carnales fusilados en Paracuellos. ¡A mí! ¡Y no lo digo nunca y yo lo he olvidado, joder! […] Porque no podemos sacar esto otra vez, cuarenta y tantos años después, o cincuenta años después. ¡Venga, coño! ¡Que ha habido muertos por todos lados! Que es que no podemos estar hoy en día, en el siglo XXI, en los años que estamos, otra vez con las dos Españas, venga por Dios. Que estaba superado esto hace muchos años.» Sería partidario de ignorar completamente las declaraciones de este sujeto si no fuese porque, desafortunadamente, mucha gente presta atención a sus comentarios y les pueden llegar a dar cierta credibilidad.

El cantante olvida o ignora, seguramente entre muchos otros aspectos, tres importantes detalles:

1) el régimen franquista disfrutó de cuarenta años para recuperar a sus muertos y enterrarlos con toda los honores que estimó oportuno, mientras que hubo un bando al que se le negó la opción de honrar a sus muertos. El 9 de febrero de 1939, Franco firmó en Burgos la Ley de Responsabilidades Políticas , según la cual se declaraba «la responsabilidad política de las personas, tanto jurídicas como físicas» , que, con efectos retroactivos, desde el 1 de octubre de 1934, «contribuyeron a crear o agravar la subversión de todo orden de que se hizo víctima a España» y que a partir del 18 de julio de 1936 se opusieron al «Movimiento Nacional con actos concretos o con pasividad grave» . De hecho, Franco pidió un censo de desaparecidos de la guerra; encargó a un grupo de expertos un protocolo de exhumación, y preservó por ley las fosas comunes para que no se construyera sobre ellas. Pero, claro, todo únicamente para las víctimas de su bando. Múltiples leyes, decretos y órdenes publicadas en el Boletín Oficial del Estado dan cuenta de ello. Y todo esto mucho antes de que viniese Zapatero con su Ley de Memoria Histórica, según algunos, a «reabrir heridas» supuestamente cicatrizadas o a «olvidar la Transición y rememorar la guerra civil» . La «Causa General informativa de los hechos delictivos y otros aspectos de la vida en la zona roja desde el 18 de julio de 1936 hasta la liberación», creada por el Ministerio de Justicia el 26 de abril de 1940, trató de «investigar cuanto concierne al crimen, sus causas y efectos, procedimientos empleados en su ejecución, atribución de responsabilidades, identificación de las víctimas y concreción de los daños causados» y, en la práctica, se convirtió en un instrumento estatal para estimular la delación (léase a este respecto el capítulo «La dictadura que salió de la guerra» dentro de la obra colectiva titulada «40 años con Franco» recientemente publicada por la editorial Crítica).

2) En relación con el punto anterior, no se debe olvidar que, según distintos informes coincidentes, España es el segundo país del mundo en número de desaparecidos cuyos restos no han sido recuperados ni identificados, tras Camboya.

3) Y tampoco se debe obviar que en España, tal y como recuerda con frecuencia Vicenç Navarro (Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra), la victoria de Franco significó el inicio de un régimen dictatorial que se caracterizó por su enorme brutalidad (en la misma línea que el profesor Edward Malefakis de la Universidad de Columbia y de Alberto Reig Tapia, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rovira i Virgili, Ismael Saz Campos, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, proporciona la siguiente información: «Mussolini ejecutó a veintisiete individuos desde 1922 hasta 1940. Mientras que Franco ejecutó al menos mil veces más personas entre los años 1939 y 1941. Teniendo en cuenta que la población italiana era bastante más elevada, la verdadera proporción debiera ser de mil ochocientos a uno y todavía podría ser más alta, de diez mil a uno, si medimos el ritmo de las matanzas, ya que la cifra italiana cubre dieciocho años y la española sólo tres» ) y que impuso un enorme retraso económico, político, social y cultural en España (en 1936, España e Italia tenían un nivel de desarrollo económico equiparable; mientras que en 1978 el PIB per cápita español era solo el 62% del italiano).

Además, para desterrar la idea de que el franquismo es algo del pasado y ya superado, resulta fundamental conocer que, como indica el politólogo y periodista Lluc Salellas, de los últimos 50 ministros de Franco «ninguno fue degradado por la democracia. Al revés, la mitad fueron a parar a los consejos de administración de las grandes empresas, la otra mitad a la política» (de hecho, de los 16 diputados de Alianza Popular, origen del PP, en 1977, 13 habían sido ministros de Franco). De la misma forma, en declaraciones recientes, José García Abad, editor de El Siglo, consideraba que «en España todavía hay un sustrato franquista, un franquismo sociológico, autoritario, considerable. Y tiene una base importante de ciudadanos. Todavía hay reflejos franquistas en cantidad de cosas» o el historiador John H. Elliott opinaba que «el franquismo marca como una sombra el diálogo español [sobre la independencia de Cataluña]» . El historiador Francisco Espinosa Maestre comentaba recientemente en una entrevista: «En otros países el fascismo fue derrotado, mientras que en España se perpetuó durante cuatro décadas y, aunque nunca abandonó del todo el recurso a la violencia que lo caracterizó desde el principio, se fue adaptando a los tiempos según le convenía. El gran reto fue permitir el sistema democrático sin que ello acarreara cambios en profundidad en los grandes poderes del Estado. Me refiero a los poderes económico, eclesiástico, militar y judicial. Todo se orientó, mediante una ley electoral ad hoc , a conseguir un sistema bipartidista que no pusiera en juego ninguna cuestión clave.»

Considero que la percepción que en España se tiene sobre su propia Historia reciente se puede ilustrar con dos nombres: Manuel Fraga (1922-2012) y Santiago Carrillo (1915-2012). En palabras del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza Julián Casanova: «Fraga fue ministro de Franco, desde 1962 a 1969, y ministro del Gobierno de Arias Navarro que se formó tras la muerte de su caudillo, desde el 12 de diciembre de 1975 hasta el 1 de julio de 1976. Nunca fue ministro con la democracia. Su autoridad nació de la dictadura y tuvo después en sus manos durante unos meses, como ministro de Gobernación, todo el aparato represivo intacto, ese que cargaba en las calles contra los manifestantes, detenía y encarcelaba de forma arbitraria y sin garantías, torturaba en los cuarteles y comisarías y, si hacía falta, disparaba mortalmente a los trabajadores, como en Elda, Tarragona, San Adrián de Besós, Basauri o en el asalto policial a la iglesia vitoriana de San Francisco de Asís , una masacre que dejó cinco muertos y decenas de heridos. Y todo ello en apenas medio año, donde quedó al descubierto el talante reformista de los franquistas sin Franco, cómo trataban a opositores y huelguistas, «desórdenes callejeros» los llamaban, y la impunidad de las fuerzas armadas.» Mientras que Santiago Carrillo, incluyendo todas sus sombras, tal y como comenta el historiador Carlos Gil Andrés en el libro «40 años con Franco» (págs. 159-163), «abanderó la renovación con una apuesta clara por una política de «reconciliación nacional», por la búsqueda de acuerdos con el resto de la oposición antifranquista y el objetivo común de un cambio pacífico y democrático. […] El papel que desempeñó en la transición a la democracia destacado por todos cubrió las luces y las sombras de un pasado mucho más incómodo, espinoso y controvertido. Toda una vida contra Franco.» . Decía que la equidistancia que presentan muchas personas para con estos dos personajes históricos, cuando no clara preferencia por el primero de ellos, me resulta llamativa porque yo no conozco demasiados casos en otros países «avanzados» en donde se equipare a un fascista con un antifascista, siendo considerado incluso el fascista como un hombre de estado y un demócrata más respetable y de mayor altura política y humana que el luchador antifascista. Cuando esto ocurre: cuando fascistas y antifascistas son considerados merecedores del mismo respeto o del mismo desprecio, cuando agresores y resistentes son juzgados en los mismos términos, tengo la impresión de que dicha sociedad pierde la perspectiva y el sentido de la justicia a la hora de juzgar su pasado (y, por lo tanto, su presente). Con esto no pretendo demonizar ni santificar a ninguno de estos dos personajes históricos, pero está claro que uno estaba en el bando defensor de la legalidad vigente, y el otro se alineaba con los golpistas; uno defendía una serie de ideales de emancipación y justicia social, y el otro unos valores antidemocráticos y un nacionalismo excluyente propios del fascismo. El catedrático Vicenç Navarro opina lo siguiente: «Otro ejemplo del coste elevadísimo de olvidar la historia es la resistencia a eliminar todos los símbolos de la dictadura en las calles y en la vida pública de España, argumentando que hay una incoherencia entre querer suprimir a los personajes de la Dictadura y a la vez mantener, o incluso promover, a personajes -como Santiago Carrillo o la Pasionaria, dirigentes del Partido Comunista- que son equiparados a los líderes de las fuerzas políticas que realizaron y apoyaron el golpe militar, formando más tarde parte de la dictadura. Se asume así una equidistancia en cuanto a la asunción de responsabilidades, justificada en la necesidad de tener una visión equilibrada de nuestra historia, mirando no solo a un lado, sino también al otro. […] Esta supuesta neutralidad es, sin embargo, profundamente injusta […] pues se pone en la misma categoría a los que destruyeron la democracia (los que establecieron y colaboraron con la dictadura) y a los que la defendieron. El Partido Comunista defendió la República y más tarde se distinguió en la lucha contra la Dictadura, liderando la resistencia frente a ella. Que el Partido Comunista cometiera errores y realizara prácticas denunciables (muchísimo menores que las realizadas por el Ejército español y por la Falange) durante el periodo de la Guerra Civil no niega la labor importante que realizó en defensa de la República y en contra de la Dictadura. Poner a la Pasionaria y a Carrillo en la misma categoría que al General Millán-Astray me parece de una aberración antidemocrática extrema, que solo se puede entender en un país con una escasísima cultura democrática, en donde todavía hay un enorme monumento al Dictador que ha sido responsable del mayor número de asesinatos de españoles y de demócratas (como porcentaje de la población) que haya existido en Europa».

Pablo Mesejo. Doctor en Tecnologías de la Información e Investigador postdoctoral en el Instituto Nacional de Investigación en Informática y Automática (INRIA). Francia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.