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ETA como principio de realidad

Fuentes: Abrante

Artículo escrito pora la revista independentista galega Abrante, publicado en su nº 62.

Sin duda, con el tiempo y gracias a la praxis, los marxistas de los pueblos oprimidos iremos desmontando el dogmatismo mecanicista y formal del «marxismo español». En este avance del conocimiento, la teorización de la experiencia de ETA será tan decisiva, en el marco europeo, como lo fue y está siendo en el marco latinoamericano, la teorización de las guerrillas, de la vida del Che y de Marulanda, de las aportaciones de Mariátegui, del contenido social, revolucionario y de liberación nacional preburguesa de Tupaj Kamaru y de Tupaj Katari, etcétera; por no extendernos a revolucionarias y revolucionarios africanos y asiáticos. El euromarxismo ha tenido miedo a estudiar algo a lo que más temprano que tarde ha de enfrentarse: las guerrillas de liberación nacional en la Europa nazifascita de 1939-45, y a otras posteriores, en cuanto heroicas e impresionantes demostraciones de la dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo, dialéctica que saca a la luz el principio de realidad, es decir, la objetividad de la explotación, de la dominación y de la opresión.

Y es aquí en donde ETA aparece como la fuerza clave que, por un lado, sintetiza todas las contradicciones que pudren el capitalismo europeo y, por otro, muestra cómo la acumulación de fuerzas progresistas llega un momento que permite el salto cualitativo a un escenario político nuevo. No podemos exponer ahora la primera cuestión, que entra de lleno en la crítica del euromarxismo, sólo podemos decir que las luchas de liberación nacional se caracterizan por ciertas diferencias con respectos a las luchas revolucionarias en los pueblos que no padecen opresión nacional. La lucha de clases «normal» no se libra en un contexto en el que las subjetividades colectivas, los referentes históricos y la carga emotiva por los sacrificios de la lucha, alcanzan la importancia objetiva, material y política, que tienen en las naciones aplastadas que llevan decenios oponiéndose al ocupante. Con esto no negamos, en modo alguno, la importancia de lo subjetivo en esta lucha de clases, simplemente queremos recordar la diferencia –que no contradicción– entre ambos procesos revolucionarios que tienen el mismo objetivo último.

Vamos a extendernos en la segunda porque es la más urgente, analizando tres cuestiones de innegable significado que muestran por qué ETA ha sido y es el principio de realidad, aunque ya no actúe militarmente. Sin entrar en debates psicoanalíticos, por principio de realidad entendemos aquí la capacidad de ir a la raíz y mostrarla a la vez en la superficie con la forma de objetividad de la opresión nacional. Quien conozca los rudimentos de la epistemología marxista sabrá que hablamos de la aplicación de la dialéctica materialista a la lucha de liberación. Empezando ya con la primera cuestión, hay que decir que el principio de realidad se ha mostrando de manera irrefutable con el comunicado de ETA sobre el fin de su accionar armado ya que ha destrozado todas las mentiras elaboradas durante años. Durante años, la industria político-mediática se ha volcado en «crear la verdad» de que ETA estaba en agonía premorten y la izquierda abertzale en la inanición. Aunque militantes independentistas llevamos tiempo explicando la acumulación de fuerzas, tanto las sofisticadas técnicas de manipulación mediática como nuestras limitaciones y errores, además de otros factores, han facilitado que se mantenga la mentira de la derrota.

Las reacciones españolas ante el comunicado indican que siempre se impone el principio de realidad. Ahora se entiende perfectamente que ETA ni se ha rendido ni está derrotada, simplemente advierte que da un paso más en su larga lucha política, dejando un instrumento táctico y priorizando otros. La política española ha puesto el grito en el cielo al no poder regodearse viendo una rueda de prensa en la que sus participantes aparecieran sin capuchas, como los autoderrotados p-ms en su tiempo. La imagen y la simbología son expresiones materiales, y el nacionalismo imperialista español lo ha comprendido perfectamente, ladrando con impotente furia. Las capuchas, aun siendo importantes, son parte de un comunicado que llama a las cosas por su nombre, y esta radical coherencia ético-política que caracteriza a ETA lo dice todo, lo que refuerza su afirmación de que la acumulación de fuerzas democráticas lograda en las peores situaciones represivas permite y exige dar un salto en la movilización política. No se trata de un salto al vacío, porque todo demuestra que la acumulación lograda hasta ahora en muy penosas condiciones tiende a ampliarse, y además la decisión de ETA acaba con las excusas de quienes decían que su accionar armado imposibilitaba toda la lucha social y popular. Tampoco el comunicado niega la historia del independentismo socialista, ya que desde hace un tercio de siglo ETA ha propuesto finalizar su accionar armado si se llegaba a una unidad similar a la actual.

Pero la realidad se impone incluso para la izquierda independentista y para ETA, y así llegamos a la segunda cuestión. Queremos decir que el comunicado se hace público cuando llevamos cuatro años sufriendo una crisis socioeconómica que tiene contenidos nuevos si la comparamos con las anteriores. Es verdad que no se entiende nada del capitalismo si se desconocen sus crisis periódicas y que, por tanto, todo proyecto independentista y socialista debe siempre tener en cuenta el estallido periódico de crisis pequeñas. pero fundamentalmente de crisis globales más espaciadas en el tiempo que cierran fases y abren otras, como sucede en estos momentos. Aunque el movimiento obrero y popular vasco hace tiempo que se percató de la gravedad y profundidad del desastre económico, todavía hay partes de él que no terminan de adecuar al contexto de crisis de larga duración la dialéctica entre liberación nacional y de clase, además de la sexo-género.

Las tres huelgas generales sostenidas en el pasado reciente y un sin fin de luchas obreras, populares y sociales que se libran prácticamente todos los días en defensa de las condiciones de vida y trabajo, esta realidad permanece en segundo plano, mientras que lo fundamental y único decisivo parece ser la resolución del contencioso armado y la denominada «normalización política». La interacción permanente entre lo nacional y lo social, que fue uno de los secretos de la fuerza del primer independentismo socialista, está en estos momentos reducida al formulario teórico y a la meritoria acción del sindicalismo abertzale y de movimientos y colectivos específicos que se han ido creando para llenar vacíos organizativos causados por la represión pero también por otras prioridades. Brutalidades inaceptables como los desahucios, los despidos, el empobrecimiento creciente y hasta la miseria que empieza a golpear, el paro estructural especialmente en la juventud y en la mujer, etc., estas y otras ferocidades burguesas encuentran una resistencia descoordinada y, lo que es peor a la larga, sin una precisa inserción teórica y política en el proyecto de conquistar un Estado independiente. De esta forma, mientras se dan pasos valiosos en lo nacional, lo social permanece relativamente alejado. No hace falta decir que la burguesía aprovecha este vacío, esta brecha, para atacar sin piedad al pueblo trabajador.

Entramos así en la tercera y última cuestión, ya que la izquierda abertzale es muy consciente de este desfase transitorio que debe ser superado por su importancia clave para la conquista de los objetivos históricos, y por su importancia actual para elaborar una política de aglutinación de amplios sectores sociales golpeados en diverso grado por la ocupación española e interesados en crear un Estado vasco. En el duro contexto de larga duración impuesto por la crisis el principio de realidad encuentra su explicación teórica en la creación de ese amplio movimiento liderado por la clase trabajadora. En la historia del pensamiento marxista se han dado nombres diversos a las diferentes plasmaciones de esta movimiento, destacando el de «revolución democrático nacional» en la mayoría de las luchas de liberación nacional antiimperialista. Un debate permanente sobre este particular surge cuando se necesita precisar el ritmo revolucionario en un capitalismo altamente industrializado, con sus contradicciones tensionadas al máximo, cuando esta agudización obliga a las clases a posicionarse en los extremos mirando directamente al problema del poder y de la propiedad.

La opresión nacional incide aquí determinantemente, marcando la lucha de clases interna al pueblo ocupado con ritmos propios. No entender este principio de realidad ha llevado al euromarxismo a estrepitosos fracasos. Los pueblos oprimidos, por su parte, tienen el riesgo de cometer uno de los dos errores suicidas: acelerar la velocidad sin atender al ritmo de acumulación, creyendo que puede dar el salto de la revolución democrática nacional a la revolución socialista por simple voluntarismo idealista, lo que le conduce a la escabechina sangrienta; o avanzar con lentitud lánguida buscando no atemorizar a la mediana burguesía, dándole tiempo para que se recupere y contraataque con el apoyo imperialista, produciéndose un baño de sangre o empantanándose la lucha de liberación en las marismas del pesimismo derrotista. Ambas posibilidades se han dado en muchos casos, y para evitarlas ha sido imprescindible la existencia de una fuerza revolucionaria organizada y preparada. En nuestra historia, ETA ha sido decisiva en este sentido.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.