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Etiopía se niega a enviar «esclavas» al Líbano

Fuentes: El Mundo

  (Foto: Hrw.org) Beitut.- Judith se escapó de la casa donde trabajaba como sirvienta hace dos semanas, cuando el exceso de trabajo y los gritos de la ‘madame’ (como se refieren a su empleadora las trabajadoras domésticas en el Líbano, de fuerte influencia francófona) se hicieron insoportables. «Por las mañanas limpiaba en su casa, y por […]

 

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Beitut.- Judith se escapó de la casa donde trabajaba como sirvienta hace dos semanas, cuando el exceso de trabajo y los gritos de la ‘madame’ (como se refieren a su empleadora las trabajadoras domésticas en el Líbano, de fuerte influencia francófona) se hicieron insoportables.

«Por las mañanas limpiaba en su casa, y por las tardes limpiaba la casa de la madre de la ‘madame'», explica en su limitado inglés esta etíope de 20 años. «Nada de lo que hacía le parecía bien, por todo me gritaba. Yo me pasaba el día pidiéndole perdón y aún no sé por qué».

A medida que oyen su relato, otras de las ocho mujeres sentadas en la sala de espera del Consulado General de Etiopía en Beirut se animan a contar historias parecidas. Siete de ellas han huido de sus empleadores denunciando maltrato verbal o físico, impago de salarios, la ausencia de días libres y un volumen de trabajo inhumano que incluye el mantenimiento de dos o tres hogares a la vez.

«Cada día vienen entre 10 y 20 mujeres sometidas a condiciones cercanas a la esclavitud», explica el cónsul, Adem Nurhusen, destinado desde hace cuatro años al país de los Cedros. «Tenemos ocho cadáveres de mujeres etíopes en hospitales libaneses, la mayoría víctimas de suicidios. La situación es tan grave que mi Gobierno ha congelado el envío de trabajadores al Líbano».

La decisión de Addis Abeba, adoptada a finales de abril, ilustra el dramatismo de las condiciones de trabajo que sufren las 26.000 empleadas domésticas de esta nacionalidad en en Líbano, donde trabajan unas 200.000 sirvientas de países subdesarrollados. Las ocho etíopes mencionadas se suicidaron en los últimos tres meses, según Adem, una cifra que desde que 1999 asciende a 72.

Según los datos de la sección consular, desde el 1 de enero 17 mujeres se quitaron la vida: siete se ahorcaron, dos se envenenaron aspirando monóxido de carbono y el resto se tiró por el balcón de su vivienda. Algunas, como Judith y sus compañeras, escaparon a tiempo.

«Cuando llegan al consulado denuncian impago de salarios, insultos, gritos, golpes y algunas incluso abusos sexuales», prosigue en cónsul. «Llegan en mal estado: con fuertes depresiones, algunas sin apetito o hambrientas porque sus empleadores les niegan la comida», explica Adem. «Algunas denuncian que sólo les dan comida cada tres días».

Campañas ineficaces

El maltrato de las criadas en el Líbano ha dado lugar a numerosas campañas de concienciación por parte de las ONG locales, pero los problemas políticos hacen que pasen casi desapercibidas. Las humillaciones de los empleadores sin escrúpulos se ceban en etíopes, srilankesas y filipinas, la mano de obra más barata.

Los gobiernos de Colombo y Manila han presentado múltiples protestas a las autoridades libanesas que no han surtido efecto, como le ha ocurrido al etíope. «Mis denuncias ni siquiera llegan a los máximos responsables, y además, en un país que aún no tiene Gobierno, ¿a quién tengo que denunciar?».

En el Líbano, como en todo Oriente Próximo, está ampliamente extendida -incluso entre las clases bajas- la presencia de inmigrantes como trabajadores domésticas. Hay numerosas agencias encargadas de reclutar a las empleadas en su país de origen y gestionar los viajes y seguros correspondientes, aunque una vez en su destino sus empleadores pasan a ser responsables, a efectos legales, de ellas. Algunas agencias y algunos patrones cometen abusos que derivan en la huída de las trabajadoras, cuando no en intentos de suicidio.

«En Beirut hay agencias que actúan como cadenas de tráfico de esclavas«, denuncia Adem. «Cuando, una vez al año, a las trabajadoras les toca volver a su país de vacaciones, los empleadores las llevan a sus agencias con el ticket comprado para que se encarguen de llevarlas al aeropuerto. Algunas agencias como Least y Turbai les quitan los pasaportes y billetes y las obligan a trabajar en su mes libre en otras casas. Si se niegan, son encerradas y golpeadas. Si la Policía acudiese a estas agencias lo comprobaría», añade el cónsul.

En cuanto a los empleadores, algunos les retienen su documentación y otros les pagan una cantidad inferior a la acordada -la media es de 95 euros mensuales- o no les pagan en absoluto, como es el caso de Judith, que aún no ha recibido un solo dólar en un año de trabajo.

Galabush, de 25 años, habla al borde del llanto. Ha venido con sus patrones para que el consulado medie. «Trabajo de seis de la mañana a medianoche, limpio una casa de tres plantas, lavo los cinco coches de la familia, plancho, cocino, hago la compra, y no me dan dinero ni para comprarme ropa nueva», continúa señalando los agujeros de su desgastada camiseta. «Llevo cuatro años con ellos y no me pagan desde hace un año y dos meses. Cada día les pido mi sueldo, y cada día responden que mañana», se desespera mientras su empleador grita, en la habitación anexa, a la empleada libanesa encargada del caso.

Denuncias

El empleador aduce que no le paga porque la joven le ha robado, y Galabush se revuelve de indignación. «¡Si es verdad, que lo demuestre!». Si formulara esa denuncia en una comisaría, la joven podría engrosar el número de etíopes encarceladas en el Líbano. Según la Seguridad General, en 2007 455 etíopes pasaron por prisión, de las que 118 permanecen en la cárcel.

«En algunos casos sus patrones formulan denuncias, a veces falsas, contra ellas prometiendo retirarlas en el caso de que regresen al hogar. En otros se les caduca el permiso de residencia sin que sus empleadores lo renueven, lo cual las convierte en inmigrantes ilegales y terminan siendo detenidas, incluso aunque estén en la casa de acogida de Cáritas [la única encargada de atender a las empleadas que huyen]. Tenemos a 130 mujeres en prisión en todo el país».

De ahí el exceso de trabajo de consulados como el etíope en un país donde las leyes laborales no protegen a los empleados domésticos extranjeros. «Suelo mediar con los empleadores como primer recurso cuando recibo una queja, pero por lo general me cuelgan el teléfono», explica el cónsul etíope. «Lo hacen porque soy africano, es un problema de racismo».

De ahí que la embajada cuente con libaneses encargados de hablar con empleadores y agencias, y también de hacer que las etíopes recuperen la confianza en el pueblo libanés pese a los casos de maltrato. Judith duerme desde hace una semana en casa de una de ellas. «‘Madame’ sí que es buena. No me deja limpiar ni cocinar, pero yo lo que quiero es trabajar y que me paguen mi sueldo para enviarlo a Etiopía».

Fuente: http://www.elmundo.es/elmundo/2008/06/08/orienteproximo/1212924781.html