Cuando el acorazado Maine enfiló por la entrada de la bahía habanera en la mañana del 25 de enero de 1898, la añeja ilusión del gobierno norteamericano de apropiarse de Cuba ya había renacido, anticipándose a la inminente derrota del colonialismo español frente a los isleños insurrectos. La impositiva presencia del buque respondía al llamadodel […]
Cuando el acorazado Maine enfiló por la entrada de la bahía habanera en la mañana del 25 de enero de 1898, la añeja ilusión del gobierno norteamericano de apropiarse de Cuba ya había renacido, anticipándose a la inminente derrota del colonialismo español frente a los isleños insurrectos.
La impositiva presencia del buque respondía al llamadodel cónsul norteamericano en La Habana, con el clásico pretexto «de proteger vidas y haciendas de su país», ante el clima decrecientes revueltas independentistas de los cubanos.
La anexión o compra de la Isla había sido codicia largamente acariciada y siempre aplazada desde que los padres de la independencia de las 13 colonias lideraban la rebelión frente al poderío británico.
Un concreto antecedente data de 1805 cuando el presidente de la norteña nación, Thomas Jefferson, notificó al Ministro de Gran Bretaña en Washington que, en caso de guerra con España, los EEUU se apoderarían de Cuba.
Valiosos documentos revelan las apetencias yanquis sobre el país caribeño: desde las maniobras en el congreso anfictiónico de 1826, en Panamá, hasta la instauración en Cuba de la seudorepública a partir de 1902.
Las postrimerías del siglo 19 marcaban el ocaso de la época y el nacimiento de otra, signada por el naciente imperio norteamericano, desde el 15 de febrero de 1898, cuando a las 9:40 p.m., la inesperada explosión de aquel acorazado de segunda clase estremeció a La Habana.
El estruendo rompió la habitual quietud de la noche. Sus consecuencias:
266 marinos muertos incluidos dos oficiales –sospechosamente el grueso de la oficialidad estaba ese día en tierra–. No era difícil predecir que aquel evento serviría de justificación para la irrupción de EEUU en la guerra, no a favor de Cuba, sino en contra de España.
La comisión investigadora del gobierno estadounidense certificó que la causa de la explosión había sido una bomba externa, equivalente a afirmar: sabotaje. La contraparte española dictaminó lo contrario: autoprovocación.
Con explosión, o sin ella, la irrupción de tropas yanquis en Cuba ya había sido decidida. El suceso servía de pretexto para escribir toneladas de cuartillas especulativas. Lo esencial estaba a la vista: la intromisión oportunista del imperio en la guerra que le rendiría ganancias a bajos costos.
Poco más de dos meses desde la explosión del Maine dedicaron el congreso bicameral y el presidente de EEUU a debatir formas y procedimientos, pero solo para acomodar los diversos intereses de los grupos de presión que detentaban el poder ante la decisión tomada de entrar en guerra contra España.
La cuestión de fondo no se cuestionaba en las discusiones y el 19 de abril quedó aprobada la resolución conjunta que abría puertas a la primera guerra imperial de la historia mediante la cual EEUU ejercería la ocupación mediatizada en Cuba, y se adueñaría de Puerto Rico, Filipinas y Guam.
Los restos del Maine permanecieron en la bahía de La Habana, con su torre sobre las aguas, hasta que fueron extraídos y el 16 de marzo de 1912 los hundieron a tres millas del Morro.
Tomado de: http://www.argenpress.info/2010/02/febrero-de-1898-explota-el-maine.html