Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Es probable que ninguna palabra defina o coloque mejor el acento sobre la presidencia de Bush que «terrorismo» a pesar de que su gobierno no fue el primero en explotar ese término tan emotivo. Solemos explicar lo que «nos hacen a nosotros» para justificar «lo que les hacemos a ellos,» o planeamos hacerles, siempre formulado engañosamente en términos de intervención humanitaria, promoción de la democracia, o de llevar a otros los beneficios de la civilización occidental lo que Gandhi consideró como una buena idea cuando una vez le preguntaron al respecto.
Ronald Reagan lo explotó en los años ochenta para declarar la «guerra contra el terrorismo internacional» refiriéndose a éste como el «azote del terrorismo» y «la plaga de la época moderna.» Era obvio que lo que planeaba era lanzar su guerra terrorista por encargo de la Contra contra el gobierno sandinista democráticamente elegido de Nicaragua y contra la resistencia del FMLN contra el régimen fascista respaldado por EE.UU. en El Salvador, tal como lo hizo George Bush librando sus guerras de agresión después del 11-S.
Es una artimaña fácil de realizar, y los gobiernos la utilizan todo el tiempo porque siempre funciona. Se asusta suficientemente al público, y acepta casi cualquier cosa pensando que es para proteger su seguridad cuando, en realidad, la conducción de guerras de agresión y la violencia auspiciada por el Estado tienen el efecto contrario. Las actuales guerras de Bush unieron a prácticamente todo el mundo contra EE.UU., incluyendo a una resistencia activa que ataca cada vez más todo lo que sea estadounidense.
George Orwell conocía el poder del lenguaje antes de que la era de la televisión y de Internet lo acentuara exponencialmente. Explicó con qué facilidad el «doble pensamiento» y la «neolengua» nos pueden convencer de que «la guerra es paz, la libertad es la esclavitud, y la ignorancia es la fuerza.» También escribió: «Toda la propaganda bélica, todo el griterío y las mentiras y el odio, provienen invariablemente de (pollos halcones) gente que no combate (y) el Gran Hermano nos…» vigila para estar seguro de que entendamos el mensaje y lo obedezcamos.
En 1946, Orwell escribió sobre «Política y el idioma inglés»: «En nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible» para ocultar lo que se propone su utilizador. Así «Se bombardean poblados indefensos desde el aire, (y) eso lo llaman «pacificación’.» Y el presidente declara una «guerra contra el terrorismo que es, en realidad, una «guerra terrorista» contra objetivos específicos, siempre indefensos, porque ante adversarios capaces de ofrecer resistencia, matones como EE.UU., optan por la diplomacia o por otros medios políticos y económicos, sin llegar a un conflicto abierto.
El término «terrorismo» tiene una prolongada historia, y la referencia a una «guerra contra el terrorismo» data de 100 años o más. El destacado historiador Howard Zinn observó cómo la frase es una contradicción: «¿Cómo puedes hacer la guerra contra el terrorismo, si la guerra es terrorismo (y si) respondes al terrorismo con (más) terrorismo… multiplicas (la cantidad de) terrorismo en el mundo?» Zinn explica que «los gobiernos son terroristas en una escala de enormes dimensiones,» y cuando hacen la guerra el daño causado excede infinitamente todo lo que pueden infligir individuos o grupos.
También es evidente que los actos «terroristas» individuales o de grupos son crímenes, no declaraciones o actos de guerra. De modo que una reacción adecuada a los perpetradores del 11-S habría sido policial, no una excusa para que el Pentágono atacara a otras naciones que no tenían nada que ver.
La «guerra contra el terrorismo» de George Bush comenzó en ese aciago día de septiembre cuando su gobierno no perdió un segundo antes de avivar las llamas del miedo de una nación en estado de choque, lista para creer casi cualquier cosa – verdadera, falsa o entremedio. Y lo hizo gracias a la exagerada enormidad del evento del 11-S manipulado para el máximo efecto político para el aventurerismo imperial agresivo planificado desde mucho antes, que su gobierno de la línea dura tenía pensado y que para lanzarlo necesitaba sólo «un evento catastrófico y [suficientemente] catalizador – como un nuevo Pearl Harbor.» Con los planes elaborados y listos, el presidente y oficiales clave del gobierno aterrorizaron al público con visiones de terrorismo identificadas una y otra vez según lo que se necesitaba para la guerra resultante, hasta llegar a la guerra global en su contra (GLOT por sus siglas en inglés), a la guerra prolongada en su contra, a un nuevo nombre que pronto vendría a reavivar un interés público cada vez más flojo y una creciente desilusión por dos guerras en el extranjero decepcionantes y perdidas.
Muchos escritores, presentes y pasados, han escrito sobre el terrorismo con sus definiciones y análisis. A continuación mencionamos a cuatro destacados críticos políticos y sociales, pero comenzamos con una definición oficial para encuadrar lo que sigue:
Cómo el Código estadounidense define el terrorismo
Bajo el Código de EE.UU., el «terrorismo internacional» incluye actividades que involucran:
(a) «actos violentos o actos peligrosos para la vida humana que constituyen una violación de las leyes penales de EE.UU. o de cualquier Estado, o que constituirían una infracción criminal si fueran cometidas dentro de la jurisdicción de EE.UU. o de cualquier Estado;»
(b) que tienen el propósito de:
1) «intimidar o coercer a una población civil;
2) influenciar la política de un gobierno mediante la intimidación o la coerción; o
3) afectar la conducta de un gobierno mediante la destrucción masiva, el asesinato, o el secuestro; y
(c) que ocurren sobre todo fuera de la jurisdicción territorial de EE.UU….»
El Concepto Operativo para Terrorismo del Ejército de EE.UU. (TRADOC Pamphlet No. 525-37, 1984) abrevia la definición mencionada para que sea «el uso calculado de la violencia o de la amenaza de violencia para lograr objetivos que son políticos, religiosos, o ideológicos en su naturaleza… mediante la intimidación, la coerción, o infundiendo temor.»
Eqbal Ahmad sobre el terrorismo
Antes de su prematura muerte, el activista y erudito indio Eqbal Ahmad habló del tema del terrorismo en una de sus últimas conferencias en público en la Universidad de Colorado en octubre de 1998. Seven Stories Press publicó posteriormente su presentación en uno de sus libros breves de la Open Media Series, intitulado «Terrorism, Theirs and Ours.» [Terrorismo, el suyo y el nuestro] Su conferencia, en su momento, fue profética a la luz de los eventos del 11 de septiembre, lo que hace que sus comentarios sean especialmente relevantes.
Comenzó con la cita de un discurso en 1984 del Secretario de Estado de Reagan, George Shultz, en el que calificó al terrorismo de «barbarie moderna, una forma de violencia política, una amenaza para la civilización occidental, una amenaza para los valores morales occidentales» y más, mientras que en ningún momento llegó a definirlo porque eso «involucraría un compromiso con el análisis, la comprensión y la adhesión a algunas normas de coherencia» que no son consistentes con el modo como este país lo explota para propósitos políticos. También habría puesto al descubierto el largo historial de Washington en el apoyo a los peores tipos de regímenes terroristas en todo el mundo en Indonesia, en Irán bajo el shah, en Centroamérica, con los generales fascistas sudamericanos, Marcos en las Filipinas, Pol Pot y Sadam en sus peores tiempos, los actuales regímenes saudí y egipcio, Israel en los Territorios Palestinos Ocupados (OPT), y en el caso del pueblo de Grecia, que pagó un precio enorme, los coroneles griegos que EE.UU. llevó al poder a fines de los años sesenta, algo que la gente en ese país aún no nos ha perdonado.
Ahmad siguió diciendo: ¿Qué es (por lo tanto) el terrorismo? Nuestra primera tarea es definir esa porquería, llamarla por su nombre, darle alguna descripción, otra que el «equivalente moral de (nuestros) fundadores de la nación (o) una ofensa moral a la civilización occidental.» Citó al diccionario Webster como una fuente que dice. «El terrorismo es un miedo intenso, avasallador… el uso de métodos aterrorizadores de gobierno o de resistencia a un gobierno.» Es simple, va al grano, justo, y Ahmad, la califica de una definición de «gran virtud. Se concentra en el uso de la violencia coercitiva… que es utilizada ilegalmente, extra-constitucionalmente, para coercer» diciendo que es verdad porque es lo que es el terrorismo, sea si es cometido por gobiernos, grupos, o por individuos. Esta definición omite lo que Ahmad considera que no corresponde – la motivación, sea justa o no la causa, porque «los motivos difieren, (pero) no importan.»
Ahmad identifica los siguientes tipos de terrorismo:
– El terrorismo de Estado cometido por naciones contra cualquiera – otros Estados, grupos o individuos, incluyendo a objetivos de asesinato patrocinados por el Estado;
– El terrorismo religioso como ser cristianos y musulmanes asesinándose mutuamente durante las cruzadas papales; muchos casos de católicos matando a protestantes y al revés, como en Irlanda del Norte; cristianos y judíos masacrándose los unos a los otros; suníes matando a chiíes y al revés; y cualquier otro tipo de violencia terrorista inspirada o justificada por la religión realizando la voluntad de Dios como lo predica el Antiguo Testamente como código ético para un propósito superior;
– El terrorismo del crimen (organizado o no) ya que «todos tipos de crimen cometen terrorismo.»
– Terrorismo patológico por aquellos que son enfermos, pueden «desear la atención del mundo (y deciden lograrla) matando a un presidente» o a cualquier otro.
– Terrorismo político por un grupo privado, que Ahmad llama «terror opositor» explicando además que a veces estos cinco tipos «convergen los unos con los otros, comenzando de una manera y luego convergiendo en una o más de las otras.»
Naciones-Estado como EE.UU., se concentran sólo en un tipo de terrorismo – el terrorismo político que es «el menos importante en cuanto al coste en vidas humanas y propiedad humana (y el tipo más costoso): el terrorismo de Estado.» Las actuales guerras de agresión en Iraq, Afganistán y Palestina subrayan lo que quiere decir Ahmad. Nunca mencionan, sin embargo, que el terrorismo político o el terrorismo al por menor es una reacción natural de grupos oprimidos o desesperados cuando son víctimas de actos mucho más graves de terrorismo de Estado. Tampoco mencionan cómo se pueden impedir actos terroristas, lo que Noam Chomsky explica diciendo que la manera de hacer que «ellos» dejen de atacar a «nosotros» es dejar de atacarlos a «ellos.»
Ahmad respondió a una pregunta en la versión publicada en forma de libro de su discurso con más pensamientos sobre el tema. Al pedírsele que definiera el terrorismo tal como lo hizo en un artículo que escribió un año antes, intitulado «Comprehending Terror» (Entendiendo el terror), lo llamó «el uso ilegal de la violencia con el propósito de influenciar la conducta de algún otro, infligiendo castigo, o tomando venganza (agregando que) ha sido practicado en mayor escala, globalmente, tanto por gobiernos como por grupos privados.» Cuando es cometido contra un Estado, nunca se pregunta qué es lo que lo provocó.
Además, definiciones oficiales e incluso académicas del terrorismo de Estado excluyen lo que Ahmad llama «violencia ilegal:» tortura, incendio de aldeas, destrucción de pueblo enteros, (y) genocidio.» Esas definiciones son amañadas contra individuos y grupos para favorecer a los gobiernos que cometen actos terroristas. Cuando hablamos de autodefensa, protección de la «seguridad nacional,» o de «promover la democracia» lo hacemos como un subterfugio engañoso que disfraza nuestra pasión por la violencia patrocinada por el Estado y practicada como si fuera nuestro pasatiempo nacional.
Ahmad también señaló que los modernos «gobiernos fascistas… del tercer mundo (en países como) Indonesia (bajo Suharto), Zaire (ahora la República Democrática del Congo – DRC), Irán (bajo el Shah), Corea del Sur (bajo sus generales), y otros sitios – contaban con el apoyo total de una u otra de las superpotencias,» y que en el caso de todos los mencionados y de la mayoría de los otros, se trataba de EE.UU.
Ahmad señala además que «el fanatismo religioso ha sido la mayor fuente de terror» pero casi siempre asociado en Occidente con grupos islámicos. En realidad, se trata de un problema global con «terroristas judíos… que aterrorizan a todo un pueblo en Oriente Próximo (los palestinos, con el apoyo de) Israel que cuenta con el apoyo del gobierno de EE.UU.» Crímenes contra la humanidad en el nombre de la religión son también cometidos por cristianos, hindúes, budistas y otros radicales, no sólo por musulmanes extremistas que son los únicos de los que se habla en Occidente.
En agosto de 1998, en The Dawn, periódico paquistaní en idioma inglés, Ahmad escribió sobre el poder de EE.UU. en un mundo unipolar diciendo: «¿Quién define los parámetros del terrorismo, o decide dónde acechan terroristas? ¡Vaya! Nadie excepto EE.UU., que puede, desde el techo del mundo, reivindicar su derecho a ser sheriff, juez y verdugo, todo en uno y al mismo tiempo.» Así que mientras apoya públicamente a la justicia, EE.UU. desdeña el derecho internacional para ser el único que decide, actuando según la regla de que lo que cuenta es lo que decimos nosotros, y la ley es lo que nosotros decimos. Además, antes de la era de George Bush, Ahmad pronunció una nota de esperanza diciendo que nada es «históricamente permanente (y) no pienso que el poder estadounidense sea permanente. En sí es muy temporal, y por ello sus excesos tienen que ser, por definición, transitorios.»
Además, agregó, «EE.UU. es un país con problemas» por numerosas razones. Sus «capacidades económicas no armonizan con las militares (y) la voluntad de dominación de su clase gobernante no es totalmente compartida por» lo que desea la gente. Por ahora, sin embargo, la lucha continuará porque EE.UU. «sembró semillas muy ponzoñosas en Oriente Próximo (después de la Guerra del Golfo pero antes de que Bush llegara a presidente) y en el sur de Asia (refiriéndose a Pakistán y Afganistán). Algunas han madurado y otras están madurando. Se requiere un examen (pero no está siendo realizado) del motivo por el que fueron sembradas, qué ha crecido, y cómo será cosechado. El problema no se resolverá con misiles» lo que es fácil de ver a mediados de 2007, cuando el gobierno de Bush se aferra desesperadamente a dos guerras calamitosas y es incapaz de reconocer que no tienen remedio y que ya han sido perdidas.
Edward S. Herman sobre el terrorismo
Herman escribió mucho sobre terrorismo, incluyendo su importante libro de 1982 que es tan relevante hoy como lo fue entonces: «The Real Terror Network» (La verdadera red del terror). Está formada por Estados autoritarios patrocinados por EE.UU. siguiendo lo que Herman llama un «modelo de desarrollo» de libre mercado para beneficiar a las corporaciones mediante un reino de terror desatado contra toda resistencia interna en su contra y con medios corruptos dominantes que lo defienden utilizando un lenguaje que Orwell adoraría.
En aquel entonces, la justificación que se dio fue la necesidad de proteger al «mundo libre» de los males del comunismo y de la amenaza supuestamente global que planteaba. Eran chorradas típicas de la «amenaza roja», pero funcionó para traumatizar suficientemente al público para que pensara que los rusos llegarían a menos que les cortáramos el paso, no importa, en realidad, que los rusos hayan tenido buenos motivos para temer que nosotros llegaríamos porque EE.UU. consideraba seriamente «bombardearlos hasta devolverlos a la edad de piedra; podría haber sucedido, y una vez casi sucedió.
Herman enumera ejemplos de «redes menores y míticas de terror» antes de discutir los verdaderos. Primero, sin embargo, define el lenguaje, comenzando con cómo Orwell caracterizó el discurso político, como ya explicamos anteriormente. Luego da una definición de diccionario del terrorismo como «un modo de gobernar, o de oponerse al gobierno, mediante la intimidación» pero nota de inmediato un problema para la «propaganda occidental.» Esta definición del terrorismo incluye a regímenes represores que apoyamos, así que es necesario hallar «adaptaciones de las palabras (redefiniéndolas para que) que excluyan el (nuestro) terrorismo de Estado (y sólo) incluyan el pequeño terror (al por menor) de pequeños grupos o individuos disidentes» o el tipo fabricado de punta a cabo del «imperio del mal,» pero presentado para que parezca real y amenazante.
Herman explica a continuación cómo la CIA refinó el terrorismo refiriéndose a «Modelos de Terrorismo Internacional» definiéndolo como sigue: «Terrorismo realizado con el apoyo de un gobierno u organización extranjeros y / o dirigido contra ciudadanos, instituciones, o gobiernos extranjeros.» Con esta definición se excluye a escuadrones de la muerte que asesinan a miles, porque no son «internacionales» a menos que los apoye un gobierno extranjero. Esto último es fácil de ocultar, cuando el gobierno es el de EE.UU. y es fácil de revelar o falsificar cuando sirve nuestras intenciones, diciendo que fue inspirado por comunistas en los años ochenta o realizado o apoyado por «los islamofascistas de al Qaeda.» Basta con decirlo aunque no sea así, porque el poder del mensaje puede hacernos creer que el Papá Noel es el aguafiestas que se robó la Navidad.
Herman también explica cómo términos duros como totalitarismo y autoritarismo sólo se aplican a regímenes adversarios mientras que los que son igual de malos o peores, pero son nuestros aliados, son tratados de un modo más benigno con términos como «autócratas moderados» o alguna otra manipulación corrupta del lenguaje que logre hacer que el tirano más bestial parezca ser un dirigente tolerante e ilustrado.
En realidad, esos brutos y sus gobiernos forman la «verdadera red del terror,» y lo que hicieron y siguen haciendo, con considerable ayuda de EE.UU., contribuyó al «Estado Nacional de Seguridad» (NSS, por sus siglas en inglés) después de la Segunda Guerra Mundial y al crecimiento del terrorismo en todo el mundo en su apoyo. En una palabra, gobierna mediante «la intimidación y la violencia o la amenaza de violencia.» ¿Suena conocido el nombre de Augusto Pinochet? ¿Y el shah de Irán, tan represivo que hasta un Estado teocrático duro representó una mejora?
Herman explicó «la economía del NSS,» que sigue siendo igual de relevante en la actualidad como entonces, con un cierto ajuste de los eventos en la era de George Bush. Señala que los dirigentes del NSS impusieron un «modelo de desarrollo» de libre mercado que creó «un clima favorable a la inversión (incluyendo) subsidios y beneficios tributarios a las empresas (mientras excluía) toda generosidad hacia las clases no-adineradas…» Significa que el bienestar humano se va al diablo, que las prestaciones sociales y la democracia son incompatibles con las necesidades de los negocios, no se permiten sindicatos, un gran «ejército de reserva» de trabajadores puede reemplazar fácilmente a los actuales, y a los que se quejen se les cortará la cabeza con tácticas de terror que constituyen el arma preferida, y ¡ay de las víctimas!
El Padrino en Washington hace que funcione con considerable ayuda de los corruptos medios dominantes, vendiendo la miseria del «libre mercado» como si fuera el paraíso. Su mensaje ensalza el dogma, hace la vista gorda ante los terribles efectos sobre la gente real y el terror necesario para tenerla a raya cuando se resiste, que son caracterizados como protección de la «seguridad nacional» y «promoción de la democracia,» como ya se ha explicado. Al mismo tiempo, EE.UU. es mostrado como un benévolo espectador inocente, siendo que, en realidad, controlamos entre bastidores y hacemos que déspotas de pacotilla del tercer mundo hagan lo que queramos. Pero no hay que esperar que las páginas del New York Times nos lo digan, ya que están siempre a la vanguardia en el apoyo de las peores políticas dirigidas por EE.UU. y las pintan sólo como las mejores y las más preclaras.
Al final de su ensayo, Herman ofrece soluciones que están a mundos de distancia de la manera como gobierna Bush. Incluyen la oposición a los «gobiernos de ley marcial» y exigen que EE.UU. deje de financiar, armar y entrenar a regímenes represores. También condena las «duras sentencias de prisión, los internamientos y asesinatos,» especialmente contra dirigentes sindicales. Finalmente, cita «el derecho a la autodeterminación» libre de interferencia extranjera para todos los países. Esto usualmente quiere decir libre de interferencia de Washington, que debe ser responsabilizado y obligado a «dejar de intimidar y de manipular… a pequeños Estados» y terminar con la noción de que ellos deben ser sus clientes, o bien…
Refiriéndose al gobierno de Reagan en los años ochenta, Herman dice algo que se aplica aún mejor a George Bush. Si se permite que se salga con la suya, Washington «seguirá escalando la violencia (en cualquier sitio del mundo que elija) para preservar el control de la mafia y la oligarquía,» queriendo decir que somos los jefes, y que lo que decimos es lo que vale. Los dirigentes que no lo entiendan lo aprenderán a palos, lo que quiere decir mediante el terrorismo patrocinado por el Estado, presentado como intervención benigna.
Herman volvió a tratar el terrorismo con el coautor Gerry O’Sullivan en 1989 en su libro «The Terrorism Industry: The Experts and Institutions That Shape Our View of Terror» (La industria del terrorismo: Los expertos y las instituciones que modelan nuestra visión del terror). Los autores se concentran en cuáles tipos de víctimas son considerados importantes («dignas») mientras que otras (las «indignas») no son mencionadas o son caracterizadas como culpables por medios corruptos que desempeñan su papel usual pregonando cualesquiera políticas que sirvan los intereses del poder. Los autores señalan que «… los expertos y los medios de Occidente se han empeñado en un proceso de ‘inversión de papeles’ en… el tratamiento… del terrorismo… concentrándose en terroristas y rebeldes seleccionados, de relativamente pequeña escala incluyendo… a genuinos movimientos de liberación nacional» perseguidos por el terror patrocinado por el Estado. Cada vez que devuelven el golpe en autodefensa son descritos como los culpables. Los ejemplos, entonces y ahora, son innumerables, y los autores se basan en ellos en ese período anterior que cubren en el libro.
También explican que el motivo fundamental por el que individuos y grupos nos atacan es para devolver el golpe, porque los atacamos o los oprimimos de manera mucho más grave. Como ya se ha señalado, la naturaleza misma del terror generalizado dirigido por el Estado es infinitamente más dañina que terror al por menor. El orden de magnitud es como si se comparara el masivo fraude corporativo que engaña a accionistas y empleados con el ingreso diario de un carterista del barrio.
«La industria del terrorismo» muestra que Occidente necesita enemigos. Antes de 1991, el «imperio del mal,» la Unión Soviética, era el villano principal y otros tenían papeles secundarios como Gaddafi de Libia, la OLP bajo Arafat (antes de que los Acuerdos de Oslo lo integraran), los sandinistas bajo Ortega que, se nos dijo cómicamente, amenazaban Texas, y otros elegidos identificados como archi-enemigos de la libertad porque no vendían su soberanía siguiendo reglas hechas en Washington. Proclamar tonterías semejantes requiere mucho descaro y satanización prefabricada, generosamente presentada en «campañas de propaganda auspiciadas por el Estado» obedientemente pregonadas por los estenógrafos de los medios dominantes. Su mensaje es suficientemente poderoso como para convencer a la gente de que los Estados occidentales e Israel nuclear no pueden ser comparados con bandas «terroristas» variopintas y merodeadoras que llegarían a vecindarios cercanos a casa a menos que EE.UU. arrase a los países de los que puedan provenir. La gente lo cree, y por eso el terrorismo patrocinado por el Estado puede ser presentado como autodefensa aunque no sea otra cosa que camelo táctico producido con el fin de atemorizar.
Los autores subrayan que el proceso occidental de policialización decide quién se cualifica como objetivo y «La regla básica ha sido: si está relacionada con izquierdistas, la violencia puede ser llamada terrorista,» pero cuando proviene de grupos derechistas, será siempre autodefensa. De nuevo, es Orwell clásico quien sonreiría diciendo os lo dije si estuviera entre nosotros. También pensaba que el terrorismo presta un «servicio más amplio.» En general, es lograr que el público se aterrorice suficientemente como para aceptar cualquier agenda que los gobiernos tengan en mente como ser guerras de agresión, inmensos aumentos en los gastos militares a costa de la reducción de los servicios sociales, y la pérdida de libertades civiles mediante políticas represivas diseñadas sobre la base del pretexto falso del aumento de nuestra seguridad, la que en realidad está siendo dañada.
Los autores también señalan diferentes formas de «terrorismo fabricado» como la inflación o invención de una amenaza de punta a cabo. Es utilizado también en el sector privado para debilitar a destruir a «dirigentes sindicales, activistas, y enemigos políticos, a veces en colusión con agentes del Estado.»
Los autores llaman a todo lo mencionado «La industria del terrorismo de institutos y expertos que formulan y canalizan análisis e información sobre el terrorismo de acuerdo con las demandas occidentales,» a menudo en confabulación con «gobiernos, agencias de inteligencia, fundaciones y financistas corporativos/conservadores occidentales.» Es un «sistema cerrado» diseñado para «reforzar la propaganda estatal» para programar la mente del público a fin de que acepte cualquier agenda que las instituciones del poder tengan en mente, que nunca benefician a nuestra gente. Sin embargo, su mensaje es tan potente que son capaces de convencernos de que sí lo hacen. Es un logro sorprendente que tiene lugar todos los días y es capaz de hacer que creamos casi cualquier cosa. La mejor manera de derrotarlo es no escuchar.
Noam Chomsky sobre el terrorismo
En su libro: «Perilous Power: The Middle East and US Foreign Policy» (Poder peligroso: Oriente Próximo y la política extranjera de EE.UU.), escrito con el coautor Gilbert Achcar, Chomsky define el terrorismo diciendo que ha escrito al respecto desde 1981 más o menos en la época en que Ronald Reagan declaró la guerra por primera vez al «terrorismo internacional» para justificar todo lo que se proponía. Chomsky explicó: «No se declara una guerra contra el terrorismo a menos que se esté planificando un masivo terrorismo internacional,» y llamarla autodefensa es pura tontería.
Chomsky vuelve a tratar el tema en muchos de sus libros, y por lo menos en dos trabajos anteriores consideró el terrorismo o el terrorismo internacional como el tema principal de esos volúmenes. En «Perilous Power,» es el primer tema discutido al comienzo, y comienza por definirlo. Lo hace utilizando la definición oficial del Código de EE.UU. dada anteriormente, calificándola de sentido común. Pero existe un problema en el hecho de que a través de esa definición EE.UU. se cualifica como Estado terrorista, y el gobierno de Reagan en los años ochenta lo practicó, así que tuvo que cambiarla para evitar un conflicto evidente.
Otro problema se presentó también cuando la ONU aprobó resoluciones sobre el terrorismo, la primera importante en diciembre de 1987, condenando el terrorismo como un crimen en los términos más duros. Fue aprobada abrumadoramente, pero no unánimemente en la Asamblea General, por 153 votos contra 2; los dos opuestos fueron EE.UU. e Israel, así que aunque el voto de EE.UU. no fue un veto sirvió dos veces como si lo fuera. Cuando Washington desaprueba, es un veto real en el Consejo de Seguridad o un veto de facto en la Asamblea General, lo que quiere decir que bloquea en todo caso, y que también es borrado de la historia. Caso cerrado.
Para disfrazar lo que Martin Luther King llamó «el mayor proveedor de violencia en el mundo de hoy,» refiriéndose a EE.UU., había que encontrar una nueva definición que excluyera el terror que realizamos contra «ellos,» incluyendo sólo lo que ellos nos hacen a «nosotros.» No es fácil pero, en términos prácticos, es la definición que utilizamos – lo que nos hacéis a «nosotros,» mientras lo que os hacemos es una «benigna intervención humanitaria.» Repetido suficientemente en los medios dominantes, el mensaje penetra aunque sea una tontería.
Chomsky luego explica lo que otros observadores honestos entienden en un mundo post-NAFTA, que los planificadores de EE.UU. sabían que anonadaría a la gente de a pie que está al lado afectado por así llamadas políticas de libre comercio diseñadas para asfixiarla en beneficio de las corporaciones. Cita proyecciones del Consejo Nacional de Inteligencia de que la globalización «será escabrosa, marcada por una volatilidad financiera crónica y una brecha económica creciente… Regiones, países, y grupos que se sienten dejados atrás enfrentarán un estancamiento económico, inestabilidad política, y una enajenación cultural cada vez más profundos. Fomentarán el extremismo político, étnico, ideológico, y religioso, junto con la violencia que a menudo lo acompaña.»
Las proyecciones del Pentágono concuerdan con planes establecidos para reprimir salvajemente las reacciones de represalias esperadas. ¿Cómo detener el ciclo de la violencia? Terminar con todos los tipos de explotación incluyendo el así llamado «libre comercio» en un solo sentido, adoptando en su lugar un modelo de comercio justo como es seguido por el gobierno del presidente venezolano Hugo Chávez, que sea equitativo para todos los socios comerciales y su gente. El antídoto para la mala política, la represión brutal, las guerras y el terrorismo que generan es la equidad y la justicia para todos. Sin embargo, EE.UU. no adopta la única solución que funcionaría con seguridad porque afecta los beneficios que son más importantes que las necesidades de la gente.
Chomsky escribió también extensivamente sobre el terrorismo mucho antes en su libro de 1988 «The Culture of Terrorism» (La cultura del terrorismo). En él cita «la quinta libertad» con lo que quiere decir «la libertad de robar, de explotar y de dominar la sociedad, de emprender cualquier curso de acción para asegurar que los privilegios existentes sean protegidos y prosperen.» Esta «libertad» es incompatible con las otras cuatro que Franklin Roosevelt enunciara una vez: libertad de palabra, culto, necesidad y miedo. Para que la población del país acepte políticas diseñadas para dañarla, «el Estado debe tejer una elaborada tela de araña de ilusión y engaño (para mantener a la gente) inerte y limitada en su capacidad de desarrollar modos independientes de pensamiento y percepción.» Se llama «fabricar consenso» para tener a raya a la chusma, utilizando tácticas de la línea dura cuando es necesario.
«La cultura del terrorismo» cubre los años ochenta de Reagan y su agenda de terror estatal en el clima post-Vietnam de resistencia pública a la intervención directa que no entrabó a Kennedy, Johnson y Nixon. Así que, no pudiendo enviar a los Marines, Reagan recurrió a guerras de terror estatal por encargo en las que los campos de batalla principales fueron Centroamérica y Afganistán. El libro se concentra en el primer caso, los escándalos que provocó, y la manipulación de control de daño para que este país pueda continuar dedicándose a políticas tendientes a gobernar por la fuerza cada vez que la persuasión por sí sola no da resultado.
Una «nueva urgencia» apareció en junio de 1986, cuando la Corte Internacional condenó a EE.UU. por atacar a Nicaragua utilizando a los Contras en una guerra de agresión por encargo contra un gobierno democráticamente elegido no dispuesto a operar según las reglas hechas en Washington. En un clima post-Vietnam opuesto a ese tipo de acción, se elaboraron políticas para hacer que el terror estatal pareciera una intervención humanitaria con sicarios locales que asesinaban para nosotros en el terreno, y engañando al público para que lo aceptara matándolo de miedo.
Así que con mucha ayuda de los medios dominantes, Reagan continuó sus guerras de terror en Centroamérica con devastadores resultados de los que la gente en el país supo poco si leía el New York Times o miraba las noticias vespertinas que ocultaban las bajas que revela Chomsky, como lo han hecho otros:
n Más de 50.000 asesinados en El Salvador,
n Más de 100.000 cadáveres en Guatemala sólo en los años ochenta y más de 200.000, incluyendo los asesinados anteriormente y desde entonces,
n Sólo 11.000 en Nicaragua donde no hubo más porque el pueblo tenía un ejército para defenderse mientras que en El Salvador y Guatemala el ejército era el enemigo.
Las cifras muestran que Ronald Reagan fue responsable de más de 160.000 muertes sólo en Centroamérica, pero no fueron muertes ordinarias. Sobrevinieron «al estilo Pol Pot… con amplias torturas, violaciones, mutilaciones, desaparecidos,» y asesinatos políticos contra miembros del clero, incluyendo al arzobispo de El Salvador, Oscar Romero, muerto a tiros por un asesino mientras celebraba la misa dentro de la capilla del Hospital de la Divina Providencia de San Salvador. Su «voz para los sin voz,» de preocupación por los pobres y oprimidos, y su valerosa oposición a los asesinatos de los escuadrones de la muerte no podía seguir siendo tolerada en una parte del mundo gobernada por acaudaladas elites que reciben mucho apoyo de algunos de los mismos en Washington que ahora asolan Iraq y Afganistán.
Chomsky cita el compromiso de la Doctrina Reagan de oponerse a los movimientos izquierdistas de resistencia durante todos los años ochenta, realizando el terror patrocinado por el Estado «para construir una red terrorista internacional de una impresionante complejidad, sin paralelo en la historia… y usarla» en la lucha clandestina contra el comunismo.
Con mucha ayuda del Congreso y de los medios dominantes, el gobierno contuvo el daño que estalló a fines de 1986 de lo que fue conocido como el escándalo Irán-Contra por la venta ilegal de armas a Irán para financiar a los Contras. Igual que en el caso de las ridículas investigaciones de Watergate, los peores crímenes y abusos fueron ocultados, y finalmente nadie pagó en los años ochenta ni siquiera por las menores ofensas. De modo que un inmenso escándalo mayor que Watergate, que debería haber derribado a un presidente, terminó siendo poco más que una tormenta en un vaso de agua una vez que se tranquilizaron los ánimos. Así se llega a comprender que George Bush pueda salirse con la suya con asesinatos masivos, torturas y mucho más, hasta el punto que casi hace que los años de Reagan parezcan apacibles en comparación.
Chomsky continuó discutiendo nuestra «cultura del terrorismo» en la que el Pentágono alardea de sus éxitos centroamericanos al dirigir ataques de fuerzas de sicarios terroristas contra «objetivos blandos,» entre ellos centros sanitarios, trabajadores de la salud y escuelas, granjas y otros, todos considerados objetivos militares legítimos a pesar de la prohibición de esas acciones por el derecho internacional.
Latinoamérica ha sido y sigue siendo crucial para los responsables políticos de EE.UU., para los que constituye «el patio trasero de EE.UU.» por lo que supuestamente tiene más derecho para gobernar allí que en prácticamente cualquier otro sitio. La importancia estratégica de la región lleva a que el historiador Greg Grandin la llame el «taller del imperio» [«Empire’s Workshop»] que es el título de su libro de 2006 con el subtítulo «Latinoamérica, EE.UU., y el ascenso del nuevo imperialismo.» Muestra como la región sirve de laboratorio para perfeccionar técnicas para el régimen imperial que funcionaron en los años ochenta, pero que ahora enfrentan una creciente rebelión que incentiva a la gente en Oriente Próximo, inspirándola a hacer mediante la fuerza lo que líderes como Hugo Chávez hacen constitucionalmente con gran apoyo público.
Pero la red internacional de terror de Washington nunca abandona o duerme. Opera libremente en todo el mundo y se establece en cualquier sitio en el que los estrategas políticos crean que deben actuar como policías globales para hacer que los sujetos periféricos recuerden quién es el que manda, y que nadie olvide las reglas de la gestión imperial. Las cosas anduvieron tal como estaban planeadas en el caso de Reagan hasta que los escándalos de 1986 requirieron una fuerte dosis de control de daños. Ahora ha llegado a una dimensión industrial en el intento de sacar de apuros a George Bush en sus conflagraciones enfangadas, en comparación con las cuales los problemas de Reagan parecen pequeños incendios de pradera. En el caso de Reagan funcionó siguiendo «principios preponderantes (que mantienen) los problemas cruciales… fuera de la agenda,» que también son aplicables a George Bush, e incluyen:
° «los (repelentes) antecedentes históricos y documentales que revelan» las líneas directivas de la política de EE.UU.
° «el escenario internacional dentro del que se desarrolla la política;»
° la aplicación de políticas similares en otras naciones en Latinoamérica u otras partes;
° «las condiciones normales de vida (en Latinoamérica u otras partes dominadas desde hace tiempo por) la influencia y el control de EE.UU. (y) lo que nos enseñan sobre los objetivos y el carácter de la política gubernamental de EE.UU. desde hace muchos años;
° asuntos similares (en cualquier sitio que ayuden a explicar) los orígenes y la naturaleza de los problemas que hay que encarar.»
Fue así en los años ochenta y lo es ahora: esos problemas «no son tópicos adecuados para informaciones, comentarios o debates» más allá de los desacuerdos entre los responsables de la política o lo que estos están dispuestos a discutir abiertamente.
El libro concluye considerando los «peligros de la diplomacia» cuando Washington recurre al terror estatal para imponer su voluntad mediante la violencia si otros medios no dan resultado. Pero tienen que convencer al público estadounidense mediante la astucia y el sigilo de que todo se hace por su propio bien. Nunca es así, por supuesto, pero la mayoría de la gente nunca se da cuenta hasta que es demasiado tarde para que importe. Debieran leer más a Chomsky, Herman, Ahmad, y a Michel Chossudovsky, discutido a continuación, pero demasiado pocos lo hacen, así que dirigentes como Reagan y Bush se salen con la suya con asesinatos masivos y mucho más.
Chomsky escribió otro libro sobre terrorismo intitulado «Pirates and Emperors, Old and New: International Terrorism in the Real World» (Piratas y emperadores, antiguos y nuevos: el terrorismo internacional en el mundo real). Fue publicado por primera vez en 1986 y se agregó material nuevo en ediciones más recientes hasta 2001. El libro comienza con una memorable historia relatada por San Agustín. Un pirata es capturado por Alejandro Magno, quien le preguntó: «¿Cómo osas molestar al mar?». «¿Cómo osas tú molestar al mundo entero?», replicó el pirata. «Yo tengo un pequeño barco, por eso me llaman ladrón. Tú tienes toda una flota, por eso te llaman emperador». Es una manera maravillosa de captar la relación entre pequeños Estados delincuentes o movimientos de resistencia enfrentados al amo y señor del universo con un poder militar sin igual que lo desata a su gusto para conservar su dominación.
La edición más reciente de «Piratas y emperadores, antiguos y nuevos» explora lo que constituye terrorismo, mientras discute sobre todo cómo Washington lo utilizó en Oriente Próximo en los años ochenta, y luego en Centroamérica, y más recientemente después del 11-S. Como lo hace a menudo, Chomsky también muestra cómo la manipulación por los medios dominantes conforma las percepciones del público para justificar nuestras acciones, llamadas defendibles, contra Estados que identificamos como enemigos cuando resisten – con lo que tratan de decir que su deseo de mantenerse libres e independientes los convierte en una amenaza para la civilización occidental.
Washington nunca tolera que regímenes periféricos coloquen su soberanía por sobre la de EE.UU. o que movimientos internos de resistencia devuelvan el golpe por lo que EE.UU. comete en su contra. Los que se atreven son llamados terroristas y están en a mira para ser eliminados por el terror estatal económico, político y / o militar. En el caso de Nicaragua, el arma preferida fueron los sicarios de la Contra; en El Salvador, el trabajo lo hizo el gobierno fascista respaldado por la CIA, y en ambos casos las tácticas utilizadas incluyeron asesinatos masivos, encarcelamiento, torturas, y toda una gama ulterior de barbarie represiva y económica diseñada para aplastar la resistencia y allanar el camino para una dominación estadounidense indiscutible.
La piedra angular de la política de EE.UU. en Oriente Próximo ha sido su pleno e incondicional apoyo para la cruzada israelí de dominación regional, debilitando o eliminando a regímenes considerados hostiles, y su ofensiva de casi seis décadas para reprimir y realizar la limpieza étnica de palestinos autóctonos de todas las tierras que los israelíes codician para un gran Israel. Con ese fin, Israel recibe inauditas cantidades de ayuda, incluyendo miles de millones anuales en subsidios y préstamos, miles de millones más cuando son necesarios, miles de millones en deudas perdonadas, miles de millones más en ayuda militar, y armas y tecnología de última tecnología que representan en total más de lo que reciben todos los demás países del mundo, y eso para una nación de seis millones de personas pero con numerosos amigos en Washington, en Wall Street, y en todos los otros centros importantes del poder.
Todo es aceptado sin problemas en EE.UU. cuando la resistencia justificable a los abusos israelíes es presentada como si fuera terrorismo, en lo que los medios dominantes juegan su papel usual calificando a las víctimas de EE.UU. e Israel, de victimizadores para justificar las medidas de fuerza más duras del terror estatal contra ellas. Para los palestinos, ha significado casi seis décadas de represión y 40 años de ocupación por un poder extranjero capaz de imponer el terror estatal contra gente indefensa. Para Iraq, significó la eliminación de un líder que no representaba una amenaza para Israel o sus vecinos, pero que fue presentado como un monstruo, tal como se hace con los dirigentes iraníes y con Hugo Chávez, que ahora están arriba en la lista para el cambio de régimen, en ese orden, o tal vez en rápida sucesión.
Todo tiene que ver con el poder y con la percepción mediante la utilización de un lenguaje corrupto, como explicara Orwell, capaz de hacer que la realidad parezca como lo desean los que tienen el control. Contribuye a que el poder y la ideología triunfen sobre la gente, utilizando el terror estatal como un medio de control social. Chomsky citó la noción de Churchill de que «los ricos y poderosos tienen pleno derecho a… disfrutar de lo que han ganado, a menudo a través de la violencia y el terror, el resto puede ser ignorado mientras sufran en silencio, pero si se meten con… los que gobiernan el mundo por derecho, les infligirán ‘los terrores de la tierra’ con una furia justiciera, a menos que el poder sea limitado desde el interior.» Llegará el día en el que los humildes podrán heredar la Tierra y las palabras de Churchill perderán su sentido, pero no mientras EE.UU. la gobierne y la manipulación mediática eclipse suficientemente la realidad como para lograr que el terror estatal parezca una intervención humanitaria o que la autodefensa de víctimas indefensas sea vista como si éstas fueran los culpables.
Michel Chossudovsky sobre «La guerra contra el terrorismo»
Nadie se ha destacado más o se ha pronunciado con más franqueza desde los ataques del 11-S contra EE.UU. que el erudito/autor/activista y editor del sitio en la red Global Research, Michel Chossudovsky. Comenzó por escribir esa noche un artículo que publicó el día siguiente intitulado «¿Quién es Osama bin Laden?» que tal vez lo haya convertido en el primer crítico del gobierno de Bush que cuestionó valerosamente el relato oficial sobre lo que ocurrió ese día. Luego puso al día su informe anterior el 10 de septiembre de 2006, en un artículo con el título «La verdad detrás del 11-S: ¿Quién es Osama bin Laden?» Chossudovsky es un investigador minucioso, incansable, que hace un extraordinario esfuerzo por llegar a la verdad, no importa cuán desagradable o inquietante sea.
Lo que sigue es un resumen de lo que escribió, que fue incluido en su libro de 2005, con el título «America’s War on Terrorism (In the Wake of 9/11)» (La guerra de EE.UU. contra el terrorismo (Después del 11-S), que califica de una invención total «basada en la ilusión de que un hombre, Osama bin Laden (desde una cueva en Afganistán y una cama de hospital en Pakistán), fue más listo que el aparato de inteligencia estadounidense con sus 40.000 millones de dólares al año.» Tildó al 11-S de ser más bien lo que es en realidad – un pretexto para guerras permanentes de conquista del «Nuevo Orden Mundial» al servicio de los intereses de Wall Street, del complejo militar-industrial de EE.UU., y de todos los demás intereses corporativos que se benefician inmensamente de un plan masivo que daña el interés público a corto plazo y potencialmente a toda la humanidad a menos que sea detenido a tiempo.
En la mañana del 11-S, el gobierno de Bush no perdió un segundo antes de decir al mundo que al Qaeda atacó el World Trade Center (WTC) y el Pentágono, queriendo decir que Osama bin Laden era el principal culpable – caso cerrado sin tener siquiera el beneficio de un análisis forense y de inteligencia que reuniera toda la información potencialmente útil. No lo necesitaban porque, como explicó Chossudovsky: «Esa misma noche (del 11-S) a las 9.30 PM, se formó un «gabinete de guerra» integrado por un número selecto de altos consejeros de inteligencia y militares. A las 11.00 PM, al terminar esa histórica reunión (en la Casa Blanca), se lanzó oficialmente la «Guerra contra el terrorismo,» y el resto es historia.
Chossudovsky sigue diciendo: «La decisión de hacer la guerra contra los talibán y al Qaeda en retribución por los ataques del 11-S» fue anunciada (de inmediato), llegó a los titulares de la prensa el día siguiente, afirmando, con certeza, la responsabilidad del «patrocinio estatal» por los ataques. Los medios dominantes, en marcha cerrada, llamaron a represalias militares contra Afganistán aunque ninguna evidencia probaba la responsabilidad del gobierno talibán porque, en realidad, no la tenía y lo sabíamos.
Cuatro semanas después, el 7 de octubre, comenzó una guerra de agresión ilegal planificada desde hace tiempo. Afganistán fue bombardeado y luego invadido por fuerzas de EE.UU. que trabajaban en sociedad con sus nuevos aliados – el Frente Unido Islámico por la Salvación de Afganistán o los así llamados «señores de la guerra» de la Alianza del Norte. Previamente, su régimen represor había sido tan extremo, que provocó la aparición de los talibán para comenzar y ahora lleva a su resurrección.
Chossudovsky explicó además que el público no «se da cuenta de que un escenario de guerra en gran escala no es nunca planificado y ejecutado en algunas semanas.» Ésta, como todos los otros, fue preparada durante meses, y necesitaba sólo lo que el comandante de CentCom, general Tommy Franks llamó «un evento terrorista, masivo, que produjera víctimas» a fin de despertar suficiente cólera en el público para que el gobierno de Bush la lanzara después de declarar su «guerra contra el terrorismo.»
Chossudovsky, mediante una investigación minuciosa y exhaustiva, denunció la guerra como fraude. Ha mantenido su dominio de esta historia desde que denunció el «mito de un ‘enemigo exterior’ y de la amenaza de ‘terroristas islámicos’ (que se convirtieron) en la piedra angular (y la justificación central) de la doctrina militar del gobierno de Bush.» Este mito permitió que Washington librara guerras agresivas permanentes comenzando con Afganistán e Iraq, que ignorara el derecho internacional, y que «abrogara libertades civiles y el gobierno constitucional» mediante leyes represivas como las Leyes Patriota y de Comisiones Militares. Un objetivo clave ha sido permanentemente, y sigue siendo, la busca por Washington del control de los suministros de energía del mundo, primordialmente el petróleo, comenzando por Oriente Próximo con sus dos tercios de las reservas conocidas.
Con ese objetivo, el gobierno de Bush creó la amenaza de un «enemigo exterior» ficticio sin el que no podría existir una «guerra contra el terrorismo,» y no se podrían librar guerras en el extranjero. Chossudovsky denunció el eje central de toda la maquinación. Sacó a la luz evidencia de que al Qaeda «fue una creación de la CIA que data de la era de la guerra soviético-afgana», y que en los años noventa Washington «apoyó conscientemente a Osama bin Laden, mientras al mismo tiempo lo colocaba en la ‘lista de los más buscados’ del FBI como el principal terrorista del mundo.» Explicó que la CIA (desde los años ochenta y antes) apoya activamente de modo clandestino el terrorismo internacional, y que el 10 de septiembre de 2001, el «enemigo número uno» bin Laden estaba en un hospital militar en Rawalpindi, Pakistán, lo que fue confirmado en CBS News por Dan Rather. Hubiera sido fácil arrestarlo, pero no lo fue, porque teníamos en mente un «propósito mejor» para que el «más conocido fugitivo de EE.UU. otorgara un rostro (público) a la ‘guerra contra el terrorismo'» lo que significa que había que mantener libre a bin Laden para poder hacerlo. Si no hubiera existido, habríamos tenido que inventarlo, pero también podríamos haberlo hecho.
La doctrina de seguridad nacional del gobierno de Bush necesita enemigos, tal como sucede con todos los imperios en acción. Hoy en día el ‘enemigo número uno’ se basa en la ficción de que terroristas dirigidos por bin Laden amenazan la supervivencia de la civilización occidental. En realidad, sin embargo, Washington utiliza a organizaciones islámicas como el Yihad Islámico como «instrumento clave de las operaciones de inteligencia militar de EE.UU. en los Balcanes y en la antigua Unión Soviética» mientras, al mismo tiempo, las culpa por los ataques del 11-S calificándolas de «una amenaza para EE.UU.»
El 11 de septiembre de 2001 fue, por cierto, una amenaza para EE.UU., pero provino desde el interior, de enemigos reales. Quieren debilitar la democracia y nuestras libertades, no preservarlas, persiguiendo sus propios intereses imperiales de dominación mundial por la fuerza mediante interminables guerras extranjeras y el establecimiento de un Estado (policial) nacional de «Seguridad Interior.» Van bien encaminados a lograrlo, y si tienen éxito, el EE.UU., tal como lo imaginamos, dejará de existir. Sólo si dejamos al descubierto la verdad y ofrecemos resistencia a lo que está planificado y ya está sucediendo volverá a haber alguna esperanza de que esta nación se convierta en una «tierra de los libres y hogar de los valientes» con un «renacimiento de la libertad» dirigido por un «gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo» tal como un antiguo presidente pensó que debía ser.
Stephen Lendman vive en Chicago y puede ser contactado en: [email protected].
Visite también el sitio de su blog en: www.sjlendman.blogspot.com y escuche Steve Lendman News and Information Hour en TheMicroEffect.com los sábados a mediodía, hora central de EE.UU.
http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=5824