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Guía de praxis para jóvenes militantes

Fuentes: Rebelión

ADVERTENCIA: El texto que sigue sólo pretende ser una especie de guía explicativa de algunos conceptos fundamentales para entender la praxis comunista en y de la juventud perteneciente a un pueblo oprimido dentro del capitalismo imperialista a comienzos del siglo XXI. Pero ante todo busca ser una guía práctica, una guía para orientarse durante la […]

ADVERTENCIA:

El texto que sigue sólo pretende ser una especie de guía explicativa de algunos conceptos fundamentales para entender la praxis comunista en y de la juventud perteneciente a un pueblo oprimido dentro del capitalismo imperialista a comienzos del siglo XXI. Pero ante todo busca ser una guía práctica, una guía para orientarse durante la acción militante, cotidiana y diaria. Una de las dificultades a las que se enfrenta el texto es la de la omnipresencia del «sentido común», es decir, de la lógica del poder, una forma de ver y actuar que se basa en la aceptación a crítica y creyente de lo que dice e impone el poder establecido. En este sentido, tal dificultad queda reforzada por la acción del sistema educativo dominante, ideado para anular la capacidad de pensamiento crítico, para anular el método dialéctico y para imponer la metafísica y el idealismo en cualquiera de sus formas. Por último, los conceptos que se explican tan brevemente pretenden seguir una secuencia histórica y lógica, en la medida de lo posible.

Ahora, cuando asistimos y somos parte activa de una oleada creciente de luchas obreras y populares, nacionales, de sexo-género, etc., y ahora cuando la juventud empobrecida, explotada y precarizada a nivel mundial se integra en esas luchas, ahora es más necesario que nunca antes abrir un debate práctico en su interior para, sin dogmatismos, intentar aportarles una experiencia que ha estado a punto de extinguirse por el hundimiento de la URSS, por la ofensiva imperialista y por la propia eficacia amnésica del capitalismo, más poderosa de lo creemos superficialmente. Los cincuenta y un términos que se someten a crítica y debate en las páginas que siguen buscan precisamente eso. Son términos que no aparecen en orden alfabético, sino histórico y lógico, es decir, que buscan acompañar la reflexión crítica y autocrítica a la luz de la experiencia histórica y de su lógica interna. Por tanto, debe ser una reflexión colectiva y siempre basada en la experiencia práctica. Y debe ser un esfuerzo teórico conscientemente asumido. No es verdad que la teoría es fácil, lo que si es verdad que todo aprendizaje en menos difícil si se basa en la acción y se hace colectivamente. Ahora bien, como se verá en las páginas que siguen, avanzar en este camino exige una práctica de la dialéctica materialista.

NECESIDAD.

Hay dos formas de necesidad: la de las exigencias biológicas y psicológicas de supervivencia, y la de los «procesos necesarios», es decir, la que explica por qué suceden las cosas en base a sus causas y efectos, y que por ello es la base de la capacidad de pensamiento racional y científico-crítico de nuestra especie. Insistiendo en la unidad interna a ambas acepciones, aquí no hablamos de esta segunda acepción, a la que volveremos al hablar de libertad y del azar. Ahora hablamos de la necesidad como satisfacción de los mínimos biológicos de alimentación, sanidad, confort, etc. La historia humana sólo se comprende si se parte de la lucha permanente contra la necesidad en cuanto el conjunto de mínimos vitales imprescindibles para vivir, y que por ello exigen productos materiales y culturales imprescindibles para satisfacerlos, es decir, la existencia humana en su sentido fuerte. Pero todas las necesidades son históricas y concretas, es decir, existen en un tiempo preciso y se plasman en exigencias concretas, aunque por diversos factores a veces se puede sufrir una sensación vaga e imprecisa de necesitar algo sin saber qué es y cómo satisfacerlo. La necesidad se manifiesta siempre en necesidades diferentes que van cambiando con el tiempo en calidad y en cantidad; y el placer, con todas sus expresiones, es también una necesidad concreta e histórica.

Alimentarse en necesario pero unos comen más y mejor que otros, y los hay que apenas comen; peor, los hay a los que se les impide comer. Lo mismo sucede con la sanidad, la educación, el confort, el placer, etc. Son las relaciones sociales establecidas generalmente tras ásperas luchas de sexo-género, nacionales y de clase, las que imponen las formas y los medios de satisfacción de la necesidad, pero también y frecuentemente sobre todo, las que dictan qué es necesario y qué no es necesario en determinados momentos, de modo que mucha gente puede creer que no es necesaria la libertad, ni la cultura, ni el arte, ni el tiempo libre y propio, ni el placer, mientras que sí son necesarios los coches caros, el consumismo irracional, el trabajo excesivo, el control social y la policía, la religión, las drogas, etc. Pero la necesidad en cuanto tal sólo se satisface mediante el trabajo humano

TRABAJO.

Es la práctica imprescindible para satisfacer las necesidades de las que hablamos. Allí donde no existe explotación, el trabajo es la actividad humana por esencia ya que sólo él produce la calidad de vida, el placer, el arte, la belleza y los pensamientos y conocimiento que les son imprescindibles. Donde existe explotación, donde hay que trabajar para una minoría dominante, el trabajo es un sufrimiento socialmente impuesto. La práctica del trabajo exige, por un lado, desarrollar la fuerza física de trabajo, con el inevitable consumo energético y de tiempo; y por otro lado, la intervención del conocimiento acumulado, especialmente del lenguaje, sobre cómo realizar ese trabajo para gastar menos tiempo y energía por unidad de bien producido. Por tanto la fuerza de trabajo integra la fuerza física y la capacidad psicológica, lingüístico-cultural, etc. O sea, el ejercicio del trabajo exige la previa existencia de un colectivo, de una sociedad, de una estructura social determinada. Sabemos que otras especies animales también son capaces de aprender, trabajar y enseñar mediante lenguajes simples, pero lo hacen a una escala cualitativamente inferior a la humana. La diferencia no es otra que la capacidad de praxis material y simbólica proyectada a un fin complejo, básicamente la producción de instrumentos siempre dentro de un contexto sociohistórico.

Sin los instrumentos legados por la sociedad y sin la transmisión de sus formas de uso, es decir, sin fuerzas productivas y sin relaciones sociales de producción, no existiría especie humana porque es la especie menos especializada de todas, la más débil e inepta, y por ello la que ha de superar los obstáculos crecientes mediante el trabajo. Las fuerzas productivas son ese conjunto de cosas necesarias para aplicar la fuerza de trabajo, la técnica y la tecnología alcanzada y la capacitación y formación que exigen para funcionar, las instalaciones, los transportes, etc. En toda sociedad basada en la explotación, las fuerzas productivas están desarrollas básicamente en interés de los explotadores, lo que va unido a que el trabajo realizado en estas condiciones de explotación en sentido como un castigo, algo malo e ingrato porque se trabaja para el explotador. Las relaciones sociales de producción son los métodos social e históricamente establecidos que regulan el comportamiento de toda la sociedad en función del trabajo que hay que realizar. En una sociedad no explotadora, las relaciones sociales están en función de una forma igualitaria, pero en una explotadora en función de los intereses de poder económico y político de la clase dominante.

El trabajo concreto es el que produce cosas concretas, que se usan, se intercambian por otras en las economías de trueque y reciprocidad o se regalan, o se venden en el mercado, cuando existe sea precapitalista o capitalista. Dejando de lado la naturaleza existente, sin trabajo concreto no existiría nada de nada. El trabajo concreto se divide en trabajo necesario y sobrante. El necesario es el que permite producir los bienes que se consumen totalmente durante un ciclo entero, según las condiciones de vida y trabajo dominante. El sobrante es el trabajo excedente, el que produce más de lo que se ha consumido, el que permite ahorrar y almacenar para más adelante, o para trabajar menos en ese futuro. Almacenar un sobrante excedentario, además de asegurar cierta supervivencia en momentos de carestía, también permite aumentar el tiempo libre, el no dedicado al trabajo necesario, y usarlo para el ocio, el placer y el pensamiento. En las sociedades explotadoras, es la clase dominante la que se apropia del grueso del excedente como propiedad privada.

El trabajo abstracto no tiene nada de concreto, no se palpa ni se come ni se usa porque es la capacidad social de producir bienes en las sociedades regidas por el inicial mercado de trueque y reciprocidad, después por el mercado y el dinero precapitalistas, y luego por el mercado capitalista porque el trabajo abstracto es lo común que hay dentro de los trabajos concretos cuando es el mercado y el dinero lo que regula la vida social. Eso común abstracto es el valor, es decir, lo general contenido en todas las cosas artificiales producto del trabajo humano, o sea, que no existirían sin el trabajo. En este sentido, el valor está relacionado con el trabajo abstracto porque ambos conceptos se mueven en ese nivel de experiencia humana que sintetiza todo lo que ha sido producido, al margen de sus diferencias concretas. Por esto, para comprender material y concretamente qué es el valor tenemos que usar los conceptos de valor de uso –lo que está hecho para ser usado por el que lo ha producido o para no ser vendido en el mercado–, y sobre todo el de valor de cambio, es decir, lo que ha sido producido para venderse en el mercado, para cambiarse por otro producto mediante la intervención del dinero. Para poder definir el valor de cambio de una mercancía hay que recurrir al tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla. Aquí, como en otras muchas cosas, el contexto social es determinante porque es el que fija las magnitudes medias establecidas en cada sociedad.

LIBERTAD.

Aunque el contrario dialéctico de la necesidad es la libertad, es decir, que forman una unidad, aquí aparecen mediadas por el trabajo para entender mejor esta dialéctica. En las sociedades no sometidas a la explotación, la necesidad y el trabajo tienen una muy estrecha relación positiva con la libertad, mientras que bajo la explotación social, la relación entre necesidad, trabajo y libertad es negativa. Hay que partir de hecho de que la libertad, desde la perspectiva marxista, es la capacidad de superar prácticamente las necesidades concretas y de ir dominando y reduciendo la necesidad en sí, transformándola. La libertad es la autodeterminación consciente mediante la praxis de superación de las necesidades con el desarrollo del trabajo social. Pero dado que la necesidad es objetiva e inevitable, que la naturaleza cambia y que también lo hace la sociedad, por esto, las necesidades concretas van cambiando y ampliándose. La libertad siempre debe estar en activo, realizándose y practicándose. No puede existir una libertad estática e inmóvil, contemplativa porque ninguna necesidad lo es. Teniendo esto en cuenta, la práctica de la libertad exige el control propio de los instrumentos que facilitan el trabajo sobre las necesidades, es decir, el control social de las fuerzas productivas. La autogestión y la autodeterminación expresan las libertades desarrolladas gracias a la posesión social de las fuerzas productivas. La libertad colectiva e individual desapareció cuando las fuerzas productivas pasaron a manos de una minoría, y las relaciones sociales de producción pasaron a expresar y defender dicha explotación. La obligación de trabajar para esa minoría y además cómo, cuanto y dónde ella lo quiere, supone la extinción de la libertad para la mayoría que debe obedecer esas imposiciones. En este sentido dentro de la definición marxista de libertad hay que introducir las formas concretas de libertades de las clases dominantes y de las formas de opresión de las clases explotadas y dominadas; del mimo modo hay que introducir las libertades del patriarcado y de las naciones opresoras. En

IGUALDAD:

Siempre que se habla de igualdad hay que tener en cuenta dos niveles diferentes del problema: el de la igualdad práctica entre todos los seres humanos en cuanto a la satisfacción de sus necesidades vitales, es decir, alimentarse, guarecerse, cuidar la salud, desarrollo cultural, etc.; y el de su concreción histórica, es decir, alimentarse en el paleolítico superior o en el capitalismo actual, y el de su concreción social, es decir, la mejor alimentación de la clase dominante y la peor de la clase trabajadora. Sin una igualdad práctica en la satisfacción de las necesidades no existe ninguna posibilidad de otras igualdades posteriores pero menos aún de desarrollo de las libertades. Por tanto y dado que la satisfacción igualitaria de las necesidades requiere del control social de las fuerzas productivas, el primer requisito para la igualdad es que no exista propiedad privada de las fuerzas productivas. Los pueblos originarios se resistieron a la desaparición de su igualdad interna, que garantizaba la satisfacción equitativa de las necesidades. Desde el surgimiento de la escisión social –hombres sobre mujeres, ricos sobre pobres y pueblos dominantes sobre dominados–, siempre el problema de la Igualdad ha minado de algún modo u otro todos los discursos justificadores de la desigualdad y de la explotación.

El contrario dialéctico de la igualdad es la desigualdad, y siempre que se hable de ésta hay que tener en cuenta dos niveles diferentes: la desigualdad natural e interna entre los seres humanos en su personalidad, gustos, aptitudes, etc., que complementa y enriquece a la igualdad; y la desigualdad como contrario irreconciliable con la igualdad social, impuesta por el poder dominante al apropiarse de las fuerzas productivas e instaurar la explotación social. La desigualdad personal que enriquece a la igualdad es muy importante para el desarrollo del socialismo y del comunismo, como veremos en su momento. La desigualdad impuesta por la explotación social es fundamental para todas las sociedades basas en la explotación y sobre todo para el capitalismo porque condena a la inmensa mayoría el tener que vender su fuerza de trabajo para poder vivir. Sin un salario esta inmensa mayoría caerá más temprano que tarde en la miseria porque carece de toda capacidad de autodeterminación, es decir, depende totalmente de un poder ajeno y explotador. La desigualdad social no es eso que llaman «exclusión» sino la base sobre la que se ejerce la explotación y la garantiza.

MODO DE PRODUCCIÓN

Estamos haciendo permanentes referencias a cómo la necesidad, el trabajo, las diferentes libertades, igualdades y desigualdades, etc., se expresan y hasta son diferentes en sociedades y épocas distintas. Sin embargo, por debajo de esas diferencias tan grandes en su apariencia exterior existen en su interior determinados grados de identidad entre grandes períodos históricos y sociedades particulares. Por ejemplo, las formas de trabajo y las necesidades concretas en el Antiguo Egipto son muy diferentes a las del actual Egipto, pero muy similares a las de Mesopotamia, India, China, Mesoamérica y los Andes, y zonas de África en diversas épocas históricas. La razón es que, pese a las diferencias de tiempo y espacio, Egipto Antiguo y los imperios mayas, aztecas e incas, por ejemplo, se regían por el mismo modo de producción, muy diferente al actual, al capitalista. Por eso, un modo de producción es un concepto abstracto que sintetiza la identidad en el desenvolvimiento de las relaciones sociales y de las fuerzas productivas entre varias sociedades, al margen de las diferencias de espacio y tiempo que las separan. Las formas de trabajo, distribución colectiva o apropiación privada del excedente, la propiedad colectiva o privada, el papel del Estado si existe, lo esencial de las relaciones de producción en cuanto a las disciplinas de trabajo y reproducción de la fuerza de trabajo, etc., estas y otras diferencias que en apariencia son enormes pueden y deben ser resumidas, sintetizadas y expresadas teóricamente en el concepto de modo de producción que permite identificas las diferencias cualitativas entre, por ejemplo, la Atenas esclavista y la actual, o entre los imperios tributarios subsaharianos anteriores a las invasiones del colonialismo e imperialismo capitalista, y la situación actual de los herederos de aquellos pueblos.

Pero el concepto de modo de producción exige dos aclaraciones: una, que siempre existe una mezcla de diversos modos de producción en cada sociedad, de los cuales uno es el dominante y el resto los dominados, por ejemplo, el capitalista domina aplastantemente en sociedades «desarrolladas» en las que subsisten pequeñísimos restos totalmente desfigurados del pastoreo y pesca neolítica, sujetos a las leyes capitalistas. Otras es que el concepto de modo de producción se tiene que hacer operativo en y mediante el concepto de formaciones económico-sociales, es decir, una cosa era el feudalismo polaco y otra el inglés aunque los dos fueran feudales, y una cosa es el capitalismo birmano y otra el sueco aunque sean capitalismos, del mismo modo que una cosa era el imperialismo asirio y otra el azteca aunque los dos pertenecieran al modo tributario de producción. El concepto de formación económico-social es concreto mientras que el de modo de producción es abstracto.

PROPIEDAD PRIVADA:

La explotación social es incomprensible sin alguna forma de propiedad privada, es decir, sin el hecho de que lo decisivo para la vida, desde las fuerzas de producción, máquinas, etc., hasta el mismo cuerpo humano, la cultura, el medioambiente y demás, no pertenecen al colectivo social, al pueblo, a la nación, la que sea, sino a una minoría dominante, la única propietaria de esas cosas. La propiedad privada en el sentido actual, el capitalista, no surgió de la noche a la mañana, como veremos, sino que requirió de un amplio período cargado de tensiones y resistencias de las masas que se negaban a perder su propiedad colectiva. Además, en cada modo de producción existe una forma diferente de propiedad privada con sus relaciones sociales correspondientes, de modo que es diferente la propiedad privada en el imperio Inca, en la Roma imperial, en la Inglaterra feudal y en la Australia capitalista. Sin embargo, por debajo de esas diferencias existe una conexión esencial común a todas ellas: que son propiedad de una minoría basada en la expropiación de una mayoría.

Por propiedad privada capitalista no debe entenderse el muy pequeño conjunto de cosas que tiene una familia trabajadora, el domicilio hipotecado, los electrodomésticos y el coche utilitario, los pocos ahorros acumulados, etc. Esta propiedad es formal pero no real porque la inmensa mayoría está hipotecada directamente a un banco o mediante pagos a plazos a los compradores. También es una muy pequeña propiedad incierta e insegura ya que esa familia la perderá rápidamente si se queda en paro, si deja de entrar uno o varios salarios y, para sobrevivir, debe empezar a gastar todo lo ahorrado y a pedir ayuda familiar y pública. La verdadera propiedad privada es la que está asegurada legalmente por el poder dominante, por sus leyes y sistema jurídico y represivo, de modo que, en la inmensa mayoría de los casos, la clase dominante no la pierde, la conserva pase lo que pase. La peor forma de propiedad es la que se ejerce sobre el cuerpo humano para apropiarse de su capacidad psicosomática de crear vida y arte, cultura, placer y libertad, además de realizar un trabajo. En este sentido decisivo el patriarcado es la primera y fundamental propiedad privada, después la opresión nacional y luego la clasista.

EXPLOTACIÓN:

Existe explotación cuando una minoría propietaria se queda con el producto del trabajo de una mayoría, o cuando un hombre se queda con el producto del trabajo doméstico, sexual, reproductor y/o asalariado de una mujer, o cuando un Estado extranjero se apropia de las riquezas de una nación invadida y ocupada. Es por esto que la explotación es anterior al capitalismo porque ya existía la explotación patriarcal, nacional, tributaria, feudal, etc., que garantizaba que los hombres vivieran mejor que las mujeres y a su costa, y sobre todo, que los hombres de las castas ricas y de las clases dominantes del Estado nacionalmente opresor vivieran y vivan mejor que el resto. Pero la explotación tiene el punto débil de que se puede enfurecer la gente explotada, que puede protestar y hasta sublevarse. Para evitarlo, la minoría recurre a la opresión sociopolítica y a la dominación ideológica. La primera aplica toda la escala de violencias, desde la simbólica, psicológica, preventiva e intimidatoria, etc., hasta la brutal y exterminadora; y la segunda busca lograr que la gente explotada asuma su situación, piense como la explotadora, crea que no existe otro sistema mejor, adore a dioses pidiéndoles milagros y favores, y una vida mejor tras la muerte. Veremos que el capitalismo añade un sistema nuevo –la alineación– pero también mantiene partes de los anteriores para mantener la específica explotación capitalista: la plusvalía.

FEMINISMO:

No debe sorprender que se introduzca aquí el feminismo porque, en realidad, la lucha de las mujeres contra el patriarcado es tan antigua como su explotación, lo que ocurre es que ha sido tergiversada, silenciada o borrada totalmente de las anales antiguos. Tenemos el ejemplo de la transformación de las diosas, y en especial de la Diosa Madre, en dioses masculinos y en especial en el Dios Padre, victoria machista que no ha podido ser total ya que perviven activos restos de cultos a diosas en forma de vírgenes, santas, brujas, etc. Otro ejemplo lo tenemos en la creación y evolución dela tragedia griega clásica, etc. Durante decenas de siglos, el patriarcado ha temido a las luchas de las mujeres tanto en el plano material como en el espiritual y en el cultural, y ello indica que la resistencia ha sido mayor de lo creído hasta ahora, aunque se manifestara en la soledad y oscuridad más absoluta. Si bien es cierto que el feminismo burgués surgió a finales del siglo XIX, no lo es menos que ya en el siglo XIV surgieron las primeras denuncias «modernas». Pero lo decisivo es que también surgió un feminismo socialista en el siglo XIX, inseparable de la lucha revolucionaria, y que ha conseguido muchas más victorias prácticas que el feminismo burgués y que el reformista en toda su historia. El punto central del feminismo socialista radica en la reivindicación de que la mujer debe dejar de ser la fuerza productiva global y por excelencia en manos del hombre.

PODER ADULTO:

Simultáneamente al establecimiento de la explotación y el patriarcado, simultáneamente al establecimiento de la institución familiar que garantiza la producción de personas obedientes y sumisas que reproducen ese patriarcado y esa propiedad, surge el poder adulto que consiste en la supeditación de la infancia y de la juventud, sobre todo de la femenina, a los intereses del padre de familia patriarcal. El poder adulto busca hacer de las personas jóvenes meros instrumentos en la reproducción del poder dominante en sus tres expresiones más características: opresión de sexo-género, nacional y clasista. La crítica a la institución familiar siempre es imprescindible pero es insuficiente si no va acompañada de la denuncia del poder adulto porque es éste el que explica cómo actúan en la práctica diaria e invisible, en la «vida privada», los casi infinitos instrumentos no sólo físicos sino también, sobre todo, psicológicos, afectivos y emocionales de educación, adoctrinamiento, presión, chantaje, amenaza, castigo, recompensa, premio, etc., que introducen el poder dominante en lo más profundo de la estructura psíquica de las masas y de las personas.

Una de las cosas más controladas y reprimidas por el poder adulto ha sido y es la sexualidad juvenil, y en cuanto poder adulto patriarcal, sobre todo la sexualidad de las mujeres jóvenes por su especial valor mercantil, como hemos visto. Hay control y represión porque antes hay resistencia y libertad, como lo demuestra la historia de la sexualidad y especialmente la del malestar juvenil que periódicamente llegaba a niveles altos de rechazo del orden. Pero estas luchas como en todas las demás, los poderes dominantes han realizado un especial esfuerzo silenciador y censor para que no se conozcan, pero existieron. Desde esta perspectiva histórica, la emancipación sexual aparece como una parte integrante de la emancipación general de la juventud, de su independización con respecto al poder adulto y de su lucha contra la explotación. El problema en este caso es que el poder adulto es tan fuerte que está muy anclado en el interior de las izquierdas revolucionarias, más de lo que sospechamos.

MERCANCIA Y DINERO:

Aunque la mercancía en cuanto tal sólo se desarrolla masivamente con el capitalismo, sin embargo sabemos que con el patriarcado las mujeres fueron reducidas a algo muy parecido a una mercancía porque se vendían en matrimonio por una dote, o para establecer lazos de poder, o como inversión de futuro para la vejez, etc. Y eran vendidas muy frecuentemente desde su primera infancia, y en la inmensa mayoría de los casos cuidando muy celosamente su virginidad como sello de autenticidad de la mercancía-mujer, es decir, de esa infancia vendida por el poder adulto. También, aunque de otra forma, los niños eran vendidos como aprendices, trabajadores, siervos o esclavos, es decir, una mercancía con un valor de cambio que se materializaba en dinero y se transaccionaba en el mercado, y cuyo valor de uso para comprador era su fuerza de trabajo física y sexual. Las esclavas y los esclavos también eran una mercancía, como las yeguas y los asnos, como otros productos, de modo que la opresión nacional en sus formas precapitalistas fue también una forma generalizada de producción precapitalista de mercancía humana porque muchos pueblos fueron invadidos y sometidos para esclavizarlos; una forma de producción que hacía circular su mercancía humana por los grandes mercados en medio de unas redes de comercio internacional que abarcaban miles de kilómetros por encima de mares, desiertos, selvas y cordilleras.

Tanto las mercancías humanas como las restantes exigían mercados y dinero, también del Estado como veremos más adelante. Dinero, mercancía y mercado fueron apareciendo a la vez, porque el dinero expresaba el valor de todas las mercancías puestas en el mercado. Más aún, el dinero también es una mercancía que tiene la peculiaridad de que su valor de cambio materializa los valores de cambio de las demás mercancías. Inicialmente, cada sociedad usaba su propio dinero usando mercancías raras y apreciadas: ganado, sal, piezas de metales, mujeres, etc.; luego, conforme aumentaban las redes de comercio, el dinero se fue haciendo más pequeño para poder transportarse mejor: bronce, plata y oro, piedras preciosas… Más tarde surgió el papel-moneda, el billete, que apenas pesa, le siguió la letra de cambio y actualmente el «dinero invisible» de las transacciones electrónicas. La disminución de tamaño no implica pérdida de influencia sino aumento de poder en forma de capital financiero en todas sus formas. En el capitalismo, todo está supeditado al dinero porque, en realidad, todo está supeditado al beneficio de la clase dominante. Por tanto, adorar el dinero es fortalecer el sistema mediante la alienación y el fetichismo.

OPRESIÓN NACIONAL:

La expansión del dinero y de la mercancía ha chocado muy frecuentemente con las resistencias de grupos, tribus, etnias, pueblos y naciones que de una u otra forma se negaban –se niegan– a ser reducidas a simple mercancía en manos de un poder extranjero. Según el eurocentrismo la opresión nacional sólo puede existir desde el surgimiento de la «cuestión nacional» a mediados del siglo XIX y en Europa. Pero en realidad por opresión nacional debemos entender el mecanismo que facilita la explotación de un pueblo por otro desde la antigüedad siempre que ese pueblo tenga, además de otras características, sobre todo un Estado propio, un sistema defensivo, un sistema socioeconómico de administración interna del excedente, una representatividad internacional y, muy especialmente, una demostrada voluntad y capacidad de resistencia por todos los medios a la opresión que sufre. Han existido naciones precapitalistas que han reunido estas características; y han existido pueblos, grupos etno-nacionales, federaciones y confederaciones de pueblos, tribus y etnias que han dado pasos muy significativos para la creación de sistemas nacionales precapitalistas, pero han sido vencidos y destrozados, desapareciendo muchos de ellos.

Sin embargo, algunos lo han logrado y, dentro de sus cambios permanentes, han sabido adaptar su identidad colectiva a las nuevas necesidades, siempre teniendo en cuenta las contradicciones internas. Por tanto, se puede hablar de luchas de liberación nacional y antiimperialistas anteriores al capitalismo, luchas en las que también ha existido el internacionalismo antiimperialista, y en las que han sido decisivas las contradicciones clasistas dentro de esos pueblos agredidos. Hay una tendencia histórica según la cual conforme se expande el dinero y el mercado va decreciendo la voluntad de resistencia de las clases ricas y propietarias de los pueblos sometidos a amenazas y agresiones externas. Según se desarrolla el capitalismo, la independencia de estos pueblos agredidos va siendo abandonada por sus clases dominantes que, cada vez más, buscan pactar con los invasores para mantener su propiedad. Siempre las clases dominantes han sido proclives al colaboracionismo con el invasor, pero en los modos de producción precapitalistas tenían más voluntad de resistir e incluso de rebelarse para recuperar la independencia perdida. Con el capitalismo se acelera esta tendencia hasta hacerse dominante, pero antes de su llegada existieron muchas otras fases.

LUCHA DE MASAS:

Las resistencias de muchos pueblos a los ataques exteriores se remontan a épocas anteriores a la aparición de las clases sociales y de la propiedad privada, por lo que fueron luchas de masas populares en defensa de sus intereses colectivos. Antes de la formación de las clases sociales en el sentido actual existieron las jefaturas, los cacicazgos, las castas, etc., durante un largo período en el que se iba asentado la propiedad privada y el Estado, pero en el que todavía resistían las tierras colectivas y comunales, y el dinero apenas podía superar la fase del trueque directo. La explotación precapitalista es una de las razones que hacen que podamos hablar de lucha de masas como una forma de lucha caracterizada, primero, por el hecho de que todavía no existen las clases sociales pero sí los grupos dominantes: en estas sociedades ha habido luchas sociales que no son luchas de clases y sí lucha de masas porque intervienen amplios sectores sociales. Segundo, ya en sociedades clasistas, la luchas de masas se producen cuando esas clases no están suficientemente delimitadas, precisadas, por diversas circunstancias que hay que analizar en cada caso. Y tercero, aún estando establecidas las clases sociales, la lucha de masas se produce cuando se dan estallidos desorganizados y muy espontáneos de malestar popular sin reivindicaciones muy precisas, protestas que expresan antes que nada un descontento profundo pero no vertebrado conscientemente por un programa estratégico de toma de poder y de creación de un poder popular. La diferencia entre lucha de masas y lucha de clases radica en el nivel político, lo que muestra la importancia de la militancia revolucionaria dentro de todas las luchas para aumentar su nivel político.

CLASES SOCIALES

Todavía existen pocos datos sobre las sociedades preclasistas en las que ya existían jefaturas, cacicazgos, castas, etc., porque la mayoría eran sociedades ágrafas, de cultura oral y no escrita. Sí se sabe que el poder del cacique era considerable pero también estaba vigilado por contrapoderes populares tanto o más fuertes, de modo que la propiedad y el poder acumulado por un jefe podían desaparecer en un instante, y desde luego no era heredable por su descendencia. Las clases sociales surgen definitivamente con el derecho de herencia que garantiza que la propiedad privada acumulada por un cacique se transmita a sus sucesores. Las castas sociales así el momento de tránsito entre el cacicazgo y las clases, o sea, grupos humanos que se diferencian por la posesión o no posesión de fuerzas productivas. La propiedad privada de las fuerzas productivas determina la totalidad de los comportamientos colectivos porque impone la totalidad de la vida cotidiana, de modo que los propietarios disfrutan de una vida inaccesible a los no propietarios, y frecuentemente inimaginable e impensable por estos. Existe un abismo en el sentido y forma de vida de la gran burguesía y la de la masa proletaria, que no tiene otro recurso de supervivencia que la venta de su fuerza de trabajo. Otro tanto sucedía en modos de producción precapitalistas, entre la nobleza y los siervos y campesinos, entre los esclavistas y los esclavos, entre los patricios y los plebeyos… O sea, en todos estos casos una mayoría trabajaba para una minoría. Pero mientras en estas sociedades las masas oprimidas mantenían aún ciertas posibilidades de volver a la agricultura, pastoreo, pesca y/o a la artesanía porque la tierra todavía no era absoluta propiedad privada y subsistían tierras comunales, con el capitalismo éstas han desaparecido y también los pequeños artesanos. En el capitalismo, sólo queda vender la fuerza de trabajo a cualquier empresario o el vagabundeo. Siempre han existido «clases intermedias» entre ambos extremos, pero su papel ha sido y es secundario a medio y largo plazo, porque dependen de la lucha de clases entre propietarios y expropiados.

La importancia de la propiedad privada y del Estado es decisiva para entender qué es la conciencia de clase porque la clase propietaria utiliza el Estado para elaborar su autoconciencia, fortalecerla y adecuarla a los cambios, autoconciencia que siempre gira alrededor de cómo aumentar su propiedad privada, o si se quiere, cómo aumentar la explotación social. Sin embargo, la clase no propietaria, expropiada del producto de su trabajo, no tiene ninguna institución que le ayude a crear su autoconciencia, su conciencia de clase explotada, sino sólo su experiencia de lucha y las organizaciones revolucionarias que militan en su interior, cuando existen y tienen efectividad. Peor aún, la clase explotada además sufre las presiones y ataques del Estado así como, ya en el capitalismo, está sometida a la alienación y al fetichismo, a la ideología dominante que le hace creerse lo que no es y negar lo que es en su realidad. Debido a esto, la conciencia proletaria se forma en la lucha y puede desaparecer con ella, aunque restos suyos sobrevivan en reducidos sectores organizados, que mantienen la memoria de las luchas buscando reactivarla en mejores condiciones. Las clases oprimidas de las naciones oprimidas suelen tener más recursos para guardar su memoria y conciencia, y reactivarla más rápidamente, por el mayor contenido simbólico, referencial e imaginario de la identidad nacional, a pesar de sus inevitables contradicciones sociales internas.

LUCHA DE CLASES:

La lucha de clases surge con las clases sociales antagónicas e irreconciliables. El tránsito de las castas, etc., a las clases se produce cuando, por un lado, esa minoría político-religiosa pasa de controlar las fuerzas productivas y los bienes acumulados, el excedente social, a poseerlos en privacidad y a transmitir esa propiedad ya privada a sus hijos; y por otro lado, simultáneamente, cuando las grandes masas, hasta entonces formalmente co-propietarias o, al menos, beneficiadas por su relativo control de esas fuerzas productivas, pierden toda posibilidad de control de las propiedades colectivas o estatales, quedándose con una pequeñísima parte en propiedad o en arrendamiento, o incluso con nada, como sucede en el capitalismo y en menor medida en otros modos de producción anteriores. Escindida la sociedad en estos bloques antagónicos, la lucha surge siempre que «los de abajo» quieren mejorar su situación o quieren acabar con ella de algún modo u otro, y se enfrentan a «los de arriba» que se niegan a ello. Hasta antes del capitalismo la lucha de clases no llegaba al nivel de negar radicalmente el sistema impuesto, sino que se quedaba a lo máximo en el borde del problema para plantear entonces una solución intermedia. Ese límite se supera con el capitalismo y aunque las revoluciones proletarias se autocritiquen y duden de una forma permanente, llega el momento en el que su momento crítico llega cuando debe negar la propiedad privada de las fuerzas productivas y el poder político estatal de la burguesía. Ambas cuestiones, propiedad y Estado, son las que definen la irreconciliabilidad de la lucha y por tanto de la conciencia de clase de los combatientes.

CLASES DE LUCHA:

Es una constante en la historia de la explotación el hecho de que, tanto individual como colectivamente, se tiende a utilizar todos los métodos de resistencia y lucha hasta llegar a los más duros y tajantes. No se descarta apriorísticamente ninguno, sino que es la experiencia la que va diciendo cual o cuales conviene en cada momento y problema. Sólo cuando se han agotado todos los recursos de protesta pacíficos, ni violentos, etc., sólo entonces, el común de la gente toma conciencia de la necesidad de pasar a otros métodos más duros, pero también más arriesgado. Se trata de un ascenso muy complejo y contradictorio porque es difícil superar la alienación, la ideología dominante, la cobardía y el miedo, el egoísmo, etc. Suele llegar un momento en el que la lucha se estanca al llegar a un nivel de radicalidad porque se ha logrado un acuerdo o, por lo general, porque se debilita o rompe la voluntad de lucha, y entonces se encuentran excusas para parar. Por esto juegan tanta importancia la solidaridad, la conciencia y la organización.

OTRAS LUCHAS:

Frecuentemente, debido a la dureza de la explotación, bastante gente e incluso colectivos y hasta pueblos, se han sublevado sin recorrer ese más o menos largo proceso de aprendizaje y de radicalización. Por ejemplo, en las sociedades esclavistas era relativamente frecuente que los esclavos ejecutaran individual o colectivamente a los amos y se escapasen a otras zonas. En la Edad Media, muchos grupos campesinos huían de sus señores a territorios vírgenes, o boicoteaban el trabajo, o escondían partes de las cosechas, hasta que asaltaban las casas parroquiales y señoriales. También a lo largo de los siglos, y hasta comienzos del siglo XIX en muchos países se practicaba el bandolerismo social, forma primitiva de lo que será luego, en el capitalismo, la lucha armada, y que consistía en rebelarse contra la clase dominante con un claro sentido de reivindicación social. En muchas zonas, los esclavos, campesinos, siervos, etc., se escapaban a terrenos remotos y difíciles y creaban auténticas zonas liberadas, palenques en Latinoamérica, zonas cosacas en la amplia Rusia, zonas de bandoleros en Europa, zonas de piratas en muchas costas, etc.

ESTADO:

También el Estado es anterior al capitalismo y, en síntesis, se puede decir que surge en el mismo proceso que estamos analizando. Antes del surgimiento de las castas, durante el cacicazgo, jefaturas, etc., el poder no es estatal en el sentido moderno, ya que permanece reducido a los grupos en los que se basa el cacique. Sólo cuando las castas se transforman en clases en Mesopotamia, Egipto, etc., surgen los Estados tributarios que centralizan los almacenes, los tributos, las semillas, la escritura y la enseñanza, las armas y el reclutamiento militar, etc. Ya entonces surgen las características mínimas y esenciales de todo Estado hasta ahora como instrumento clave de la minoría dominante para asegurar, primero, la explotación, recogida del tributo y administración económica; segundo, la defensa militar externa y el orden represivo interno; tercero, la política internacional en defensa de los intereses de la minoría dominante, y cuarto, el control del conocimiento y de la educación. Desde entonces, se han ido añadiendo más funciones en respuesta a las nuevas necesidades, pero nunca han desaparecido esas cuatro esenciales e iniciales. A lo sumo, se han producido procesos de integración de Estados en alianzas superiores, supeditándose los más débiles a los más fuertes, los hegemónicos, en respuesta a la tendencia a la centralización y concentración del poder económico. A lo largo de estos procesos, muchos pueblos y naciones han sido invadidos, explotados hasta la extenuación y aniquilados.

IMPERIALISMO:

Aunque el concepto de imperialismo sólo tiene validez científico-crítica al referirse a la fase capitalista iniciada a finales del siglo XIX y que se está readaptando desde finales del siglo XX, sí tiene valor descriptivo al referirse a todas las políticas de explotación, opresión y dominación de pueblos y naciones por grandes Estados precapitalistas. Descriptivamente, ha habido «imperialismo» desde los primeros imperios mesopotámicos, Egipto y China antigua; después en la Grecia clásica, Etruria, Cartago y en Roma; más tarde en los Estados tributarios de Asia, Mesoamérica, Andes y zonas de África, etc., es decir, desde que surge el Estado, hasta llegar al auténtico imperialismo, el capitalista. Todas estas políticas expansionistas han tenido y tienen la justificación ideológica de autoproclamarse superiores a los pueblos que explota, oprime y domina; y muchas veces dice que les aplasta para educarlos y civilizarlos, o cristianizarlos. Existe por tanto un nacionalismo imperialista que cohesiona a las clases enemigas dentro del Estado invasor. La clase dominante de la nación opresora es la que se queda con el grueso del beneficio expoliado a la nación invadida, pero también se beneficia su clase dominada. Frecuentemente, se han aliados Estados imperialistas para invadir otros pueblos, ocuparlos, dividirlos y repartirse los beneficios.

ETICA:

Fue en este proceso histórico de surgimiento de la explotación y del Estado de la minoría opresora cuando se creó la ética como conjunto de reflexiones destinadas a justificar los privilegios de la clase dominante, masculina e imperialista. La ética no tenía función en las sociedades igualitarias porque no existían desigualdades sociales, pero al imponerse éstas las masas empobrecidas empezaron a protestar y a luchar. La minoría propietaria tenía que encontrar argumentos que justificasen su comportamiento opresor y la ética se los ofreció. Al principio el poder tuvo la ventaja de que las masas no tenían ni tiempo ni cultura para elaborar su propia ética, la dominada e irreconciliable con la ética dominante, oficial, pero con el tiempo fueron surgiendo atisbos de esa ética oprimida que se han mantenido vigentes mal que bien, frecuentemente en la clandestinidad o fuera de las escuelas, universidades y prensa del poder establecido en cada época. No hay una ética única, hay dos grandes corrientes éticas: la opresora y la oprimida que, en última instancia, se enfrentan mortalmente por la cuestión de la propiedad. Debido a esto, todo debate ético es esencialmente socioeconómico y político, por mucho que se quiera negarlo.

EL MAL MENOR NECESARIO:

Para la ética de la gente explotada y oprimida, siempre ha tenido extrema importancia la cuestión de asumir el dolor y el daño que sus acciones de resistencia pueden causar en otras personas, incluso en las de las clases dominantes. En esas circunstancias se ha debatido sobre qué es lo que hay que hacer y como hacerlo para avanzar en la liberación práctica pero buscando hacer el menor daño posible. La teoría del mal menor necesario es, para la gente explotada, la que explica que hay que sublevarse y resistir preparando con antelación el proceso para que, venciendo, sea lo más corto posible, cause el menor daño y destrucción posible, no cree más resentimientos y odios, de un ejemplo de seriedad y voluntad de superación de la opresión y permita avanzar rápidamente hacia la emancipación humana. Pero hay un límite que no es otro que el de la continuidad de la opresión, miseria e injusticia, contra la que siempre hay que luchar. Llegado el momento crucial de pasar a las formas más duras pero decisiva la teoría del mal menor necesario resuelve los problemas éticos. Históricamente, las clases opresoras recurren en esas circunstancias a la práctica del mal mayor innecesario.

CAPITALISMO:

El capitalismo es el modo de producción que se caracteriza por el dominio total del capital. El capital no es otra cosa que la propiedad privada burguesa expresada en su esencia última, en dinero que ha llegado a dominarlo todo y que sustenta en el trabajo realizado por las clases y naciones explotadas, por las mujeres, etc., trabajo que se ha materializado en propiedad privada, en capital. A diferencia de todos los modos de producción anteriores, el capitalismo se caracteriza porque no tiene más remedio que buscar siempre su crecimiento, su expansión permanente al precio que sea, sin tener en cuenta los efectos destructores que ello acarrea. Esta necesidad ciega e irracional de crecer sin tener en cuenta sus efectos se denomina acumulación ampliada, es decir, que en cada ciclo económico se ha de obtener una ganancia superior a la obtenida en el ciclo anterior porque, para el capital, detener el crecimiento no es estancarse sino retroceder, no tiene momento de respiro: o crece o muere. Esta es una de las tres grandes diferencias del capitalismo sobre los precedentes modos de producción: que su objetivo es la acumulación de capital y la producción generalizada de mercancías, es decir, en vez de que la clase dominante dedique sus ganancias a los gastos suntuosos y a la dilapidación, en vez de esto, lo dedique a aumentar el beneficio, a multiplicarlo. La segunda es que logra separar totalmente al productor de los medios de producción, dejándolo indefenso a manos de la burguesía, es decir, que la inmensa mayoría de la gente no tiene ningún recurso para sobrevivir excepto el de aceptar la explotación ya que mientras antes siempre había posibilidades de volverse al campo, a los comunales, o reabrir el pequeño taller artesanal de la familia, ahora todo eso ha desaparecido y no queda más remedio que aceptar la explotación, emigrar o sublevarse. Y la tercera es que para perpetuarse se basa más en la alineación que en la opresión, es decir, para impedir la sublevación u otras formas de resistencia, el capitalismo impone la alineación de la gente, es decir, que ésta asuma inconscientemente su situación creyendo que en vez de estar explotada goza de libertad, de modo que el capitalismo sólo aplica la represión contra quienes no están alienados, contra los que sí saben conscientemente que están explotados y luchan por su libertad.

PLUSVALÍA:

Ningún burgués invertiría capital en una empresa si no es para sacar una ganancia extra. Ninguno es altruista, y la ganancia máxima en su ideal, la conciencia es el beneficio, y la ética justifica la acumulación de capital. Por esto, invierten para tener más de lo que tenían antes de empezar el negocio, si pierden cierran el negocio, y si no ganan lo suficiente echan al paro a trabajadores, reducen los salarios de los demás y aumentan la intensidad y duración del tiempo de trabajo. La ganancia extra es la plusvalía, que quiere decir «más valor», crear un valor superior. ¿Cómo? Ocurre que nada existe sin el trabajo, y que la fuerza de trabajo la aporta la clase trabajadora. Cuando empieza el proceso de trabajo sólo existen máquinas, materias primas, energía e instalaciones, etc. Para que funcionen se necesita la fuerza de trabajo de los obreros que cobran un salario. Todo eso ha costado una suma C de capital. Al final del proceso salen al mercado los bienes producidos, y su venta deja un capital resultando de C+1. El empresario recupera lo que ha invertido al comienzo, ese capital C, y ve que tiene una ganancia extra de +1: la plusvalía. ¿Cuál es su origen? Pues que la fuerza de trabajo tiene la virtud de crear más cosas, más valor, de las que existían antes del proceso productivo. Ahora bien, los obreros han aceptado, por lo que sea, que el producto de su trabajo se lo quede el empresario, y que ellos sólo cobrarán un salario por su trabajo. No pueden decir nada por tanto sobre qué hace el burgués con la mercancía, y menos aún sobre lo que ha ganado, que es más que su salario, aunque ellos hayan sido los únicos productores de esa mercancía: eso es la explotación capitalista. Plusvalía y explotación son una unidad de contrarios antagónicos: ganancia para la burguesía, explotación para el proletariado.

CLASE OBRERA:

La clase obrera no se puede definir sin definir a la vez su contrario irreconciliable, a la clase burguesa porque las dos forman la unidad de contrarios en el capitalismo. Sin patronos no existirían obreros, y viceversa. La clase obrera es la que vive sólo del salario que obtiene al ser explotada y la burguesía es la que vive de los beneficios de la explotación, de la plusvalía. La clase obrera tiene dos grandes características: una, que sólo se percibe plena y radicalmente cuando lucha, cuando se enfrenta a la burguesía aunque sea en la simple reivindicación salarial y económica; y otra, que esa lucha práctica no tiene más remedio que llegar al problema del poder de clase, del poder político, porque de lo contrario, si se limita a la simple lucha economicista, tarde o temprano perderá lo que ha conquistado, se lo volverá a arrebatar la burguesía. Esto es así porque la clase burguesa tiene, entre muchas, también la crucial ventaja de disponer de su propio y exclusivo Estado de clase, el que, como hemos visto arriba, le ayuda a mantener su conciencia de clase con una claridad muy superior a la del proletariado, con objetivos estratégicos y tácticos, etc., y sobre todo con su monopolio de la violencia. Si la clase trabajadora no lucha, parece que no existe clase obrera, desaparece de la realidad tal cual la «construye» la prensa capitalista, y en los tiempos de «paz social» surgen los propagandistas que hablan de la desaparición de las clases, de la muerte del proletariado, etc.; pero nada más volver las luchas obreras, reaparece la inquietud de la patronal, su prensa ataca a los obreros que antes no existían, aumentan las presiones contra la militancia sindical y revolucionaria, y se refuerza la propaganda antisocialista y anticomunista.

CAMBIOS EN LAS CLASES

El proletariado y la burguesía permanecen idénticas en su esencia pero cambian en sus formas de expresión externa y en los componentes específicos internos. Una cosa es la clase obrera del capitalismo mercantil, otra en el manufacturero y otra en el industrial, y lo mismo sucede con la burguesía. También hay diferencias entre el sector bancario y financiero, el de servicios comerciales y de reparto, el industrial, y en cada uno de ellos internamente. Los cambios se producen respondiendo tanto a la lucha de clases concreta como a la búsqueda de mayor ganancia por parte de la burguesía, cambiando la tecnología y las formas de explotación. Todos ellos son parte internas de la realidad de la lucha de clases como un proceso permanente con acelerones y altibajos. Según sean estas transformaciones crecen o decrecen las fracciones de clase obrera y de burguesía, y también la de la pequeña burguesía situada entre ambas. Pero, al margen de esos cambios, siempre permanece la explotación asalariada y el beneficio capitalista.

SISTEMA REPRESIVO:

El sistema represivo es el conjunto integrado y sistémico de doctrinas, estrategias, tácticas e instrumentos que tiene la burguesía para mantener su poder y la propiedad privada de las fuerzas productivas. El Estado es el centralizador del sistema represivo que actúa siempre, que nunca duerme en su vigilancia preventiva. Su objetivo básico es la lucha de clases y, cuando existe, la opresión nacional. Por esto, los cambios de y en las clases también afectan a los sistemas represivos y viceversa. La presión contra el sindicalismo no reformista y contra la izquierda revolucionaria; el apoyo descarado a los grupos de derechas, patronales, reaccionarios y religiosos; las pegas y obstáculos múltiples a toda iniciativa popular; la represión preventiva e intimidadora de las izquierdas o su represión directa; el impulso al consumismo y a la alineación, el uso de las drogas y de sucesivas modas escapistas, estas y otras muchas intervenciones estatales visibles e invisibles, silenciosas y desconocidas, hacen que la clase trabajadora, sometida a presiones e inseguridades, a amenazas y chantajes, tienda a olvidar su pasado, a aceptar la ideología burguesa, a recaer en el individualismo y en el sálvese quien pueda, sobre todo cuando descienden las luchas, se endurece el ataque burgués y el reformismo desmoviliza y desanima a las masas.

Uno de los mayores logros de la burguesía, con la ayuda del reformismo, ha sido el de anular no sólo toda teoría crítica sobre el sistema represivo, sobre su permanencia y actualidad, en las organizaciones que se dicen de izquierdas, sino sobre todo la cualquier formación de su militancia para aguantar la represión cuando ésta llegue, que les golpeará si son militantes revolucionarios. Si en toda lucha hay que tener siempre una perspectiva larga y a la vez actual, este método ha de ser más efectivo en todo lo relacionado con el sistema represivo. Casi siempre, las primeras olas de lo que será un maremoto emancipador se detienen paralizadas por el miedo a los primeros golpes represivos: amenazas, multas, citaciones, pequeñas condenas, marginación legal e ilegalizaciones, etc. Lo malo de estos parones y golpes iniciales es que desaniman a muchas personas luchadoras espontáneas que carecen de experiencia, conciencia, apoyos y consejos legales, redes organizativas estables, de modo que desde entonces resultará mucho más difícil animarles a que sigan y a que se impliquen en la siguiente ola u oleada. Muchas huelgas obreras y estudiantiles, movimientos sociales de todo tipo, etc., han pasado por crisis así y han caído en el desánimo y el derrotismo. Por tanto, de la misma forma en que los revolucionarios de comienzos del siglo XX hablaban de la «actualidad de la revolución», y del mismo modo en que los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista se analizaba en todo momento la situación represiva, ahora, cuando vuelve la «actualidad de la revolución», también hay que actuar y pensar teniendo en cuenta la «actualidad de la represión».

ALINEACIÓN:

La efectiva del sistema represivo se refuerza además con la efectividad de la alienación y el fetichismo. Más aún, el sistema represivo tiende a endurecerse cuando la conciencia de clase va superando la alienación y el fetichismo mediante la experiencia práctica de las luchas y la autoestima que éstas generan. La alienación consiste en no tener conciencia de sí, carecer de autoconciencia, e interpretar la situación según lo manda el poder y debido al efecto obnubilador del dinero, del mercado y del salario sobre la conciencia, o sea, el fetichismo. Se actúa por y para el poder que oprime y aliena, y se hace todo lo que éste dice creyendo que es la persona alienada la que decide por sí misma, cuando en realidad es todo lo contrario. Las gentes están escindidas, rotas en sí mismas, en su conciencia e interior y en su práctica, se creen libres pero están oprimidas. El alienado cree que su salario es justo, que es justa la ganancia burguesa, y que a lo sumo debe reivindicar pacífica y legalmente un salario más justo. Pero en el capitalismo todo salario es esencialmente injusto.

El grado máximo de alienación se da cuando el pueblo ocupado acepta la lengua y la cultura del ocupante, actúa según sus órdenes y principios, y cree que ya no es lo que es, una nación oprimida que debe emanciparse y construirse a sí misma, sino sólo una parte más de la nación ocupante. El pueblo oprimido se ha desintegrado en el Estado opresor, se ha alienado de sí aceptando la lógica e intereses del ocupante, y se ve a sí mismo con el resultado de una fuerza exterior, de la fuerza de la cultura y de la economía del ocupante que aparece como el creador de todo, como el fetiche al que hay que obedecer e incluso defender porque sin él no existiría nada. Así, la nación oprimida no piensa ni actúa independientemente sino que se ha alienado en un objeto pasivo dependiente del Estado ocupante que lo utiliza como simple mercancía para su exclusivo enriquecimiento. Se ha convertido en una cosa –cosificación– propiedad de la burguesía, de modo que cree que las cosas son personas y las personas reales cosas.

ESTADO BURGUÉS:

La expansión histórica del capitalismo ha ido unida a la simultánea expansión y consolidación del Estado burgués. Sin este instrumento, muy probablemente el capitalismo no habría vencido al sistema absolutista, y lo hizo porque, básicamente, la burguesía había ido penetrando gradualmente en el Estado absolutista, neutralizándolo en buena medida y utilizando para sí partes de dicho Estado. Es decir, de la misma forma en que la burguesía nació dentro del feudalismo y luchó contra él al final, mientras tanto logró debilitar su aparato de Estado. Una vez propietaria exclusiva del suyo, tras las revoluciones burguesas clásicas –Holanda, Gran Bretaña, EEUU y Estado francés– la burguesía pudo imponer toda una serie de leyes socioeconómicas, militares, políticas, lingüístico-culturales, patriarcales, etc., que aceleraron sobremanera la expansión capitalista. El nacionalismo burgués surgió en esta fase inicial, alrededor del siglo XVII, unido a la centralización económica, militar y estatal. Luego, el Estado ha aumentado su importancia para la acumulación capitalista debido a la agudización de la lucha de clases interna y de las resistencias externas de las naciones oprimidas, así como a la necesidad de invadir otros pueblos para saquearlos mediante el colonialismo.

En síntesis, la acumulación originaria de capital no se hubiera producido sin el Estado, del mismo modo que tampoco se hubiera realizado el salto a la industrialización y al imperialismo. Nada del siglo XX se entiende sin el papel del Estado burgués, y menos aún la ofensiva «neoliberal» iniciada en los 70 en Latinoamérica y extendida en los 80 al resto del planeta. Pero paralelamente al crecimiento del Estado se ha producido una hegemonía internacional y la aparición de instituciones internacionales dominadas por el Estado hegemónico destinadas a facilitar el dominio exterior de su burguesía. A cada gran fase sociopolítica del capitalismo le han correspondido, grosso modo expuesto, fases de potencias hegemónicas ayudadas internacionalmente por las instituciones que ellas creaban e imponían. Las grandes crisis mundiales alteraban estas jerarquías y sus instituciones, obligando a los Estados a profundas adaptaciones a los cambios. Quiere esto decir que mientras existe el capitalismo, los Estados seguirán siendo imprescindibles pero se irán adaptando a las necesidades de concentración y centralización del capital internacional, defendiendo a su vez en la medida de lo posible los intereses particulares de sus burguesías respectivas, y es que si bien la producción se está mundializando, cada burguesía necesita a su espacio estatal para garantizar la realización de su beneficio, especialmente en todo lo relacionado con asegurar e incrementar la efectividad de la alienación, de la integración y de la represión de sus masas explotadas y de los pueblos que oprime nacionalmente.

ESPONTANEIDAD:

Estas y otras razones explican que la conciencia crítica sufra altibajos y caídas, retrocediendo hasta casi desaparecer tras librarse fuertes luchas. Al optimismo, a la combatividad y a la unión le suceden el pesimismo, la pasividad y la desunión. Los más luchadores son expulsados de las fábricas y reprimidos los militantes revolucionarios; se instauran nuevas leyes represivas, se recortan las libertades a las izquierdas o se les ilegaliza. El reformismo apoya y jalea esas medidas y muy frecuentemente las exige a gritos y ayuda a aplicarlas con sus chivatazos e informes. Sin embargo, tarde o temprano, la realidad objetiva de la explotación hace que el malestar latente e inextinguible inicie su ascenso de lo inconsciente y alienado a lo consciente y crítico. Pero se tarda tiempo y en la medida en que la izquierda ha sido debilitada o aplastada, en esa medida el malestar tiende a expresarse espontáneamente, sin apenas organización previa e interna, sin mayores análisis, de forma iracunda y ciega, por tanto con pocas posibilidades de victoria. El espontaneísmo es una fase en todas las luchas, sean individuales o colectivas, de masas o de clases, e indica el grado ascendente de las luchas.

MILITANCIA:

Pese a la fuerza alienadora de todos los instrumentos del poder, siempre subsisten personas que mantienen su conciencia crítica y que quieren seguir luchando, especialmente en los momentos peores, tras las grandes derrotas. La militancia revolucionaria es esta decisión de luchar contra la explotación allí donde exista. Como además de la explotación económica, también existe la opresión política y la dominación cultural, y como la sociedad es compleja, son muchos los campos de praxis revolucionaria: es la vida entera. Existen tantas militancias concretas como problemas concretos, lo que exige, para racionalizar los esfuerzos, elegir las luchas, conocer sus diferencias y ritmos, e intervenir planificadamente. Es difícil llevar tres o más luchas a la vez, por lo que se suele hablar de doble militancia que consiste en relacionar la militancia «interna» en la organización a la que se pertenezca y la militancia «externa» en la lucha que también se lleva. Pero, a la vez debe llevarse otra militancia decisiva: la lucha personal y cotidiana, en la mal llamada «vida privada», familiar, amorosa, sexual, afectiva, etc., contra los valores burgueses y machistas. Ahora bien, ninguna militancia sobrevive largo tiempo sin el apoyo de la organización.

VANGUARDIA:

Los grupos organizados contra la explotación existen desde que surgió ésta. Al margen de las obvias diferencias entre épocas, sin embargo persisten tres cosas comunes: superar los límites de la espontaneidad, preparar y ayudar a su militancia, y recurrir a la clandestinidad si es necesario. En el capitalismo estas características son urgentes porque la conciencia de clase, de nación oprimida, de mujer explotada, etc., sufren altibajos; porque la persona aislada está sometida a múltiples presiones, y porque la represión burguesa es muy sofisticada, sutil y sibilina, pero también más brutal. Se denomina vanguardia porque va por delante en esfuerzos y en entrega, porque practica la pedagogía del ejemplo, porque mantiene una constante lucha teórico-política. La tarea de la vanguardia consiste en mantener y actualizar las reivindicaciones revolucionarias; vivificar la memoria de lucha, sus logros y victorias; aprender de los errores y de las derrotas; organizar la espontaneidad; luchar contra el reformismo; prepararse para la lucha y la represión asegurando la continuidad de un núcleo que mantenga vivos los objetivos en los peores tiempos.

SOCIALISMO:

No hubiera existido socialismo sin la dialéctica entre la lucha espontánea de las masas y la acción de las vanguardias, siempre dentro de los terribles efectos sociales causados por la crisis del feudalismo y el ascenso del capitalismo. El socialismo surgió al principio en forma utópica, es decir, sin un conocimiento real de las causas de la explotación y de las formas de superarla, creyendo que aquellas, las causas, provenían de la maldad, del egoísmo y de la ignorancia humana, e incluso del pecado según algunos cristianos; y que estos, los métodos para superarlo, deben ser por tanto la cultura, el ejemplo pacífico, la moralización y hasta la aceptación de los apoyos de burgueses filantrópicos y del propio Estado. El socialismo utópico entró en crisis definitiva en el último tercio del siglo XIX, pero mantuvo alguna influencia mediante el anarquismo. El socialismo científico asumió partes del utópico pero dentro de una perspectiva muy superior: la teoría de la plusvalía y de la ley del valor-trabajo; del sindicalismo y de la acción política; del Estado y de la dialéctica entre democracia y dictadura; del colonialismo y de la opresión nacional y colonial; de la violencia revolucionaria; de la dialéctica materialista; de los modos de producción y de las formaciones sociales; de la explotación de la mujer; de la destrucción de la naturaleza; de la alineación, fetichismo y reificación, etc. Dentro del socialismo estaban los «comunistas», grupos pequeños, clandestinos y radicales que planteaban directamente la cuestión de la propiedad comunal o privada de las fuerzas productivas.

ANARQUISMO:

Aunque sin este nombre concreto, muchas ideas básicas de lo que será luego el anarquismo fueron algo anteriores al socialismo utópico y por ello influyeron muy poderosamente en el joven movimiento obrero de comienzos del siglo XIX, pero influyó aún más en el viejo movimiento artesanal y pequeño burgués en el tránsito del siglo XVIII al XIX. Este origen determinó que el anarquismo tuviera una concepción más individual que colectiva, más cooperativista que socialista, más social que política, y más especulativa que teórica. En vez de optar por la dialéctica entre estos componentes, sobrevaloró el extremo menos radical, lo que le granjeó la crítica de individualismo, reformismo, evolucionismo e idealismo, pese a su fraseología frecuentemente dura e ingeniosa, pero bastante hueca. Aunque algunas de estas características facilitaron el inicio de la concienciación de grupos obreros que apenas sabían leer y que no tenían tiempo para grandes esfuerzos teóricos por las extremas condiciones de explotación, con el aumento de la lucha de clases este anarquismo inicial fue perdiendo influencia mientras se incrementaba la de otras corrientes socialistas.

SOCIOALDEMOCRACIA:

De la misma forma que el anarquismo se diversificó en varias corrientes, lo mismo sucedió con el socialismo, que reflejaba una enorme cantidad de tesis y teorías a veces con más diferencias que identidades. Por las necesidades de la lucha, se fueron acercando varias de ellas hasta dar cuerpo a un magma que integraba mal que bien, entre muchas más, tres grandes corrientes: el socialismo lassalleano alemán, con fuertes contenidos reformistas; el socialismo francés, con un radicalismo voluntarista, y grupos del cartismo inglés, con una mezcla de reformismo y radicalidad. Entre las muchas corrientes más pequeñas fue destacando la formada por grupitos comunistas que se iban concentrando alrededor de lo que después se denominaría marxismo. Esta evolución dio cuerpo a la socialdemocracia una vez que se asentó el capitalismo industrial y fueron perdiendo peso los componentes artesanales y manufactureros de la clase trabajadora, y, sobre todo, según se comprobaba que la simple lucha sindical y cultural no derrotaba a la burguesía, siendo también necesaria la acción política. Pero la socialdemocracia internacional nació lastrada por tres limitaciones muy graves: una, el gran desconocimiento de la teoría marxista; dos, el peso de las corrientes reformistas , y último, el efecto destructor de la represión muchas veces implacable, efecto que interesadamente suele ser olvidado o minusvalorado pero que demuestra el contenido de lucha permanente.

MARXISMO:

El término «marxista» fue creado con el doble afán peyorativo y vulgarizador. Peyorativo para designar a los comunistas que defendían las tesis de Marx y Engels enfrentadas con los burgueses, reformistas y anarquistas; y vulgarizador por algunos de estos seguidores que buscaban fama teórica al presentarse como «representantes» de ambos revolucionarios. Pero como con casi todas las vulgarizaciones, lo que hicieron fue reducir prácticamente a nada la originalidad de esta corriente socialista; hasta tal punto llegó esta liquidación que el propio Marx tuvo que decir que él no era «marxista». Exceptuando unos pocos textos de ambos autores, la mayoría de sus obras fueron desconocidas para el grueso de los revolucionarios de aquella generación y de las posteriores, siendo su teoría verdaderamente minoritaria en la socialdemocracia a pesar de que algunos de sus intelectuales escribieron sobre ella. Pero sobre todo fue su método interno el que peor suerte tuvo ya que fue barrido por las fuertes corrientes positivistas, marginalistas y neoclásicas, sociologistas, neokantianas, eurocéntricas y reformistas que determinaban la práctica socialdemócrata.

MÉTODO MARXISTA:

El marxismo es el método que, hasta ahora, se ha demostrado más efectivo para avanzar en la revolución comunista. Es una praxeología, es decir, la acción que se piensa a sí misma en su mismo proceso práctico. O sea, es la autoconciencia desarrollándose en su misma acción práctica, dentro de él y nunca fuera. Esta esencia dialéctica del método marxista le hace difícil de ser entendido por la ideología burguesa, por el sentido común y por la lógica formal, la que no capta ni las contradicciones, ni el movimiento ni las interrelaciones, y mucho menos la emergencia de lo nuevo. La esencia de praxis de este método garantiza también su materialismo, que no es el materialismo naturalista y mecanicista de la ciencia del siglo XVII, luego positivista con todas sus ramas posteriores, sino el materialismo que parte de la unidad entre la naturaleza, la especie humana y los modos de producción, unidad mediatizada totalmente por la historia social del trabajo como el factor central de la autogénesis de nuestra especie. Las relaciones entre lo natural y lo social, y también entre las crecientes complejidades de lo social, se explican gracias al papel de las mediaciones dialécticas entre ellas.

Entre muchos ejemplos disponibles sobre de la corrección histórica de este método, ponemos solos tres: el hecho innegable de que el pensamiento dialéctico espontáneo y básico surgió desde los principios mismos del método de pensamiento racional de nuestra especie, pues sólo se puede sobrevivir en un mundo objetivo adverso y duro captando sus regularidades y constantes, lo que exige comprender a la vez sus contradicciones y sus movimientos. El otro es que el desprecio capitalista de la unidad y totalidad entre la naturaleza, la especie humana y los modos de producción, este desprecio está llevando a esta totalidad objetiva –independiente de la voluntad y subjetividad de las personas concretas– que forma la unidad entre la naturaleza y la especie humana al borde mismo de la catástrofe ecológica, que está a punto de llegar a irreversible. Y el último, relacionado con los anteriores, que el abandono de la dialéctica y de la unidad naturaleza-especie humana no responde a causas ideales, a la voluntad abstracta de un hombre abstracto, sino a los intereses burgueses, en primer lugar, y en segundo, a la degeneración burocrática de la URSS y al giro al capitalismo en China popular. O sea, es la continuidad de la propiedad privada la responsable de la caída al abismo, a la barbarie y al caos, como ya advirtieron los primeros marxistas.

La dialéctica entre mano y mente se caracteriza por afirmar que, primero, nada es eterno, todo cambia y todo perece. Segundo, el pensamiento debe captar ese movimiento desde su interior y en su cambio permanente. Tercero, todo es contradictorio y la unidad y lucha de sus contrarios determina su evolución. Cuarto, todos los procesos están relacionados dentro de una totalidad influenciándose mutuamente de modo que no existen partes separadas como «lo económico», «lo político» y «lo ideológico», sino una totalidad en que sus componentes interactúan de formas diferentes en diferentes circunstancias. Quinto, como resultado del choque de contrarios, surge lo nuevo, lo que no existía y aparece. Sexto, son las condiciones sociales las que determinan las espirituales. Séptimo, son las condiciones de producción las que determinan las relaciones sociales. Octavo, el desarrollo de las fuerzas productivas termina chocando con las relaciones sociales establecidas, surgiendo una época de crisis general que puede concluir en una revolución o en una reacción. Noveno, para que concluya en revolución y progreso es imprescindible la praxis militante organizada; y décimo, con la socialización de las fuerzas productivas, la extinción del Estado y del capitalismo, o sea, con el comunismo, empezará la verdadera historia humana, la colectiva y conscientemente realizada.

COMUNISMO LIBERTARIO:

La agudización de la lucha de clases, de los pueblos y de las mujeres; el crecimiento del socialismo y el avance de la praxis comunista –marxismo– hicieron que el anarquismo entrara en crisis por su derecha y por su izquierda. Por su izquierda surgieron conforme avanzaba la segunda mitad del siglo XIX corrientes que querían integrar buena parte de la crítica comunista al capitalismo y, sin mayores precisiones, apareció en comunismo libertario que no dudó en abandonar las tesis económicas anteriores, en aceptar partes de la teoría de la explotación y de la plusvalía, en defender la vigencia de El Capital de Marx, etc. Sin embargo, esta capacidad de mejora tenía el límite del no cuestionamiento de otros componentes internos del anarquismo, como una muy pobre visión de la militancia política, una sobrevaloración del sindicalismo, una concepción idealista de la naturaleza humana, una muy pobre visión de la importancia de las luchas de liberación nacional, un neokantismo y un rechazo de la dialéctica materialista, etc.

REFORMISMO:

Para finales del siglo XIX estaban delimitadas las diferencias insalvables entre la praxis comunista y el reformismo. Los intelectuales reformistas hicieron tres grandes críticas al comunismo, además de otras menores: una, que la revolución violenta ya no era necesaria porque el capitalismo había superado la explotación y había entrado en una fase de democracia y concordia social, lo que anulaba la teoría de la plusvalía. Otra, que por tanto, el Estado ya no era el instrumento del capital para mantener su poder, sino una institución neutral, aséptica, que puede se empleada por la clase trabajadora para mejorar su situación, por lo que ya no se puede hablar de la dialéctica entre democracia para los propietarios y dictadura para los explotados, sino sólo de democracia para todos. Por último, que la dialéctica materialista no es válida, que la realidad última no es cognoscible ni transformable, es decir, un neokantismo que justificaba que el sistema establecido, que rechazaba el derecho/necesidad a la violencia defensiva y que mantenía abierta la ventana al opio religioso. De una u otra forma, todos los reformismos posteriores han asumido estas tesis, adecuándolas a las necesidades particulares de su lucha contra el movimiento revolucionario.

LUCHA ARMADA:

El reformismo es pacifista y el pacifismo ha sido y es un fracaso histórico. Hemos visto cómo han existido prácticas de lucha que han pasado a las formas más directas de acción sin esperar a otras circunstancias, pero eran en su inmensa mayoría luchas precapitalistas o en su fase colonial y mercantil. En las primeras fases del capitalismo industrial también se recurría a estas formas directas, desde finales del siglo XIX y, con tácticas anarquistas, hasta bastante más tarde. Pero la experiencia de la lucha insurreccionalista del blanquismo mostró las debilidades de una lucha armada minoritaria y carente de una base popular creciente. Con la acumulación de praxis del movimiento revolucionario mundial se plantearon las mínimas condiciones de la lucha armada como soporte táctico de la interrelación de todas las formas de lucha: la lucha armada existe cuando no existen cauces verdaderamente democráticos, o sea, en dictadura o regímenes militaristas; cuando existe invasión y ocupación nacional, cuando la clase dominante de la nación ocupada opta abiertamente por el invasor, etc. Sin embargo, en estas condiciones la lucha armada ha de buscar siempre su contenido de denuncia de los límites, pedagógico y esclarecedor de la situación; y, sobre todo, no ha de obstruir el crecimiento de otras formas de lucha y movilización y ha de repetir siempre su función táctica.

REVOLUCION:

Aunque en la teoría abstracta pueden darse situaciones extraordinarias de superioridad aplastante de los oprimidos que posibilitarían avanzar al socialismo evitando la violencia revolucionaria, sin embargo esto no ha ocurrido en ningún caso concreto. Hasta hoy, la clase dominante siempre se ha resistido con todos sus instrumentos de terror genocida a perder su propiedad privada. Puede ceder parcelas de poder y trozos de su propiedad, como ha ocurrido en bastantes situaciones, pero siempre ha llegado el momento crítico para la burguesía –y consiguientemente para el proletariado– a partir del cual no quiere ni puede retroceder más porque ya está en juego su misma existencia como clase propietaria de las fuerzas productivas, y por tanto su ganancia. Interesa recalcar aquí el carácter de «necesidad», que no sólo de «voluntad» de la clase dominante para detener y hacer retroceder el ascenso revolucionario de las masas. Por tanto, hay que preparar concienzudamente la violencia defensiva contra el terror burgués. Las revoluciones son las locomotoras de la historia, y la violencia es la partera de la nueva sociedad que nace de las entrañas de la vieja. Cuanto mejor se prepare el pueblo antes vencerá, menos sufrirá, menos destrucciones y muertes padecerá y más rápidamente avanzará al socialismo. La revolución es conquistar la democracia para la mayoría trabajadora e imponer la dictadura a la minoría propietaria; pero esta dictadura buscará ser pacífica e integradora, con poca coerción y represión, excepto para los peores criminales contrarrevolucionarios que se resistirán con todas sus fuerzas y recurrirán a las brutalidades más inhumanas para lograrlo. Hasta el presente, toda la historia ha confirmado la corrección de esta teoría de la revolución.

PROGRESO:

Según la burguesía el progreso humano es el desarrollo de la propiedad privada individual. Cuanto más propiedad más consumo y más progreso, más felicidad, pero también envidia por lo que es necesario el Estado que haga cumplir el «contrato social» que impida que los hombres se maten unos a otros. Esta ideología era especialmente fuerte a finales del siglo XIX, y ha resurgido en fases posteriores. Pero según la teoría comunista, progresar es reducir el tiempo de trabajo penoso impuesto por la explotación, reducir el sufrimiento, el dolor, el hambre, la incultura; es aumentar el tiempo libre y propio, la capacidad de pensamiento crítico y racional. Progresar el autodeterminarse al ir superando la alineación. Ambos conceptos han chocado en todas las luchas sociales porque son irreconciliables.

MARXISMOS:

Uno de los principios de la teoría comunista iniciada por Marx y Engels era y es el de la prioridad del análisis concreto de la realidad concreta, sobre cualquier otro método de generalización abstracta. Su obra desarrolla una sorprendente dialéctica entre lo general, común y esencial al capitalismo en su conjunto, y minuciosos, sofisticados y precisos análisis particulares de crisis concretas, de luchas, naciones, épocas históricas determinadas, etc. Dominar esta dialéctica es imprescindible porque permite comprender la especificidad de las luchas, su originalidad y a la vez su interconexión con otras, etc.; y también por qué cada gran proceso revolucionario genera su especial forma de marxismo concreto. Los marxismos concretos, que comenzaron a formarse a comienzos del siglo XX, son las formas en las que se expresan los principios básicos de la teoría comunista en cada gran proceso revolucionario. Y dentro de cada uno de estos procesos amplios surgen revolucionarias y revolucionarios comunistas –y no comunistas– que desarrollan creativamente las bases comunes a todos, enriqueciéndolas. Naturalmente que existen contradicciones mutuas, pero deben ser resueltas mediante el análisis concreto de cada lucha y época, integrando lo diferente y particular en lo esencial y común al proceso revolucionario mundial.

INTERNACIONALISMO:

De la misma forma en que existe el marxismo y los marxismos, también existen la lucha revolucionaria mundial y las luchas concretas. El internacionalismo es la conciencia práctica de la conexión mundial de todas las luchas al igual que el método marxista es común a todos los marxismos concretos. El internacionalismo es la esencia de la lucha mundial del Trabajo contra el Capital en un planeta en el que la mundialización de la producción y del mercado, de la circulación de capitales y de la realización de la ganancia –es decir, el imperialismo– se han desarrollado desde el mismo surgimiento del capitalismo. Pero además de esto, y por el contenido ético de la teoría comunista, el internacionalismo es a la vez, en su mismo funcionamiento, la ternura, la solidaridad, la ayuda mutua entre los pueblos. Un componente sin otro carecería de sentido, y viceversa. La mejor práctica del internacionalismo es, debido a es mundialización capitalista, la propia lucha revolucionaria en cada pueblo y nación. Avanzar en el propio país es la mejor forma de ayudar al resto, aunque hay momentos precisos en los que el internacionalismo también se practica yendo a luchar físicamente, a entregar la vida, en la liberación de otros pueblos.

ESTALINISMO:

Las revoluciones son procesos de transición que pueden estancarse y degenerar al quedar aisladas, al no poder reponerse de las enormes destrucciones causadas por el imperialismo, etc. Surge una burocracia que monopoliza el poder político y se distancia del pueblo, empieza a disfrutar de mejores condiciones de vida y hasta de una pequeña propiedad que si bien pertenece oficialmente al Estado, con el tiempo se convierte en usufructo de esa burocracia que se plantea la posibilidad de convertirse en casta social. La burocracia se reproduce por endogamia incluso en buena parte de sus núcleos de poder. Esta degeneración va unida al exterminio de las fuerzas revolucionarias que no aceptan la burocratización, al recorte de la democracia socialista, pero el poder burocrático ha de mantener sin embargo algunas conquistas revolucionarias para mantener su legitimidad, al menos mientras no esté en condiciones de dar el salto a la reinstauración del capitalismo. Una de sus características obligadas es precisamente el abandono del internacionalismo y el resurgimiento del nacionalismo reaccionario. Otra característica es la asfixia del marxismo y su momificación. El estalinismo fue este proceso degenerativo que preparó las condiciones para que se iniciara la reinstauración capitalista.

DERRUMBE CAPITALISTA:

En la teoría comunista existen dos tesis básicas sobre el fin del capitalismo: la que habla de su derrumbe casi automático como efecto del accionar de sus contradicciones internas, y la que dice que el capitalismo se recuperará siempre si no es derrotado por la acción consciente humana. Entre ambas, hay otras intermedias que no podemos exponer ahora. Aunque la historia capitalista es corta, comparada con otros modos de producción anteriores, las recuperaciones burguesas habidas muestran la desproporción entre la extrema gravedad de las crisis objetivas y la debilidad de la conciencia revolucionaria, subjetiva. El estalinismo apostó por la tesis de la «crisis general del capitalismo» a escala mundial, y los hechos demostraron no sólo que no era cierto, sino que además sirvió para que decenas de miles de revolucionarios creyeran que la historia es un proceso mecánico, automático e inflexible, con la victoria asegurada. Volvemos aquí a lo antes visto sobre la dialéctica entre espontaneísmo y organizaciones de vanguardia.

GUERRA IMPERIALISTA:

Una de las razones de las recuperaciones del capitalismo y de la degeneración en la URSS, fueron las destrucciones causadas por la guerra imperialista de 1914-18, por la guerra civil y a la vez guerra contra la invasión imperialista posterior a 1918, por el cerco económico de muchas potencias burguesas, por la nueva guerra imperialista de 1941-45, y por la llamada impropiamente «guerra fría» posterior. La guerra imperialista ha sido un instrumento decisivo para la supervivencia del capitalismo mundial durante todo el siglo XX y lo está siendo en la nueva fase del imperialismo en lo que llevamos del siglo XXI. La teoría marxista del imperialismo ya predijo con antelación esta característica bélica del imperialismo y avisó de que los pueblos deberían prepararse contra ella. Todos los imperialismos ha recurrido desde finales del siglo XIX a la guerra para mantener sus dominios, obtener sobreganancias, idiotizar a sus clases oprimidas y subir en la jerarquía imperialista. Conforme aumentan las dificultades para la obtención de ganancias en la rama industrial, y aumenta la crisis energética y de materias estratégicas, el capitalismo se vuelca en las guerras imperialistas. Los EEUU han militarizado su economía hasta grados extremos. Pero el militarismo también responde al aumento de las resistencias, como veremos luego.

TENSIÓN INTERIMPERIALISTA:

La teoría marxista del imperialismo también dijo que proliferarían las guerras interimperialistas debido a la necesidad de los diversos Estados capitalistas por extender su poder exterior lo máximo posible, lo que les llevaría a chocar entre sí. Hasta mediados del siglo XX esto fue cierto, y de hecho las dos guerras mundiales ocurridas en este siglo fueron interimperialistas. Sin embargo, tras 1945 tanto la aplastante superioridad militar yanqui como la debilidad de los otros imperialismos, más la presencia de la URSS y después de China Popular, hicieron que no estallasen guerras interimperialistas directas y oficiales. Pero poco a poco reaparecieron las disputas interimperialistas y con el tiempo sus guerras indirectas, no reconocidas oficialmente, en las que se enfrentaban países empobrecidos azuzados por diversas burguesías imperialistas. Además, están aumentando las tensiones interimperialistas si ponemos como punto de valoración el poder omnímodo de los EEUU después de 1945. Con la tendencia a la reinstauración del capitalismo en China, las tensiones interimperialistas irán en aumento.

ACUERDOS INTERNACIONALES:

La política internacional refleja tanto las políticas y contradicciones internas de los Estados y de los pueblos que luchan por su independencia, como las disputas interimperialistas entre los Estados burgueses, de forma que son el efectos de los resultados de las pugnas, luchas, alianzas y pactos entres estas fuerzas enfrentadas. Sin embargo, esos acuerdos están muy mediatizados y hasta supeditados a las llamadas «instituciones internacionales» que en su casi totalidad son agentes del imperialismo, y de su potencia dominante, los EEUU. Las dificultades crecientes de instituciones como OMC, FMI, BM, ONU, etc., responden al aumento de las resistencias mundiales al imperialismo y al aumento de las tensiones interimperialistas. En estas condiciones, para las naciones oprimidas y colectivos en lucha, lograr acuerdos sobre sus reivindicaciones constituye una victoria táctica y un paso adelante porque legitiman sus reivindicaciones frente al mundo. Es más fácil y comprensible volver a la lucha tras el incumplimiento de los acuerdos internacionales por parte del opresor. Debido a esto, las potencias imperialistas son muy reacias a esos acuerdos, o pretenden condicionarlos tanto que luego los oprimidos no puedan legitimarse en ellos al haber sido incumplidos por los opresores.

OFENSIVA CAPITALISTA:

Hace sólo década y media, la burguesía mundial cantaba eufórica su definitiva victoria sobre lo que denomina comunismo. Pero al poco tiempo reapareció la lucha dentro misma de los EEUU con las revueltas urbanas de 1992, acelerándose un proceso que daría el salto definitivo sólo tres años después, no deteniéndose hasta ahora. Al margen del hundimiento de la URSS, era tal la dureza de la explotación capitalista –el «neoliberalismo» del Consenso de Washintong– que cada vez más gente empezó a protestar en todo el mundo. La ofensiva buscaba aumentar el beneficio, destrozar al proletariado y dividirlo, reducir a la nada los gastos sociales y públicos y dedicar todas las inversiones a los negocios burgueses, barrer las defensas socioeconómicas de los pueblos empobrecidos para imponerles el «nuevo orden mundial» abriendo sus mercados a la invasión imperialista, aumentar el proteccionismo de los mercados imperialistas, etc. Pero para comienzos del siglo XXI determinados sectores de la burguesía empezaron a reconocer la conveniencia de camuflar el neoliberalismo con pactos aparentemente menos brutales «negociados» individualmente.

SUBJETIVIDADES:

Una causa decisiva en el auge de la lucha mundial es la radicalización de pueblos oprimidos que responden con lo que tienen a mano y en base a sus creencias, culturas e identidades. Asistimos, por tanto, a un renacimiento de las profundas subjetividades colectivas que sobrevivían por debajo del triunfante eurocentrismo. Los componentes sociales y de ayuda mutua, de caridad, de algunas religiones -el Islam, por ejemplo– se han convertido en los únicos recursos de supervivencia de millones de seres humanos, fortaleciendo su legitimidad aunque también fortaleciendo otros componentes reaccionarios, como la misoginia y el machismo. Millones de seres humanos buscan en su pasado razones que puedan explicarles por qué está empeorando tanto su presente y cómo luchar contra esa situación. Otras muchas personas acuden masivamente a foros internacionales y se autoorganizan para enfrentarse de algún modo al imperialismo. También aumentan los debates sobre el socialismo y el comunismo. Pero por el lado de la burguesía se reacciona con toda serie de modas irracionales, místicas y esotéricas, con sectas religiosas contrarrevolucionarias, etc., mientras que el grueso de la intelectualidad se pliega al poder del capital.

NEOFASCISMO:

Durante el último tercio de siglo la clase dominante está reduciendo su propio sistema democrático, el burgués. Anteriormente se habían impuestos retrocesos en Estados aislados al imponerse regímenes especiales, autoritarios, bonapartistas, militaristas, fascistas, etc.; pero ahora es a escala mundial porque las contradicciones y las luchas son mundiales. Al igual que filosóficamente la burguesía retrocedió del materialismo al idealismo, del optimismo racionalista al pesimismo irracional antesala del fascismo, y de la economía clásica a la neoclásica o marginalista antesala del neoliberalismo, ahora reduce la democracia burguesa a una caricatura que encubre el reforzamiento neofascista en preparación de represiones más duras si siguen avanzando las luchas sociales. La burguesía aún necesita mantener ciertas formas democráticas pero no se opone a la tendencia neofascista, la dirige hacia determinados objetivos, la controla y según las circunstancias las activa cuando le conviene para incrementar el miedo al «enemigo exterior» -el Islam, el terrorismo, la emigración, etc.–, o el enemigo interior como huelgas, luchas radicales, movimientos sociales no asimilables, etc. La tendencia neofascista va unida al auge del militarismo imperialista y al peso creciente del armamentismo en la economía capitalista como respuestas de «occidente» a sus las «civilizaciones enemigas», propaganda que oculta la causa material de la explotación de pueblos enteros.

COMUNISMO:

Ya en los orígenes de la teoría comunista se planteó el dilema de «socialismo o barbarie», que fue luego más precisado con el estudio del imperialismo a comienzos del siglo XX. Durante todo este siglo pasado, la consigna ha demostrado su valía, pero desde hace unos años se está planteando el dilema «comunismo o caos» debido a que el capitalismo está llevando al extremo más irracional todas las señales de alerta sobre el futuro de nuestra especie. El socialismo es la fase de transición entre el capitalismo y el comunismo en la que rige el principio «de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo», que viene impuesta por el aún limitado desarrollo de las fuerzas productivas y la supervivencia de prácticas capitalistas. En un mundo en el que se multiplican las contradicciones de todo tipo, el socialismo es imprescindible pero, sobre todo, lo es el comunismo, porque el primero se enfrenta a la barbarie con menos medios que el segundo y en un contexto mundial que empeora día a día. El principio comunista es: «de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad», principio que exige que existan fuerzas productivas suficientes, que la humanidad tenga ya una conciencia no alienada de la dialéctica entre la libertad y la necesidad y entre la igualdad social y la desigualdad natural. En el comunismo, esta desigualdad natural de las personas será una de las garantías de la libertad colectiva y viceversa. Pero el marxismo –la praxis comunista– siempre se ha negado a adelantar teóricamente qué será el comunismo porque aún no existen experiencias prácticas suficientes para permitir una síntesis teórica.