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Hablan las familias de los niños judíos yemenitas secuestrados

Fuentes: 972mag.com

Traducido del ingles para Rebelión por J. M.

Entre los años 1948 y 1952 miles de bebés, hijos de inmigrantes que llegaron al recién fundado Estado de Israel y en su mayoría yemenitas, fueron, supuestamente, separados de sus padres y dados en adopción a familias ashkenazíes -o sea, originarias de Europa central (N. de T.)-. Ahora, un grupo de activistas está contando las historias de las traumatizadas familias que se prometieron nunca olvidar.

El bebé de la foto en brazos de su madre es más joven que mi Abigail. Su nombre es Rafael. La madre se desplazó de Damasco a Beirut y por las fronteras de la tierra prometida antes de ser alojada en una tienda de campaña en el campamento de tránsito de Beit Lyd. Rafael es el hermano menor de mi madre. Ambos hicieron juntos este camino en un velero cuando mi madre tenía un año y medio. Mi Abuelo Mardoqueo escribió en su diario acerca de lo que les había pasado al llegar al campamento de inmigrantes:

«Una de las noches soplaba un viento terrible y se desplomó del cielo una lluvia torrencial. Los niños pequeños que dormían con nosotros en las tiendas de campaña enfermaron con resfriados, diarrea y fiebre. El más pequeño, de cinco meses, Rafael, sufrió intoxicación estomacal, por lo que fuimos al hospital gubernamental de Tel Aviv en Jaffa, donde entregó su espíritu puro e inocente a Dios en la luz de la mañana del martes, 13 de septiembre de 1949».

En el hospital Donolo no permitieron a mi abuelo ver el cuerpo de su hijo ni su lugar de entierro. También se negaron a proporcionarle un certificado de defunción.

Los tres idiomas que manejaban no ayudaron a mi abuelo y a mi abuela, que eran religiosos y educados. Creyeron a los médicos y se sentaron a hacer la shiva del duelo (un período de duelo de una semana en el judaísmo). No podían imaginar que les hubieran mentido, ¿quién podría creer que en algún lugar de Israel los judíos podrían secuestrar al hijo de otros judíos?

Años más tarde, cuando horribles historias del mismo tipo empezaron a circular por los medios, lo entendieron. Desde entonces no dejaron de atormentarse por lo ingenuos que fueron. Hablaron de Rafael y lo buscaron hasta su último día. Cada conversación con mi abuela Jenia derivaba en Rafi. «No pensábamos ya binti («mi hija» en árabe) no pensábamos», me decía, con los ojos llenos de lágrimas.

Después de algún tiempo, el tío Esdras, que descanse en paz, hojeó los documentos y encontró el listado en el hospital, donde se encontró con la verdad. Rafael Mishan: quitado/ido.

¿Dónde estás hoy tío Rafi? ¿Quién sabe? Mi abuelo y mi abuela, sus padres, se han ido. Y no pudimos aliviar su dolor.

Por lo menos vamos a dejar que se escuche su historia.

Yael Golan

* * *

En 1949 la hermana de mi abuela, la tía Kammi, dio a luz a una niña sana que llevaron a la guardería esa misma noche. Por la mañana le dijeron que el bebé había muerto. Tía Kammi no hablaba ni una palabra de hebreo, hizo gestos con sus manos ​​con el fin de alimentar a su bebé. Otra vez le dijeron que el bebé había muerto. Pidió que le mostrasen a su hija, pero no lo hicieron.

Unos días después volvió a casa sin su bebé. Se encontró con una vecina yemenita que le dijo que a ella le había sucedido lo mismo. Tía Kammi nunca encontró la paz en su vida y la vivió con gran tristeza.

En la otra parte de la familia, cuando mi padre tenía tres semanas, tuvo fiebre y mi abuela lo llevó al hospital. Una vez que lo admitieron dijeron a su madre, Mas’uda, que volviera a su casa. Mi abuela sabía que estaban robando bebés y pidió quedarse a su lado. Cuando no accedieron a su pedido se ofreció a trabajar allí durante el tiempo de su hospitalización, lavar los platos, limpiar y doblar la ropa. Finalmente accedieron. Mi abuela se mantuvo cerca y lo visitó de vez en cuando. Tres semanas después le dieron de alta.

Efrat Shani-Shitrit

* * *

Hay un bebé desaparecido en una de cada ocho familias yemenitas. Una de cada ocho.

Casi todas las familias experimentaron un intento de secuestro o fueron testigos de una tragedia ocurrida a amigos y parientes. ¡Sólo oí la historia de mi abuela hace un año!

Poco después de su llegada a Israel, mi tío nació en el campamento de tránsito. Al mismo tiempo, otras cuatro mujeres de la misma comunidad yemenita dieron a luz. Las enfermeras recomendaron que llevasen a los bebés a la guardería, ya que las condiciones del campo de tránsito no eran adecuadas para los niños. Las mujeres cumplieron, por supuesto, y les prometieron que podrían visitar a sus hijos un par de veces al día y amamantarlos.

En ese momento ya se habían propagado rumores acerca de la desaparición de bebés, y de hecho uno o dos días después los bebés desaparecieron de la guardería. Informaron a las madres de que estaban enfermos y los habían llevado al hospiral. Mi abuela, una mujer testaruda y muy fuerte de mente, superior a la media (sí, incluso la media yemenita), decidió buscar a su hijo. Fue al hospital y miró en todas las habitaciones hasta que encontró a mi tío, lo tomó en sus brazos y dejó el hospital. Los otros cuatro niños nunca aparecieron. Dijeron a los padres que habían muerto.

No escuché esta historia de mi padre, sino más bien de mi madre ashkenazí. El silencio que rodea este asunto nos enseña no sólo de la negación de la opinión pública israelí, sino también de la terrible injusticia causada a estas familias a las que ni siquiera permitieron lamentarse por estos crímenes. Tampoco tuvieron manera de recibir el reconocimiento o legitimación por su sufrimiento infinito. Los locos, los llaman, es delirante. Tanto es así que incluso la generación de sus hijos no habla. Imagine vivir su vida después de que le arrebatasen a su hijo y lo hicieran desaparecer. Imagínese cinco minutos de esa vida. ¿Puede?

Cuando pregunté a mi padre por qué nunca me lo contaron me dijo: «la abuela no olvidó, guarda cada trozo de información que encuentra sobre el tema en una bolsa especial».

Tal vez, sólo tal vez, nuestras abuelas y abuelos encontrarán un poco de consuelo en el hecho de que sus nietos ya no están dispuestos a guardar silencio.

Naama Katiee

* * *

Trataron de secuestrar a dos de mis parientes: una tía por parte de mi madre y un tío por parte de mi padre.

Intentaron secuestrar a mi tío nada más nacer. La enfermera entró a decir a mi abuela que su hijo no había sobrevivido. Mi abuelo, que tenía la capacidad de ser muy atemorizante cuando quería, no estaba convencido. Se acercó a ella y le gritó: «¡¿Dónde está mi hijo?!» y estaba a la vez enojado y lo suficientemente fuerte como para hacer que la enfermera ashkenazí vuelviera con su hijo.

El Estado de Israel nunca reconoció lo que había sucedido a mi familia, ni tampoco nunca hubo una disculpa, tampoco expresó remordimiento o espacio para pensar y preguntar: ¿Cómo diablos se llega al punto en que alguien considere legítimo el robo de niños?

Iré a participar del desfile gay de Jerusalén como integrante de la comunidad LGBTQ, que recientemente ha sido aceptada por el Estado y ha recibido el reconocimiento y la atención de un animado debate que tiene lugar en la sociedad israelí. Por supuesto nuestra batalla no ha terminado, pero no hay ninguna duda sobre el camino que tenemos por delante, de nuestros grandes esfuerzos y el trabajo duro y sobre la existencia misma de esa opción.

Después del desfile voy a ir a un evento con mi cariñosa, sensible y empática pareja. Voy a ver muchas caras negras y hermosas que llevan su dolor y el de sus familiares por más de 50 años. Voy a llorar con ellos, voy a cantar con ellos, voy a escuchar lo que guardan en sus corazones y memoria. Voy a ser parte de esta comunidad que nunca recibió el reconocimiento y cuyo destino nunca ha sido labrado por otros. Uno que sólo se puede ver, pero es en sí invisible.

Roy Grufi 

* * *

Esta es mi principal fuente de energía. Toda esta historia. Mi abuela.

Cuando dio a luz a dos niñas gemelas en el hospital, una enfermera que ella conocía le preguntó si estaría dispuesta a renunciar a una de sus hijas y darla en adopción: «Usted ya tiene a Ben-Zion y a Mazal» (mi madre, en la foto con ella).

Según la esposa de mi tío, mi abuela estaba tan aturdida por la pregunta que buscó ayuda en ella. Su ingenuidad, junto con el hecho de que se enfrentaba a una enfermera que le había dado tanto, a sus ojos, le hizo avergonzarse demasiado para responderle de inmediato con una negativa.

Cuando regresó al hospital unos días después, la enfermera le informó que una de las niñas había fallecido. Eso fue todo. Ningún cuerpo, ninguna tumba.

Lo que pasó en su corazón y su mente, sólo puedo adivinarlo. Esta es la parte difícil. No creo que mi abuela, por la forma en que he llegado a conocerla, con toda su integridad e inocencia, pudiera comprender la posibilidad de que alguien hiciera algo así. Estaba más allá de su alcance. Pero tampoco podía comprender la situación opuesta. Se puede saber si hay cosas que son verdad o no, es una corazonada, obviamente. Las relaciones de poder no han permitido que se oyera la voz de esa generación, pero poco a poco, los nietos se están levantando y exigiendo respuestas. Y si no las respuestas, entonces por lo menos exigimos recuerdos. Tenemos nuestro propio día de la conciencia, ya que el estado aún niega el hecho de que este holocausto ocurrió. Al final van a entender que realmente no los necesitamos. La voz, la memoria y la verdad sólo dependen de nosotros.

 

Shlomi Hatuka

* * *

Es el año 1951. Una mujer joven, tal vez de 19 años, recién llegada de Irán, da a luz a su primera hija. Se la quitan y le dicen que había muerto.

«¿Dónde está la hija muerta?», pregunta la joven.

«No hay ninguna hija, ve a casa».

Se fue a casa sin hija. Se fue a casa sin ningún funeral ni tumba.

Pasado un año, la misma mujer joven da a luz a un hijo en el mismo hospital. Se lo quitan. ¿Dónde está mi hijo, preguntó. Está muerto, le dijeron. Su hijo está muerto, no hay hijo.

«Dénmelo muerto», dijo la mujer.

«No hay muerto, vuelve a casa.»

Se fue a casa sin hijo, sin funeral, sin tumba.

No tuvo más hijos. Se quedaron solos ella y su marido. Hace tres años que murió su esposo y se quedó sola, sin marido y sin hijos. Con 82 años, enferma y sola, sin familia ni amigos.

Conocí a esta mujer hace una hora. Estaba sentada en un banco en la calle Zamenhof de Tel Aviv, pidiendo ayuda. Sostenía una factura del hospital de 909 shekels por haber llamado a a una ambulancia para su marido hace más de tres años. No sólo carece de la capacidad de pago, tampoco sabe cómo hacerlo. Cuando le ofrecí algo, con determinación, dijo que no, que sólo quería averiguar qué puede hacer, antes de estallar en lágrimas. Luego habló de sus hijos que podrían estar vivos hoy y nuevamente lloró. Una mujer, dos hijos.

Dios, qué eficientes eran entonces, en 1951.

Kair Atlan

* * *

Me senté a tomar mi café de la mañana con A.,  mi amigo del barrio. Le dije que hoy es el día de la conciencia por el caso de los niños yemenitas. Mi amigo es un marroquí orgulloso, de 73 años, sensato, preciso, agudo e inteligente. Esto fue lo que me dijo: un invierno en el campo de tránsito Zarnuka, mis dos hermanos pequeños estaban enfermos. Mi padre trabajaba en los huertos y no podía ir al hospital con mi madre. Mi madre y dos hermanos llegaron allí con los niños con fiebre alta y después de algunos chequeos generales enviaron a mi madre a casa. Mi padre, que era un hombre inteligente, la convenció para volver al hospital a vigilar a los niños. Cuando volvieron, una de las enfermeras se acercó y les dijo que los niños habían muerto. Hasta hoy se ignora dónde los enterraron y las causas de las muertes.

A la madre de A. le informaron de que habían muerto de una gastroenteritis que se agravó severamente en menos de un día. Los familiares de A., agricultores marroquíes -sionistas orgullosos- no formularon preguntas ni demanda alguna. Sólo lloraron, creyendo que los dos niños habían ido a un lugar mejor.

Israel Kabala

* * *

Miriam Bunker, de 80 años, nació en Pakistán. Emigró a Israel con su difunto esposo Abraham y su única hija en 1948. Abraham trabajó en el departamento de servicio público y Miriam trabajó en la base del ejército Kanaf 6 hasta que se jubiló. En 1959, después de haber dado a luz a cinco hijos, quedó embarazada nuevamente y dio a luz a trillizos. Después de dos días en el hospital le dijeron que dos de los bebés habían muerto. Ella no vio sus cuerpos ni tuvo la oportunidad de enterrarlos. El primer ministro David Ben-Gurion le otorgó una casa con un patio de 70 metros cuadrados en el barrio Dalet en Beersheba. Aún vive allí pagando 450 shekels al mes hasta hoy.

Cuando los niños llegaron a los 17 años recibieron órdenes de enrolamiento del ejército -los dos muertos incluidos- que se entregaron en su casa.

 

Yehuda Alús

* * *

«Por el pecado que hemos cometido antes abiertamente o en secreto»

Como nieto de unos abuelos que padecieron este terrible crimen -comprometido en secreto y respaldado por la elite del país- sentí la necesidad de participar en el evento para honrar la memoria de los niños yemenitas, mizrahíes y de los Balcanes que fueron secuestrados. Al final de la noche, me sentí muy fuerte sobre lo importante que es hablar y contar mi historia, para mis hijos y para cualquier otra persona cuyo corazón y oídos no están sellados. Me estoy permitiendo «robar» un poco de su tiempo para clamar en nombre de los padres y de su hija robada.

Yo soy nieto de Ezer y Sara Zarum, emigrados a Israel en la década de 1950 desde Sana’a  con sus dos hijos (Eli y Mati) y llegaron al campo de tránsito de Atlit, donde mi abuela dio a luz a su hija Ziona.

No voy a entrar en detalles, pero Ziona estaba internada en el hospital y unos días después le dijeron a mi abuela que había muerto y la habían enterrado. Después de algún tiempo mi abuela dio a luz a mi padre, Zion, y años después a Yinon. A finales de los años 60, y gracias a un pariente que trabajaba en la Oficina Central de Estadísticas que cruzó algunos detalles de referencia, surgió una sospecha sobre la posibilidad de que Ziona estuviera viva y hubiera sido adoptada por una familia muy conocida (que estaba cerca de la élite política) de Haifa.

Explota la historia y llega a los titulares. Tanto mi abuela como «Ziona» fueron entrevistadas por la prensa. La historia termina cuando ella se niega a encontrarse con mis abuelos.

Desde que era niño, la historia se quedó conmigo durante toda mi vida. Por supuesto que estaba prohibido hablar de ello con mis abuelos. De hecho no recuerdo que alguna vez se hablara en su presencia. Han aceptado el veredicto.

Esta semana le pregunté a mi padre -que no sabía que tenía una hermana hasta que la historia se hizo pública- cómo era que sus padres no sospecharon nada, nunca pidió ni investigó el tema. Respondió: «el abuelo Ezer no podía creer que hubiera ladrones en Israel». Y de repente comprendí su silencio con mucha claridad. No se trata sólo de aceptar la sentencia, también hay un miedo a sostener esta decepción de su «tierra de leche y miel» que anhelaban y soñaron en sus oraciones y cantos.

Pero no tengo a nadie a quien preguntar ahora.

 

La abuela Sara, en un plano de pantalla de la película de Einat Kapach «Be’inyan Neshamá Ze Lo Balagan», que cuenta la historia de Ziona.

Neriya Zur

* * *

Mi hermana Rachel tenía tres meses. Tenía fiebre, por lo que mi madre la llevó de Nahariya al Hospital Rambam en Haifa. Vivíamos en una choza en el campo de tránsito y mis padres no hablaban nada de hebreo. Había transporte sólo una vez al día. Mi madre fue a visitarla después de una semana y la encontró saludable. Quería llevarla a su casa, pero le dijeron que volviera en dos semanas. Una semana después recibió una carta diciendo que el bebé murió. Pidió que le enseñaran su cuerpo, pero no había ningún cuerpo. Dieciocho años después llegó una orden de enrolamiento del ejército.

Herzel Doniari

* * *

1992

Todos los hermanos y hermanas de mi madre estaban sentados en la sala de estar cuando volví del ejército el jueves. Algo importante debía de haber sucedido. Etti se limpiaba una lágrima, Isaac se veía alterado. Un extraño estaba sentado con ellos, sosteniendo una grabadora en la mano, con la otra escribía en una libreta amarilla. Piensan que la encontraron. Voy a tener que posponer mi entusiasmo por el coche que el ejército me prestó para el fin de semana. La niña tenía un año, él era inmigrante y la llevó al hospital. Por la noche los médicos lo convencieron de que se fuera a casa porque estaba prohibido dormir en el hospital. Cuando regresó temprano al día siguiente, un, médico israelí judío él le puso la mano en el hombro y le dijo que lo peor de todo había sucedido: «Murió.» «¿Murió? ¿Qué quiere decir murió? ¿De qué?» Incluso entonces no levantó la voz, y sólo se llenó de tranquila tristeza. «Neumonía. No había nadie aquí, no sabíamos qué hacer, la enterraron en una tumba sin nombre, un entierro judío apropiado, no se preocupe». No podía encontrar las palabras hebreas para decir cuerpo o certificado de defunción, así como tampoco las pudo encontrar para expresar su ira y su dolor. El subdirector de la sala lo condujo fuera del hospital, le dio algunas explicaciones vagas, generales, y finalmente le preguntaron cuántos hijos tenía. El abuelo no entendió qué tenía que ver la pregunta con la situación. Lo más importante es tener gente cuando vuelva a casa, le dijo el subdirector.

En casa, cuando le preguntaron dónde está el bebé, no respondió. Mi abuela insistió, no hay manera de que los niños desaparecezcan así, aquí en Israel. «Si un médico judío en Israel dijo que la niña murió entonces está muerta… este no es un país extranjero». Para mi abuelo un médico judío en la Tierra de Israel era casi una entidad divina. E incluso el subdirector fue llamado para ayudar a explicar la situación cuando mi abuelo Sión trataba de convencerse a sí mismo. 

Un tiempo después, perdió su inocencia, hablaba de su hija ella como si estuviera viva, la mencionaba en cada oportunidad y la contaba entre sus siete hijos. Antes de morir, 40 años después de dejarla en el hospital, su hijo mayor aclaró por heredada vía intravenosa el misterio de la hija desaparecida. Diez años después de la muerte de su padre, el tío Isaac comenzó a buscar. En la era de las computadoras y la tecnología, parecía que había esperanza en la oficina del ministerio de Asuntos Internos. Alguien que trabaja allí encontró una lista de una mujer cuyos datos personales era idénticos a los de la hermana perdida -nombre, número de identificación, fecha de nacimiento, año de la inmigración, incluso el nombre de la nave en la que había llegado a Israel- en que todos ellos habían llegado, juntos. Pero ahora, ¿qué? Ese era el propósito de esta reunión. Consultaron con una periodista del diario Maariv que estaba investigando el asunto. Ella pensó que sólo secuestraron niños yemenitas, pero estaba feliz de ampliar aún más el tema y los testimonios inequívocos. En su opinión, había sólo una cosa que hacer: había una dirección en Jerusalén, y teníamos que ir y comprobar. Esto debía hacerse con mucho cuidado, muy despacio, ella no debe estar implicada en esta etapa.

«Yo puedo ir», me ofrecí de inmediato. Incluso antes de que entendiera exactamente lo que estaba en cuestión y que sonaba como una gran aventura. Los adultos estaban menos entusiasmados con la propuesta.

«¿Qué vas a decir? Qué vas a hacer? No se la puede presionar, no se puede simplemente ir allí y llamar a su puerta, tenemos que conocer más detalles. «Casi sin pensar, yo tenía una respuesta preparada para cada pregunta. «Voy a fingir que soy un recaudador de fondos o que estoy haciendo una encuesta sobre la televisión, ¿cuál es el problema? Todo es cuestión de ir allí y ver si hay algún parecido cierto? »

Supongo que me las arreglé para ganar la confianza de los seis hermanos y hermanas. Etti sugirió que Ravit fuera conmigo, de manera que esté presente alguien «un poco más viejo, después de todo …»

El domingo por la tarde, Ravit y yo en el coche que el ejército me dio, un Renault 5 que apenas podía subir por as carreteras que conducen a Jerusalén. Preparamos preguntas, imprimimos una encuesta sobre los papeles perforados de ordenador y después de perdernos un rato en los callejones de la ciudad nos detuvimos frente a la casa. Un edificio de tres pisos, rodeado de un muro de piedra y mucha vegetación. Ravit dijo que sería mejor si esperaba en el coche, un encuestador es más creíble. No discutí. Tengo que entrar, echar un vistazo rápido e irme. Lleno de un sentido histórico de la misión me paré delante de la puerta en el primer piso, mirando la señal que confirmaba el nombre de mi tía secuestrada. Una pequeña mariposa aletea sus alas bajo mi diafragma. Toqué un suave golpe en la puerta seguido de otro. Sólo después de tres golpes vacilantes muy cuidadosos se abrió la puerta. Una niña de ocho o nueve años estaba delante de mí. Un suspiro de alivio, puedo manejar a una niña. «Hola, ¿dónde está mamá?», pregunto. «Duerme». Excelente, me digo a mí mismo, pero luego recuerdo que tengo que ver realmente a la tía, averiguar si hay alguna semejanza. «Soy de la televisión por cable y estamos haciendo una encuesta sobre hábitos de ver televisión. ¿Estaría usted dispuesta a responder a algunas preguntas?» «Sí, pero soy pequeña», dice la chica que fácilmente podría ser mi prima y vuelve a sus dibujos sobre la mesa del comedor, como si yo fuera un pariente que acaba de entrar. ç

Me siento junto a ella, dándome cuenta de mi buena fortuna. «Bueno, vamos a empezar con algunos detalles personales». Nombre de la madre, nombre del padre. Entre los nombres de programas de televisión, hago preguntas sobre su país de origen y el año de inmigración de su madre, de su padre. «¿Ya has completado tu proyecto de árbol genealógico?», pregunto. La niña, inmersa en sus dibujos, de vez en cuando levanta la cabeza y murmura una respuesta. Parece indiferente, un poco sospechosa. «Mi madre no hermanos». Su cabeza está casi tocando el dibujo. Aprovecho su falta de atención para observarla. Se ve como Ravit o Meirav en la película de 8 mm, con Kiko el burro en los bulevares de Nordia.

Algo en sus ojos y en sus mejillas se asemeja a la familia. Pasa media hora. Hemos pasado por todos los programas que habíamos preparado, así como aquellos que no habíamos preparado. ¿Qué opinas sobre Calle Sésamo, y prefieres los dibujos animados, y tal vez te gustaría tener noticias para los niños. Después de pasar más de tres años en el ejército, no sé todos los programas de televisión. Ella puede sentir que estoy ganando tiempo. Le pregunto por sus abuelos maternos y los tíos también. Todas las respuestas son correctas. Su madre nació en el 48, emigró en el 49, provenía de Libia, fue adoptada, pero sus padres adoptivos también eran de Libia (pensé que sólo secuestraron a los niños para las familias ashkenazíes), sus padres murieron pero ella sabe que hubo algunos problemas con la adopción. Una hija única.

Miro el reloj en la pared. 40 largos minutos. Ravit se está deshidratando en el coche. Seis hermanos y hermanas y un reportero están esperando ansiosamente por el teléfono escuchar la respuesta fatal. «¿Cuando se despierta mami?» «Tengo que despertarla a las 5» «Son las 5». La niña echa una mirada al reloj y me regaña «Faltan cinco minutos». Cinco minutos después desaparece y al minuto regresa, se sienta en silencio y vuelve a su dibujo. Pasan unos minutos y oigo un crujido. Entonces el susurro se convierte en pasos. Vuelvo la cabeza en la dirección de los pasos y ella aparece. Una mujer de alrededor de 50, con arrugas de dormir en la cara, el pelo negro, caderas anchas, hay un toque de Sara en ella, un poco de Rivka. Se dio cuenta de que la miraba fijamente, ahora parece enojada. «Hola», dice con una voz que suena casi agresiva. «Hola,» murmuro, excitado, agitado. «Yo, uh, estamos haciendo un estudio de televisión, ¿estaría dispuesta a responder a algunas preguntas?» Me mira con recelo, se acerca a los papeles y me pide que me vaya. No tiene tiempo para estas cosas. Salgo a la escalera, distraído, emocionado, alerta, confundido, tratando de mantener todos los detalles en mi memoria para no perder ni un fragmento de información, organizar mis pensamientos, sin olvidar su aspecto, sus rasgos faciales, toda la experiencia.

En 60 minutos llegamos a casa. En el camino practico con Ravit, conduciendo muy rápido para que no olvidarme. Como si estuviera sosteniendo un huevo en una cuchara que debe llegar al otro lado de la habitación, de forma rápida pero con cuidado. Ella no se parece a ellos, pero tampoco deja de parecerse. Hay cierta semejanza. La cara estrecha, las caderas anchas. Se parece un poco a Sara y un poco a Rivka, pero yo no lo sé. También se ve un poco como la familia de mi padre. En realidad, no realmente. ¿Crees que ella podría contar? No lo sé. En cualquier caso, los datos son correctos, una hija única<, adoptada, que emigró de Libia en 1949.

En nuestra casa en Yavne, el teléfono está sonando mucho antes de que yo llegue. Seis hermanos y hermanas, una y otra vez. Todo el mundo quiere saber cómo fue. ¿Por qué tomó tanto tiempo? La historia pasa de hermano a hermana, larga y detallada, ninguna palabra se queda fuera, ningún detalle se olvida. «La niña se parece a Ravit y Meirav … En las películas con Kiko el burro… me preguntó acerca de las noticias para los niños … y entonces oyó pasos y se fue … no se parece y no deja de parecerse … un poco de Sara y un poco de Rivka … ella no sabe».

Tenemos que hablar con ella, no hay otra opción, tenemos que enfrentarla a los hechos. Por supuesto, siempre existe la posibilidad de que se haya cometido algún error en los detalles personales, que hayan sido mezclados con los de otra persona. Pero si no hubo error, entonces es Miriam.

Tío Isaac encuentra un «hombre distinguido», alguien a quien ella conocería, le infundiría respeto, con quien estaría de acuerdo en encontrarse y escuchar. Alguien que hablaría con ella, le contaría. Ellos no quieren nada de ella, sólo saber que es ella, que Miriam está viva, que nuestro abuelo pueda descansar en paz. La persona habló con ella. Ella no quiere saber, no quiere comprobar, no quiere nada que ver con eso, no quiere descubrir hermanos y hermanas perdidos a sus 50 años. Tiene su propia vida, su propia familia, no necesita este shock ahora. Han pasado 50 años. Seis hermanos y hermanas no se darán por vencidos. Isaac la llama, intenta establecer una reunión con ella. Ella no acepta, ellos no quieren nada, ese no es el punto. No hay dinero, no hay eventos de la familia, no hay pruebas genéticas. Sólo la cooperación.

Ella no tiene tiempo para estas cosas.

La hija de la tía Miriam es hoy una joven jerosolimitana de alrededor de 30 años. Después de largas horas de conversación sobre el derecho a saber y el derecho a no saber, no iremos a buscarla, pero estaríamos encantados de ser encontrados.

(Thirty Months of Love, Xargol, 2005).

Este artículo se publicó originalmente en hebreo en Haokets. (Traducido del hebreo por Maayan Goldman)

Fuente: http://972mag.com/yemenite-children-affair-families-of-the-kidnapped-speak-out/101166/