Tal día como mañana, 6 de agosto, del año 1945, a las 8 y cuarto de la mañana, por orden de su presidente Truman, los norteamericanos lanzan contra Hiroshima, ciudad japonesa de tres millones de habitantes, la primera bomba atómica de la historia, llamada Little boy : 140.000 muertos. Tres días, el 9 de agosto, […]
Tal día como mañana, 6 de agosto, del año 1945, a las 8 y cuarto de la mañana, por orden de su presidente Truman, los norteamericanos lanzan contra Hiroshima, ciudad japonesa de tres millones de habitantes, la primera bomba atómica de la historia, llamada Little boy : 140.000 muertos. Tres días, el 9 de agosto, la segunda, de plutonio -y hasta ahora la última- arrasa Nagasaki: 70.000 muertos.
La utilización de la bomba atómica fue uno de los actos más horrendos en la historia de la humanidad, equiparable a la barbarie de los campos de concentración nazis y soviéticos, todo en nuestro siglo XX y perpetrado por naciones civilizadas , ¿se dan cuenta?
Al diario francés Le Monde no se le ocurre más que publicar en primera plana y en grandes titulares la noticia escueta, y el comentario: «Una revolución científica».
En cambio, en Combat , el futuro premio Nobel Albert Camus escribía: «Lo resumiremos en una frase: la civilización mecánica acaba de alcanzar su último grado de barbarie. En un futuro próximo habrá que elegir entre el suicidio colectivo o la utilización inteligente de las conquistas científicas. Mientras tanto, cabe pensar que es una indecencia celebrar de este modo un descubrimiento que se pone al servicio de la rabia destructiva más extraordinaria que afectó al hombre desde hace siglos».
El 6 de agosto de 1945 los habitantes de Hiroshima se dedicaban a sus trabajos, casi todos en relación con la guerra. Esos días, la mayor ocupación consistía en la destrucción de un núcleo de edificios tambaleantes, no fuera que se desplomasen en caso de bombardeos. En agosto la ciudad de Hiroshima es un verdadero horno. Se llega a temperaturas de más de 40 grados y a una humedad que hace insoportable el calor. La gente iba vestida con los mínimos atuendos, lo que aumentó el poder maléfico de la bomba.
El Gobierno americano justificó la utilización de la bomba atómica como que era el único medio de conseguir la rendición inmediata de Japón y terminar la guerra, evitando un coste excesivo de vidas humanas. Este argumento ha sido echado por tierra por los estrategas militares. Lo primero que se hace para conseguir ese fin es prevenir al enemigo y exigir su rendición bajo esa amenaza. Las bombas fueron lanzadas sin advertencias previas y en grandes capitales carentes de valor estratégico.
Albert Camus proseguía en su artículo premonitorio: «Nos alegraríamos si los japoneses capitulan después de la destrucción de Hiroshima y gracias a la intimidación, pero nos negamos a sacar otra lección de una noticia tan grave, que la creación de una verdadera sociedad internacional en la que las grandes potencias no tengan más derechos que las pequeñas, y en que la guerra, azote ya definitivo debido a la inteligencia humana, no dependa de los apetitos o de las doctrinas de tal o cual Estado».
La historia se repite. La disculpa de los bombardeos fueron las vidas evitadas de los 500.000 boys que hubieran muerto en una invasión terrestre de Japón. Truman sabía, por informes militares, que las estimaciones sobre el número de muertos era de 31.000. Las razones de los bombardeos de Irak son las armas de destrucción masiva que nunca existieron.
Los historiadores saben ahora, por los documentos abiertos al público, que los norteamericanos quisieron advertir a la Unión Soviética de lo que les esperaba si proseguían su empeño de instalarse en el este asiático.