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Hambre, genocidio silencioso

Fuentes: Rebelión

No estamos en en año 1009 hace mil años, en plena Edad Media, sino en 2009: hambre, hambrunas. Según la FAO, 1.020 millones de hambrientos, un triste récord nunca antes alcanzado. Las imágenes de los muertos de hambre y desnutridos, no en el sentido figurado, sino en el sentido real, crudo y literal de las […]

No estamos en en año 1009 hace mil años, en plena Edad Media, sino en 2009: hambre, hambrunas. Según la FAO, 1.020 millones de hambrientos, un triste récord nunca antes alcanzado.

Las imágenes de los muertos de hambre y desnutridos, no en el sentido figurado, sino en el sentido real, crudo y literal de las palabras. Piel y huesos, ¿son los espectros vivientes de los campos de exterminio nazis? ¿Salen de Auschwitz, de Treblinka?

El parecido es espantoso, pero no, estos seres humanos aguardan en los campos de exterminio de la pobreza extrema y de la miseria de los países empobrecidos.

Como los judíos y los gitanos de la Segunda Guerra Mundial también ellos son víctimas de un genocidio, de un genocidio silencioso, indiferente, no programado, pero no por ello menos cruel.

Recupero un texto sobrecogedor citado por E. Ander-Egg en su libro El holocausto del hambre: «Al principio, el hambre se hace sentir constantemente, ya sea cuando se trabaja, se descansa o se duerme. Incluso en los sueños se hace presente… El vientre parece que grita, luego se hincha. El cabello se vuelve gris. La piel se agrieta. El sujeto siente como si le estuvieran devorando los órganos… Pero llega un momento en que se pierde el hambre; el dolor ya no es agudo, se hace sordo. Un día el hambriento ya no se levanta. Todo su pensamiento se eclipsa en un chisporroteo de centellas dolorosas. Pausas definidas y separadas en el ritmo respiratorio. La cabeza se inclina hacia atrás, la mandíbula queda colgante. Los ojos se apagan; la pesadilla se convierte en frío estupor. Y ese hambriento muere, sin ruido, acurrucado; ni siquiera puede protestar o rebelarse…».

¿Cuánto tiempo más permitiremos que nuestros semejantes padezcan estos sufrimientos? ¿Cuándo acudiremos a su rescate, a su liberación de los campos de exterminio de la pobreza extrema y el hambre? ¿Y cuándo abordaremos de verdad las causas de su penosa situación?

Según parece, para responder a esa última pregunta hace falta mucho más valor moral y coraje de los que cabría suponer. Baste recordar las palabras del obispo brasileño H. Cámara : «Cuando di de comer a los pobres me llamaron santo, cuando pregunté por qué había pobres me llamaron comunista».

Un botón de muestra. En una reciente declaración con motivo del Día Mundial de la Alimentación, varias organizaciones solidarias -Prosalus, Cáritas Española, Ingeniería sin Fronteras y Ayuda en Acción-, citaban los factores causales que, a juicio de la misma FAO, incidían en la crisis alimentaria: «…la baja productividad agrícola, la alta tasa de crecimiento demográfico, los problemas de disponibilidad de aguas y tierra, la mayor frecuencia de inundaciones y sequías, las limitadas inversiones en investigación y desarrollo».

¿Eso es todo, cabe preguntarse? ¿Ni una razón más?

Disconformes con la tibieza del discurso oficial políticamente correcto, las organizaciones solidarias añadían en la Declaración citada: «Pero más allá de los factores que afectan a la agricultura, está ampliamente consensuado que hay muchos otros factores que influyen, y no de una menor manera, en la crisis alimentaria y que no se mencionan como principales en dicho documento (de la FAO): La desigual distribución de recursos, la insuficiencia de sistemas de protección social, la débil protección de lostrabajadores y trabajadoras agrícolas, el predominio de sistemas agrícolas que privilegian las grandes explotaciones intensivas y extensivas, el injusto sistema de comercio internacional, la especulación con productos agrícolas, la desigualdad en el consumo energético, la extensión de monocultivos (fibra, biodiesel, agrocombustibles), la existencia de subsidios y ayudas que favorecen mucho más a los grandes productores que a los pequeños, la corrupción, etc.»

Afrontemos de una vez la verdadera dimensión del problema. Dirijamos los esfuerzos a corregir los factores que realmente provocan el flagelo del hambre en un mundo de relativa abundancia. No es un problema de caridad o solidaridad, sino de justicia para la supervivencia.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.