Traducido del inglés para Rebelión por Sebastián Risau
Durante los últimos cinco años los estadounidenses han sido obsequiados regularmente con ominosas predicciones de otro importante ataque de Al Qaeda en EE.UU. En 2003, un grupo de 200 importantes ejecutivos y funcionarios del gobierno, muchos de ellos especialistas en seguridad y terrorismo, emitió un pronunciamiento en el que se afirmaba que era probable que antes del fin de 2004 ocurriera un ataque terrorista más devastador que el del 9/11, usando posiblemente armas de destrucción masiva. En mayo de 2004 el Fiscal General John Ashcroft advirtió que Al Qaeda podía «dar un duro golpe» en los próximos meses y declaró que el 90 por ciento de los preparativos para un ataque en territorio estadounidense habían sido completados. Ese mismo otoño Newsweek informó que era «prácticamente un acto de fe entre los funcionarios de contraterrorismo» que Al Qaeda atacaría en el período previo a las elecciones de noviembre de 2004. Cuando finalmente la «sorpresa de octubre» no se materializó, el foco se corrió hacia otro lado: se dijo que una encíclica grabada de Osama bin Laden demostraba que estaba demasiado débil como para atacar antes de las elecciones, pero que estaba reuniendo fuerzas para hacerlo unos meses después.
En la primera pagina de su manifiesto fundacional, el masivamente financiado Departamento de Seguridad Nacional recita: «Los terroristas de hoy pueden golpear en cualquier lugar, en cualquier momento, y virtualmente con cualquier arma.»
Pero si es tan fácil llevar a cabo un ataque, y si los terroristas son tan endemoniadamente competentes, ¿por qué no lo han hecho? ¿Por qué no han disparado contra la gente en centros comerciales, destruido túneles, envenenado alimentos, cortado la electricidad, descarrilado trenes, volado oleoductos, causado gigantescos embotellamientos o explotado las otras incontables vulnerabilidades que, según los expertos, son tan fáciles de explotar ?
Una explicación razonable es que casi no hay terroristas en Estados Unidos y que pocos tienen los medios o la intención de golpear desde el extranjero. Pero esta explicación rara vez se escucha.
Palabras vacías
En vez de eso, a los estadounidenses se les dice que la falta de ataques de terroristas internacionales en Estados Unidos se debe a las medidas de protección que tan apurada y costosamente fueron puestas en práctica después del 9/11. Pero hay un problema con este razonamiento. Es cierto, no ha habido ataques terroristas en los últimos cinco años. Pero tampoco hubo ninguno en los cinco años previos a los ataques del 9/11, en una época en que Estados Unidos hacía mucho menos para protegerse. Solo se necesitan uno o dos tipos con un arma o un explosivo para aterrorizar a un inmenso número de personas, como lo probaron los ataques del francotirador de Washington D.C. en 2002. En consecuencia, las medidas de protección del gobierno deberían ser casi perfectas para desbaratar ese tipo de planes. Dada la monumental imperfección de la respuesta del gobierno al huracán Katrina y la debacle de los programas del FBI y de la Agencia Nacional de Seguridad para actualizar sus computadoras para una mejor coordinación de la información de inteligencia, esta explicación parece muy improbable. Por otro lado, Israel, que cuenta con un aparato de seguridad mucho más amplio, todavía es blanco del terrorismo
Puede que entrar en este país se haya vuelto más difícil para los terroristas pero, como miles lo demuestran cada día, dista de ser imposible. Los controles de inmigración han sido sustancialmente reforzados (a un costo considerable) y algunos guardias fronterizos desconfiados han rechazado a algunas pocas «manzanas podridas». Pero visitantes e inmigrantes continúan inundando el país. Cada año hay más de 300 millones de entradas legales de extranjeros, y entre 1000 y 4000 cruces ilegales por día, y esto sin hablar de las generosas cantidades de sustancias prohibidas que el gobierno no ha conseguido interceptar, o siquiera detectar, a pesar de décadas de una activa y bien financiada «guerra contra las drogas». Todos los años cierto número de personas de países musulmanes (quizás cientos) son detenidos entre el flujo de ilegales desde México, y probablemente muchos más consigan pasar. El terrorismo no necesita una gran fuerza. Y, asumiendo que se haya hecho más difícil para hombres de Oriente Cercano entrar legalmente a EE.UU. después del 9/11, los que lo planearon pusieron en marcha planes para utilizar a partir de ese momento personas no árabes con pasaportes europeos o del sudeste de Asia.
Si los miembros de Al Qaeda son tan determinados e inventivos como se asume, ya deberían estar en EE.UU. Si no están, entonces o no se están esforzando demasiado o deben ser mucho menos dedicados, diabólicos y competentes que lo que sugiere la imagen habitual.
Otra explicación popular para el hecho de que no haya habido más ataques es que la invasión a Afganistán en 2001, por más que no haya conseguido detener a bin Laden, sí afecto severamente a Al Qaeda y sus operaciones. Pero esto tampoco es convincente. La voladura de trenes en Madrid en 2004 fue perpetrada por un pequeño grupo de hombres que nunca habían estado en Afganistán ni mucho menos en ningún campo de entrenamiento de Al Qaeda. Consiguieron montar un ataque coordinado, sin suicidas, usando 13 bombas accionadas a distancia, 10 de las cuales se activaron en el momento planeado, matando a 191 personas e hiriendo a más de 1800. Como señalaron los ex funcionarios de contraterrorismo Daniel Benjamin y Steven Simon, la experiencia con ese ataque, y con las bombas de Londres en 2005 sugieren que para que un ataque terrorista tenga éxito «solo son necesarias las herramientas más portátiles y menos detectables del negocio terrorista: ideas.»
También se sugiere a veces que los terroristas están ahora demasiado ocupados matando estadounidenses y otros en Iraq como para dedicar el tiempo, la mano de obra o la energía necesarias para llevar a cabo actos similares en los Estados Unidos. Pero terroristas afines a Al Qaeda, o que comparten sus sensibilidades, se las han arreglado para llevar a acabo ataques en Egipto, Jordania, Marruecos, Arabia Saudí, España, Turquía, Reino Unido y otros lugares en los últimos tres años; no todos los posibles tiradores de bombas se han ido a Iraq a combatir.
Algunos argumentan que quizás los terroristas no consiguen montar ataques en Estados Unidos porque allí, a diferencia de lo que ocurren en muchos países de Europa, la comunidad musulmana está bien integrada en la sociedad. Pero lo mismo podría decirse del Reino Unido, que sufrió un significativo ataque terrorista en 2005. Por otro lado, países con comunidades musulmanas menos integradas, como Alemania, Francia y Noruega, no han sufrido el terrorismo de Al Qaeda. Por cierto, si los terroristas son inteligentes, evitarán las comunidades musulmanas, ya que estas son el poste de luz bajo el cual las agencias de policía los están buscando más intensamente. A los perpetradores del ataque del 9/11 se les había ordenado que en general se mantuvieran alejados de mezquitas y musulmanes estadounidenses. Eso, y el plan del ataque de Madrid, muestran que pequeñas conspiraciones terroristas no tienen necesidad de una amplia red de apoyo para llevar a cabo sus planes.
Otra explicación común es que Al Qaeda esta esperando astutamente el momento propicio. Pero ¿para qué exactamente? Los ataques del 9/11 solo requirieron dos años de preparación. Los cuidadosamente coordinados, muy destructivos y políticamente productivos ataques terroristas de Madrid en 2004 fueron concebidos y planeados de cero y luego ejecutados en un lapso de 6 meses; las bombas fueron detonadas menos de dos meses después de que los conspiradores hubieran comprado sus primeras provisiones de dinamita, pagadas con hachís (de la misma forma, los ataques de Tommy McVeigh en Oklahoma City requirieron menos de un año para ser planeados). Dada la extrema provocación que representa la invasión de Iraq, uno pensaría que los terroristas deberían estar inclinados a acelerar sus planes. Y si son tan pacientes, ¿por qué declaran continuamente que otro ataque es inminente? En 2003 los principales lideres de Al Qaeda prometieron ataques en Bahrein, Egipto, Italia, Japón, Jordania, Kuwait, Catar, Arabia Saudí, Estados Unidos y Yemen. Tres años después, algunas bombas han explotado en Arabia Saudí, Egipto, Yemen y Jordania (así como en la no mencionada Turquía) pero en ningún otro de los países explícitamente amenazados. Esos ataques fueron trágicos, pero su dispersión puede ser considerada como evidencia de que no solo los alarmistas estadounidenses son aficionados a las palabras vacías.
Terroristas bajo la cama
Una explicación completamente creíble para el hecho de que Estados Unidos no haya sufrido ataques terroristas desde el 9/11 es que la amenaza que representan los terroristas locales o importados (como la que representaban los descendientes de japoneses durante la Segunda Guerra Mundial o los comunistas estadounidenses luego) ha sido masivamente exagerada. ¿Es posible que el pajar este esencialmente libre de agujas?
El FBI suscribe una siniestra línea de razonamiento del tipo «pienso luego existen» cuando estima la supuesta amenaza terrorista. En 2003 su director, Robert Mueller, proclamó: «La mayor amenaza son las células de Al Qaeda en los EE.UU. que aún no hemos identificado.» Un tanto misteriosamente, Mueller consideró que la amenaza de esas entidades no identificadas estaba «aumentando, en parte debido a la intensa publicidad» que rodeó a episodios como el del francotirador de Washington en 2002 y los ataques con antrax en 2001 (los cuales no tuvieron nada que ver con Al Qaeda.) Pero en 2001, los que secuestraron los aviones del 9/11 no habían recibido ninguna ayuda de agentes locales de Al Qaeda por la simple razón de que probablemente estos nunca existieron. Y esto no parece haber cambiado.
Mueller también dijo saber que «Al Qaeda mantiene la capacidad y la intención de causar un número significativo de bajas en EE.UU., sin ninguna advertencia.» Si esto era verdad, o sea si los terroristas tenían tanto la capacidad como la intención y si la amenaza que representaban estaba creciendo de algún modo, entonces habían permanecido llamativamente tranquilos para el momento en que el imperturbable Mueller repitió su mantra alarmista en 2005 «Sigo muy preocupado acerca de lo que no estamos viendo.»
Las estimaciones de Inteligencia en 2002 afirmaban que en EE.UU. había cerca de 5000 personas que eran terroristas de Al Qaeda o los apoyaban. Sin embargo, un informe secreto del FBI en 2005 señalaba tristemente que si bien habían conseguido detener a unos pocos chicos malos aquí y allá después de más de tres años de intensa y bien financiada cacería, no habían sido capaces de identificar ni una sola célula oculta de Al Qaeda en ningún lugar del país. A miles de personas en los Estados Unidos se le han monitoreado las llamadas de larga distancia gracias a un controvertido programa de espionaje que no requiere ordenes judiciales. De estos miles, anualmente menos de diez ciudadanos o residentes en EE.UU. han levantado las suficientes sospechas como para llevar a las agencias que los espían a conseguir una orden judicial que autorice también el espionaje de sus comunicaciones domésticas; aparentemente ninguna de estas acciones ha llevado a ningún procesamiento bajo ningún cargo.
Además de los gigantescos programas de espionaje y detención, cada año se envían 30000 «cartas de seguridad nacional » sin ningún tipo de revisión judicial, que obligan a las empresas y otras instituciones a revelar información confidencial sobre sus clientes sin decirle a nadie que lo han hecho. Esto ha generado miles de pistas que no han conducido a ninguna parte. A unos 80000 inmigrantes árabes y musulmanes se les ha registrado y tomado sus huellas dactilares, otros 8000 han sido citados para entrevistas con el FBI y más de 5000 extranjeros han sido puestos en prisión gracias a iniciativas ideadas para prevenir el terrorismo. Según el profesor de leyes de la universidad de Georgetown, David Cole, esta actividad no ha llevado a una sola condena por crímenes terroristas. De hecho, sólo un pequeño número de personas detenidas por cargos de terrorismo, siempre con mucha publicidad, han sido condenadas, pero casi todas estas condenas han sido por otras infracciones, en particular infracciones de inmigración. Algunos de los condenados son claramente personas con problemas mentales o culpables de bravatas yihadistas, hablando sin parar acerca de derribar el puente de Brooklin con un soplete, volar la torre Sears si al menos pudieran llegar a Chicago, decapitar al Primer Ministro de Canadá, o de alguna manera inundar Manhattan haciendo algo terrible en algún túnel.
¿Apetito por la destrucción ?
Una razón por la cual no parece que Al Qaeda y sus similares estén tratando de repetir el 9/11 puede ser que ese terrible acto de destrucción resultó contraproducente al aumentar enormemente la preocupación por el terrorismo en todo el mundo. No importa cuánto puedan disentir en otras cuestiones (sobre todo acerca de la guerra en Iraq), los diversos estados, incluyendo Irán, Libia, Sudan y Siria, tienen ahora un poderoso incentivo para cooperar y tomar medidas contra Al Qaeda, porque saben que podrían estar entre sus víctimas. Puede que el FBI no haya descubierto demasiado dentro de Estados Unidos desde el 9/11, pero miles de presuntos terroristas han sido capturados en el extranjero con la ayuda y el aliento de EE.UU.
Si bien algunos árabes y musulmanes se han regocijado con el sufrimiento infligido el 9/11 (Schadenfreude en alemán, shamateh in árabe) la respuesta más común entre los yihadistas y nacionalistas religiosos fue un vehemente rechazo a la estrategia y los métodos de Al Qaeda. Cuando en 1979 las tropas soviéticas invadieron Afganistán, hubo en los países árabes y musulmanes múltiples llamadas a la yihad, y decenas de miles de voluntarios inundaron el país para luchar contra los invasores. En agudo contraste, cuando en 2001 la fuerza militar de EE.UU. invadió Afganistán para derrocar al régimen islamista, la respuesta del mundo musulmán fue, según el politólogo Fawaz Gerges, un «silencio ensordecedor», y hubo apenas un pequeño goteo de yihadistas que fue a luchar contra los estadounidenses. Otros yihadistas culparon públicamente a Al Qaeda por sus problemas pos 9/11 y consideraron los ataques faltos de visión y enormemente mal calculados.
La voluntad de los gobiernos luego del 9/11 de enfrentarse al terrorismo internacional se ha visto muy reforzada y amplificada por la subsecuente, aunque dispersa, actividad terrorista fuera de Estados Unidos. Así, los bombas terroristas de Bali en 2002 hicieron reaccionar, y actuar, al gobierno de Indonesia. Las numerosas detenciones y condenas, incluso de líderes que previamente gozaban de cierta fama local y popularidad política, parecen haber minado severamente la capacidad del principal grupo yihadista en Indonesia, Yamaa Islamiya. Luego de que terroristas atacaran a saudís en Arabia Saudí en 2003, el país, por razones de interés propio, comenzó a lidiar con el terrorismo con mucha más seriedad: rápidamente se tomaron medidas contra clérigos radicales y predicadores. A pesar de su ineptitud, los atentados terroristas de Casablanca en 2003 inspiraron medidas igualmente determinadas por parte de las autoridades marroquíes. Y las bombas en 2005 en un hotel en Jordania, durante una boda (un blanco increíblemente estúpido para los terroristas), solo consiguieron indignar a los jordanos: según una encuesta de Pew, el porcentaje de la población que expresó mucha confianza en que bin Laden estaba «haciendo lo correcto» bajó de 25% a menos de 1% tras el ataque.
Percepciones de la amenaza
Los resultados de las actividades de vigilancia en el extranjero sugieren que la ausencia de resultados en Estados Unidos tiene menos que ver con la inteligencia de los terroristas o con la incompetencia de los investigadores que con la posibilidad de que en el país haya muy pocos terroristas, si es que hay alguno. También sugiere que la ubicuidad de Al Qaeda y su capacidad de hacer daño pueden haber sido exagerados, como ocurrió con la percepción de tantas otras amenazas. Que algunos terroristas quieran causar un gran daño no significa que puedan hacerlo.
Gerges argumenta que los islamistas «mainstream» (que componen la gran mayoría del movimiento político islámico) renunciaron al uso de la fuerza antes del 9/11, excepto quizás contra Israel, y que los yihadistas que todavía están comprometidos con la violencia constituyen una minúscula minoría. E incluso este pequeño grupo se concentra básicamente en los diversos regímenes musulmanes «infieles» y considera que los yihadistas que llevan a cabo acciones violentas contra el «enemigo lejano» -principalmente Europa y Estados Unidos- son irresponsables y temerarios aventureros que ponen en peligro la supervivencia de todo el movimiento. Según este punto de vista, el 9/11 fue un signo de la desesperación, aislamiento, fragmentación y decadencia de Al Qaeda, y no de su fuerza.
Estos ataques demostraron, evidentemente, que Al Qaeda, o al menos 19 de sus miembros, todavía podía dar algo de pelea. Y todo esto no es para negar que pueda haber otros ataques terroristas en Estados Unidos. Ni para sugerir que Al Qaeda sea algo más que un movimiento asesino. Además, cuando haya acabado la imprudente aventura de EE.UU. en Iraq, los yihadistas autónomos entrenados allí pueden tratar de continuar sus operaciones en otra parte, aunque es más probable que se concentren en lugares como Chechenia que en Estados Unidos. Un ataque militar estadounidense unilateral contra Irán podría hacer que ese país respondiera, probablemente con un amplio apoyo dentro del mundo musulmán, prestando apoyo a las insurgencias antiestadounidenses en Afganistán e Iraq, y ocasionando daños a Israel y a los intereses de EE.UU. en todo el mundo.
Pero si bien se debe mantener estos peligros potenciales en mente, vale la pena recordar que el número total de personas muertas desde el 9/11 por miembros de al Qaeda o de grupos similares fuera de Afganistán e Iraq no es mucho mayor que el número de personas de Estados Unidos que se ahogan en la bañera en un solo año, y que la probabilidad de que, a lo largo de su vida, un estadounidense sea asesinado por el terrorismo internacional es de una en 80000, aproximadamente la misma probabilidad que de ser alcanzado por un cometa o un meteorito. Incluso si hubiera un ataque a la escala del 9/11 cada tres meses durante los próximos cinco años, la probabilidad de que un individuo estadounidense esté entre los muertos es de dos centésimas por ciento (o una en 5000).
Aunque sigue siendo una herejía decirlo, hasta ahora la evidencia sugiere que el mideo del terrorista omnipotente (que recuerdan al inspirado por imágenes del japonés de 20 pies luego de Pearl Harbor o de los comunistas de 20 pies en varios momentos de la Guerra Fría, particularmente después del Sputnik) pueden haber sido inflados y la amenaza representada por Al Qaeda dentro de Estados Unidos grandemente exagerada. El masivo y costoso aparato de seguridad nacional erigido desde el 9/11 puede estar persiguiendo a algunos, espiando a muchos, incomodando a la mayoría, haciendo pagar su impuesto a todos, para defender a Estados Unidos de un enemigo que difícilmente exista.
John Mueller es profesor de Ciencias Políticas en la Ohio State University y es autor de «The Remnants of War.» (Los remanentes de la guerra). Actualmente está escribiendo un libro acerca de las reacciones frente al terrorismo y otras amenazas internacionales, que será publicado a principios de 2007.
Sebastián Risau es miembro del colectivo de Rebelión. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.