En el centenario de su nacimiento, James Baldwin (Nueva York, 1924-Saint-Paul-de-Vence, 1987) ha adquirido una renovada actualidad. Sus novelas y ensayos son leídos en el marco de un potente movimiento antirracista y sus textos, que combinan la cuestión racial y la identidad sexual, son reeditados bajo nuevos enfoques que permiten una lectura más comprensiva de su obra.
Pobre, negro, gay y ‘feo’. Así fue descrito, en diferentes momentos, el escritor estadounidense James Baldwin, cuyo centenario se celebró este 2 de agosto. Sus textos sobre el racismo -y el deseo homoerótico- son hoy releídos, en nuevas ediciones, desde renovados prismas de lectura, al mismo tiempo que un poderoso movimiento por la justicia racial viene poniendo en cuestión el ‘racismo estructural’ en Estados Unidos. «El negro estadounidense tiene la gran ventaja de no haber creído nunca esa colección de mitos a los que se aferran los estadounidenses blancos: que sus antepasados fueron todos héroes amantes de la libertad, que nacieron en el país más grande que el mundo haya visto jamás, o que los estadounidenses son invencibles«, escribió el escritor neoyorquino en el ensayo «Carta de una región en mi mente». Pero Baldwin dijo también: «Amo a Estados Unidos más que a ningún otro país del mundo y, precisamente por eso, insisto en mi derecho a criticarlo constantemente«.
En la segunda década del siglo XXI, su nombre vuelve a aparecer en diversos medios y contextos. Así, por ejemplo, en 2009 se publica un trabajo innovador que combina de manera virtuosa la investigación académica con trazos biográficos: James Baldwin’s Turkish Decade: Erotics of Exile [La década turca de James Baldwin: erótica del exilio], en el que Magdalena J. Zaborowska indaga en el modo en que la inexplorada estadía de Baldwin en Turquía definió en parte su escritura y pensamiento.
En 2016 el cineasta y activista político haitiano Raoul Peck estrenó el documental I Am Not Your Negro, inspirado en Remember This House, una obra inconclusa de Baldwin. Por otro lado, el estreno en 2018 de El Blues de Beale Street, la adaptación cinematográfica de la novela homónima de 1974, animó a la editorial Random House a publicar una nueva edición de su traducción al español. Mientras tanto, en 2019, Bill Mullen publicó la biografía James Baldwin: Living in Fire [James Baldwin. Vivir en llamas] que se destaca por indagar más de cerca su perfil como activista y sus ideas políticas alrededor de los ejes raza, clase, género, sexualidad. A su vez, en 2020, el sitio web de películas y documentales Mubi recuperó Meeting the Man: James Baldwin in Paris (1970), un breve documental inédito que nos muestra a un Baldwin combativo y pensante. Al margen de estos antecedentes que demuestran el renovado interés en el autor en los últimos años, probablemente si su nombre continúa apareciendo en el cine, en la literatura, en los medios y en las redes sociales, ello se debe a un motivo poco feliz: la sociedad estadounidense aún no ha resuelto la denominada «cuestión racial».
El movimiento Black Lives Matter [Las vidas negras importan], que Baldwin probablemente habría denominado ‘la última rebelión de los esclavos’, nacido en 2013 tras la muerte del adolescente afroestadounidense Trayvon Martin a manos de un policía blanco, constituye el último grito de lucha de los negros por una igualdad aún distante. Este movimiento dio mayor sentido y resonancia a su obra en el marco de nuevos libros de autores negros contemporáneos, como el del periodista Ta-Nehisi Coates, cuya ‘carta’ dirigida a su hijo, titulada Between the World and Me [Entre el mundo y yo] (2015), se inspiró en el emblemático ensayo de Baldwin La próxima vez, el fuego (1963).
En el gueto de Harlem
James Baldwin nació en 1924 en el barrio neoyorquino de Harlem, la ‘Meca’ de los negros en Estados Unidos, en un periodo conocido como el Renacimiento de Harlem, o New Negro Movement, en el que esta zona de Nueva York se convirtió en un núcleo creativo para la cultura afroestadounidense. Desde pequeño, su vida estuvo signada por las vicisitudes de su familia, que debió mudarse en múltiples ocasiones y recurrir a la ayuda benéfica para sobrevivir a las penurias económicas vividas en el gueto material y simbólico de la comunidad.
Aunque Baldwin se mostraría más tarde irónico hacia el Renacimiento de Harlem, este no fue solo una anécdota en su vida. Uno de sus exponentes, el pintor modernista Beauford Delaney, introduciría al joven Baldwin en el mundo artístico del Greenwich Village (y, presumiblemente, también en la escena gay de ese barrio bohemio). De la mano de Delaney, Baldwin adquirió un especial interés por la música, específicamente por el jazz y el blues, a tal punto que esta se convertiría en un tropo recurrente en su obra literaria. Asimismo, los poetas Countee Cullen y Langston Hughes, dos representantes emblemáticos del movimiento, contribuyeron a su formación alentándolo a incursionar en el mundo de las letras.
En su mencionada biografía James Baldwin. Living in Fire, Bill Mullen destaca otras influencias que lo apuntalaron como futuro escritor, como su maestra de escuela Orilla Miller y su profesor de inglés Abel Meeropol –ambos miembros del Partido Comunista estadounidense–, quienes lo acercaron al mundo del cine, el teatro, la lectura y la escritura; sin olvidar a otros docentes también provenientes del campo radical, como su profesor de francés, el poeta Cullen, uno de los primeros en alentarlo a dejar Nueva York para vivir en Francia, consejo que seguiría años más tarde. Su faceta intelectual y militante se vio influenciada por el pensamiento político de izquierda, que lo llevó a unirse a la Liga de Jóvenes Socialistas (YPSL, por sus siglas en inglés) en 1943 y a simpatizar con el Partido de los Trabajadores, de tendencia trotskista.
Tanto su formación escolar y autodidacta como su militancia política durante la década de 1940 introdujeron una faceta secular en la crianza religiosa que había recibido de su padrastro, David Baldwin, quien solía llevarlo a las storefront churches (tiendas de barrio convertidas en iglesias) para volverlo creyente. Como apunta Mullen, aquellos años en la iglesia, durante los cuales Baldwin se familiarizó con la música, la poesía y la lírica religiosa, se traducirían más tarde en el estilo y cadencia que imprimió a su oratoria y prosa literaria, presentes especialmente en su novela de corte autobiográfico Ve y dilo en la montaña [Go Tell It on the Mountain] (1953), en la que narra profusamente las vivencias y la búsqueda de identidad de un adolescente en conflicto con la doble moral de su comunidad devota. Una vez fallecido su padrastro y desaparecida la presión de emprender una ‘carrera’ religiosa, Baldwin deja la iglesia y reflexiona en su ensayo «The Harlem Ghetto» (1948) sobre el propósito a la vez ‘siniestro’ y productivo de la religión entre los afroestadounidenses.
A pesar de su posterior secularización, su paso por la iglesia influiría no solo en el estilo y ritmo de su escritura y oratoria, sino también en varias de sus obras literarias en las que la vida religiosa aparece vinculada a la cotidianeidad opresiva de la comunidad de Harlem. En lo personal, si la iglesia no le servía para entender (y soportar) el sufrimiento que padecía junto con sus compatriotas negros, producto de la discriminación racial y el sentimiento de pertenecer a una raza ‘inferior’, la falta de movilidad social y la escasez de oportunidades en el mundo de las letras también se opondrían a una posible carrera literaria en Estados Unidos.
«No podía sobreponerme a dos hechos, ambos igualmente difíciles de asimilar para la imaginación: uno era que podrían haberme asesinado. Y el otro, que yo mismo había estado dispuesto a cometer un asesinato. Me di cuenta […] de que mi vida, mi propia vida, estaba en peligro, y no por algo que pudieran hacer los demás, sino por el odio que llevaba en mi propio corazón«, escribe en «The Harlem Ghetto». Así es como en 1948, pocos meses después de publicado el ensayo sobre la vida en el ‘gueto’, Baldwin decide seguir el consejo de Cullen y emigrar a París, donde hallaría las condiciones para explotar su potencial literario y ensayístico.
El escritor de Harlem se sumaría, así, a una larga tradición de intelectuales, escritores y artistas negros que habían elegido instalarse en Francia, desde abolicionistas y predicadores interesados en promover desde Europa la abolición de la esclavitud en Estados Unidos hasta escritores e intelectuales como Frederick Douglass, W.E.B. Du Bois y Booker T. Washington, ávidos de cultura francesa. Décadas después arribaría un nuevo grupo de escritores que incluía a Richard Wright, Chester Himes, LeRoi Jones, Langston Hughes y el propio Countee Cullen, convencidos de que permanecer en Estados Unidos suponía tanto un peligro físico cuanto un obstáculo para el desarrollo de sus carreras artísticas. Como recuerda Mullen, algunos de ellos –por ejemplo, Wright– fueron víctimas de políticas de espionaje e intimidaciones de la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés).
David Leeming destaca en su biografía James Baldwin: A Biography (1994) la necesidad de Baldwin de escapar de un destino trágico –antes de partir hacia París, uno de sus mejores amigos negros, Eugene Worth, se suicidó arrojándose al río Hudson– y de descubrir su mundo interior (o lo que significa ser negro en Estados Unidos). En tanto que Mullen da un paso más al concluir que la (homo)sexualidad de Baldwin fue otro de los factores desencadenantes de su autoexilio: «Su traslado a París en 1948 fue, en parte, un esfuerzo por reconciliarse con lo que llamaba el ‘misterio’ de su sexualidad«, que poco más tarde abordaría en sus primeras dos novelas Ve y dilo en la montaña (1953) y El cuarto de Giovanni [Giovanni’s Room] (1956).
Ya en Francia, Baldwin redefinió su proyecto como escritor, y lo que es más importante, emprendió la emancipación de su padre simbólico: Richard Wright, el escritor afroestadounidense que ganó su fama literaria con la publicación de la novela Hijo nativo, cuando promediaba el Renacimiento de Harlem y Estados Unidos comenzaba a reponerse de la Gran Depresión. Baldwin debía eliminar a su enemigo edípico al comienzo de su carrera si quería evitar convertirse en su sombra. Dedicará no menos que tres ensayos a declarar la independencia de su antecesor: «Everybody’s Protest Novel» [La novela de protesta que cualquiera puede escribir] (1949), «Many Thousands Gone» [Muchos miles de desaparecidos] (1951) y «Alas, Poor Richard» [Ay, pobre Richard] (1960).
Baldwin acabaría siendo reconocido como uno de los escritores negros más multifacéticos y controversiales de las letras norteamericanas durante la segunda mitad del siglo XX y un referente de la literatura afroestadounidense en general y de la literatura gay y queer en particular. Retomando la expresión de Michelle Wright (1999), es posible pensar a Baldwin como ‘sujeto transatlántico’, para dar cuenta de sus hábitos migratorios, y de la variedad de facetas que desarrolló en el transcurso de su vida como novelista, ensayista, dramaturgo, crítico literario, orador y activista por los derechos civiles.
Más allá de la literatura de protesta
Baldwin se desmarcó de la literatura de protesta y criticó libros como el best-seller La cabaña del tío Tom (1852), escrita por Harriet Beecher Stowe y aclamada por Wright. Baldwin va a poner en cuestión a su maestro por escribir un tipo de ficción de denuncia que lejos de lograr su cometido (despertar la conciencia de los lectores y sentar las bases para eliminar la discriminación racial), termina por ofrecer una representación de la realidad cercenada por personajes predecibles que no logran trascender los mitos que dieron forma a la creencia en la superioridad de los blancos. «El fracaso de la novela de protesta radica en su rechazo a la vida, al ser humano, en la negación de su belleza, de su espanto, de su poder, en su insistencia en que solo su categorización es real y no puede ser trascendida«, escribió Baldwin en «Everybody’s Protest Novel». El problema de la literatura de protesta radica, según él, en considerar que la literatura y la sociología son inseparables. Si para Wright la literatura negra es por su propia naturaleza literatura de protesta y la consigna del ‘arte por el arte’ es ‘basura’, para Baldwin existe una esfera autónoma de la literatura, sin que ello le haga perder radicalidad.
La obra literaria de Baldwin se destaca por la ruptura que produjo con la tradición literaria afroestadounidense de la época, tanto en el plano formal y estético como en el temático, pero también por haber diversificado y profundizado ese legado, llegando en un extremo a caer en la trampa de la novela de denuncia que él mismo había criticado en «Everybody’s Protest Novel«, el ensayo con el que irrumpió en la escena literaria en 1949. Sus novelas Ve y dilo en la montaña, El cuarto de Giovanni y Otro país evidenciaron su voluntad de explorar la identidad afroestadounidense más allá de la raza, trascendiendo las categorías rígidas impuestas por el racismo y construyendo un espacio para otras formas de diferencia y disidencia ancladas mayormente en la sexualidad ambivalente y en las relaciones interraciales, en sintonía con su defensa de la integración de negros y blancos.
Ve y dilo en la montaña configuró varios sucesos a la vez: la proyección de una prometedora carrera literaria, su declaración de independencia respecto de la tradición representada por Wright y su incursión en el espinoso tema de la sexualidad disidente, más elaborado en El cuarto de Giovanni. Si la primera obra había cumplido con las expectativas de cierto público lector, acostumbrado a las ficciones sobre la sacrificada y afligida vida de la comunidad negra en Estados Unidos, con la segunda Baldwin daría un giro inesperado y radical en un intento por evitar su encasillamiento como ‘escritor negro’ [Negro writer] que escribe únicamente sobre la ‘cuestión negra’, concibiendo una novela sin personajes negros ni temática racial.
Su alejamiento del conflicto racial estadounidense le permitiría escribir sobre otro aspecto biográfico también recurrente en sus obras posteriores: su identidad sexual. En El cuarto de Giovanni, un joven estadounidense blanco se radica temporalmente en la capital francesa para huir, aunque no sin dificultad, de los mandatos heteronormativos característicos de la sociedad estadounidense de la época. Así logra explorar un aspecto latente de su identidad sexual: su deseo homoerótico, reflejado en su atracción por Giovanni, un inmigrante italiano sin tapujos a la hora de vivir su homosexualidad. La novela funciona como metáfora extendida de la prisión sentimental en la que David se encuentra atrapado y de la que busca escapar.
En resumen, las primeras novelas de Baldwin se enfocaron en dos aspectos importantes de su historia personal: la vida religiosa en la comunidad de Harlem con el conflicto racial como telón de fondo y su (homo)sexualidad. En lo que podría considerarse un tratamiento progresivo del tema, Otro país constituyó una apuesta más arriesgada al integrar el tópico del racismo con la sexualidad ambivalente de los personajes y, dando un paso más al frente que sus antecesores, las relaciones interraciales entre blancos y negros, con un desplazamiento geográfico y cultural del Harlem religioso a la comunidad bohemia y artística del Greenwich Village.
Baldwin no se sentía a gusto con las categorías rígidas. De hecho, en la entrevista que Richard Goldstein le hizo en 1984, el escritor revela su antipatía hacía la categoría ‘gay’: «La palabra gay siempre me ha disgustado. Nunca entendí exactamente lo que significa […] Nunca me sentí a gusto con ella«. Afirmó también que El cuarto de Giovanni no trata realmente sobre la homosexualidad. «Trata de lo que te ocurre si tienes miedo de amar a alguien. Lo cual es mucho más interesante que la cuestión de la homosexualidad«.
Sexualidades disidentes
Al margen de las declaraciones de Baldwin, cada obra reseñada agrega una pieza más al rompecabezas de la identidad sexual que el escritor reconstruyó en su ficción. Se puede afirmar que mientras que utilizó el medio ensayístico para explayarse sobre la lucha contra el racismo, la ficción le sirvió como medio de exploración de su intimidad. En este sentido, no sorprende que en su prolífica producción ensayística sean pocos los trabajos que dedica a la homosexualidad, aunque estos resulten muy iluminadores, ya que dan cuenta de la evolución de su perspectiva. El primero de los ensayos en abordar el tópico, publicado originalmente con el título «Gide as Husband and Homosexual» [Gide como marido y homosexual], apareció en 1953 en The New Leader, una revista cultural vinculada al Partido Socialista de Estados Unidos. El artículo fue publicado un año después de Ve y dilo a la montaña, novela autobiográfica en la que comienza a dar indicios sobre su orientación sexual a través de su alter ego John Grimes. En el ensayo, Baldwin usa la metáfora de la «prisión masculina» para referirse a la imposibilidad de vivir una relación amorosa homosexual por fuera de los mandatos establecidos en torno de un ideal de masculinidad que solo concibe el amor heterosexual.
El siguiente ensayo, «Freaks and the American Ideal of Manhood» [Los freaks y el ideal estadounidense de masculinidad], publicado en 1985 en la revista Playboy, puede leerse como la continuación y al mismo tiempo como la evolución final de su pensamiento en torno de la identidad sexual. Por un lado, rememora su iniciación en el mundo gay del Greenwich Village, sus experiencias con hombres y mujeres, los insultos y persecución por parte de ‘bandas’ de jóvenes blancos con los que luego se cruzaba a solas en la calle y le pedían que los invitara a su casa, hombres heterosexuales casados o comprometidos que satisfacían con él sus deseos homoeróticos; todos encuentros sumamente ‘impersonales’ que ocurrían en la oscuridad de las salas de cine, callejones y lugares solitarios. Esto lo llevó a concluir que «el deseo masculino por otro hombre vaga por todas partes, ávido, desesperado, inimaginablemente solitario, terminando a menudo en las drogas, la piedad, la locura o la muerte«. Este modo de experimentar el deseo homoerótico es fácilmente reconocible en el submundo homosexual representado en El cuarto de Giovani, donde la marginación de la homosexualidad es llevada al paroxismo. En cambio, la visión pesimista del deseo homoerótico es matizada en Otro país y en sus dos novelas posteriores –Dime cuánto hace que el tren se fue y Sobre mi cabeza–, en las que la homosexualidad y la bisexualidad de los personajes, blancos y negros, encuentran mejores vías de expresión, más limitadas por los prejuicios sociales que por la culpa interiorizada de quienes las viven.
Una relectura en retrospectiva de las últimas novelas permite pensar la identidad sexual de los personajes (y de Baldwin) en términos de un deseo queer que escapa a etiquetas, definiciones o categorías sexuales rígidas. Además de complejizar la relación entre raza y sexualidad en términos de la ambivalencia sexual, logró trastocar el ideal estadounidense de la sexualidad, que según el autor, se apoya en un ideal de la masculinidad que ha producido «vaqueros e indios, buenos y malos, punks y sementales, chicos duros y blandos, marimachos y maricas, negros y blancos«.
La decisión de Baldwin de explorar la sexualidad disidente de sus personajes de modo recurrente, iniciativa que les dio voz a los homosexuales negros en Estados Unidos, una minoría doblemente oprimida, y de desplazar el interés del eje racial hacia el eje de la sexualidad o de abordar ambos en conjunto, le valió la crítica de sus pares negros -como Wright y LeRoi Jones-. Estos esperaban una literatura centrada más en el componente social (es decir, en las condiciones de existencia de los negros como víctimas del racismo, temática considerada más urgente), y menos en la mirada introspectiva de Baldwin o de sus personajes en su identidad sexual.
Militancia y activismo
Si hay un debate entre los críticos sobre la calidad del Baldwin literato, parece en cambio haber unanimidad sobre las virtudes del Baldwin ensayista. En la colección de ensayos sobre Baldwin como escritor de ficción y no ficción James Baldwin. Bloom’s Modern Critical Views [James Baldwin. La crítica moderna de Bloom] (2007), Harold Bloom introduce la obra con una apreciación que resume la visión de muchos críticos: «Sea cual fuere el juicio canónico definitivo sobre la ficción de James Baldwin, su obra de no ficción tiene claramente un estatus permanente en la literatura estadounidense«. Al combinar un estilo asimilable al del nuevo periodismo (new journalism), con un registro informal y un fuerte componente autobiográfico, los ensayos resultan no solo un testimonio clave de las casi dos décadas que recorren, sino también una herramienta para el análisis de sus obras literarias.
En su colección de ensayos «Nobody Knows My Name» [Nadie conoce mi nombre], publicada en 1961, Baldwin recoge sus reflexiones sobre la identidad estadounidense y lo que significa ser negro en Estados Unidos, más específicamente en el legendario sur o el ‘viejo país’ (Old Country). Algunos de los ensayos incluidos en el volumen fueron el resultado de una serie de encargos de Partisan Review y Harper’s Magazine. El ensayo «Princes and Powers» [Príncipes y potencias] medita, en el contexto del Primer Congreso Internacional de Escritores y Artistas Negros, sobre las diferencias y puntos en común de afroestadounidenses y africanos en torno de una supuesta herencia cultural compartida.
Baldwin también aborda en sus ensayos la emergencia de la Nación del Islam, organización política y religiosa liderada por Elijah Muhammad y Malcolm X, promotora de la idea de que se acercaba el fin de la raza blanca. A diferencia de Martin Luther King Jr., quien bregaba por la resistencia no violenta y la integración como vías de resolución al conflicto racial, los radicales activistas musulmanes proponían un separatismo racial entre blancos y negros sostenido en la superioridad de la raza negra.
Para Mullen, Malcolm X «unió la lucha por la descolonización africana y asiática, los padecimientos de los palestinos en un Israel recién constituido, el fin de la guerra francesa contra Vietnam y los inicios de la estadounidense«. Si bien trabaría amistad con Malcolm a fines de la década de 1960 y compartía su compromiso por estas causas internacionales, Baldwin no adhería a su propuesta separatista, ya que, más allá de la imposibilidad práctica de que conformaran su propio país, «los negros y los blancos, se necesitan profundamente si realmente queremos convertirnos en una nación«. Defensor de la integración, se mantuvo alineado con la postura de Martin Luther King y su propuesta de una gradual reducción del conflicto.
Con todo, su posicionamiento más pacifista no debe confundirse con una menor radicalidad a la hora de cuestionar a la sociedad blanca estadounidense por «el conjunto de mitos a los que se aferran los estadounidenses blancos«, profetizando acerca de una inminente crisis racial «si las cosas no cambian». De allí que en su ensayo «Down at the Cross» [Abajo de la cruz] advierte sobre las consecuencias del fracaso del proyecto pacifista: «si nosotros -[…] los blancos relativamente conscientes y los negros relativamente conscientes […] no vacilamos ahora en nuestro deber, podremos, el puñado que somos, acabar con la pesadilla racial, y alcanzar nuestro país, y cambiar la historia del mundo. Si no nos atrevemos ahora a todo, el cumplimiento de esa profecía, recreada a partir de la Biblia en la canción de un esclavo, pesa sobre nosotros: Dios le dio a Noé la señal del arco iris, ¡No más agua, la próxima vez, el fuego!».
Cabe destacar que la publicación de La próxima vez el fuego coincidió con un periodo de creciente militancia y activismo político en la vida de Baldwin, quien transitó por distintos espacios a través de la organización de eventos, entrevistas a líderes negros, disertaciones en las que participó como orador y actos públicos contra el gobierno en los que se manifestó en contra de sus políticas racistas, segregacionistas, militaristas e imperialistas.
Entre 1962 y 1963, cooperó con movimientos pacifistas como el Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC, por sus siglas en inglés), la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP) y el Congreso para la Igualdad Racial (CORE), para el cual organizó una gira por los estados del sur para conversar con alumnos y profesores universitarios y escolares sobre la cuestión racial con el fin de concientizar a los jóvenes y recaudar fondos para la causa negra. Por último, pese a estar en su radar, amenazó al FBI con escribir un libro para exponer las prácticas de vigilancia y asedio utilizadas por la agencia en la persecución de militantes del Black Power y el partido Pantera Negra.
Su involucramiento directo en la coyuntura política y en la militancia contra el racismo operó en ese sentido como complemento de la actividad intelectual que desarrolló en sus ensayos, los cuales comenzaron a reflejar un Baldwin más realista respecto de las posibilidades de superación del conflicto racial. Esto se debió a los retrocesos sufridos por el movimiento de los derechos civiles hacia fines de los años 60 –expresados, por ejemplo, en los asesinatos de Martin Luther King y Malcolm X y en el infundado encarcelamiento de su amigo Tony Maynard–, pero también en hechos internacionales como la guerra de Argelia y la opresión colonial y poscolonial, temas que abordaría en el libro de ensayos No Name in the Street [Sin nombre en la calle]. Dado el incierto panorama de la población negra en Estados Unidos, Baldwin concluye No Name… con una premonición: «Habrá acciones sangrientas de resistencia en todo el mundo, durante años: pero la fiesta de Occidente se ha acabado y el sol del hombre blanco se ha puesto. Punto«.
Sus ensayos también nos hablan de una perspectiva transnacional, ya que dan cuenta de una amplia gama de cuestiones sociales y políticas que abarcan desde la denominada ‘cuestión racial’ y los embates del movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos hasta preocupaciones ligadas al dominio y supremacía de Occidente, evidenciados, por ejemplo, por las guerras de liberación palestina y argelina.
Recién con la consolidación y mayor autonomía de la comunidad gay negra a comienzos de la década de 1980 hubo un cambio discursivo favorable respecto de la ficción de Baldwin que contribuyó a la inclusión de su literatura gay en el canon cultural y literario afroestadounidense. Esta demora respondió a la reticencia de algunos escritores y críticos de la época a concebir la posibilidad de una identidad negra atravesada no solo por la raza y el género, sino también por la sexualidad disidente, como si dos o más identidades no pudieran convivir.
Lealtades múltiples
Las ‘múltiples lealtades’ que Baldwin estableció, especialmente en la década de 1960, fue otro de los factores que terminaron por alimentar la desigual recepción crítica: sus recurrentes apariciones en los medios mainstream (con portadas en revistas de circulación masiva como Life y Time), su activismo político junto a líderes como Martin L. King y Stokely Carmichael, su prestigio como ensayista y su popularidad como escritor gay, principalmente entre el público heterosexual y homosexual blanco, redundaron en una ‘reputación’ inestable -incluso en un movimiento negro en el que el virilismo era un valor-. En uno de sus ensayos, Baldwin afirma haber sido víctima de cartas amenazantes durante su auge como activista político en el movimiento por los derechos civiles, cuyo contenido obsceno hacía referencia a su sexualidad. El perfil publicado en portada por Time el 17 de mayo de 1963 lo presenta como un escritor «afeminado», «nervioso» y «frágil».
El propio Baldwin conocía demasiado bien los escollos de estar al margen de muchas identidades que se consideraban excluyentes (gay, negro y estadounidense, por ejemplo). A veces bailaba la danza de los márgenes con elegancia, pero otras veces su gracia no estaba a la altura de la tarea.
En James Baldwin Now (1999), Dwight McBride recoge una interesante variedad de artículos académicos provenientes de las ciencias políticas, la sociología, los estudios literarios y la comunicación que proponen novedosos enfoques para pensar al autor en el cruce de una diversidad de identidades: «Con la llegada de los estudios culturales, por fin es posible entender la visión de Baldwin de la humanidad y para la humanidad en su complejidad, y situarlo no como exclusivamente gay, negro, expatriado, activista […], sino como una amalgama intrincadamente negociada de todas esas cosas«. Su partida de Nueva York y sus largas estadías en Francia y Turquía implicaron la ‘expansión’ de su autopercepción como sujeto afroestadounidense más allá de las fronteras nacionales y de la cuestión racial. Lejos de permanecer inmóvil, el sujeto afroestadounidense en tránsito se deshace de las fronteras raciales pero sin perder su memoria histórica, adquiere nuevos marcos de referencia determinados por el lugar de tránsito y toma conciencia de su pertenencia simultánea al Nuevo y al Viejo Mundo yuxtapuestos espacial, temporal e históricamente. En su contribución a la citada obra colectiva, «Alas, Poor Richard!’: Transatlantic Baldwin, the Politics of Forgetting, and the Project of Modernity» [¡Ay, pobre Richard!: Baldwin transatlántico, la política del olvido y el proyecto de la modernidad], Michelle Wright sostiene que la experiencia transatlántica del sujeto afroestadounidense redefine las principales coordenadas que lo constituyen como sujeto en primer lugar: la raza, la nacionalidad y la cultura.
En diálogo con las contribuciones de los estudios culturales, Matt Brim, en su libro James Baldwin and the Queer Imagination [James Baldwin y la imaginación queer] (2014), apela a los desarrollos de la teoría queer, que ha «revisado, renovado, renombrado y reclamado (a Baldwin) como objeto de estudio queer» en las últimas décadas para arrojar luz sobre su capacidad de nombrar y actualizar en el lenguaje el deseo, la sexualidad ambivalente y las relaciones eróticas presentes en el imaginario cultural que permanecen invisibilizadas por ‘fuerzas silenciadoras’ y ‘prohibiciones eróticas’ que provienen de la homofobia, el racismo y las manipulaciones de la heteronormatividad.
Pensar a Baldwin como sujeto transatlántico afroestadounidense permite abordarlo más allá de las fronteras de la literatura norteamericana y como parte de una literatura mundial que promueve temas universales, sin dejar de lado el legado de una tradición literaria negra marcada por continuidades y discontinuidades estéticas. Su versatilidad como novelista y ensayista y la amplitud y relevancia de temas que trató en sus obras contribuyeron a la proliferación de nuevos estudios y a la reevaluación de los existentes. Que su trayectoria pueda ser abordada desde distintas aristas y que resulte difícil hacerlo desde un único centro es un aliciente para explorar otros márgenes y mundos por los que Baldwin transitó con su pasaporte transatlántico, los cuales no se reducen, de ningún modo, a la literatura.
El escritor peruano Mario Vargas Llosa, a la sazón corresponsal de la revista argentina Primera Plana, entrevistó en París a un James Baldwin ya consagrado. Corría el año 1965, Baldwin «ya no pasa hambre ahora y, en vez de dormir en las buhardillas miserables, lo hace en el Pont Royal, un elegante hotel de la rive gauche» parisina. En la foto vemos a un Baldwin sentado en un sillón de estilo barroco, con actitud gesticulante, mientras conversa con su entrevistador. Vargas Llosa nos cuenta que el escritor ya no puede caminar anónimamente por las calles parisinas: «Los diarios hablan de él y publican su foto, las revistas culturales le solicitan colaboraciones, todo el día debe estar hurtando el cuerpo a periodistas, admiradores y cazadores de autógrafos«. Pero Vargas Llosa prosigue: «Pequeñito, muy fino, ligeramente afectado, mal vestido, cualquiera lo confundiría con uno de esos jóvenes becarios africanos que atestan los cafés de las inmediaciones«. Pero no es uno más del montón: «Tiene un aire desenvuelto, una voz simpática y unos grandes ojos de sapo que revolotean en sus órbitas constantemente, imprimiendo una extraordinaria animación a su tez lampiña y plomiza».
Fuente: https://nuso.org/articulo/homenaje-al-profeta-negro/