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Euskal Herria, 30M

Huelga general parcial

Fuentes: Rebelión

Cada Huelga General (HG) parcial que se plantea en Euskal Herria, y digo parcial porque salvo raras excepciones, nunca coinciden en su convocatoria los sindicatos nacionalistas y los llamados constitucionalistas, genera un gran movimiento de placas tectónicas entre los propios sindicatos, entre la fragmentada clase obrera, los movimientos sociales, las clases medias laboralmente activas, el […]

Cada Huelga General (HG) parcial que se plantea en Euskal Herria, y digo parcial porque salvo raras excepciones, nunca coinciden en su convocatoria los sindicatos nacionalistas y los llamados constitucionalistas, genera un gran movimiento de placas tectónicas entre los propios sindicatos, entre la fragmentada clase obrera, los movimientos sociales, las clases medias laboralmente activas, el funcionariado, las pequeñas empresas familiares con graves déficits de sostenimiento -y conciencia de explotación- y la ciudadanía en general. Cada convocatoria supone pasar el Rubicón de la deseada unidad, al parecer ya inviable e incluso intrascendente. Y también genera no pocas dosis de ansiedad y desconcierto. Evidentemente, los sindicatos exprimen sus razones al máximo para justificar sus posturas. Pero estas explicaciones, a mi juicio, no tienen nada que ver con el sentir de la clase obrera. Y la clase obrera y la ciudadanía más castigada por la actual contrarreforma del Estado Social, necesitan y exigen un papel más activo. Porque son sujetos históricos. Y esto significa intuir sus circunstancias, realidades y contradicciones.

Sobran razones para dar un golpe de estado social, para pelear, para tomar la calle. Para reventar el asfalto. Eso lo sabemos todos. Y es que ya no queda nada por explicar, ni queda nadie sin concienciar acerca de la necesidad de romper amarras con este modelo económico y social. Pero se trata de encontrar la manera de hacer más efectivo ese desasosiego y gestionar esas ganas de romper con el techo de la conformidad de obligado cumplimiento impuesto por el miedo, la desconfianza y la desunión.

Los líderes sindicales se empeñan en explicar las razones de la HG, algo ya sabido y conocido. El diagnóstico de la situación es claro y contundente. No necesitamos más explicaciones. Y en esto coincide casi toda la izquierda. La clase obrera no necesita a estas alturas de la crisis ser convencida de su estado de malestar progresivo. Lo padece a diario sin que nadie se lo recuerde. Lo que sí precisa ser analizado es el efecto comparado de esa llamada a la HG. Y esto no se hace. Porque cuando la ciudadanía es convocada se mueven muchas estrategias: personales, sociales, laborales, comunitarias, económicas, ideológicas y políticas. Y pareciera que solo esta última importa. Y siendo importante, no es única.

Hay un proceso reiterado de huelgas generales en Euskal Herria desde 2009. Esta es la octava HG. Cuatro de ellas han sido convocadas por ELA y LAB, otras dos por UGT y CC.OO y solo en una, el 29 de marzo de 2012, coincidieron separadamente. Este proceso debería servir para analizar las estrategias, los logros, si es posible encontrarlos más allá del deseado índice de movilización sindical, las dinámicas que ha generado y sobre todo, los efectos conseguidos con esta potente herramienta de combate que es la HG. Pero esto no se hace. Incluso plantearlo cuesta. Da la sensación de que todo esto sobra y que lo inmediato es la movilización. Dejar constancia del desacato. Al precio que sea. Pero una movilización sin objetivo creíble, ponderado, dialogado, asumido, contrastado, deseado y sin efectos reales inmediatos, puede generar un efecto contrario.

Creo que esta estrategia reiterada de convocatorias de HG, pese a existir razones sociales para su articulación, no logra los efectos que las direcciones sindicales se plantean. La HG del 30M obliga a un ejercicio de autoconciencia individual destinado a protegerse de la estigmatización social en caso de no coincidir con los planteamientos tácticos de esta HG. Y en este sentido, la actual convocatoria podría generar no una lucha vertical contra el poder económico, sino una lucha horizontal entre intereses comunes: trabajadores afiliados contra no afiliados, afiliados a UGT y CC.OO contra afiliados a ELA y LAB, de trabajadores activos, contra inactivos, trabajadores con contratos muy precarios contra compañeros/as más protegidos, funcionarios contra laborales contratados, y así un buen número de situaciones laborales y personales de muy diversa especificidad que deben ser tenidas en cuenta. Porque hoy la lucha de clases no es vertical, de abajo a arriba, sino horizontal, entre sectores de la misma clase. Y eso es una imposición del capital.

La HG hoy no puede ser considerada ni planteada como hace 70 años. Porque el modelo fordista de producción y organización del trabajo ya no existe. Y la huelga con mayúsculas se concibió en ese escenario de contradicciones entre clase obrera y capitalismo fordista. Hoy no ese el escenario. Y si bien la huelga sigue teniendo validez, no su articulación metodológica de corte fordista. Porque hoy las estructuras de producción son globales y una HG hoy, por ejemplo, puede ser asumida como un negocio (ahorro) para la gran patronal y la administración pública.

Por otro lado, el uso reiterado de esta herramienta, sin que obtenga los efectos reales que sus organizadores proclaman, puede volverse en contra de sus mentores y sus objetivos, los cuales se desvalorizan y se deprecian progresivamente invalidando los procesos de participación que puedan haberse puesto en marcha creando desmovilización, hastío y desencanto.

La HG sin más pretensión que la de paralizar el país se queda corta en su exigencia. Porque esto puede ser asumido por el poder económico fagocitando y absorbiendo su efecto. Paralizar el país un día no supone económicamente nada, pese al griterío mediático de la derecha y los empresarios. La HG debería llevar consigo una serie de estrategias y acciones continuadas y consensuadas en el tiempo que influyeran definitivamente en las estrategias de producción y, sobre todo de consumo, pilares del capitalismo global.

Por otro lado, hay un 15% de paro en Vascongadas y un 19% en Nafarroa y ambas comunidades presentan, pese a la propaganda, altas tasas de pobreza severa. Este sector de población está en HG permanente. Y sin embargo no se siente ni representado ni llamado a las filas de la insurrección, salvo grupos de vanguardia. Estos colectivos tienen estrategias de lucha, resistencia y combate diferenciados. Incluso de sublimación de la propia exclusión. Porque sus estrategias vitales no tienen nada que ver con las del funcionario o el obrero que cobra 1800 euros. En esta, y en otras convocatorias, falta esta sensibilidad, pese a ser ellos y ellas y su exclusión de la vida pública, la excusa de la insurrección.

Convocar una HG requiere algo más que razones. Y la unidad sindical y social, pese a ser difícil de lograr, hay que gestionarla hasta que se demuestre que no lograrla es más beneficioso que hacerlo. Y de momento esto sigue siendo un reto. Y ahí estamos, en esa permanente lucha en la que los sindicatos nos dejan solos con nuestras contradicciones. Y la duda planea. Parará el país entero, no lo sé, tal vez. Pero el poder absorberá, a buen seguro, al día siguiente nuestra resistencia por un día.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.