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Imperio y nuevo militarismo

Fuentes: Cádiz Rebelde

[LA HISTORIA EN VUESTAS MANOS] El poeta palestino Mahmud Darwish, retrata certero en una frase, los acontecimientos que abren el nuevo siglo, y la decadencia criminal de sus dilemas: «No es una guerra entre civilizaciones es una guerra entre diferentes barbaries»(1). Lo hemos visto en Beslan, como se lleva la vida, la dignidad y los […]

[LA HISTORIA EN VUESTAS MANOS]

El poeta palestino Mahmud Darwish, retrata certero en una frase, los acontecimientos que abren el nuevo siglo, y la decadencia criminal de sus dilemas: «No es una guerra entre civilizaciones es una guerra entre diferentes barbaries»(1). Lo hemos visto en Beslan, como se lleva la vida, la dignidad y los cuerpos de millones de personas a su paso, pero también arrasa con las almas vivas de sus víctimas. Casi actualiza la vieja consigna marxista, «socialismo o barbarie», y aquí la barbarie se queda a solas.

Pero las raíces de nuestro tiempo político se remontan mas atrás, cuando aún no habían pasado ni el 11-S ni el 11-M. No estamos viviendo la onda expansiva de los shocks de Atocha o Nueva York, del infanticidio de Beslan o de la toma de rehenes en el teatro Dubrovka hace dos años. Por impactantes que sean sus fotogramas, pueden provocar la confusión o acelerar un tren en marcha, pero no cambian «el rumbo de la historia» por si solos, no dejan de ser consecuencias que se convierten en causas o pretextos, para mantener o aumentar la tensión de la lógica de guerra. Esa relación causa-efecto por la que atribuimos ‘cambios radicales’ al suceso espectacular mas reciente, además de ser un defecto de la percepción fruto del ritmo urgente de los acontecimientos en el mercado de la comunicación, repite también una dinámica típica de la guerra: obviar las causas mas profundas para atribuir cada hecho al hecho mas inmediato, cerrando por igual el paso de la memoria y las salidas.

La mentalidad del nuevo militarismo, la práctica política que apuntala el nuevo estado de guerra, se viene gestando hace mas de una década. Después del trienio 1989-1992, cuando caen primero el Muro de Berlín y el estado soviético después, una vieja furia, de tradición fundamentalmente europea pero también estadounidense, se despereza: «Se trata de una filosofía que comenzó por confundir la historia en general con una historia bien determinada: la historia occidental, la cual sólo había logrado convertirse en la historia misma mediante el sometimiento colonial y el genocidio»(2).

Los cuarenta años de guerra (fría) imperialista, afectaron profundamente a esa vieja mística que suele identificar la propia causa con el ‘desarrollo histórico’. Desde 1945, no sobraron las agresiones imperialistas por ambas partes y desde luego una retórica fanfarrona seguía patrimonializando «la historia de la humanidad» para cada una de las partes, pero ni objetiva ni subjetivamente, podía nadie sentirse dueño del porvenir. La época no supuso ningún freno a un mundo basado en la explotación, el beneficio y la guerra, pero si un condicionante psicológico al ejercicio del poder. Eso es lo que ha cambiado hoy. Después de que en 1991 la OTAN revisara su «concepto estratégico» , la URSS desapareció en lo que ahora nos parece un acontecimiento de plena coherencia histórica, pero que para el momento todavía era sorprendente. Desde entonces las distintas instancias de poder occidentales fueron transformando su mirada y su percepción del territorio, la vida y los acontecimientos. De una batalla de posiciones en espacios cortos y a corto plazo, a la idea de un Nuevo Orden sin un horizonte territorial, temporal ni político fijo. Si lo que se llamaba «campo occidental» construyó su identidad dentro del juego de pesos y medidas de la «política de bloques», derruido el edificio soviético, en Washington, Londres, Tokio, París o Bonn, se encuentran ante la posibilidad de un mundo ‘en código abierto’, a su disposición.

Esa posibilidad no es la extensión de «la democracia», como decían las primeras voces, cínicas o ingenuas, que se subieron a sermonear las buenas nuevas de un nuevo mundo, sobre escombros de Berlín. La novedad, tampoco es como se dijo mas tarde, la aparición de «nuevos peligros» en el horizonte, de los cuales muchos son viejos amigos de los que no es difícil enseñar un reverso tenebroso que ya tenían cuando eran ‘luchadores por la libertad’. Lo que cambia es la subjetividad en el ejercicio del poder, el cambio de mentalidad y la recuperación de los impulsos coloniales, que devuelve la ilusión de controlar la historia, no como elaboración intelectual posterior a los acontecimientos, sino como la intervención e invención en tiempo real del territorio, la economía, la cultura, la vida.

[CRISIS SIN CONFLICTO POLÍTICO]

Al fortalecimiento de esta mentalidad ayuda sin duda la propia izquierda occidental.

Solo el reduccionismo que habitualmente acompaña los hechos consumados, puede llevarnos a pensar que esto era lo más lógico, lo único que podía ser, lo que tenía que pasar necesariamente una vez finiquitado el campo soviético. En un «sistema bipolar» de relaciones políticas, sociales y económicas mas complejas que los intereses declarados y visibles de Washington y Moscú, es lógico pensar que si uno de los polos se desmorona a la velocidad que lo hizo el soviético, eso también puede provocar convulsiones al otro lado.

Lo cierto es que en «el oeste», fruto precisamente de la aplicación de una política de recortes que ya se había comenzado a aplicar mediados los 80, y que a la vista de la evolución internacional se refuerza mas aún, lejos de reducirse los antagonismos aumentan. A las ya clásicas vueltas de tuerca de la reconversión industrial y lo que hoy llaman deslocalización, se unen la precariedad creciente, y un encarecimiento general del nivel de vida, que afecta a las condiciones de trabajo, el tiempo de ocio, la capacidad para acceder a una vivienda o las pensiones. Todas aquellas medidas que comenzaban a desarmar los derechos y el nivel de vida de la mayoría de la población, pueden incluso parecernos benévolas comparadas con las que afrontamos hoy, pero desde luego no ofrecían una realidad libre de conflictos. Por otra parte, en zonas concretas y claves la situación no es precisamente alagüeña, como en la nueva Alemania unificada, donde se abre un abismo económico y social que no ha dejado de crecer desde entonces. Mas allá de las fronteras europeas y norteamericanas, el panorama tampoco es una balsa de aceite. El FMI y el BM dan saltos cuantitativos en su acoso a los estados empobrecidos para abrir espacios de impunidad legal para las multinacionales y estrechar el cerco de la deuda externa, empeorando su situación económica y social y aumentando los flujos migratorios. «Países que podían parecer, hacía veinte o treinta años, los menos mal iniciados en el camino del desarrollo anunciado»(3) como Argentina, Egipto o Argelia «se encuentran de vuelta atrapados por la espiral del subdesarrollo», condenados nuevamente a economías de monocultivo, agrícolas o turísticas, o simplemente como en el caso argelino devastados por una guerra que todavía ofrece rasgos incomprensibles. Por entonces, salvo la actitud firme del gobierno cubano, los estados empobrecidos carecen de la mínima autonomía, afinidad y fuerza común para responder a la ofensiva que provoca un nuevo ciclo económico regresivo en el que llueve sobre mojado.

Este cuadro forma lo que se ha venido a llamar la «crisis de los 90». Frente a esto la izquierda occidental se preocupa fundamentalmente por conservar el espacio institucional en su papel de «fuerza útil», representante de las «clases mas desfavorecidas» sin cuestionar en ningún caso las líneas básicas políticas, estratégicas y éticas del mundo nuevo que se construye y que se avecina. Su respuesta no es en términos de disidencia ni liberación sino de participación, acumulación de poder e influencia, y en cualquier caso las movilizaciones o discursos ‘críticos’ que mantenga frente determinadas medidas y circunstancias, se atienen siempre a las formas y los limites de la razón de estado. En el plano exterior esta misma izquierda se aposenta en un tono moralista sin consecuencias prácticas. La crítica de rigor a la relación Norte-Sur se queda vacía por abandonar los tres ejes fundamentales de la solidaridad política: la búsqueda de referentes políticos claros en los países empobrecidos, la denuncia de la política exterior, y el boicot a esta con los instrumento y estrategias apropiados. Salvo excepciones, en general tampoco encuentra una réplica en organizaciones extraparlamentarias capaces de poner sobre la mesa un análisis lúcido y una práctica real, inteligente y creativa.

El mercado y las estructuras de poder políticas y económicas sacan buen partido de la crisis, porque no hay nadie capaz de sacar de la crisis el conflicto político y social que encierra. La libertad de maniobra que ya no es posibilidad, que hoy se ha convertido en pasión, necesidad y acción de las élites, no hubiera sido posible o al menos tan sencilla, sin la debilidad de los estados empobrecidos; una izquierda extraparlamentaria enterrada en la caja negra; y la cobertura de la izquierda institucional a un contrato político que ha blindado capital, mercado y sistema parlamentario.

[BALCANES: REINVENTANDO LA GUERRA A BOCAJARRO]

En esa coyuntura de libertad de maniobra y consenso, llegaron los principales experimentos intervencionistas. Alemania y Francia además de participar en la agresión de 1992 y acatar tácitamente la guerra muda y el bloqueo contra Iraq hasta el 2003, participaron activamente en la operativo de los Balcanes, que se convierte en el primer campo de pruebas del nuevo militarismo. Aunque son los Estados Unidos quienes finalmente lideran, deciden y ejecutan el tempo de la guerra, la política subterránea de Berlín en la zona es considerada como uno de las fuentes instigadoras. El apoyo automático a la independencia de Croacia y Eslovenia (también por parte del Vaticano, con sus propios intereses) tenía poco que ver con las convicciones en torno a la autodeterminación de la coalición gubernamental de Schroeder, y mucho con la expansión en un mercado donde a final de los 90 ya era el primer exportador de mercancías, y en el que pretendía consolidar el marco alemán como moneda de referencia.

Pero lo nuevo que aporta la agresión de 1999 se sale de sus confines políticos, temporales y territoriales. La preguerra, la guerra y la postguerra, en el lapso de unos meses, da forma al esqueleto, la identidad, la razón moral, la mentalidad y las necesidades técnicas y estratégicas del nuevo militarismo atlántico.

Sobre el terreno y respondiendo a necesidades coyunturales, se constituyen valores y necesidades que se convertirán en las entrañas de la Nueva Política Exterior:

– La intervención militar entendida como una acción policial, política y ética. La OTAN, siempre imprescindible e insustituible para los Estados Unidos, pero con cierto temor a un previsible vacío una vez cerrado el ciclo histórico que la parió, encuentra sobre el terreno un nuevo principio de identidad. Se rebusca, se encuentra y se reubica en el nuevo contexto internacional «en una misión para la que no había sido diseñada, fuera de su área de actuación y contra un adversario que no la amenazaba con una agresión directa. Bosnia y las misiones de paz en todos sus niveles, desde la prevención a la ayuda a la reconstrucción, pasando por los ataques de castigo, se van a convertir en el día a día real de la Organización»(4)

– «La transformación de los ejércitos en estructuras policiales dispuestas a intervenir… para ordenar en términos de desarrollo capitalista todos los espacios del mundo»(5). Se socializa la idea de una guerra nueva, que desplace del imaginario colectivo la asociación con la vieja guerra de masacre, por otra entendida como una operación quirúrgica y selectiva, rápida y eficaz, sin bajas propias y capaz de extirpar un mal sin dañar el resto del cuerpo. La guerra aérea y el desarrollo de la alta tecnología militar, le dan verosimilitud a la «guerra quirúrgica», que pronto se convierte en objeto de la ironía colectiva pero que aún hoy ha sido abundantemente utilizada por intelectuales y gobiernos como argumento de peso en Afganistán e Iraq, a pesar del uso reiterado de uranio empobrecido y bombas de racimo.

– La cobertura de una legalidad a la carta, que afecta tanto a la zona objeto de agresión como a la propia legalidad de los estados agresores. La participación en el operativo militar no fue «discutida por ningún pueblo ni por ningún parlamento, pues fue adoptada sólo por los jefes de Estado, en violación total de las Constituciones respectivas, del mismo modo que Washington violó la carta de la ONU al pasar por sobre ésta»(6). Pero lo sustancial es la impunidad legal y penal con la que los agresores revisten sus propios actos, de manera que la OTAN o los Estados Unidos en solitario pueden elegir donde, porque y como intervienen, sin atenerse a ninguna responsabilidad frente ningún organismo nacional o internacional independiente. Durante las negociaciones de Rambuillet con el ELK y el gobierno de Milosevic, y cuya ruptura dio paso inmediato a los bombardeos, la OTAN plantea entre otras condiciones no negociables la libre extensión y circulación sobre el territorio y la «inmunidad jurisdiccional frente a los tribunales locales»(7). Esta posición que incluso es rechazada al principio por el propio ELK que luego acepta por pragmatismo, es casi simultánea al posicionamiento norteamericano respecto al Tribunal Penal Internacional, negando su adhesión y por tanto excluyéndose de su jurisdicción.

Todo ocurre a la vez que se preparan o se llevan a cabo los bombardeos, la guerra se redefine y se teoriza para este nuevo tiempo, a bocajarro, mientras en la televisión desaparecen las calles de Belgrado

[METAFÍSICAS DE LA GUERRA]

Durante el silencio antes de los bombardeos, ya se utilizaban profusamente conceptos como el de «guerra humanitaria» o «injerencia democrática», que forman el hecho diferencial del militarismo europeo contemporáneo.

«La injerencia humanitaria, la injerencia ética. ¿Qué quiere esto decir? Que por encima de la soberanía nacional, existe a nivel mundial la soberanía ética. No tenemos el derecho de dejar que un Estado, cualquiera que sea, masacre a una parte de la población, una parte de su pueblo. Esto forma parte de nuestro patrimonio de nuestra historia, tal y como lo hemos aprendido, del final del siglo XX. Yo era partidario de una intervención militar en Bosnia, no porque a mí me guste lo militar, sino porque era la única forma de que se salvaran los musulmanes. También fui partidario de una intervención en Kosovo, no porque me gustara la OTAN, sino porque era la única fuerza capaz de salvar a los kosovares»(8).

La neoética de los hijos muertos del 68 y sus locos seguidores, se añade a otros como el de «guerra de civilizaciones» que los sectores neoconservadores norteamericanos y también europeos (el español es especialmente notorio y recalcitrante) venían recuperando desde principios de los 90, configurando el diccionario colonial y político-militar del nuevo siglo. En este sentido, la retórica y la práctica neocon no son un forúnculo extraño que distorsione la paz mundial, ni una disfunción norteamericana, ni su influencia es de ninguna manera el fruto de la exitosa estrategia de un lobby de presión y opinión. Además de la capacidad de un grupo mayor o menor de personas para situarse y extender su poder y sus ideas entre las elites, los medios académicos y periodísticos, y la población, su posición de privilegio se encuentra estrechamente ligada a la pasión colonial del Nuevo Orden.

«Por su posición geopolítica y por razones históricas y culturales (lucha entre la civilización occidental y la islámica) España está abocada a un Drang nach Süden, por parafrasear a los alemanes. Ese empuje hacia el sur nos lleva a enfrentarnos a unas gentes diferentes (por la religión, la lengua, el Derecho, etc.) lo cual conduce a una lucha de civilizaciones (Gumplowicz, Toynbee) o contraposición amigo-enemigo (Schmitt)» (Carlos Ruiz Miguel, «El Sahara Occidental y España: Historia, política y derecho. Análisis crítico de la política exterior española», ed.Dykinson, Madrid 1995).

Según este planteamiento, que es aplicable por igual al vecino mas inmediato (en el caso del texto de Ruiz Miguel es Marruecos) como a todo un continente, la cultura y la historia son una fuerza unitaria y superior de tal potencia, que otros valores como la solidaridad, la cooperación o la autocrítica, serian tan solo formas de eludir el conflicto real. La diferencia es a priori fuente de hostilidad. El inquietante paralelismo entre una afirmación de Adolf Hittler, «justo es lo que resulta bueno para el pueblo alemán», y la siguiente del profesor almeriense Agapito Maestre, «sin esas opciones sería imposible nuestro actual bienestar«, dan cuenta de lo que esto encierra. El egoísmo colectivo es una raíz moral, la razón de estado y el motor político. «Nuestra vida» y «nuestros intereses» son «la vida» y «el interés general», somos la medida de los hechos y las cosas, y el territorio como invasión, expansión o perdida es «el único elemento objetivo e indiscutible para poder calificar una etapa política decadente» (Ruiz Miguel, op cit.) o de progreso. Estos pilares dan lugar a una geopolítica de la dominación, que se caracteriza por la incapacidad para comprender al «otro» como alguien independiente con sus propios atributos y derechos, viéndolo y sintiéndolo como un alimento, una cosa que existe para satisfacer las propias necesidades, reales o inventadas. Esa construcción moral-histórica-política es la fundación de la política según las tesis neoconservadoras, y sin su aplicación hasta las últimas consecuencias estaríamos ante un suicidio colectivo.

Aunque los argumentos de Cohn-Bendit, Henri-Levy o Mendiluce aparentan ser mas benignos, en realidad la tosquedad del belicismo estadounidense y la sofisticación ética-militar europea en las motivaciones y la justificación de sus actos: «el nuevo discurso de la guerra imperial tiende a reemplazar la retórica de la ‘guerra justa’ por el imperativo categórico de una guerra santa, donde el veredicto del Juicio final sería sustituido por el de una Humanidad con mayúscula ventrílocua. Es la lógica misma de la cruzada «ética» predicada por Tony Blair, Bernard Henri Lévy, o Daniel Cohn Bendit: la confusión de la moral con el derecho, como la desaparición de la política entre las fatalidades de un mercado autómata y las ‘obligaciones ilimitadas’ de una ética de la dominación imperial» (Daniel Bensaid, op.cit.)

[GRIETAS Y DUDAS EN EL SENO DEL IMPERIO]

Esto no quiere decir de ninguna manera que el mando político-militar y en general los intereses se hayan unificado y vuelto monolíticos. Si nos limitamos a las dos partes con mayor protagonismo respecto a la invasión de Iraq, Estados Unidos y Europa, el liderazgo usamericano es todavía indiscutible, pero las diferencias en el seno de la Alianza Atlántica Ampliada se manifiestan de manera contundente, como ha mostrado nítidamente la guerra de Iraq. No debe ser casualidad que las alianzas políticas internacionales, coincidan en los mismos términos que las alianzas comerciales de la industria militar: «La poderosa industria aerospacial alemana, que forma parte de Daimler, está ahora aliada con la industria aerospacial Matra de Francia. A su vez, la industria aerospacial británica está integrada en el complejo industrial militar americano. Esto está en relación íntima con los mayores contratistas de defensa americanos. En otros términos, la industria de defensa Occidental se ha dividido; el eje angloamericano y el francoalemán»(9)

Cabe señalar que las potencias subalternas europeas salieron debilitadas de la agresión de 1999. Su mediocridad militar afectó a su imagen y su peso en la OTAN, y probablemente la preponderancia de la US Army en el proceso de destrucción, también les haya restado réditos e influencia en el posterior proceso de reconstrucción. Numerosos analistas señalan que a pesar del papel alemán, la intención de Clinton al forzar la máquina para materializar la guerra si o si, era arrastrar a Europa a una confrontación que no podía afrontar, de manera que sufriera un golpe en su identidad al comparar sus fuerzas y capacidad con las norteamericanas. Esto ha conducido a Francia y Alemania a posturas mucho mas reservadas respecto a la opción militar, económicamente cara, aún con un alto coste social y electoral en Europa, y poco rentable con un «aliado» desleal, egoísta, arrogante y en pleno delirio mesiánico. Por otro lado, Estados Unidos siempre ha jugado a la división de Europa. La mayoría de los analistas coinciden en que la propia ampliación europea ha beneficiado fundamentalmente a Washington, y de hecho durante la lucha de declaraciones previa a la agresión contra Iraq, fueron los países de la ampliación los que firmaron el manifiesto belicista de Aznar.

Habrá que ver como evolucionan los acontecimientos, pero las actuales grietas entre los estados de la OTAN, no son coyunturales ni las diferentes posiciones forman parte de una mera táctica. Estados Unidos cuenta en sus planes con zonas que corresponden espacios de influencia de potencias continentales mas o menos fuertes, desde Rusia o China a Francia y Alemania. En este sentido para el eje franco-alemán su afirmación de la independencia y la diferencia europeas no tiene un fondo ético ni cultural ni desde luego pacifista o antiimperialista, sino que ven en peligro su propia existencia como potencias en el radio de acción que consideran propio por naturaleza, y necesitan un dique contra el proyecto del nuevo siglo americano. «Trotsky, polemizando con los estalinistas, que entonces definían a la socialdemocracia como «social-fascista», recordaba que si bien los socialdemócratas estaban obviamente contra cualquier ruptura anticapitalista también rechazaban un régimen fascista que por su propia naturaleza los excluía, condenándolos a la desaparición y que su esencia política los vinculaba indisolublemente a la democracia capitalista (sin que ello les impidiera asumir y defender radicales limitaciones antidemocráticas de darse el caso, pero dentro de ese marco)»(10).

No quiere decir que esté en mente de nadie la ruptura de la OTAN. Mientras se construye una lenta política exterior y de defensa común europea, y el Eurocuerpo, París y Berlín tendrán que jugar a ciertos equilibrios tres elementos: mantener la alianza estratégica y la subalternidad respecto a Estados Unidos, dejar para un futuro sus ambiciones geoestratégicas, y evitar entrar en ningún callejón sin salida con el amigo americano.

Estamos ante la configuración de un nuevo mapa de fuerzas, aunque aún queda mucho, ¿o no?, para ver a donde se dirige la partida. En cualquiera de los casos, son los viejos fantasmas coloniales los que se agitan, y detrás el monstruo, la guerra con todas las formas que la guerra puede tomar, que va siempre con ellos.





Notas

1 Muriel Steinmetz, «Para mí, la poesía está ligada a la paz», entrevista a Mahmud Darwish www.rebelion.org, 17/5/04

2 Carlos Fernandez Lliria, «Geometría y Tragedia, el uso público de la palabra en la sociedad moderna», ed.Hiru 2001

3 Daniel Bensaid, «Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren», www.rebelion.org, 11/9/04, tomado de Viento Sur-Correspondencia de Prensa

4 Rafael L. Bardají, «Por un concepto estratégico de la OTAN realmente nuevo, 21/8/98, www.gees.com

5 Antonio Negri, «La nueva fase del Imperio», Rebelion 15/8/04

6 Guillermo Almeyra, «Los Balcanes: Explosivo rompecabezas»

7Alejandro Teitelbaum, «La guerra en los balcanes, los hechos y el derecho internacional»

8 Daniel Cohn Bendit, «Una izquierda liberal-libertaria», presentación del libro «La tercera izquierda», Madrid 27/4/2000, publicado por Iniciativa Socialista

9″La dominación alemana fijó la hora para Yugoslavia» Entrevista hecha por Max Sinclair, a Michel Chossudovsky, Profesor de Economía, de a Universidad de Ottawa, que estudia y escribe sobre los efectos de la penetración del Fondo Monetario Internacional/OTAN en los paises en transición.

10 Andalucia Libre, «La guerra, el PSOE y la izquierda andaluza», n.179