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Impresiones de Gaza

Fuentes: Chomsky.info

Traducido del inglés para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

Incluso una sola noche en la cárcel es suficiente para dar una idea de lo que significa estar bajo el control total de una fuerza externa. Y en Gaza apenas se tarda más de un día empezar a apreciar lo que debe ser tratar de sobrevivir en la mayor cárcel del mundo al aire libre, donde un millón y medio de personas, en la zona más densamente poblada del mundo, son constantemente objeto de terror al azar y con frecuencia castigo salvaje arbitrario, con el único propósito de humillar y degradar, y también de asegurar que las esperanzas de los palestinos de un futuro decente se aplasten y que el abrumador apoyo global para una solución diplomática que conceda estos derechos se declare nula.

La intensidad de este compromiso por parte de la dirigencia política israelí se ha vuelto a ilustrar dramáticamente en los últimos días cuando han advertido de que van a «volverse loco» si las Naciones Unidas otorgan a los palestinos un reconocimiento limitado. No es una novedad. La amenaza de «volverse loco» (nishtagea) está profundamente arraigada, se retrotrae a los gobiernos laboristas de la década de 1950, reminiscencia del «complejo de Sansón»: derribaremos los muros del templo si los cruzan. En ese momento era una amenaza vana, hoy no.

La humillación intencional tampoco es nueva, a pesar de que constantemente toma nuevas formas. Hace treinta años, los líderes políticos, entre ellos algunos de los halcones más conocidos, presentaron al Primer Ministro Begin un relato detallado y estremecedor de las formas de abuso de los colonos sobre los palestinos de la manera más perversa y con total impunidad. El destacado militar y analista político Yoram Peri escribió con indignación que la tarea del ejército no es defender el Estado, sino «demoler los derechos de personas inocentes sólo porque son araboushim (vocablo despectivo para referirse a los árabes, N. de T.), Kikes que viven en los territorios que Dios nos prometió».

Los habitantes de Gaza son los elegidos de un castigo especialmente cruel. Es casi un milagro que la gente pueda sobrevivir. Cómo lo hacen se describió hace treinta años en un libro de memorias elocuente escrito por Raja Shehadeh (La Tercera Vía), basado en su trabajo de abogado dedicado a la tarea imposible de intentar proteger los derechos elementales dentro de un orden normativo dirigido a asegurar el fracaso, y su experiencia personal como Samid, «un sujeto», que vigila su casa convertida en una prisión por los brutales ocupantes y no puede hacer otra cosa que «soportarlo».

Como escribió Shehadeh, la situación ha empeorado mucho. Los Acuerdos de Oslo, que se celebraron con mucha pompa en 1993, determinaron que Gaza y Cisjordania son una entidad territorial única. Entonces los EE.UU. e Israel ya habían iniciado su programa de separarlos completamente uno de otro, con el fin de bloquear un acuerdo diplomático y castigar a los araboushim en ambos territorios.

El castigo de los habitantes de Gaza se hizo aún más grave en enero de 2006, cuando cometieron el gran delito de votar el «camino equivocado» en la primera elección libre en el mundo árabe, votaron a Hamás. Demostrando su apasionado «anhelo de democracia», los EE.UU. e Israel, respaldados por la pusilánime Unión Europea, impusieron un cerco brutal, junto con intensivos ataques militares. Los EE.UU. también dieron un giro implantando un procedimiento operativo estándar cuando alguna población desobediente elige al gobierno equivocado: organizar un golpe militar para restablecer el orden.

Los habitantes de Gaza cometieron un crimen aún mayor un año después bloqueando el intento de golpe de Estado, lo que dio lugar a una fuerte escalada del asedio y a los ataques militares que culminaron en el invierno boreal de 2008-2009 con la Operación Plomo Fundido, uno de los ejercicios más cobardes y crueles de la fuerza militar en la historia reciente, contra una población civil indefensa, atrapada sin escapatoria, que fue sometida a un ataque implacable de una de los más avanzados sistemas militares mundiales que dependen de las armas de Estados Unidos y están protegidos por la diplomacia de EE.UU. Un testimonio ocular volcado en un inolvidable relato -«infanticidio» según sus palabras- fue elaborado por los dos médicos noruegos valientes que trabajaron en el principal hospital de Gaza durante el asalto despiadado, Mads Gilbert y Fosse Erik, en su notable libro Los ojos en Gaza.

El presidente electo Obama fue incapaz de decir una palabra, además de reiterar su simpatía por los niños menores bajo un ataque de misiles que cayeron en la ciudad de Sderot, Israel. El asalto cuidadosamente planeado finalizó justo antes de la toma de posesión del presidente Obama, para que luego pudiera decir que había llegado el momento de mirar hacia adelante y no hacia atrás, frase de refugio clásica de los criminales.

Por supuesto hubo pretextos, como siempre. El más conocido que se saca a relucir cuando es necesario, es la «seguridad»: en este caso, los cohetes de fabricación casera lanzados desde Gaza. Como tomo el mundo sabe, el pretexto carecía de credibilidad. En 2008 se estableció una tregua entre Israel y Hamás. El gobierno israelí reconoce formalmente que Hamás la cumplió plenamente. Hamás no lanzó ni un solo cohete hasta que Israel rompió la tregua al amparo de las elecciones de EE.UU. del 4 de noviembre de 2008, invadió Gaza por motivos absurdos y mató a media docena de miembros de Hamás. Los altos funcionarios de inteligencia advirtieron al gobierno israelí de que la tregua podría renovarse aliviando el bloqueo criminal y terminando con los ataques militares. Pero el gobierno de Ehud Olmert, supuestamente una paloma, optó por rechazar estas opciones, prefiriendo recurrir a su gran ventaja comparativa en la violencia: la Operación Plomo Fundido. Los hechos básicos son revisados una vez más por el analista de política exterior Jerome Slater en el último número de la revista del MIT Harvard International Security.

El patrón de ataque en la Operación Plomo Fundido fue analizado cuidadosamente por el experto e internacionalmente reconocido abogado de los derechos humanos de Gaza Sourani Raji. Señala que el bombardeo se concentró en el norte, donde atacaron a civiles indefensos en las zonas más densamente pobladas, con ningún pretexto militar posible. El objetivo, según él, pudo se expulsar a la asustada población hacia el sur, cerca de la frontera con Egipto. Pero los samidin (1) se quedaron donde estaban, a pesar de la avalancha de terror de los Estados Unidos e Israel.

Otro objetivo podría haber sido llevarlos más lejos. Se remonta a los primeros días de la colonización sionista cuando se sostenía en gran parte del espectro que los árabes no tienen ninguna razón real para estar en Palestina, ya que pueden ser igual de felices en otro lugar y deberían emigrar, educadamente las palomas sugerían «transferir». Esto concierne a Egipto y le causa no poca preocupación, y es tal vez una razón por la cual Egipto no abre la frontera libremente a la población civil o incluso a los materiales que la Franja necesita desesperadamente.

Sourani y otras fuentes bien informadas señalan que la disciplina de los resistentes esconde un barril de pólvora que podría explotar en cualquier momento, de forma inesperada, como ocurrió en la primera Intifada en Gaza en 1989 después de años de miserable represión que no despertó ninguna noticia o preocupación.

El simple hecho de mencionar uno de los innumerables casos, poco antes del estallido de la Intifada una niña palestina, Intissar al-Atar, fue asesinada a tiros en el patio de recreo por un residente de un asentamiento judío cercano. Fue uno de los varios miles de colonos israelíes que llegaron a Gaza, en violación del derecho internacional y protegido por la presencia un ejército enorme, tomando el control de la mayor parte de la tierra y el agua escasa de la Franja y que vivían «pródigamente en 22 asentamientos en medio de 1,4 millones de palestinos pobres «, tal como el delito es descrito por el académico israelí Avi Raz. El asesino de la estudiante, Shimon Yifrah, fue arrestado, pero rápidamente liberado bajo fianza cuando la Corte determinó que «el delito no es suficientemente grave» para merecer orden de detención. El juez comentó que lo único que pretendía Yifrah era impresionar a la chica con el disparo de su arma en un patio de la escuela, no matarla, por lo que «no se trata de un caso de una persona criminal a la que haya que castigar o disuadir o que tenga que aprender una lección encarcelándolo». Yifrah fue condenado a siete meses de prisión mientras los colonos en la sala estallaban en canto y baile. Y reinó el silencio usual. Después de todo, es una rutina.

Y así es. Cuando Yifrah fue puesto en libertad, la prensa israelí informó de que una patrulla del ejército disparó en el patio de una escuela de niños de 6 a 12 años en un campo de refugiados de Cisjordania, hiriendo a cinco, al parecer con la intención única «de impresionarlos». No hubo cargos y el suceso de nuevo no llamó la atención. Era sólo un episodio más en el programa de «la ignorancia como castigo», informó la prensa israelí, incluyendo el cierre de las escuelas, el uso de bombas de gas, golpeando a los estudiantes con las culatas de los rifles, prohibición de asistencia médica a las víctimas; y más allá de las escuelas el imperio de una brutalidad más severa, llegando a ser aún más salvaje durante la Intifada, bajo las órdenes del ministro de Defensa, Yitzhak Rabin, otra paloma admirada.

Mi impresión inicial, después de una visita de varios días, era de asombro, no sólo por la capacidad de sobrevivir, sino también por el vigor y la vitalidad de los jóvenes, especialmente en la universidad, donde pasé gran parte de mi tiempo en una conferencia internacional. Pero allí también se pueden detectar signos de que la presión puede llegar a ser demasiado difícil de soportar. Los informes indican que entre los jóvenes hay frustración latente, está el reconocimiento de que bajo la ocupación israelí el futuro no les depara nada bueno. No es mucho lo que los animales enjaulados pueden soportar y puede haber una explosión, que tal vez tome formas feas, ofreciendo así una oportunidad para que los apologistas israelíes y occidentales hagan un acto de justicia y condenen a las personas culturalmente retrasadas, como explicó con perspicacia Mitt Romney.

Gaza tiene el aspecto típico de una sociedad del tercer mundo, bolsones de riqueza rodeadas de pobreza espantosa. Sin embargo no está «subdesarrollada». Más bien está «hiper-desarrollada», y de manera sistemática, para usar los términos de Sara Roy, la principal especialista académica en Gaza. La Franja de Gaza podría haberse convertido en una próspera región del Mediterráneo, con una agricultura rica y una floreciente industria de la pesca, playas maravillosas y, como se descubrió hace una década, con buenas perspectivas de amplios suministros de gas natural en sus aguas territoriales.

Por coincidencia o no, así ocurrió cuando Israel intensificó su bloqueo naval, hizo retroceder a las embarcaciones de pesca a la costa, por ahora a 3 millas más o menos.

Las perspectivas favorables se abortaron en 1948, cuando la Franja tuvo que absorber un flujo de refugiados palestinos que huyeron aterrorizados o fueron expulsados por la fuerza de lo que se convirtió en Israel, en algunos casos expulsados meses después del alto el fuego oficial.

De hecho los estuvieron expulsando hasta cuatro años después, como informó Haaretz (25 de diciembre de 2008) en un inteligente estudio de Beni Tziper sobre la historia del Ashkelon israelí bajo la perspectiva de los cananeos. En 1953, dice, existía un «cálculo frío necesario para limpiar de árabes la región». El nombre original, Majdal, ya se había «judaizado» al actual Ashkelon, una práctica usual.

Eso fue en 1953, cuando no había ningún indicio de necesidad militar. El propio Tziper nació en 1953, y mientras caminaba por los restos del antiguo sector árabe, reflexionaba que «es muy difícil para mí, muy difícil, darme cuenta de que mientras mis padres estaban celebrando mi nacimiento a otras personas las estaban cargando en camiones y expulsándolas de sus hogares».

Las conquistas de Israel de 1967 y sus consecuentes golpes administrativos. Luego llegaron los terribles crímenes ya mencionados que continúan en la actualidad.

Los signos se ven fácilmente, incluso en una breve visita. Sentado en un hotel cerca de la costa, se puede escuchar el fuego de ametralladora de las cañoneras israelíes que obligan a los pescadores que estaban fuera de las aguas territoriales de Gaza a retornar hacia la costa, por lo que se ven obligados a pescar en aguas muy contaminados porque los Estados Unidos e Israel se niegan a permitir la reconstrucción de los sistemas de alcantarillado para las aguas residuales y los sistemas de alimentación que ellos destruyeron.

En los Acuerdos de Oslo se establecieron los planes de dos plantas de desalinización, una necesidad en esta árida región. Uno de ellos, que era una instalación avanzada, se construyó en Israel. La segunda está en Khan Yunis, en el sur de Gaza. El ingeniero encargado de obtener agua potable para la población explica que esta instalación se diseñó de manera que no se puede utilizar agua del mar, sino que debe basarse en el agua subterránea, un proceso más barato que degrada aún más el magro acuífero, garantizando problemas graves en el futuro. Incluso con ello el agua es muy limitada. El organismo de las Naciones Unidas de Socorro y Obras Públicas (UNRWA), que se ocupa de los refugiados (pero no de los habitantes originarios de Gaza), recientemente publicó un informe advirtiendo de que los daños en el acuífero pueden convertirse pronto en «irreversibles» si no se toman medidas correctoras rápidamente, porque para 2020 Gaza puede convertirse en un «lugar inhabitable».

Israel permite la entrada de hormigón para los proyectos de la UNRWA, pero no para las enormes necesidades de reconstrucción de los habitantes de Gaza. El equipo pesado se encuentra limitado y en su mayoría ocioso, ya que Israel no permite la entrada de materiales de reparación. Todo esto forma parte del programa general descrito por oficial israelí Dov Weisglass, asesor del primer ministro israelí Ehud Olmert, después de que los palestinos desobedecieran la orden en las elecciones de 2006: «La idea», dijo, «es poner a los palestinos a dieta, pero no dejarlos morir de hambre». Eso no se vería bien.

Y el plan se está siguiendo escrupulosamente. Sara Roy ha proporcionado numerosas pruebas en sus estudios académicos. Recientemente, después de varios años de esfuerzo, la organización israelí de derechos humanos Gisha logró obtener una orden judicial para que el gobierno abra sus registros que detallan los planes de la dieta y la forma en que se ejecutan. Establecido en Israel, el periodista Jonathan Cook los resume: «Los funcionarios de sanidad presentaron cálculos sobre la cantidad mínima de calorías necesarias para el millón y medio de habitantes de Gaza para evitar la desnutrición. Estas cifras se tradujeron luego en los camiones cargados de alimentos que Israel debía permitir en Gaza cada día… un promedio de solo 67 camiones, mucho menos de la mitad del requerimiento mínimo. Esto, comparado con más de 400 camiones antes del bloqueo. «E incluso esta estimación es demasiado generosa, informan los funcionarios de la ONU.

El experto en Medio Oriente, Juan Cole observa que el resultado de la imposición de la dieta, es que «a) Alrededor del 10% de los niños palestinos de Gaza menores de 5 años han tenido su crecimiento atrofiado por la desnutrición… además la anemia está generalizada, y afecta a más de dos tercios de los niños, el 58,6% de los escolares y más de un tercio de las madres embarazadas». EE.UU. e Israel quieren asegurarse de que sólo se permita la supervivencia mínima.

«Lo que hay que tener en cuenta», observa Raji Sourani, «es que la ocupación y el cierre absoluto es un ataque actual sobre la dignidad humana de las personas en Gaza en particular y de todos los palestinos en general. Se trata de la degradación sistemática, la humillación, el aislamiento y la fragmentación del pueblo palestino». La conclusión es confirmada por otras fuentes. En una de las principales revistas médicas del mundo, The Lancet, un médico visitante de Stanford, horrorizado por lo que había presenciado, describe Gaza como «una especie de laboratorio para la observación de la falta de dignidad», una condición que tiene «devastadores» efectos en las condiciones físicas y en el bienestar mental y social. «La vigilancia constante desde el cielo, el castigo colectivo a través del bloqueo y el aislamiento, la intrusión en los hogares y las comunicaciones y las restricciones a los que tratan de viajar, casarse o trabajar hacen que sea difícil vivir una vida digna en Gaza». Los araboushim deben aprender a no levantar la cabeza.

Había grandes esperanzas de que el nuevo gobierno de Morsi en Egipto sea menos esclavo de Israel que la dictadura de Mubarak, respaldado por Occidente, y abra el cruce de Rafah, el único acceso al exterior de los atrapados habitantes de Gaza que no está sujeto a control directo israelí. Ha habido una ligera apertura, pero no mucha. La periodista Laila El-Haddad escribe que la reapertura bajo Morsi «es simplemente un retorno al statu quo de los últimos años: sólo los palestinos que portan una tarjeta de identificación de Gaza aprobada por el gobierno israelí pueden usar el paso fronterizo de Rafah», excluyendo a muchos palestinos como por ejemplo a parte de la familia de Haddad, donde sólo uno de los cónyuges tiene una tarjeta.

Además, continúa, «el cruce no conduce a Cisjordania ni permite el paso de mercancías, que solo pasan por los cruces controlados por Israel y sujetos a la prohibición de los materiales de construcción y la exportación». El cruce de Rafah restringido no cambia el hecho de que «Gaza sigue bajo asedio marítimo y aéreo hermético, y sigue cerrada para los palestinos cultural, económica y académicamente en el resto de los [territorios ocupados], en violación de las obligaciones de Estados Unidos e Israel en virtud de los Acuerdos de Oslo».

Los efectos son dolorosamente evidentes. El director del hospital de Khan Yunis, que también es jefe de cirugía, describe con ira y pasión que incluso carecen de medicamentos para el alivio de los pacientes, así como de equipo quirúrgico simple, dejando indefensos a los médicos y a los pacientes que agonizan. Historias personales que añaden una textura vívida al disgusto general que uno siente por la obscenidad de la dura ocupación. Un ejemplo es el testimonio de una joven que desesperaba porque su padre de 60 años, que se habría sentido orgulloso de que ella fuera la primera mujer del campo de refugiados que había obtenido un grado superior, «falleció tras 6 meses de lucha contra el cáncer porque la ocupación israelí le negó un permiso para ir a los hospitales israelíes a recibir tratamiento. Tuve que suspender mis estudios, el trabajo y la vida para ir a sentarme junto a su cama. Nos sentamos todos, incluyendo a mi hermano el médico, el farmacéutico y mi hermana, viendo todos impotentes y sin esperanza su sufrimiento. Murió durante el bloqueo inhumano de Gaza en el verano de 2006 con muy poco acceso a servicios sanitarios. Creo que la impotencia y la desesperanza son los sentimientos más mortíferos que se pueden sentir. Matan el espíritu y rompen el corazón. Se puede luchar contra la ocupación pero no se puede luchar contra el sentimiento de impotencia. Ni siquiera se puede diluir esa sensación».

La repugnancia por la obscenidad agravada por la culpa. Tenemos la posibilidad de acabar con el sufrimiento de los samidin y permitirles que disfruten la vida, la paz y la dignidad que merecen.

Nota de la traductora:

(1) Los resistentes

Fuente: http://chomsky.info/articles/20121104.htm