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Israel está cometiendo los mismos errores que Gran Bretaña hace 50 años

Fuentes: The Unz Review [Foto: Mural en Belfast. PPCC Antifa-Flickr]

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

La primera vez que visité Israel después de pasar tres años en Irlanda del Norte trabajando en mi posgrado quedé impresionado por las semejanzas entre la situación de ambos países.

Por ello no me resulta casual que el mismo día que explotó la crisis israelí-palestina la semana pasada salieran a la luz en Belfast las conclusiones de la investigación judicial sobre una matanza cometida por el ejército británico en Belfast hace medio siglo.

Se trata de lo que se conoció como la masacre de Ballymurphy, un distrito de clase obrera de Belfast occidental, ocurrida entre el 9 y el 11 de agosto de 1971, cuando 10 católicos murieron por efecto de los disparos del ejército. El gobierno y el ejército británico afirmaron entonces que los muertos eran militantes armados del IRA (Ejército Republicano Irlandés) o personas que habían arrojado bombas incendiarias. Pero la investigación reveló esta semana que todas las víctimas eran civiles inocentes y que la acción del ejército estaba “injustificada”. Boris Johnson se ha disculpado sin reservas por los asesinatos.

Un paralelismo importante entre la Irlanda del Norte de entonces e Israel/Gaza ahora es que en ambos casos se hizo y se hace uso de una fuerza militar excesiva para intentar resolver problemas políticos, aunque dicho uso solo sirva para exacerbarlos. En el caso de los asesinatos de Ballymurphy, que ocurrieron cuando se aprobó el internamiento sin juicio, el gobierno británico solo consiguió deslegitimarse, propagar el odio ciudadano contra él y actuar como un sargento de reclutamiento para el IRA Provisional.

Al igual que ocurría en Irlanda del Norte hace 50 años, los servicios de seguridad israelíes siguen proclamando que están consiguiendo importante victorias y matando a importantes comandantes enemigos, como si los líderes locales de las heterogéneas fuerzas paramilitares de Hamás y la Yihad Islámica fueran técnicos militares irreemplazables. El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ha declarado que ambos grupos “pagarán un alto precio por su beligerancia”. No hay duda de que así será, pero el precio más caro lo pagarán los civiles de Gaza, como ocurrió en el último episodio de ese conflicto en 2014, cuando 2.000 palestinos y 73 israelíes murieron en una “guerra” que duró 67 días.

En ciertos aspectos, poco ha cambiado desde entonces, lo cual ya es significativo, pues Donald Trump ha sido el presidente más proisraelí y antipalestino que jamás ocupó la Casa Blanca. Tanto él como su yerno Jared Kushner respaldaron la tesis de Netanyahu de que Israel puede lograr una paz duradera mientras mantiene a los palestinos en una posición de subordinación permanente como pueblo derrotado.

Esa idea no podía prosperar, pero la velocidad a la que se ha desarrollado a lo largo de la semana pasada, y a los pocos meses de que Trump abandonara el cargo, sigue siendo sorprendente. La “cuestión palestina”, a la que un diplomático británico se refería como “el veneno palestino”, ha regresado a la agenda internacional tan inconclusa y explosiva como lo ha sido los últimos cien años.

Tal vez el mayor efecto de la era de posverdad encarnada por Trump haya sido fomentar la arrogancia autodestructiva de los israelíes a todos los niveles de autoridad. Los funcionarios israelíes se sienten libres para expandir las colonias en Cisjordania, desahuciar a los palestinos del barrio de Sheikh Jarrah en Jerusalén y ordenar que la policía dispare granadas aturdidoras y gases lacrimógenos en el entorno de la mezquita Al-Aqsa.

 En cierto sentido, esta crisis ya es más intensa y más general que las “guerras” anteriores, centradas en Gaza en 2008-2009 y 2014. El nuevo elemento es la participación de los dos millones de árabes-palestinos israelíes que componen el 20 por ciento de la población israelí. En ciudades mixtas pequeñas y mayores como Lod, Jaffa, Acre y Haifa, se han producido ataques a sinagogas y mezquitas, tiendas y vehículos y algunas personas han recibido palizas. En Lod, por ejemplo, ciudad cercana al aeropuerto de Ben Gurion y donde los disturbios han sido de mayor intensidad, la población está compuesta por 47.000 judíos israelíes y 23.000 palestinos israelíes.

La similitud entre Israel e Irlanda del Norte va más allá del uso exagerado y contraproducente de la superioridad militar para resolver un problema político. Un dato fundamental es que ambos países cuentan con dos comunidades hostiles y aproximadamente del mismo tamaño entremezcladas en un pequeño lugar.

En Irlanda del Norte viven aproximadamente un millón de católicos y otros tantos protestantes, mientras que en el área políticamente más fragmentada delimitada por el río Jordán y el mar Mediterráneo viven 14 millones de personas, la mitad de ellos palestinos y la otra mitad judíos israelíes. El territorio podrá estar dividido por muros fortificados y fronteras, pero esencialmente es una sola unidad política, como ha quedado demostrado en los últimos días con la extensión de los disturbios, desde Jerusalén hasta Gaza, desde Israel hasta Cisjordania.

En Irlanda del Norte en 1971 el gobierno británico cometió el desastroso error de utilizar al ejército para apoyar a lo que a veces se ha llamado “el Estado de Orange”. Eso suponía que los católicos habrían tenido que aceptar ser ciudadanos de segunda clase en un Estado gobernado por protestantes, algo que los católicos nunca iban a hacer, con independencia de su aceptación o rechazo de la fuerza física.

Debería haber sido evidente desde el primer día de “El Conflicto” que los católicos no iban a rendirse, pero el gobierno británico tardó 30 años en aceptarlo. Cuando finalmente lo hizo, el resultado fue el llamado Acuerdo de Viernes Santo de 1998, por el que se repartía el poder entre las dos comunidades de muy diferentes identidades, cultura y lealtades.

Sería magnífico que este mismo proceso pudiera repetirse algún día entre Israel y los palestinos, pero existen diferencias además de similitudes entre ambas situaciones. Para alcanzar el compromiso en Irlanda del Norte hizo falta un cierto equilibrio de poder entre las dos comunidades y el reconocimiento por parte de todos –especialmente del gobierno británico y los republicanos irlandeses– de que ningún lado iba a obtener una victoria completa.

Lo que frena un compromiso de ese estilo entre Israel y los palestinos es que el equilibrio de poder parece estar abrumadoramente a favor de los israelíes, que no sienten la necesidad de llegar a ningún acuerdo porque poseen una superioridad militar absoluta y el respaldo de Estados Unidos y otras naciones poderosas.

Los puntos débiles de los palestinos –algunos de los cuales son de su propia responsabilidad– incluyen un liderazgo y una organización política muy pobres. Hamás puede lanzar docenas de cohetes contra Israel en señal de desafío, pero esto es contraproducente desde el punto de vista político, pues permite a Israel enmarcar sus acciones como defensivas y como parte de su guerra contra el terror. La Autoridad Nacional Palestina, con sede en Ramala, no ha celebrado elecciones en los últimos 15 años. Su último intento de convocarlas ha sido pospuesto indefinidamente el pasado mes y ahora su representatividad ha quedado seriamente dañada.

En mi opinión, la mejor estrategia para los palestinos sería aprovechar su gran número en una campaña pacífica de masas para exigir sus derechos civiles y el fin de las restricciones discriminatorias.

Los palestinos poseen una carta de inmenso valor, como es el hecho de que Israel no obtendrá la victoria hasta que ellos se rindan. Los sucesos de la semana pasada demuestran que esto no va a pasar. Israel gana una baza tras otra en el tablero político y militar, pero nunca podrá declararse ganador porque participa en una partida que no ha terminado.

Patrick Cockburn es un periodista irlandés que ha sido corresponsal en Oriente Próximo y en Rusia y ha merecido numerosos premios, entre otros el Martha Gellhorn de periodismo en 2005 y el de mejor reportero del año en 2014. Es autor de tres libros sobre Irak, el último de ellos War in the Age of Trump (Verso).

Fuente: https://www.unz.com/pcockburn/israel-is-making-the-same-errors-as-britain-did-50-years-ago/

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