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Guerra a la memoria Palestina

Israel resuelve el dilema de su democracia

Fuentes: http://www.ramzybaroud.net/

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

Los ciudadanos palestinos de Israel tienen que sentirse orgullosos de que su tenacidad colectiva haya sido siempre más fuerte que cualquier intento israelí de desarticularlos de su legítima narrativa histórica. Ahora se les dice que dejen de conmemorar y que se olviden de al-Nakba, la Catástrofe de 1948 que supuso el ataque brutal y la despoblación de la mayor parte de Palestina para construir el «milagro» de Israel.

Estimados actualmente en una quinta parte de la población de Israel, los palestinos con ciudadanía israelí han sufrido maltratos durante décadas. Como musulmanes y cristianos, han sido considerados una anomalía en lo que iba a ser una perfecta utopía judía regida por las leyes de la democracia. Ese es el dilema que Israel no ha conseguido dominar nunca, pues los ciudadanos no judíos de Israel han representado un importante obstáculo para esa visión.

La cuestión de qué hacer con los ciudadanos palestinos de Israel siempre ha obsesionado a los políticos israelíes. Las leyes discriminatorias, la incautación ilegal de la tierra e incluso la violencia no han conseguido disuadir a los palestinos de exigir la igualdad y de exponer la inconsistencia moral de la democracia selectiva de Israel y de su dudosa historia. Además, todos los intentos de fragmentar la identidad nacional palestina -a través de una serie de leyes diferentes para los palestinos de Israel, para los de Jerusalén Oriental, para los de Cisjordania y Gaza y para los millones de la diáspora- no han bastado para desfigurar el sentido innato de solidaridad y pertenencia que sienten las comunidades palestinas entre sí. Cuando se reúnen militantes palestinos en Jerusalén, Argel o Londres, uno no consigue vislumbrar las fronteras, ni en los detalles de las tarjetas de identidad ni en cualquier otra forma desesperada de clasificación que Israel utiliza. Cuando los palestinos se encuentran, las leyes divisorias de Israel devienen frívolas.

Los políticos israelíes han «perdido de vista un concepto básico de la democracia», afirma la Asociación por los Derechos Civiles en Israel (ACRI, en sus siglas en inglés) en una reciente declaración citada por la BBC. La declaración era una respuesta a la aprobación por el Parlamento israelí de un proyecto de ley que «permite a los tribunales revocar la ciudadanía de toda persona declarada culpable de espionaje, traición o de ayudar a sus enemigos». Al igual que decenas de otros proyectos de ley presentados a la Knesset, muchos de los cuales han sido aprobados, la última modificación de la Ley de ciudadanía de 1952 está dirigida contra la población palestina de Israel.

El proyecto de ley, aprobado el 28 de marzo, fue apadrinada por el ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, del partido Yisrael Beiteinu, el orgulloso promotor de casi dos docenas de proyectos de ley discriminatorios. La campaña de Liberman en 2009 se basó esencialmente en el lema: «sin lealtad, no hay ciudadanía». El último proyecto de ley es una manifestación más de esa idea.

Pero no ha sido el único proyecto de ley dirigido contra los ciudadanos palestinos de Israel. Pocos días antes se había aprobado otro: el proyecto de ley de la Nakba se aprobó en su última redacción el 22 de marzo y fue promovido por Alex Miller (de Yisrael Beiteinu). Se trata de un proyecto de ley que cabe entender como una guerra contra la memoria colectiva de los palestinos pues está dirigida contra quienes señalen y conmemoren la Catástrofe de 1948.

«Estamos dispuestos a ir a la cárcel», ha sido la respuesta del diputado Yamal Zahalka, del partido Balad, quien ha advertido de una «rebelión civil» contra los recientes proyectos de ley. «La ley de la Nakba no detendrá a los árabes: intensificaremos nuestras protestas».

 

Hanin Zuabi, también del partido Balad, declaraba a The Electronic Intifada: «[…] Es una especie de ley para controlar nuestra memoria, para controlar nuestra memoria colectiva. Es una ley muy estúpida que castiga nuestros sentimientos. Parece que la historia de la víctima amenaza al Estado sionista».

Quizá sea una ley estúpida pero que hunde sus raíces en el miedo histórico de Israel a la memoria palestina. De hecho, la guerra contra la memoria tiene su propia lógica convincente aunque cruel. Desde el Muro de acero (1923) de Vladimir Jabotinsky -destinado en gran medida a marginar a la ‘población indígena’ de la ‘colonización sionista’ de Palestina- al deseo de Uri Lubrani de «reducir la población árabe a una comunidad de leñadores y camareros», el intento de reducir por la fuerza o eliminar a la población palestina es la piedra angular del razonamiento sionista. Un razonamiento que, basado esencialmente en predicar que Palestina era una «tierra sin pueblo», tiene que hacer frente con demasiada frecuencia al hecho de que el pueblo palestino es demasiado obstinado como para poner fin a su relación histórica, intelectual y muy personal con su tierra. Su persistencia se ha burlado de la errónea predicción que hiciera el primer primer ministro de Israel, Ben Gurion en 1948: «el viejo morirá y el joven se olvidará».

La firmeza palestina no puede doblegar los fenómenos naturales. Sí, los viejos seguirán muriendo. Pero los jóvenes están lejos de olvidar. Así que, ¿cómo arrancar ahora el olvido a los palestinos? Israel siempre se ha recreado en una definición amplia de «democracia» que pretendía conciliar la exclusividad étnica y religiosa, por un lado, y los parámetros de una verdadera democracia inclusiva, por otro. Fuera de Israel, quienes se han atrevido a cuestionar este juicio han sido etiquetados de anti-semitas. Los palestinos de Israel que han luchado contra las definiciones inicuas y deshumanizantes han sido tachados a menudo de «quintacolumnistas» y han sido definidos como «enemigos» del Estado. Son los que ahora corren el riesgo de perder su ciudadanía o de ser penalizados por el acto supuestamente pecaminoso de recordar las tragedias que le han acaecido a su pueblo.

Aunque las leyes racistas y discriminatorias han definido el parlamento israelí desde hace años, sin lugar a dudas la naturaleza intolerante de estas leyes y la frecuencia con que se aprueban refleja el grado de temor del proyecto sionista. El principal obstáculo para este proyecto sigue siendo un pueblo que se niega a ser derrotado o a [que sus miembros] sean relegados como «leñadores y camareros». Al parecer, Israel está resolviendo su dilema de ser un Estado judío y democrático y ha optado decididamente por ser lo primero. No hay nada de democrático en los proyectos de ley aprobados recientemente en el parlamento. Ahora Israel es oficialmente un Estado de apartheid, y todos los Hasbra del mundo no pueden resolver la crisis moral instalada en el núcleo de la política israelí.

El periódico israelí Yedioth Ahronoth informaba el 2 de marzo que el veterano diplomático Ilan Baruch había dejado su puesto porque ya no se sentía capaz de defender la política israelí. Parece que el señor Baruch ha tomado esa decisión justo a tiempo, ya que sería una tarea realmente ardua tratar de justificar ahora la guerra de Israel contra la memoria palestina.

Fuente: http://www.ramzybaroud.net/