La historia de Palestina y de un pueblo que busca su independencia y libertad frente a la ocupación ilegal de su territorio es abordada en esta entrevista con el historiador y abogado Miguel Ibarlucía.
La causa palestina, por momentos, parece abandonada a una soledad insoportable. Por estos días, la “normalización” de relaciones entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU) confirma que muchos países árabes se olvidaron de la suerte de los palestinos y las palestinas. Pero, al mismo tiempo, en cada nación del mundo árabe –y de otras latitudes-, miles de personas todavía levantan la voz para demandar los derechos históricos de un pueblo negado durante todo el siglo XX y lo que va del siglo XXI. Primero, por el Imperio Otomano y Gran Bretaña, y, a partir de 1948, por el Estado de Israel, los palestinos y las palestinas sufrieron un plan sistemático de despojo, represión y explotación pocas veces visto. Pero, al mismo tiempo, tal vez sean los habitantes del mundo que hayan construido con mayor justeza la noción de resistencia.
A la normalización entre Israel y EAU se le suma el difundido –e injusto- Acuerdo del Siglo, anunciado con bombos y platillos por los presidentes Donald Trump y Benjamín Netanyahu, el cual permite a Israel la anexión casi total de los territorios palestinos de Cisjordania. Por supuesto que las negociaciones para este acuerdo obviaron algo básico: la participación (o, al menos, la opinión) de la parte palestina.
Para abordar estos temas, y reflexionar sobre la historia del saqueo palestino y los mecanismos implementados por Israel para justificar el despojo y la represión en Palestina, La tinta dialogó con Miguel Ibarlucía, abogado, Licenciado en Historia y profesor e investigador de la Cátedra Libre Edward Said de Estudios Palestinos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En 2012, Ibarlucía publicó Israel, Estado de conquista, por Editorial Canaán, la cual, en la actualidad, codirige.
—¿Cuál es tu análisis sobre el denominado Acuerdo del Siglo firmado entre Netanyahu y Trump?
—Para el sionismo, tanto judío como cristiano, israelí como estadounidense, los palestinos perdieron la guerra por el territorio, y como todavía no los pueden echar de lo que resta de su tierra -porque sería un escándalo internacional-, quieren imponerles la paz de los vencidos. Es decir, humillación total, pérdida de derechos, una vida sin esperanzas ni horizontes. El mal llamado Acuerdo del Siglo, que, en realidad, es la “Imposición del Siglo”, busca legitimar la conquista del territorio palestino por las armas, que comenzó en 1948 y se completó en 1967. Los palestinos quedarían reducidos a vivir en pequeños sitios cercados, sin verdadera soberanía ni posibilidad de defenderse, al estilo de los reinos bantúes que proyectó la Sudáfrica racista en su momento y que, de alguna manera, se concretó con la creación de los estados de Lesoto y Suazilandia. Pero estos, al menos, son estados soberanos.Es un proyecto racista -o, más exactamente, etnicista-, porque se le niega a un pueblo sus derechos por su condición étnica, por el hecho de no ser judíos, tal como se hizo en 1948 cuando se los expulsó de su tierra y luego no se les permitió retornar. Se alza contra todo el derecho internacional y, felizmente, no ha obtenido la acogida que desearían, ni siquiera de la Unión Europea (UE), siempre dispuesta a claudicar en sus principios para no enfrentarse con su pasado racista antijudío. El pueblo palestino jamás lo aceptará y el acuerdo está condenado al fracaso.
—¿Qué implica para Palestina la normalización de relaciones entre Israel y Emiratos Árabes Unidos?
—Es una defección más a la causa árabe, ya que la reivindicación de los derechos del pueblo palestino es una cuestión esencial de esa causa y de lo que, en su momento, fue el nacionalismo árabe como respuesta a la opresión colonial europea. No creo que tenga muchos efectos prácticos, porque no me consta que Emiratos haya apoyado alguna vez al pueblo palestino, más allá de la retórica. Se suma a Egipto y Jordania, y en breve se agregará Arabia Saudita y probablemente lo harán Omán y Bahrein, todo el eje pro-estadounidense del mundo árabe conformado por las ricas monarquías petroleras.
Tiene cierto valor simbólico negativo, en tanto implica abandonar una causa cara a los pueblos de la región, pero, en realidad, blanquea un estado de cosas preexistente. Al hacerlo, buscan asegurarse de no ser destruidos, como ha ido sucediendo poco a poco con los países que no se doblegaron: Irak, Siria, Líbano, etc.
—¿Cuáles te parecen los rasgos distintivos del sistema de opresión de Israel contra los palestinos?
—Como dije antes, un racismo de naturaleza religiosa, según el cual quienes no son judíos no tienen los mismos derechos. Los palestinos residentes en Israel -llamados árabe-israelíes por ese Estado- no pueden, por ejemplo, comprar tierra agrícola, ya que toda la tierra confiscada a los nativos fue entregada al Fondo Nacional Judío, que sólo la cede o vende a judíos. La “tierra prometida” ha sido redimida de los gentiles y no puede volverse atrás. En el DNI de Israel, se deja asentada la religión: judío, musulmán o cristiano. Es como, si en el DNI argentino, figurara católico, judío, evangélico o ateo.
Israel se constituye a partir de un mito religioso y no puede renunciar a él. Por eso, no va a aceptar jamás un Estado palestino en Cisjordania, porque, para ellos, esa tierra son Judea y Samaria, supuestamente prometidas por Yahvé, esa deidad inmisericorde que les otorga la tierra de otro pueblo, los frutos que no plantaron y las ciudades que no edificaron, tal como se dice en el Libro de Josué.
—¿Por qué se acusa de antisemita a quienes condenan, a nivel mundial, a Israel por sus políticas contra los palestinos?
—Es un arma de chantaje que ha explotado muy bien el sionismo para tratar de evitar toda crítica, para construir un paraguas bajo el cual puedan seguir cometiendo todas sus tropelías y cercenar los derechos palestinos. Europa, que se siente culpable por 1000 años de racismo antijudío, no se anima a criticar, total las víctimas son pobres y carecen de poder a nivel internacional. Estados Unidos está dominado por el poderoso lobby pro-israelí en todo lo que hace a su política respecto al llamado Medio Oriente. Y los países latinoamericanos van detrás, con escasas excepciones.
Pero la principal responsabilidad es de los intelectuales europeos, la mayoría de los cuales son cobardes que no se animan a criticar a Israel para que no los tilden de “antisemitas”. Son cómplices, lo que Ilan Pappe llama PEPS, progresistas excepto Palestina, empezando por el falsario de Jean Paul Sartre, autor del famoso prólogo a Los condenados de la tierra, de Franz Fanon, con todo su alegato anticolonialista. Sin embargo, jamás se solidarizó con la causa palestina por temor a que lo tildaran de “antisemita”. Casi toda la historiografía occidental ignora la cuestión de Palestina, llámese Roger Owen, Asa Briggs, Patricia Clavin, Tony Judt y hasta los propios Ian Kershaw y Eric Hobsbawm. A eso, se suman Michel Foucault, Jacques Derrida, Pierre Bourdieu, Slavoj Zizek y tantos otros que permanecen callados para no crearse problemas.
—¿Cuáles son las líneas fundamentales de una ideología como el sionismo?
—El sionismo es un movimiento nacionalista extremista -en rigor, es un fascismo de tipo colonial-, que se constituyó a partir de la religión con el propósito de evitar lo que ellos temían: la desaparición del judaísmo en la sociedad moderna europea. Había que sacar a los judíos de Europa antes de que se integraran del todo y crear un Estado basado en la religión. Para esto, se basaron en el mito bíblico de la Tierra Prometida a fin de movilizar a los jóvenes europeos judíos no del todo integrados a la sociedad cristiana, a migrar a Palestina y fundar un Estado para ellos. Los que allí residían no poseían derechos. El argumento era que, como nunca habían tenido un Estado propio, no podían reclamarlo. Esto es falso por muchas razones: primero, porque el Estatuto del Mandato para Palestina que aprobó la Sociedad de las Naciones, en 1922, reconocía implícitamente un Estado palestino bajo la administración de una potencia extranjera, como si fuera un tutor, pero no dejaba de ser un Estado que emitía sus propios pasaportes, poseía tierras fiscales, etc. Segundo, porque los derechos de los pueblos, como de los seres humanos, existen más allá de que el orden legal los reconozca o no. Lo contrario es sostener que un esclavo no tiene derechos porque el orden jurídico lo considera una cosa, como en la Roma antigua. El sionismo siempre negó los derechos de los palestinos en función de no ser judíos y no haber arribado -supuestamente- a un Estado propio, ya que estuvieron, primero, bajo el dominio turco y, luego, inglés. Para apoderarse de Palestina, se valieron de las armas, mediante bandas paramilitares que desplegaron toda su violencia contra la población campesina, y, una vez constituido el Estado, sometieron a los remanentes a un régimen militar por casi 20 años. Por eso -y otras razones que sería largo explicar-, es un fascismo sui generis, de tipo colonial.
—¿Cómo describirías la construcción mediática, histórica e ideológica que le permite a Israel ocupar de forma ilegal los territorios palestinos?
—Con el mito de la Tierra Prometida y del derecho al retorno a una tierra de la que habrían sido expulsados por los romanos -lo que no es cierto-. Como Occidente se constituye a partir del judeocristianismo, no puede alzarse contra ese mito. A la vez, Europa era racista y se quería sacar a los judíos de encima, de ahí que el proyecto sionista le venía como anillo al dedo -además de las cuestiones geopolíticas involucradas, como la cercanía al Canal de Suez, etc.-. Existía una coincidencia ideológica y de objetivos entre los sionistas y los racistas europeos: los pueblos deben vivir separados, y los judíos supuestamente eran un pueblo aparte, no una comunidad religiosa. De ahí viene el término “antisemita”: ustedes no son descendientes de Japhet, no son indoeuropeos, sino de Sem, pertenecen al Medio Oriente, no a Europa. No son franceses ni alemanes, son judíos, como si el judaísmo fuera una nacionalidad. La ideología de fondo es el nacionalismo étnico: a cada nación, un Estado, con la menor mezcla posible.
—En la actualidad, ¿cómo observás la resistencia palestina frente a la ocupación israelí?
—Existe una dicotomía entre la debilidad evidente frente al poderío militar y diplomático israelí, y la extensión lenta, pero progresiva de la solidaridad internacional de la sociedad civil con la causa palestina. Han contribuido mucho los llamados “nuevos historiadores israelíes”, como Ilan Pappe, Avi Shlaim, Tom Segev, Shlomo Sand, Israel Shahak, e intelectuales de ese país como Uri Avnery, Gideon Levy, Amira Hass, Tanya Reinhardt, Nurit Peled, Miko Peled y Daniel Barenboim, demostrando que la solidaridad con la causa palestina no significa antijudaísmo.
No es posible negar que Israel se constituye a partir de una limpieza étnica. La resistencia palestina ha abandonado felizmente los métodos terroristas, como el secuestro de aviones, que otorgan espectacularidad, pero no causan adhesión, y ha puesto su energía en la movilización pacífica y una campaña como el BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones), que avanza lentamente y tanto preocupa a Israel. Pero la última palabra la tiene el gigante dormido: son los europeos musulmanes (árabes, turcos, indios, pakistaníes, etc.), que hoy son alrededor del 10 por ciento de la población en países como Francia, Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Suecia. El día que ellos se despierten y hagan sentir su voto, como hicieron los negros de Estados Unidos en relación a la Sudáfrica blanca, la causa palestina habrá avanzado considerablemente. Estoy convencido de que sólo la solidaridad internacional podrá derrotar al sionismo.