Sí, señoras y señores, esto es Israel; y estamos en Oriente Medio, donde un estado matón y facineroso puede hacer lo que le dé la gana. Porque cuenta con la bula de occidente. Pero algo está cambiando.
Tras siete días de tregua, el ejército israelí reanudó los bombardeos sobre la Franja de Gaza el viernes 1 de diciembre. Los ataques están siendo incluso más letales que los que habíamos presenciado entre el 8 de octubre y el 24 de noviembre, con el inevitable reguero de víctimas civiles.
La ofensiva brutal del régimen de Tel Aviv ha dejado hasta el 3 de diciembre un saldo aproximado de 16.000 muertos, que pueden ser muchos más si computamos los miles de cadáveres que siguen sepultados bajo los escombros; más de 40.000 heridos y en torno a un millón y medio de desplazados dentro de la Franja, vagando como almas en pena en busca de un refugio seguro que no existe. Buena parte de los hospitales están fuera de servicio y las escuelas, institutos y universidades, e incluso las guarderías, han sido sistemáticamente bombardeadas.
Resulta ya complicado establecer comparaciones entre las matanzas cometidas por las hordas israelíes y antecedentes históricos pasados o inmediatos. Ni siquiera se puede comparar con la guerra de Ucrania, donde en casi dos años han muerto menos civiles que en Gaza. El elevado número de niños y mujeres asesinados supera a los bombardeos orquestados en su momento en los Balcanes e incluso las campañas militares estadounidenses en Iraq en 1991 y 2003 o en Afganistán en 2001, por citar algunos ejemplos.
La vesania del Gobierno extremista y criminal de Tel Aviv se comprende en toda su dimensión si se recuerda que en 50 días de bombardeos, sin contar la tensa calma impuesta durante la tregua, se han lanzado sobre un territorio de apenas 360 kilómetros cuadrados un total de 40.000 toneladas en bombas y se han realizado, afirman los portavoces del ejército agresor se supone que con sádico orgullo, 10.000 incursiones aéreas. Ya no nos molestamos en hacer números y establecer las comparaciones de rigor con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, ni con el arrase de Dresde, con sus 3.300 toneladas en bombas, durante la Segunda Guerra Mundial. Los números de la ciudad alemana quedan muy atrás en relación con los de Gaza, también en el uso de armas prohibidas por las leyes internacionales. Armas que la maquinaria exterminadora israelí emplea con la mayor naturalidad del mundo. Una porción considerable de las mismas se las abastecen estadounidenses y europeos, a fondo perdido en algunos casos, y, por supuesto, no vamos a andarnos con disquisiciones sobre cómo y cuándo debe usarlas su aliado prioritario en Oriente Medio. La pregunta que nos hacemos es hasta cuándo vamos a seguir pagándolas los contribuyentes occidentales (o, de forma indirecta, las generosas arcas de los países del Golfo).
La dimensión de la barbaridad que está llevando a cabo este entramado estatal reconvertido en organización criminal alcanza límites nunca vistos en nuestra época contemporánea. “A la vista de la comunidad internacional”, como suelen decir algunos. Y no ha pasado gran cosa, porque continúan con su agenda de bombardeos sin que, parezca, nadie les pueda poner freno. No debe de haber muchos antecedentes en el siniestro historial de los conflictos militares de los siglos XX y XXI en los que un ejército ocupante asedie primero y bombardee después de forma continuada hospitales y centros educativos e incluso expulse a los heridos, algunos moribundos o niños prematuros que se estaban muriendo de hambre, para ocuparlos e instalar sus centros de operaciones. Tampoco que se arrasen barrios enteros —el 60% de las viviendas en la Franja han sufrido destrozos parciales o totales— y se diga a la población que debe dirigirse hacia el sur por una supuesta ruta segura que luego es atacada con alevosía. La última “genialidad” del maquiavélico Estado Mayor de las fuerzas ocupantes se traduce en enviar sms o habilitar aplicaciones para la población con los “cuadrantes” territoriales en los que pueden distribuirse, con la promesa de que no sufrirán agresiones. Al poco, alteran la situación de esos cuadrantes y, alegando los típicos motivos de fuerza mayor tan habituales en su jerga capciosa e insufrible, exigen que se vayan a otro sitio.
Da igual: como interrumpen el servicio eléctrico, las conexiones telefónicas e internet cuando les viene en gana, muy pocos de entre los aterrados gazatíes pueden enterarse de sus aberrantes estupideces. A cualquier persona sensata, además, se le ocurre pensar que cuando estás ocupado las 24 horas del día pensando en dónde llevar a tu familia para que no te masacren no tienes ocasión de lidiar con sutilezas tecnológicas en el teléfono. Ay, pero con Israel, tan especial, ya se sabe.
Sí, señoras y señores, esto es Israel; y estamos en Oriente Medio, donde un estado matón y facineroso puede hacer lo que le dé la gana. Porque cuenta con la bula de occidente y la connivencia tácita de un hatajo de gobiernos árabes aliados de Estados Unidos que de vez en cuando formulan una tímida protesta, pero están deseando que alguien les quite de encima el enojoso problema palestino, que tanto estorba para un verdadero proceso de paz en el que haya rutas comerciales seguras, planes de explotación petrolíferos y gasísticos de futuro y una alianza económica arabo-israelí apadrinada por Washington en el que todos estén a gusto.
El régimen de Tel Aviv, porque llevará a cabo sin grandes sobresaltos la gran aspiración sionista de expulsar al mayor número posible de palestinos de Gaza y, sobre todo, Cisjordania, para asentar y ampliar los asentamientos; y los regímenes árabes porque estarán en disposición de legitimar sus gobiernos represivos y extirpar cualquier atisbo de disidencia. En un caso y otro con la aquiescencia de Washington, que intenta, a cualquier precio, aplazar su declive imperial contrarrestando la expansión financiera, empresarial e industrial de China en los continentes asiático y africano.
Y sin embargo, algo está cambiando en Oriente Medio. No porque algunos dirigentes mundiales se hayan atrevido a acusar a Israel de genocidio o porque Naciones Unidas haya elevado el tono de sus quejas, menos contenidas de lo habitual. Tampoco porque las manifestaciones de apoyo a Palestina en ciudades europeas y estadounidenses hayan sido concurridas ni porque primeros ministros europeos como el español y el belga “hayan osado” decirle a Netanyahu y sus secuaces que deberían respetar “más” la legalidad internacional y evitar infligir tanto dolor y destrucción a los habitantes de Gaza.
El cambio viene producido por dos factores principales en nuestra opinión. El primero, la descarada intención del ejecutivo israelí de utilizar los ataques de Hamás del 7 de octubre para forzar un éxodo masivo de palestinos desde la Franja a territorio egipcio. Tan evidente resultaba el intento que hasta el presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sisi, ha tenido que hacer valer su condición de aliado estratégico de Washington para arrancar un compromiso estadounidense de que no se iba a permitir algo parecido. Está por ver que lo tomen en cuenta, a la vista de la magnitud de las carnicerías israelíes.
Al tiempo, los colonos, con la ayuda de la policía y el ejército israelíes, que están ahí para reprimir cualquier conato de oposición por parte de los palestinos, han conseguido ya vaciar al menos 35 aldeas y barriadas palestinas en Cisjordania, con el objeto de reconvertirlos en futuros asentamientos. Las tierras cisjordanas todavía habitadas por palestinos se han convertido en el gran objeto de deseo de las tendencias neo sionistas preponderantes en buena parte de la sociedad israelí; y las autoridades jordanas, que por proximidad geográfica serían las grandes perjudicadas de un éxodo de cisjordanos, han hecho como los egipcios y se han plantado ante los estadounidenses. Hagan ustedes lo que deseen con Hamás y el resto de grupos armados palestinos, pero no nos obliguen a recibir, de nuevo como en el 48 y el 67, a un número indeterminado de refugiados. También está por ver que la Casa Blanca no les cuele un gol en el último minuto.
En efecto, el plan de los energúmenos ultra ortodoxos y facciosos de pro resulta tan obvio que hasta los aliados árabes de Washington han tenido que unir fuerzas para neutralizarlo. Algo han logrado, porque los insufribles portavoces del sionismo internacional han moderado sus proclamas de que los gazatíes se vayan a vivir al desierto del Sinaí, con el peregrino argumento de que los palestinos son árabes, nómadas por lo tanto, y, en consecuencia, les da igual vivir aquí o en cualquier otro territorio que no esté dentro de la gran colonia israelí, por supuesto. A estos dirigentes árabes, en todo caso, no les importa en exceso el padecimiento de cientos de miles de personas en Gaza: mientras no signifique que “nos los endosan a nosotros” puede valer.
El segundo factor, decisivo, tiene que ver con la resistencia misma de los gazatíes. A pesar de las matanzas, el hambre y la destrucción de sus hogares se han negado a abandonar su territorio y no están presionando, como esperaba la “casta” sionista, para que se les permita salir del infierno. Esta sorprendente capacidad de aguante ha puesto a prueba a la maquinaria propagandística sionista y sus asociados occidentales, quienes suponían que en semanas la insoportable situación de los civiles haría que ni siquiera las facciones armadas palestinas serían capaces de frenar las demandas de una solución negociada, incluida la salida de un porcentaje considerable de civiles.
Luego está la asimismo sorpresiva capacidad militar de la resistencia palestina, que está infligiendo a las hordas israelíes un número elevado de bajas. La propaganda israelí trata de relativizar estas pérdidas, difiriendo cuanto puede el anuncio de muertos y heridos, pero los vídeos publicados por Hamás, a diario, muestran de forma inequívoca la destrucción de tanques, carros de combate y excavadoras, incluidos los ataques a quemarropa a las cada vez menos numerosas patrullas militares que se arriesgan a adentrarse en los escenarios de desolación en que se ha reducido a numerosos núcleos urbanos de Gaza.
Los comunicados del portavoz de las Brigadas de Izz ad-Din al-Qassam, el famoso Abu Ubayda, se han convertido en un noticiario implacable de las desgracias militares israelíes. Si uno le hace caso, ya se han cargado no menos de 200 tanques Merkava desde el inicio de las operaciones terrestres, y los muertos en el ejército ocupante se contarían por miles. Al hombre le han salido imitadores, como el portavoz de las Brigadas de al-Quds, la otra gran organización militar de la Franja, dependiente de la Yihad Islámica, con un deje de voz, nasal, fórmulas —ese “gentes libres del mundo” que no sabemos quiénes son pero tiene un timbre peculiar— y datos apocalípticos parecidos. Mentirán, pero desde luego mienten menos que los charlatanes castrenses israelíes, cuyas “trolas” y sandeces han dejado de creerse incluso medios de comunicación occidentales no ha tanto tiempo dispuestos a creérselas a pies juntillas.
Ahí también reside uno de los grandes cambios promovidos por esta detestable guerra: el Gobierno y el ejército israelíes han dejado de tener por primera vez en mucho tiempo la exclusiva del relato. Y eso que han intentado desarticular el efecto de las imágenes terribles de niños desmembrados y mujeres convertidas en amasijos de carne con recursos infantiles. Un día afirman que las imágenes de un bebé mutilado, mostradas por esta televisión árabe, son en realidad de un muñeco; otro, que los combatientes de Hamás se dedican a hacer vídeos con montajes de víctimas —como si tuvieran tiempo entre combate y combate para estas cosas—; y si las imágenes hablan por sí solas, como cuando destruyen una escuela con cientos de personas refugiadas en su interior, sostienen que han sido los propios palestinos.
Desde que se inventaron lo de los niños introducidos por Hamás en hornos y microondas, o las noticias sobre violaciones colectivas y orgías satánicas en los kibbutzes atacados el 7 de octubre, han metido tantas “bolas” que cuesta un buen trago tomarlos en serio. Y para colmo, los días van dejando sentencia sobre sus burdas manipulaciones, como el hecho, reconocido en la prensa israelí, de que decenas de israelíes muertos en los ataques del 7 de octubre cayeron bajo el fuego “amigo” de los helicópteros israelíes.
En realidad, los mandatarios israelíes decidieron romper la tregua porque Hamás les estaba ganando la batalla informativa. Las imágenes de presos liberados abrazándose a sus satánicos captores palestinos, diciendo “bye” y dando palmaditas cariñosas a los “ninja” de Hamás resultaron insufribles —a ver, cómo vendo yo a mi opinión pública que esos daishíes congenian tan bien con nuestros rehenes—. Incluso se permitieron, los de Hamás, realizar exhibiciones de liberación de prisioneros en el centro de la ciudad de Gaza y en otros lugares que los locuaces portavoces israelíes, decían, estaban bajo control de sus destacamentos. Y luego estaban las celebraciones de júbilo de las mujeres y los muchachos liberados de las cárceles israelíes, a quienes se prohibía, en la Cisjordania controlada directamente por las fuerzas de ocupación, hacer festejos. Hasta les requisaron las cajas de dulces. Todo ello contrastaba con el ambiente de frustración y enojo que se ha instalado en la sociedad israelí. Qué paradoja: las víctimas festejan y los victimarios se culpan unos a otros del extravío del proyecto sionista.
La barbarie del proyecto sionista continúa en Gaza. Y durará lo que tenga que durar, como bien dicen sus líderes y asienten los padrinos estadounidenses. El primer ministro del régimen insiste en que tienen tres grandes objetivos —rescatar a los rehenes, destruir a Hamás y desmilitarizar la Franja— y no cejarán hasta lograrlos. Han cometido el mayor crimen colectivo del siglo XXI y aún no han logrado ninguno de los tres. No debe descartarse que los consigan, incluso el cuarto y principal de expulsar a cientos de miles de gazatíes al Sinaí o cualquier otro lugar. Todavía en occidente les siguen dando crédito. Pero algo está cambiando en Oriente Medio. Estados Unidos empieza a no dar abasto con las crecientes escaramuzas que están surgiendo en la frontera libanesa, la siria, sus bases militares en Iraq, las aguas del Mar Rojo, con los huzíes yemeníes permitiéndose apresar y hostigar mercantes israelíes y hasta barcos militares de Washington, y la nueva intifada en ciernes dentro de Cisjordania.
Los prebostes del capitalismo liberal internacional se están poniendo nerviosos: el negocio se resiente. Y ya se sabe, cuando el business no marcha as usual aquí tienen que rodar las cabezas necesarias. Si el proyecto sionista comienza a agotarse, habrá que cambiarlo. Así funcionan las cosas en el gran mercado de valores neoliberal donde lo humano importa nada. Con independencia de que este proyecto racista y soez llamado sionismo comience a resquebrajarse, o no, en Gaza habrá que reconocerlo: qué grandes son los palestinos manque pierdan.
Ignacio Gutiérrez de Teherán Gómez-Benita es arabista en la Universidad Autónoma de Madrid.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ocupacion-israeli/israel-otra-vez-guerra-gaza-algo-se-mueve-oriente