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IU y Podemos ¿proceso reformista o revolucionario?

Fuentes: Rebelión

El sentido de este trabajo, o recopilación, es el intento de asociar o filiar el concepto innegociable de » Socialismo = Democracia y Estado de Derecho», así como «Capitalismo incompatible con la Democracia y el Estado de Derecho», que siempre han defendido los comunistas, con los nuevos proyectos en «teoría» reformistas de Izquierda Unida y […]


El sentido de este trabajo, o recopilación, es el intento de asociar o filiar el concepto innegociable de » Socialismo = Democracia y Estado de Derecho», así como «Capitalismo incompatible con la Democracia y el Estado de Derecho», que siempre han defendido los comunistas, con los nuevos proyectos en «teoría» reformistas de Izquierda Unida y de Podemos.

Para ello partimos de dos premisas aportadas por el comunista italiano Gramsci, uno, «es el teórico el que debe <<traducir>> a lenguaje teórico los elementos de la vida histórica y no al revés, exigir que la realidad se presente según el esquema abstracto» 1, y dos, «Se juzga por lo que se hace, no por lo que se dice. Constituciones estatales > Leyes > Reglamentos: son los reglamentos, o incluso su aplicación (que se hace mediante circulares), los que indican la estructura política y jurídica real de un país y de un Estado».2

En este intento de ligar esos conceptos vamos a utilizar las palabras de dos miembros de Iu y dos de Podemos: Juan Carlos Monedero, Julio Anguita, Alberto Garzón y Carlos Fernandez Liria. Creo digno de destacar – para otros será de criticar y denunciar- que en la actual batalla en la que nos hallamos, los comunistas tengan un papel destacado.

En primer lugar mostremos la acertada pregunta de la periodista de Público y la interesante respuesta de Juan Carlos Monedero en una entrevista en Público el 1/6/2014. 3

«A veces se observa en el discurso de Podemos una cierta contención en el léxico. Y también una tendencia a uniformizarlo. Apenas hay intervención pública en la que un dirigente de Podemos no haga referencia a «la casta». Y hablan poco, por ejemplo, de los capitalistas, de los auténticos acumuladores de riqueza.

Juan Carlos Monedero apela a su condición de profesor y lo explica: «Yo tengo absolutamente claro que la economía capitalista, la economía de mercado, genera una sociedad de mercado y que el sistema capitalista convierte a la sociedad en una lucha de todos contra todos. El capitalismo nos condena a desaparecer del planeta. Todo el mundo entiende que si las empresas entraran en la Amazonia, la Amazonia duraría un año, y por tanto no podríamos respirar y se iría el planeta al carajo. Lo que pasa es que hablar del sistema capitalista previene a la gente y ya no escucha. ¿Qué necesidad tienes entonces de…? Si el sentido común de una sociedad es neoliberal, ¿cómo luchas contra el sentido común? ¿A golpes?… Nosotros hemos buscado otras fórmulas. Y decimos lo mismo pero con otro lenguaje. No hablamos como otro tipo de formaciones políticas, creo que profundamente mentirosas, como UPyD, que critican a la élite política, acercándose a posiciones fascistas. Nosotros cuando hablamos de ‘la casta’, hablamos de un sector privilegiado que también obtiene beneficios económicos del sistema. Eso es una diferencia. ‘La casta’ no es solamente una estructura política, sino que está insertada en un sistema económico, que es el capitalista. Esa es la gran diferencia.»

He ahí un tema de gran calada, es fuerte la crítica dentro de la izquierda -y de los comunistas- hacia el reformismo de Izquierda Unida y el actual de Podemos, porque no hablan a las claras a los trabajadores y no señalan directamente al verdadero culpable: el Capitalismo. Pero la cuestión es ¿Qué hacer si hablar del sistema capitalista previene a la gente y ya no escucha?

Curiosamente podemos responder a esta pregunta, con las palabras que Julio Anguita realiza en una conversación con Juan Carlos Monedero en el libro de Icaria, «A la izquierda de lo posible».

«Has planteado una panoplia de medidas y yo quiero priorizarlas. Lo primero que hay que hacer es ganarse la voluntad de la inmensa mayoría con unas medidas que sirvan como prenda y que sean posibles, alcanzables, pero que a su vez sean medidas que atraigan a la gente, que la satisfagan, porque resuelven alguna necesidad, y que lleven en sí el germen de un siguiente enfrentamiento. Consiste en llegar, a un nivel muy primario, a satisfacer determinadas necesidades que el sistema ya no puede cubrir. Cuando tú intentas aplicar una medida en esa dirección, generas una serie de contradicciones que sitúa la lucha en otra distancia. Es decir, si mañana, ante la situación de tanto paro, de gente que esta pasando hambre, se aprueba una renta básica para todo ciudadano que esté en esas condiciones, yo creo que la gente lo va aceptar porque le conviene, pero hay que explicarles que eso va a generar conflictos con el Estado, con los auténticos poderes, y que, por tanto han firmado un compromiso como combatientes. Lo mismo cuando se plantee a continuación la reforma fiscal, la que puede paliar esta situación insostenible de desigualdad, hay que contar con esos combatientes, y otra vez más cuando planteemos el problema del crédito, el de la banca pública, ligada al problema de la deuda, a la auditoria y al no pagar. Por tanto, la primera medida o las dos primeras medidas con las que engancharse en un proceso de lucha y concienciación son de este tipo, son cosas muy concretas.»

Ojalá mostrando lo incompatible que es el Capitalismo con la Democracia (y con la vida de los seres humanos) y exponiendo la alternativa del Socialismo, la clase explotada se uniese y luchase contra la clase dominante. Pero no es tan sencillo, por una parte esta la cruda realidad, de que para una parte nada despreciable de la clase subalterna, hablar del capitalismo, es hablar en chino o bien es la palabra clave para dejar de escuchar. E igualmente ocurre cuando la alternativa se subscribe al Socialismo.

¿Qué hacer para ganarse la voluntad de la inmensa mayoría? Pues por una parte «diciendo lo mismo pero con otro lenguaje» y estableciendo «medidas concretas con las que engancharse en un proceso de lucha y concienciación».

Es decir, en estos momentos, la lucha y la exigencia de un derecho a una vivienda digna, a un trabajo digno, a una educación, sanidad y justicia pública, a ¡una renta básica! en definitiva, a una vida digna, es totalmente revolucionario y una crítica al sistema en el que vivimos (el capitalista) ante la imposibilidad de cumplir, «por sistema» esos derechos.

Por tanto, podemos decir, que Juan Carlos Monedero nos ha dicho el porqué de un nuevo lenguaje -lo cual es siempre un tema de debate y de «identificación de reformismo»- y Julio Anguita nos ha indicado el cómo conseguir concienciar a una mayoría de la población a través de una serie de medidas por las que hay luchar (y que no lucharían por ellas bajo un ideario político criminalizado por la clase hegemónica).

Tras este primer y difícil paso, queda un segundo no menos complicado, que es articular e integrar esas luchas y conciencias, y en la actualidad una de las propuestas mas reales y acertadas es la ofrecida por Alberto Garzón en la conclusión final de su valioso libro, «La Tercera República. Construyamos ya la sociedad del futuro que necesita España».

«Tenemos determinado nuestro objetivo, que es la Tercera República de España. Pero, como dejamos claro desde el primer momento, no se trata solo de un cambio de forma, sino del conjunto del sistema político. No queremos limitarnos a poder votar al jefe de Estado de la misma forma que hoy elegimos al presidente del Gobierno. Queremos, por el contrario, dar un vuelco a lo que entendemos hoy por democracia. Queremos y aspiramos a construir una democracia real.

Esa democracia real está conformada por dos patas.

En primer lugar una democracia procedimental de tipo republicana, es decir, con unas reglas del juego que sean plenamente democráticas y muy participativas. No nos vale una democracia procedimental de tipo liberal en la que toda la participación política se base en votar cada cuatro años. Queremos un sistema político en el que existan revocatorios, referéndums, fiscalización permanente de los cargos públicos y transparencia, y en el que los partidos políticos sean entidades igualmente democráticas en este mismo sentido apuntado.

En segundo lugar, por una democracia sustantiva de tipo socialista, esto es, que dote de contenido sustantivo a las reglas del juego democrático. Porque democracia es que los ciudadanos tengan acceso a una vivienda, un trabajo y, en general, puedan tener sus necesidades más básicas satisfechas. Con Robespierre, podríamos decir que Democracia significa, como mínimo, tener garantizado el derecho a la existencia. Y esto nos interpela sobre el sistema productivo y cómo se reparten sus rentas, e incluso nos pone encima de la mesa cuestiones como la renta básica o el Estado del bienestar. Pero, en definitiva, nos habla de un tipo de libertad que no es la que suelen emplear los liberales. Hablamos de la libertad para poder ejercer la condición de ciudadano, abandonando la esclavitud frente a un amo, tome este la forma de patrón o tome la de mercado financiero.

Hemos aprendido también que para poder poner en marcha un proceso que desemboque en la Tercera República necesitamos luchar activamente en el plano ideológico, pero también que tenemos que estar en el conflicto político. No nos valen los grandes líderes o las vanguardias que nos dicen lo que tenemos que pensar o hacer. Aquí hay que estar en el conflicto, es decir, en los desahucios y en las manifestaciones. Solo así podemos convertir lo que es la sensación de injusticia en un verdadero compromiso político.

Tampoco nos valen los partidos políticos que no sean democráticos. La democracia debe reinar en el seno de todas las organizaciones que se pretendan emancipadoras, pero sin caer en las trampas que nos ofrece la democracia liberal de mercado, y que consisten en mantener formas democráticas para envolver sustancias oligárquicas.

Finalmente, no nos cabe ninguna duda de que la situación actual de España es idónea para poner en marcha un proyecto de estas características, si bien se requiere mucho trabajo y esfuerzo por parte de todos. Hay que resistir el proceso de transformación social al que nos empuja el neoliberalismo y las agresiones políticas de la troika. Pero esa resistencia debe ser también el punto de inicio para construir la alternativa constituyente republicana. La lucha sigue. Y en ella estamos.»

Al principio hemos hablado de «los nuevos proyectos en ‘teoría’ reformistas de Izquierda Unida y de Podemos», pero como bien indican las palabras de Alberto Garzón, el proceso de «construir la alternativa constituyente republicana», es aquello que hace que estos programas sean «revolucionarios» en lugar de reformistas. Puede que no se pida «todo para la clase obrera», pero por primera vez -tanto IU, Podemos, etc- se lucha por un proceso constituyente, es decir, no por reformar la constitución, sino porque el pueblo español, por primera vez, realice un proceso de elaborar una constitución -y que en esta ocasión no sea llevada a cabo, como en el 78, por las «élites» políticas. Y como vemos en el serio trabajo de Alberto Garzón, esa alternativa de democracia real es doble: una democracia procedimental de tipo republicana y una democracia sustantiva de tipo socialista. Y he ahí al fin la posibilidad de asociación que buscábamos, puesto que una democracia no socialista no es democracia.

Y llegados a este punto, ya no queda mas remedio que hablar de Socialismo – no en abstracto sino en hechos concretos- y de Capitalismo. Y para esto último, una de las personas que mejor lo explica es Carlos Fernandez Liria, el cual, en una reciente reseña 4 de la nueva novela de Javier Mestre, Made in Spain, realizó un apunte claro y meridiano sobre lo que consiste y que ocasiona el modo de producción capitalista:

«El capitalista y el terrateniente, en El capital, no interesan en tanto que personas (buenas o malas), sino en tanto que personificación de categorías económicas. No se trata de responsabilizar a los capitalistas por lo que hacen y deciden, sino de responsabilizar a todo un sistema de producción respecto al cual, nos dice Marx, ellos no son sino criaturas.

El capitalismo no deja a los hombres la opción de ser buenas personas. Tampoco es que las haga especialmente malas.

La ironía de Marx en El Capital también es demoledora en este sentido. En principio, nos dice, el capitalista, en tanto que personificación de categorías económicas, se dice a sí mismo: «mi disfrute es un robo a mi función». En efecto, el ciclo capitalista no es sólo D-M-D’. Al día siguiente, el capitalista no puede sencillamente haberse fundido en lujos la diferencia entre D’ y D, porque, en ese caso, tendría que abrir la fabrica en la misma situación que el día anterior: D-M-D’. Pero eso no es lo que está haciendo su competencia. Ellos, más austeros y recatados, han reinvertido todo lo que han ganado: D’-M-D», y al día siguiente, harán la misma jugada: D»-M-D»’. Así pues, se pueden diferenciar dos tipos de capitalistas, los católicos y los protestantes. De eso sabía mucho Marx Weber. Los católicos se lo funden todo en orgías, yates y cocaína. Luego se confiesan y ya está. Eso les vale para ir al cielo de todos modos, pero su empresa está perdida, porque, mientras tanto, los protestantes y los calvinistas, que no pueden confesarse, reinvierten todo lo que ganan y viven pobres como ratas. Un capitalista que no invierte hoy más que ayer pero menos que mañana es un capitalista sentenciado. La economía crece, y si tu empresa no crece, porque te lo fundes todo en lujos, la suerte está echada.

¿Seguro? No tanto, nos explica Marx. Al final, este Weber de manual no es tan definitivo. En realidad, el capitalista protestante está haciendo la siguiente jugada: D-M-D’, D’-M-D», D»-M-D»’, etc. Pero, el capitalista «católico», no está haciendo lo que antes dijimos, sino más bien esto: D-M-D’, D»’-M-D»» , etc.

¿Y cómo lo logra, si se lo gasta todo en lujos? Muy sencillo, como es católico, se dedica a hacer fiestas y a invitar banqueros. Les hincha a cocaína y prostitutas, y luego les pide un crédito. Así consigue buenas amistades, montando una casta social de lujos, distinción y buenas relaciones. El capitalismo no puede vivir sin créditos. Pero no te dan créditos si eres pobre como una rata, si no juegas al golf con tus compinches, si no invitas a buenas cenas en un buen palacio. Hay que ser un poco católico para acceder a líneas de crédito, hay que poder dejar un buen coche aparcado a la puerta del banco. Así pues, nos viene a decir Marx, el capitalista disfruta de su riqueza en tanto que personificación de ciertas categorías económicas: el lujo, el derroche, el placer y la ostentación, son parte de su función. Las reuniones importantes, los capitalistas las hacen en los campos de golf. Si eres un capitalista protestante, austero y ascético como un monje de clausura, te quedas fuera de juego. Si esto es así respecto al disfrute de la plusvalía, no digamos ya respecto a su producción. Por lo mismo que los pobres capitalistas se sacrifican jugando al golf por el bien de su empresa, también es por el bien de su empresa que a veces tienen que sacrificar y mutilar el bienestar de sus trabajadores. No les pagan poco por tacañería, sino por su bien. Esto no es una ironía. Hay que tener en cuenta que un empresario que no explote máximamente a sus trabajadores no les está haciendo precisamente ningún favor. Quizás parezca que los beneficia hoy o mañana, pero no pasado mañana o al otro. Mientras él se hace el generoso con sus empleados, sus competidores están economizando costes y reinvirtiendo beneficios. Será cuestión de tiempo que sus productos no puedan competir en el mercado. Al final, su empresa quebrará y sus trabajadores, además, no le estarán agradecidos. Tendrá que hacer un ERE o cerrar. Los obreros quedarán en paro, su vida será una tragedia. Y todo por culpa de un empresario bienintencionado que intentó ser justo. Es su manera de hacer bien su trabajo, el capitalista tiene que bajar los salarios, endurecer las condiciones, intensificar el ritmo de trabajo. Será la única forma de que su empresa prospere y de que esa prosperidad brinde puestos de trabajo a una población que sin su concurso se pudriría en el paro. La misma encrucijada que marca la vida del capitalista, marca, en realidad, la vida del obrero. Los asalariados dependen a vida o muerte de la suerte de su empresa. Y saben que las empresas dependen a vida o muerte de la buena salud de eso que los periódicos llaman «la economía», los mercados, el IBEX 35, la prima de riesgo… Ellos no están muy seguros de que una subida de sueldo sea buena para la prima de riesgo o los mercados. Pero sí saben muy bien por experiencia que si a los mercados les va mal, a ellos les va peor. Así pues, votan a los que saben gestionar bien esas cosas complicadas. La población vota al PP o al PSOE porque reconoce ahí dos estilos de hacer lo mismo: beneficiar a los que tienen la sartén por el mango. Ojalá se tratara de luchas de clases -vienen a decir-, ojalá se tratara de que lo que pierde el capital lo gana el obrero. No es así: si a los capitalistas les va mal, es peor aún. Aquí no hay ningún Robin Hood que robe a los ricos y se lo entregue a los pobres. Si los pobres se ponen tontos, los capitalistas deslocalizan la empresa o quiebran. Eso no es bueno para nadie. En las negociaciones sindicales, por eso mismo, los obreros se suelen cuidar mucho de pedir la Luna; más bien, proponen bajarse el sueldo a sí mismos, despedirse por turnos, dejar de cobrar las horas extras, cualquier cosa con tal de que no cierre la empresa o tenga que optar por la deslocalización.»

Notas:

1 Espontaneidad y dirección consciente. (C. XX;P.P.,55-59)

2 Las grandes ideas. (C. XXVIII; P.P., 4-5)

3 http://www.publico.es/politica/524431/juan-carlos-monedero-un-sector-de-izquierda-unida-se-ha-hecho-regimen

4 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=187294

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