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Kerry no convence

Fuentes: La Jornada

Las noticias sobre la campaña electoral en Estados Unidos indicarían que su bárbaro ocupante actual permancerá en la Casa Blanca en noviembre. Lo más contrastante de esta perspectiva es que en una franja considerable de la población existe un raigal sentimiento antiBush y un despertar progresista que recuerda el de los años sesentas, como lo […]

Las noticias sobre la campaña electoral en Estados Unidos indicarían que su bárbaro ocupante actual permancerá en la Casa Blanca en noviembre. Lo más contrastante de esta perspectiva es que en una franja considerable de la población existe un raigal sentimiento antiBush y un despertar progresista que recuerda el de los años sesentas, como lo demostró la extraordinaria manifestación en Nueva York durante la Convención Republicana. No se trata de un fenómeno local. Expresa un gran movimiento de base de costa a costa que se ve venir desde las protestas de Seattle, que se pronunció masivamente en contra cuando se preparaba la guerra y que salió a flote de nuevo con fuerza en algunas de las primarias demócratas. En él se manifiestan las honrosas tradiciones de lucha social y democrática del pueblo estadunidense, vigentes en la memoria colectiva pese al predominio en los circuitos culturales de la versión dócil y edulcorada de su historia. Pero más allá de la consigna de «cualquiera menos Bush» sería difícil encontrar un vínculo ideológico y político entre este movimiento y los jerarcas del Partido Demócrata y su candidato. John Kerry, huelga decirlo, es otro integrante como Bush de la plutocracia, que presume de su apego a los «valores conservadores» y como este goza de la confianza y los donativos de los grandes señores del dinero. Por lo tanto, no ha de sorprender su afán de diferenciar sus planteamientos lo menos posible de los de Bush y que sus temas de campaña lo alejen sensiblemente de las aspiraciones y demandas de los estadunidenses liberales y progresistas. La Convención Demócrata fue una prueba clara del menosprecio de la cúpula por ese sector, cuando esta impuso un discurso timorato radicalmente contrario al de los delegados, que exigían el retiro de las tropas de Irak, censuraban la llamada ley patriótica, manifestaban su agravio por las mentiras de Bush para justificar la agresión y pedían la creación de empleos y el combate a la contaminación ambiental. Tiene mucha razón Hermann Bellinghausen cuando afirma que al lado del equipo de Kerry los socialdemócratas de Weimar parecen valientes. La comparación no podría ser históricamente más exacta.

La pandilla de Bush, adueñada del Partido Republicano y con los grandes medios de difusión a su servicio inició después del 11 de septiembre de 2001 la implantación de una versión americana del Reich hitleriano, sin que su proyecto haya encontrado hasta ahora una oposición digna de tal nombre en el otro partido del sistema. En casa se cercenan derechos civiles y políticos considerados inherentes al american dream por la mitología oficial. Al resto del mundo se le depara el sagrado derecho de Washington a la guerra preventiva cuando así convenga a sus intereses, una suerte de universalización de la Doctrina Monroe. Ergo, a aplicarle a discreción el mismo tipo de democracia exportada a Afganistán e Irak a punta de bombas. Kerry probablemente no se identifique con los más reaccionarios estereotipos militaristas, xenófobos y racistas -con ese odio feroz al pueblo- de los fundamentalistas que ocupa la Casa Blanca, pero no ha cuestionado la esencia de sus políticas y más bien se ha limitado a prometer que a diferencia de Bush él sí las aplicaría con éxito. En cuanto a los temas domésticos ha renunciado al debate en serio sobre la frágil realidad económica, social y política. Después de todo, pese a la enorme responsabilidad de Bush II en su agravamiento el interludio de Clinton no se apartó de sus antecesores republicanos, tanto en política interior como exterior, más que en cuestiones de forma. El candidato demócrata ha centrado su plataforma en destacar sus méritos militares en Vietnam, con el mensaje subyacente de que él sí sería un insuperable comandante en jefe en la «guerra contra el terrorismo». Uno que arrasaría «apoyándose en el multilateralismo» con todos los terroristas, incluida -claro- la resistencia patriótica en Irak, y traería de vuelta triunfantes a «nuestro muchachos». Su vocero de política exterior ha llegado a afirmar que de haber estado en la misma alternativa de Bush también habría invadido a la antigua Mesopotamia, aunque no se hubiera probado su posesión de armas de destrucción masiva. Ello explica que la campaña demócrata eluda atacar a Bush por este y otros flancos muy vulnerables como los sucios negocios en Irak de Hallyburton y otra compañías afines a los bushistas o las torturas y la masacre de la población civil. Mientras Bush cultiva a sus fieles de la extrema derecha fanática cristiana y patriotera, Kerry da las espaldas a sus potenciales votantes y lo apuesta todo a los indecisos y moderados, táctica que ya ha llevado a su partido anteriormente a la derrota.

Así las cosas, es previsible que muchos integrantes de la gran corriente antiBush o bien den su voto a Ralph Nader o simplemente se queden en casa el 2 de noviembre antes que apoyar a un candidato del que esperan más de lo mismo o perciben como inconsistente.

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